debeleer.com >>> chapter1.us
La dirección de nuestro sitio web ha cambiado. A pesar de los problemas que estamos viviendo, estamos aquí para ti. Puedes ser un socio en nuestra lucha apoyándonos.
Donar Ahora | Paypal


Como Puedo Descargar Libros Gratis Pdf?


Escuadron Infernal – Christie Golden

El firme control de las emociones era un requisito tácito que debían cumplir todos aquellos que servían al Imperio. No se regodeaban, ni se alegraban, ni lloraban, ni se enfurecían; aunque, en ocasiones, la ira más fría se consideraba una reacción apropiada ante determinadas circunstancias. La teniente Iden Versio estaba familiarizada con aquello desde que fue lo bastante mayor para entenderlo. Aun así, en aquel momento de triunfo indiscutible y absoluto del Imperio, la joven corría por la reluciente cubierta de los pasadizos de la Estrella de la Muerte con el casco en una mano, intentando reprimir una sonrisa sin mucho éxito. ¿Por qué no iba a sonreír, al menos cuando nadie la miraba? Cuando la destinaron al servicio en la estación espacial que en pocas horas había reducido un planeta entero a gloriosos escombros rebeldes, Iden había tenido que soportar miradas resentidas, acompañadas de murmullos en el volumen justo para que no pudiera oírlos. Pero no era necesario. Sabía lo que los demás decían de ella. Solo era una nueva versión de lo que siempre habían dicho. «Es demasiado joven para el puesto. No puede habérselo ganado por sus propios méritos». «Se lo han dado gracias a su padre». Aquellos murmuradores mojigatos se sorprenderían si supieran hasta qué punto se equivocaban. El Inspector General Garrick Versio era uno de los miembros de mayor rango del poderoso y hermético Departamento de Seguridad Imperial, pero Iden no había sacado nada de la ingrata tarea de ser su hija. Cada honor, cada título, cada oportunidad que había obtenido, los había peleado y los había logrado a pesar de su padre. La habían preparado para la academia militar desde que era poco más que una niña, en la Escuela Preparatoria Militar para Futuros Líderes Imperiales de Vardos, su planeta, en el sistema Jinata. Allí, y después en la Academia Imperial de Coruscant, Iden se había graduado con honores y como primera de sus respectivas promociones. Todo aquello le parecía un mero preludio para aquel momento. Desde hacía unos meses, formaba parte de una pequeña unidad de cazas TIE de élite destinada a bordo de la que probablemente era la cúspide del diseño imperial, la enorme estación espacial conocida como Estrella de la Muerte. Y estaba muy emocionada, aunque fuese muy poco profesional. Mientras intentaba contener su entusiasmo, pudo notar que todos los que corrían hacia sus respectivos cazas TIE también lo compartían. Les delataba el retumbar creciente de sus botas, sus espaldas rectas, incluso el brillo de sus ojos. Aquella feliz tensión no era nada nuevo. Iden la había visto en efervescencia tras la primera prueba de las capacidades de la estación, cuando el superláser de la Estrella de la Muerte había disparado y aniquilado Ciudad Jedha. El Imperio había lanzado un devastador uno-dos en apenas unos segundos y había destruido no solo al terrorista rebelde Saw Gerrera y su grupo de extremistas, conocidos como los partisanos, sino también el antiguo Templo del Kyber, considerado sagrado por aquellos que deseaban secretamente el retorno de los deshonrados y vencidos Jedi. Ciudad Jedha había sido la primera demostración real del poder de la estación, pero solo lo sabían aquellos que servían en la Estrella de la Muerte.


Por el momento. Para el resto de la galaxia, lo sucedido en Jedha había sido un trágico accidente minero. Tras aquello, los acontecimientos se habían desarrollado a una velocidad impresionante, como si de repente se hubiese roto una especie de equilibrio galáctico. Habían vuelto a emplear el superláser en la Batalla de Scarif y esa vez había arrasado toda una región y varias naves rebeldes atrapadas bajo su escudo. El Emperador Palpatine había disuelto el Senado Imperial. Su mano derecha, el misterioso Darth Vader, había localizado y apresado a la rebelde clandestina y ya exsenadora Princesa Leía Organa. El director de la Estrella de la Muerte, el gran moff Wilhuff Tarkin, había usado su planeta natal, Alderaan, para mostrar el verdadero alcance del poder de la estación de combate plenamente operativa. Iden había sido testigo de ello. Todos a bordo de la Estrella de la Muerte habían recibido la orden de detenerse y mirar con sus propios ojos o por una pantalla. Con sus traicioneros actos, los rebeldes de Alderaan no solo habían causado su propia aniquilación, sino también la de aquellos civiles que parecían tan decididos a proteger. No podía quitarse la imagen de la cabeza: un planeta, todo un mundo volatilizado en cuestión de segundos. Como lo estarían pronto prácticamente todos los enemigos del Imperio. Dentro de muy, muy poco, la galaxia entendería de manera clara y definitiva lo inútil que era cualquier tipo de resistencia. Y entonces… Entonces volvería el orden y aquella caótica y absurda «rebelión» se terminaría. Todas las horas de trabajo, todos los créditos y esfuerzos empleados en controlar y dominar varios mundos rebeldes se podrían emplear por fin para ayudarlos. Por fin habría paz. El suceso sería muy impactante, no había duda. Pero debía serlo y se hacía por un bien mayor. Cuando todos estuvieran bajo los auspicios del Imperio, lo entenderían. Y aquel glorioso momento estaba a punto de llegar. Tarkin había localizado la base secreta en una de las lunas de Yavin. La base y la luna estaban a unos instantes de su destrucción. Pero algunos de los rebeldes no estaban dispuestos a rendirse sin más. Unos pocos se habían lanzado al espacio y en aquellos momentos estaban organizando un débil ataque contra la gigantesca estación espacial. Los treinta cazas X e Y que los rebeldes habían logrado reunir eran lo bastante pequeños para sortear las torretas defensivas de turboláser de la estación, a la que sobrevolaban como moscas.

Y, como moscas, su simbólica y fútil resistencia caería arrasada por Iden y los demás pilotos, tal como les había ordenado lord Vader. En siete minutos, la luna de Yavin y todos los rebeldes a los que había dado cobijo no serían más que desechos espaciales. Aquel era el último día de la rebelión. Iden notaba los latidos de su corazón en sus oídos cuando saltó desde la escalerilla hasta el interior de su caza, se ajustó el traje de piloto y se puso el casco. Sus dedos enguantados volaron ágilmente sobre las consolas y revisó rápidamente las lecturas mientras realizaba las comprobaciones de vuelo. La escotilla se cerró con un zumbido y quedó atrapada en aquel vientre metálico y negro. Al cabo de unos segundos estaba haciendo piruetas en la oscuridad fría del espacio, donde el inconfundible aullido de su nave quedaba enmudecido. Y allí estaban, sobre todo Alas-X… la respuesta rebelde a los cazas TIE. Eran unas excelentes naves monoplaza y volaban cerca del casco de la estación, aunque algunos calculaban mal las distancias y terminaban estrellándose contra las paredes de las trincheras que surcaban la Estrella de la Muerte. «Suicidas», pensó Iden, aunque sabía que eso mismo solía decirse trincheras de los que pilotaban los cazas TIE. Porque a aquellos pequeños cazas estelares solo podías amarlos u odiarlos. El TIE era inconfundible, rápido y disponía de unos cañones láser bastante letales, aunque era más vulnerable que otras naves y no contaba con escudos deflectores. El truco era acabar con tu enemigo rápido… algo que a ella se le daba mejor que a ningún otro miembro de su escuadrón. A Iden le gustaba porque todo estaba a mano: los controles de vuelo, los visores, los sistemas de puntería, los equipos de rastreo y antirrastreo. Escuchó los familiares pitidos del equipo mientras fijaba su blanco en uno de los Ala-X. Balanceó su nave lateralmente mientras la embarcación enemiga maniobraba en un encomiable, aunque finalmente vano, intento por escapar. Disparó. Unos láseres verdes atravesaron el Ala-X que saltó en pedazos con una intensa llamarada. Un rápido recuento en su pantalla le dijo que sus compañeros también estaban diezmando la jauría de rebeldes. Frunció levemente el ceño al ver los puntitos luminosos de su pantalla. Algunos se estaban desviando del grupo y se lanzaban hacia la Estrella de la Muerte, mientras otros parecía que intentaban alejar a sus TIE de la estación. Iden vio un Ala-Y, aquellas naves enemigas le recordaban al esqueleto de un ave de presa, y la siguió rodando sobre sí misma y colocándose a un lado. Nuevas ráfagas verdes cortaron la oscuridad estrellada y la nave desapareció. Su mirada se desvió ahora hacia los más suicidas entre los cazas enemigos que descendían hacia las zanjas. Que ella supiera, nadie había contado a ninguno de los seis pilotos de su escuadrón por qué los rebeldes habían adoptado la peculiar táctica de volar por las trincheras.

Iden había crecido recibiendo la información a medida que la necesitaba, ya fuera desde a qué se dedicaba exactamente su padre en el Imperio hasta lo que estaba diseñando ese día su madre o incluso lo que tendrían para cenar. Se había habituado a aquello, aunque no le gustase. —Atención, pilotos —oyó la voz de su comandante, Kela Neerik, en su oído y por un breve y maravilloso instante creyó que iba a explicarles qué estaba pasando, pero solo les dijo—. La Estrella de la Muerte está a seis minutos del objetivo. Iden se mordió los labios, preguntándose si debía hablar. «No, no», se dijo, pero las palabras tenían vida propia. Sin darse cuenta, ya se le estaban escapando. —Con el debido respeto, comandante, si solo faltan seis minutos para la destrucción de toda la luna, ¿qué hacemos aquí? Es evidente que treinta naves monoplaza no le van a causar ningún daño a la Estrella de la Muerte en tan poco tiempo. —Teniente Versio —la voz de Neerik fue fría como el espacio—, no crea que la posición de su padre le concede ningún privilegio. Estamos aquí porque lord Vader nos ha ordenado que lo estemos. Quizá quiera preguntárselo personalmente cuando regresemos a la estación. Estoy segura que estará encantado de comentar su estrategia militar con usted. Iden sintió un nudo en el estómago al imaginar una charla «personal» con lord Vader. No lo conocía en persona, afortunadamente, pero había oído rumores espeluznantes. —No, comandante, no será necesario. —Eso pensaba. Cumpla con su deber, teniente Versio. Iden frunció el ceño, pero decidió ignorarlo. No era necesario entender a los rebeldes, solo destruirlos. Como si pudieran sentir su renovada determinación, los pilotos rebeldes frieron a por todas. Vio un fugaz destello y cuando se giró para mirarlo se dio cuenta, horrorizada, que los cascotes que volaban por todas direcciones eran negros. No sabía quién acababa de morir. Los cazas TIE eran tan iguales entre sí que resultaban prácticamente indistinguibles. Sus pilotos no debían tenerles el afecto que se sabía que sentían los rebeldes por sus cazas. Una nave solo era una nave, nada más.

Y ella entendía que, para el Imperio, un piloto solo era un piloto, tan prescindible e intercambiable como las naves que pilotaba. «Todos estamos a las órdenes del Emperador», le había inculcado su padre desde que era lo bastante mayor para comprender lo que era un emperador. «Nadie es indispensable». Iden ya había visto caer naves imperiales antes, lógicamente. Aquello era una guerra y ella una soldado. Aunque no fuera indispensable. La media sonrisa que había esbozado gran parte del combate se esfumó y frunció los labios con ira. Se desvió, quizá demasiado violentamente, hacia la derecha y apuntó a otro Ala-X. En solo unos segundos, este estalló en una bola de fuego amarilla y naranja. —Te pillé… —masculló. —Sin comentarios, Versio —le advirtió Neerik, alzando ligeramente la voz, aunque más cordialmente—. Lord Vader va a concedernos el honor de unirse a nosotros dentro de poco. Sus pilotos y él se concentrarán en los elementos hostiles que surcan la zanja del ecuador. Todas las restantes unidades tienen órdenes de redirigir sus ataques hacia las naves rebeldes del perímetro magnético. Iden estuvo a punto de lanzar un grito de protesta, pero se contuvo a tiempo. Era evidente que, por algún motivo aún desconocido para el escuadrón, aquella táctica desconcertante de los pilotos rebeldes estaba generando mucha preocupación. Lord Vader jamás se molestaría en ocuparse personalmente de ellos si no fuera así. Prácticamente todo lo que sabía de Darth Vader eran meras especulaciones. La única excepción era una confesión de su padre, en uno de aquellos raros momentos en los que se mostraba menos taciturno de lo habitual con su única hija. —Lord Vader tiene un gran poder —le había dicho—. Posee unos instintos y reflejos prodigiosos. Y… ciertas habilidades que nuestro Emperador considera enormemente valiosas. Sí. Vader les sacaba una cabeza a todos los demás… literalmente y en sentido figurado. Pero no eran los amigos de Vader los que estaban muriendo en aquella batalla e Iden ardía en deseos de ser quien se vengase de los rebeldes.

Lanzó un resoplido con la certeza de que podrían oírla y dejó de seguir al Ala-X, frunciendo el ceño al ver un láser rojo pasando peligrosamente cerca de las frágiles alas de su caza. Aquello había sido culpa suya, por desconcentrarse. Remedió su descuido de inmediato, alejándose de la estación hacia un par de Alas-Y que intentaban, con éxito, llamar su atención. En cualquier otro momento, se habría divertido jugando con ellos, eran unos pilotos bastante decentes, aunque los de los Alas-X eran mejores, pero estaba demasiado cabreada. Apuntó al Ala-Y más próximo, fijó el blanco y lo voló en pedazos. Ver los restos del caza estelar volando por el espacio fue una pequeña compensación por las muertes de sus compañeros. —La Estrella de la Muerte está a dos minutos de su objetivo. Mantened la distancia con el planeta. Entendió que aquel era el motivo por el que Neerik hacía la cuenta atrás. Iden debía reconocer que el piloto del otro Ala-Y era valiente, aunque insensato. Su nave se alejaba ahora de la Estrella de la Muerte a toda velocidad. ¿Volvía hacia la luna de Yavin, decidido a morir noblemente con su base, o solo intentaba escabullirse? «Ni hablar», pensó Iden y siguió con su persecución. Colocó la nave en su punto de mira y disparó. No redujo la velocidad cuando estalló, se limitó a ascender y pasar sobre la bola de fuego y los escombros. Se ajustó el arnés de seguridad e hizo descender suavemente su TIE hasta colocarlo frente a otro Ala-Y para lanzar un disparo perfecto. Tras la nave se alzaba la pálida luna que era la Estrella de la Muerte, con sus gigantescas dimensiones el caza rebelde le recordó a uno de los juguetes con los que le dejaban jugar de niña. El Ala-Y volaba hacia Yavin tan rápido como podía, virando erráticamente lo bastante para que Iden frunciese el gesto al intentar fijarlo en su blanco. Un repentino resplandor intenso llenó todo su campo de visión. Momentáneamente cegada, se zarandeó violentamente, con su caza TIE cayendo fuera de control. Al recuperar la vista, se dio cuenta de que volaban tantos cascotes hacia ella como si hubiera aparecido de repente en un campo de asteroides. Su concentración, siempre tan intensa, alcanzó una precisión de láser mientras maniobraba y los esquivaba frenéticamente, sorteando los restos más grandes y deseando con todo su ser que los cazas TIE tuvieran escudos. Dio media vuelta a la nave y la lanzó en picado, respirando profunda y regularmente el oxígeno que seguía fluyendo. Pero en lo más hondo de ella sabía que solo era cuestión de tiempo. Había demasiados escombros, algunos del tamaño de cápsulas de salvamento, otros pequeños como puños, y estaba rodeada de ellos. Los pedazos más pequeños ya estaban magullando su TIE.

Antes o después, impactaría con uno de los grandes y tanto la teniente Iden Versio como su nave quedarían reducidas a pedazos esparcidos por lo que quedase de la luna de Yavin. No sabía cómo, pero había terminado acercándose demasiado al objetivo de la Estrella de la Muerte y había quedado atrapada en el caos que siguió a su destrucción… justo aquello sobre lo que su comandante le había advertido. Pero ¿cómo era posible? —Mayday, mayday —gritó Iden, incapaz de mantener un tono sereno mientras maniobraba desesperadamente para evitar el desastre—. Aquí TIE Sigma Tres, solicito ayuda. Repito, al habla el TIE Sigma Tres, solicito ayuda. ¿Me reciben? Cambio. Silencio. Un silencio frío, absoluto y terrorífico. Y lo inevitable terminó sucediendo. Algo impactó contra el TIE, fuerte. La nave dio una sacudida y salió dando tumbos en otra dirección, pero no estalló. Un pedazo de una de sus finas alas pasó por el campo de visión de Iden y esta entendió que había perdido por completo el control de su nave. Otros entrarían en pánico, o llorarían, o clamarían al cielo. Pero a Iden la habían educado para no rendirse jamás y en aquel momento agradeció lo implacable que se había mostrado su padre. La nave daba tumbos y, dado que no podía hacer nada por detenerla, dedicó unos segundos a la contemplación. La expectativa de una muerte violenta, posiblemente dolorosa y larga no la asustaba demasiado, pero lo que vio en aquellos segundos la aterrorizó hasta la médula. La luna azul y verde de Yavin. Completamente intacta. «¡No puede ser!». Recordó el estremecedor silencio en su comunicador. Entonces lo supo y, en cuanto su cerebro asimiló algo que se suponía que era imposible, que nadie había imaginado siquiera que fuese posible, reconoció los cascotes que intentaba desesperadamente esquivar. Eran de fabricación imperial. «Imperiales». Pedazos de la mayor estación de combate que… Un grito ahogado de incredulidad hizo estremecer su cuerpo. Iden Versio apretó los dientes para reprimir un segundo arrebato, cerrando los labios para atraparlo en su interior.

Era una Versio y los Versio no se dejaban llevar por el pánico. La destrucción de la Estrella de la Muerte era la brutal e irrevocable constatación de que lo imposible era ahora posible. Y eso significaba que podría salir viva de allí. E iba a hacerlo. Logró recuperar el control y analizó la situación con una claridad diáfana, prácticamente dolorosa. Por suerte, el impacto de los cascotes no solo le había dañado el ala, sino que también la había propulsado hacia la luna y, sin la atracción de la masa de la Estrella de la Muerte como contrapunto, la gravedad del pequeño satélite de Yavin estaba tirando de ella. No podía decidir dónde iba, pero podía maniobrar. Pasó a la ofensiva, su táctica preferida, pero esta vez no para luchar contra una nave rebelde. Ahora sus enemigos eran los escombros que volaban hacia ella. Giró hacia la superficie de la luna, disparando y reduciendo a pedazos todo lo que se le ponía por delante. Aquellas cosas le salían con mucha naturalidad, así que dejó que una parte de su mente se centrase en cómo afrontar la reentrada en la atmósfera, el posterior aterrizaje forzoso y su eyección. Después tendría que evitar ser capturada, robar una nave y huir con ella, suponiendo que lograra aterrizar de una pieza en la luna de Yavin. Y allí estaba otra vez, aquel escalofrío de pánico, animal y primitivo, oprimiéndole la garganta. Tragó saliva mientras un sudor frío le empapaba el cuerpo… «… bajo mi uniforme de oficial imperial…». «… bajo mi casco de piloto de caza TIE…». Volvió a respirar hondo. La reserva de oxígeno era limitada, pero era preferible usarla en aquel momento para que la ayudase a concentrarse que cuando ya fuese presa del pánico. Por lo que sabía, era la única superviviente entre más de un millón de víctimas de aquel acto de terrorismo rebelde. Debía sobrevivir, aunque solo fuera para honrar la memoria de los que no lo habían hecho. Los que no habían perseguido a su enemigo en un equivocado acto impulsivo que le había regalado una segunda oportunidad en la vida. Encontraría la manera de regresar al espacio imperial, dispuesta a seguir luchando contra la Alianza Rebelde tanto como fuera necesario para eliminar hasta el último de aquellos bastardos. Con la mandíbula tensa y los ojos entrecerrados por la determinación, Iden Versio se preparó para un aterrizaje movidito.

.

Declaración Obligatoria: Como sabe, hacemos todo lo posible para compartir un archivo de decenas de miles de libros con usted de forma gratuita. Sin embargo, debido a los recientes aumentos de precios, tenemos dificultades para pagar a nuestros proveedores de servicios y editores. Creemos sinceramente que el mundo será más habitable gracias a quienes leen libros y queremos que este servicio gratuito continúe. Si piensas como nosotros, haz una pequeña donación a la familia "BOOKPDF.ORG". Gracias por adelantado.
Qries

Descargar PDF

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

bookpdf.org | Cuál es mi IP Pública | Free Books PDF | PDF Kitap İndir | Telecharger Livre Gratuit PDF | PDF Kostenlose eBooks | Baixar Livros Grátis em PDF |