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Escritoras del siglo XX. Relatos de fantas – Varios autores

Durante más de doscientos años las historias de fantasmas han ejercido una particular fascinación sobre las escritoras. Desde las novelistas ‘góticas’ del siglo dieciocho, pasando por los cuentos de Mary Shelley y la señora Oliphant, hasta Elizabeth Bowen y Angela Carter, las mujeres han utilizado el misterio que supone lo sobrenatural para lanzar un reto a los mitos y para explorar de modo sorprendente e inquietante temas de sexo, amor e identidad. Esta maravillosa colección de cuentos del siglo veinte -muchos de ellos de las décadas de los veinte y de los treinta, la época de oro del cuento de fantasmas- incluye obras de unas treinta escritoras, entre ellas Enid Bagnold, E. M. Delafield, Elizabeth Jane Howard, Rose Macaulay, E. Nesbit, May Sinclair, Elizabeth Taylor, Rosemary Timperley, Mary Webb y Edith Wharton, así como tres historias, especialmente encargadas para este volumen, de Angela Carter, Sara Maitland y Lisa St. Aubin de Terán. Todas ellas muestran un sutil poder para deleitar y estremecer al mismo tiempo mientras exploran los linderos fantasmagóricos de lo sobrenatural que forman parte tanto de la experiencia privada como de la tradición popular. Absorbente, entretenida, deliciosamente turbadora, esta colección constituye una lectura irresistible para aquellos a quienes les gusta sentir miedo. Título Original: The Virago book of ghost stories Traductor: Cristina Pagès Autor: Dalby, Richard (editor) ©1987, Planeta ISBN: 9780860688105 Generado con: QualityEbook v0.35 Relatos de fantasmas ESCRITORAS del siglo XX CYNTHIA ASQUITH ENID BAGNOLD ELIZABETH BOWEN ANGELA CARTER E. M. DELAFIELD STELLA GIBBONS WINIFRED HOLTBY ELIZABETH JANE HOWARD ELIZABETH JENKINS ROSE MACAULAY SARA MAITLAND F. M. MAYOR E. NESBIT MAY SINCLAIR ELIZABETH TAYLOR LISA ST. AUBIN DE TERÁN ROSEMARY TIMPERLEY MARY WEBB FAY WELDON EDITH WHARTON y otras RICHARD DALBY, que ha realizado la selección de estos relatos, es un investigador literario y un bibliógrafo cuyas obras publicadas incluyen varias antologías de cuentos de fantasmas: The Sorceress in Stained Glass, The Best Ghost Stories of H. Russell Wakefield, Dracula’s Blood y Ghosts and Scholars. Vive en Yorkshire del Norte, Gran Bretaña. Relatos de fantasmas Escritoras del siglo XX Seleccionados por Richard Dalby Introducción de Jennifer Uglow Traducción de Cristina Pagès Planeta COLECCIÓN NARRATIVA Dirección: Rafael Borras Betriu Consejo de Redacción: María Teresa Arbó, Marcel Plans, Carlos Pujol y Xavier Vilaró Título original: The Virago book of ghost stories © Richard Dalby, 1987, para la selección de relatos, el prefacio y las notas sobre las autoras © Jennifer Uglow, 1987, para la introducción All rights reserved Editorial Planeta, S. A., Córcega, 273-277, 08008 Barcelona (España) Diseño colección y cubierta de Hans Romberg (realización de Francesc Sala) Ilustración cubierta: detalle de «Ophelia», de Gerald Brockhurst Primera edición: diciembre de 1988 Depósito legal: B. 41.621-1988 ISBN 84-320-7208-7 ISBN 0-86068-810-0 editor Virago Press, Londres, edición original Printed in Spain – Impreso en España Talleres Gráficos «Duplex, S. A.


», Ciudad de Asunción, 26-D, 08030 Barcelona PREFACIO «MI «actitud» hacia las historias de fantasmas es de interés embelesado y de admiración, si se cuentan bien. Considero los cuentos de fantasmas como una forma de arte perfectamente legítima y, a la vez, la más difícil. Los fantasmas tienen su propio ambiente y su propia realidad; tienen también su propio escenario dentro de la realidad diaria que conocemos; el narrador maneja dos realidades al mismo tiempo…» (May Sinclair, Bookman, 1923). Desde los primeros tiempos del sublime terror gótico de Ann Radcliffe, Clara Reeve y Mary Shelley, las mujeres han producido muchos de los mejores cuentos de fantasmas. Así lo han reconocido los expertos del género, desde M. R. James hasta Roald Dahl, pero no se encuentra reflejado adecuadamente en las antologías, en las que a menudo el noventa por ciento de los cuentos son de hombres. La presente colección intenta remediar esa situación. Ésta es una antología de cuentos del siglo XX. El volumen que lo acompañará, Historias de fantasmas de escritoras de la época victoriana, que será publicado el año próximo, incluirá obras de Elizabeth Gaskell, Mary Braddon, la señora Oliphant, Rhoda Broughton, Mary E. Wilkins, Willa Cather y muchas más. Hay tal riqueza de cuentos de fantasmas en el siglo XX que, por razones de espacio, hemos tenido que excluir a algunas escritoras, entre ellas a Joan Aiken, Christine Brooke Rose, A. S. Byatt, Clotilde Graves, Elizabeth Fancett y Margaret Irwin. He intentado que mi selección resultara tan variada y tan representativa como fuera posible, yendo desde fines de la época de Eduardo VII hasta la década de los ochenta, e incluyendo tanto a escritoras que son famosas dentro del género, como a aquellas que, aunque rara vez, experimentaron el éxito con él. Los relatos están organizados por orden cronológico, de modo que el lector pueda percibir fácilmente la evolución de los cuentos de fantasmas en el curso de los últimos setenta y cinco años. Los primeros, en particular los de la «época dorada» del género, antes de la guerra, poseen una cualidad intemporal que los hace fácilmente accesibles para los lectores modernos. Todos ellos son ejemplos de narraciones buenas e imaginativas, con un soberbio manejo de lo sobrenatural. RICHARD DALBY AGRADECIMIENTOS EL permiso para reproducir los cuentos incluidos ha sido amablemente otorgado por: «El recuerdo», May Sinclair, copyright May Sinclair 1923, por Curtis Brown Ltd., Londres; «La tercera sombra», Ellen Glasgow, copyright 1923 por Doubleday & Company, Inc., renovado en 1951 por First and Merchants National PPJK de Richmond SPCA y por Harcourt Brace Jovanovich, Estados Unidos; «La cacerola encantada», Margery Lawrence, en Nights of the Round Table, 1926, por David HighamAssociates, Ltd., Londres; «El fantasma amoroso», Enid Bagnold, por los albaceas de Enid Bagnold; «El accidente» y «Una mujer persistente», Marjorie Bowen, por Hilary Long; «La sala de espera», Phyllis Bottome, en Strange Fruit, 1928, por David Higham Associates, Ltd., Londres; «Sophy Mason regresa», E. M. Delafield, por Rosamund Dashwood; «La casa de muñecas», Hester Gorst, copyright Hester Gorst 1933, por la autora; «El relato de la enfermera de noche», Edith Olivier, por John Johnson, Ltd.

, Londres; «El seguidor», lady Cynthia Asquith, por los albaceas de lady Cynthia Asquith; «La torre vociferante», Stella Gibbons, copyright Stella Gibbons 1937, por la autora; «Los felices campos otoñales», Elizabeth Bowen, copyright Elizabeth Bowen 1944, por Curtis Brown, Ltd., Londres y por Alfred A. Knopf Inc., Estados Unidos; «El aula vacía», Pamela Hansford Johnson, por Curtis Brown Ltd., Londres, en nombre de los albaceas de Pamela Hansford Johnson; «Tres millas más arriba», Elizabeth Jane Howard, copyright Elizabeth Jane Howard 1951, por la autora; «Encubrimiento», Rose Macaulay, copyright la herencia de Rose Macaulay 1952, por A. D. Peters Ltd., Londres; «Pobre chica», Elizabeth Taylor, por A. M. Heath, Ltd., Londres; «De ninguna manera, mi amor», Elizabeth Jenkins, copyright Elizabeth Jenkins 1955, por la autora; «La maestra vestida de negro», Rosemary Timperley, copyright Rosemary Timperley 1969, por la autora; «Una extraña experiencia», Nora Lofts, copyright Norah Lofts 1971, por Curtis Brown Ltd., Londres, representando la herencia; «Roturas», Fay Weldon, copyright Fay Weldon 1975, por la autora y por Hodder & Stoughton Ltd., Londres y por Antony Sheil Associates Ltd., Londres; «Control dual», Elizabeth Walter, en Dead Woman, copyright Elizabeth Walter 1975, por la autora. «Dama con unicornio», Sara Maitland, copyright Sara Maitland 1987; «Diamond Jim», Lisa St. Aubin de Terán, copyright Lisa St. Aubin de Terán 1987; «Ashputtle», Angela Carter, copyright Angela Carter 1987. Se han realizado grandes esfuerzos por descubrir quiénes poseían todos los derechos de autor de todo el material de este libro. Si el antologista se ha pasado alguno por alto, lo lamenta y sugiere que, en tal caso, se pongan en contacto con la editorial. INTRODUCCIÓN NO hay nada comparable con el agradable escalofrío, el estremecimiento y el demorado asombro que despierta en uno un cuento de fantasmas realmente bueno. Nos encanta que nos asusten, a sabiendas de que estamos a salvo —cerrar el libro y sentir bienestar al ver el contorno de una habitación familiar—. Sin embargo, como si despertáramos de un sueño, esa habitación no será precisamente igual a lo que era antes: lo extraño ha contaminado lo ordinario, las alas de lo desconocido lo han rozado. En la presente colección, como descubrirá el lector, hasta una cacerola puede ocultar un espectro. Pero ¿son distintos los fantasmas de las mujeres de los de los hombres? En la ficción, al menos, muchos aficionados no ven ninguna diferencia. Richard Dalby, una respetada autoridad en la materia, afirma que si uno lee un excelente cuento de fantasmas, sin saber el sexo del autor, es a menudo virtualmente imposible adivinarlo; cuando Elizabeth Jane Howard y Robert Aickman escribieron We Are for the Dark, tres cuentos cada uno, casi todo el mundo se equivocó al atribuirlos a uno o a la otra.

Así pues, al compilar esta antología, Dalby ha seleccionado algunos de los mejores cuentos modernos, que, por casualidad, resultaron ser de mujeres. Sin embargo, los cuentos de fantasmas, a menudo son más que un juego y, cuando me enfrasco agradablemente en uno de tales relatos macabros, me encanta (de más de un modo) la forma en que los espectros parecen emanar de la vida de las mujeres, de sus pertenencias, de su ira, de sus temores y de sus luchas. Las mujeres llevan a sus narraciones las cualidades de sus experiencias particulares, el hecho de haber vivido al margen. Hasta hace poco, aunque varias generaciones han disfrutado de sus cuentos, esta contribución ha sido pasada por alto. Una «gran tradición» de narraciones sobrenaturales desciende de Walpole a Poe y a Hawthorne, a Stevenson y a Kipling, a Le Fanu y a Henry James, a M. R. James y a Arthur Machen. Los estudios acerca del género dejan a menudo a un lado a las mujeres, rivales de dichos maestros, invisibles y silenciosas. No obstante, han estado ahí desde el principio. La señora Radclif e, cuyo Mysteries of Udolpho se publicó en 1794, cuando florecía el «gótico»1, heraldo de lo fantástico moderno, fue la primera en precisar la sutil diferencia entre terror y horror, en 1826: Deben ser hombres de imaginación muy fría, para quienes la certidumbre es más terrible que la conjetura. El terror y el horror son tan opuestos que el primero ensancha el alma y despierta en las facultades un grado más elevado de vida; el otro las contrae, las congela y casi las aniquila. Y, ocho años antes, la creación, mecánica y sin embargo llena de sentimiento, de Frankenstein ya había saltado de la mente de una jovencita de diecinueve años, Mary Shelley, para pasearse a través de los helados descampados hacia nuestro futuro. Las escritoras siempre se han destacado en este género, así como en otras variedades de ficción. Las buenas narradoras de cuentos de fantasmas son tantas, de hecho, que superan el espacio de un único volumen, por lo que nos ha parecido necesario dividirlas, empezando por las más cercanas en el tiempo (¡no se preocupen: habrá más!). Y aun así, hay otras que quisiéramos incluir pero que tuvimos que dejar al margen, en el frío, llorando, como muchos de sus propios fantasmas, pidiendo que se les dé espacio y se les haga nuevamente visibles. Muchos de sus relatos aparecieron por primera vez en revistas que ahora se vuelven amarillentas en los armarios, si no han sido perdidas para siempre, o figuran en anuarios y antologías que tuvieron vigencia una temporada y hace mucho que están agotados. Una de las alegrías de este volumen es que atrae la atención hacia varias mujeres que han hecho suya la forma: Cynthia Asquith, responsable de los influyentes Ghost Books de los años veinte a los cincuenta; Margerie Lambe, reina de las revistas de misterio olvidadas desde hace tanto tiempo; Eleanor Scott, autora de la tan solicitada colección, Randall’s Round; Hester Gorst, que ya tiene cien años, y que es tan experta al evocar un espectro como lo fue su tía abuela, la señora Gaskell; Rosemary Timperley, una de las mejores escritoras contemporáneas de cuentos de fantasmas. Algunas de las otras narradoras que contribuyen a este volumen —Edith Nesbit, Mary Webb, Elizabeth Bowen, Fay Weldon, Angela Carter— se han sentido siempre atraídas por esas esferas cambiantes donde un soplo de lo fantástico trastorna la vida diaria. Pero la lista incluye también nombres que se relacionan con tipos muy distintos de narración: Edith Wharton, E. M. Delafield, Winifred Holtby, Pamela Hansford Johnson, Rose Macaulay, Elizabeth Taylor, Norah Lofts. Ellas también hacen aparecer espíritus en mundos coloreados por sus propias cualidades especiales: su realismo cómico, su aguda percepción de la personalidad, sus opiniones políticas, su sentido de lo exótico. A pesar de que todos estos cuentos son del presente siglo, uno se asombra al ver cuán extrañamente antiguos parecen ser, como si miraran por encima del hombro hacia una lejana época. Esto es algo inherente, en parte, al tema; los fantasmas surgen del pasado, ya sea de una persona, ya sea de un lugar o de una sociedad. Tiene que ver, en parte, con la historia cultural, pues las escritoras evocan a menudo formas antiguas.

Angela Carter regresa al relato oral popular; Sara Maitland, a la iconografía de las tapicerías medievales; Winifred Holby, a la sátira clásica de los malos gobiernos, donde la erupción de otro mundo revela, con hilaridad, la idiotez del presente. Aun donde no existe una deuda formal con el pasado, las autoras son arqueólogos que excavan en él. Algunas, como E. M. Delafield, mondan gradualmente las capas del tiempo, siguiendo al revés la huella del fantasma hacia el pasado, desde una aparición reciente, por medio de chismes y rumores, hasta llegar a unos documentos originales escritos tiempo atrás y jamás leídos, donde el fantasma habla en sus propias palabras. Otras abren el tiempo, como una caja de Pandora, soltando el inquieto espíritu de cartas y fotografías descoloridas. «Tienes algunas cosas bien mórbidas en esta caja, Mary», dice Travis, que tiene los pies bien puestos en la tierra, en Los felices campos otoñales de Elizabeth Bowen. Elizabeth Taylor nos ofrece incluso un fantasma del futuro: el tiempo se vuelve unidimensional, el pasado fluye dentro del presente como una corriente fría debajo de la superficie de un poderoso torrente. La sensación de leer algo anticuado se debe también al desarrollo del propio género. Las historias de fantasmas modernas, en su forma corta, empezaron realmente en la década de 1820 y llegaron a su auge en publicaciones de fines del siglo XIX, tal el Household Words de Dickens. Según han afirmado historiadores del género, como Julia Briggs, la atracción por lo sobrenatural coincidió, tal vez no por casualidad, con una pérdida general de la fe religiosa y con la rápida extensión de la industrialización. Ambas presiones pueden haber creado la necesidad de recordar espíritus antiguos y mágicos que prometían la existencia de otro mundo, aunque ése resultase bastante incómodo. Fue éste uno de los argumentos de Freud en su ensayo de 1919, Lo misterioso. La popularidad de los cuentos de fantasmas perduró hasta fines de la década de los años 30 y murió, con las revistas en que florecieron, tras la segunda guerra mundial. Hoy día resurge el interés por este género literario. Quizá nuestro tiempo, en el cual la gente se refiere a los valores victorianos, se ha visto privado aún más de cierta cosmología que el de los propios victorianos; la física cuántica, el psicoanálisis, un nuevo surrealismo en el arte, la literatura y las películas, el análisis lingüístico, han adelantado saltando uno por encima del otro, y han estremecido y puesto en tela de juicio suposiciones hasta ahora bien organizadas acerca de la realidad. Lo «real» ha llegado a parecer claramente irreal. Ya en 1952, en su introducción a The Second Ghost Book, Elizabeth Bowen llamó la atención del lector sobre el modo en que los fantasmas modernos se estaban instalando alegremente como en su casa:

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