debeleer.com >>> chapter1.us
La dirección de nuestro sitio web ha cambiado. A pesar de los problemas que estamos viviendo, estamos aquí para ti. Puedes ser un socio en nuestra lucha apoyándonos.
Donar Ahora | Paypal


Como Puedo Descargar Libros Gratis Pdf?


Esclava de Fuego, Fantasía Erótica con la Princesa Virgen y el Señor de los Dragones – Sara Toledano

Los lamentos del hombre retumbaron en el gran campo de batalla. Con una pierna fracturada y con su caballo mal herido a su lado, las súplicas fueron su única alternativa. ¿La razón? Estaba rodeada del olor de la muerte. De trozos de cuerpo, de sangre, de agonía. Era así. Por donde se mirara. Apenas tuvo fuerza para moverse lo suficiente como para tratar de hablar con fuerza. Sobre él, estaban las patas de un enorme caballo negro. Con el resoplido en el hocico y con los globos oculares rojos de ira. La mirada fría de un par de ojos grises, le hizo sentir que cualquier cosa que le dijera, era inútil. El caballero era el señor de esas tierras y el desafío de invadirlas, requirió pagar el precio. La osadía era un descaro que no pudo pasar por debajo de la mesa. No ante El Padre. La tierra retumbó sobre el cuerpo del hombre porque el caballero de ojos fríos, bajó de su fiel animal. Acarició su cabeza por un rato, como ignorando la presencia de esa pobre alma que imploraba misericordia. -Por favor, mi señor. La gente habla que usted es poderoso, que usted es valiente y que sabe el valor de la vida. Usted debe de saberlo porque arriesga la suya cuando va en batalla. Señor… El Padre dio unos cuantos pasos hasta que su enorme sombra cubrió por completo la figura disminuida del hombre herido. -No todas las vidas tienen valor, mi señor. Él no supo qué decir ante semejante respuesta. En parte porque las palabras hicieron eco en su mete y retumbaron hasta en el último rincón de su cuerpo. Sin embargo, también era porque la presencia de su interlocutor, le resultaba intimidante y más aún cuando lo miró despojarse de su casco. Al hacerlo, los cabellos de un rojo encendido, se movieron con el viento, luciendo como unas largas e intensas llamadas. Su figura alta, altísima de más de 2 metros, se impuso ante la planicie de lo que fue una vez un escenario de muerte y desesperación.


Dejó el casco en el lomo del caballo y se agachó para hablar con un poco más de cercanía. En esa posición, el hombre pudo admirar con más temor la contextura de El Padre. Piernas y muslos enormes, torso firme, brazos de hierro. Una espalda ancha y gruesa. Parecía más una bestia que un hombre. -Por favor, señor. Me han hablado de su misericordia, de que es capaz de perdonar, que tiene buen corazón. Él sonrió con ironía. -¿En serio? ¿Así se refieren a mí? ¿Cómo si fuera una buena persona? Vaya, eso sí que es nuevo. -Se lo suplico, mi señor. Tengo esposa e hijas. Sólo quiero regresar con ellas. El Padre extendió su mano cubierta del metal brillante de la armadura para acariciar el mentón del moribundo. Contuvo unas palabras porque le pareció divertido verlo así, humillado. -No hará falta, mi señor. Ellas lo están esperando en el otro lado. Se colocó de pie con rapidez y antes de que el hombre pudiera exclamar palabra, el acero caliente de la espada del caballero, cortó su cabeza limpiamente. El aire se cargó del olor metálico de la sangre. Al fondo, el sonido de las aves en el cielo. -Hoy fue un buen día. A cientos kilómetros de allí, un monarca de un reino próspero y libre, miró con preocupación una correspondencia que se le entregó horas antes. En pocas palabras, una gran amenaza se acercaba a pasos agigantados. En vista de la situación, se levantó de la silla y dio unos cuantos pasos por el estudio. El único espacio en que se permitía estar lejos de la guardia real. La verdad, era que no sabía qué hacer.

Se llevó las manos en la cabeza y siguió preguntándose cuál era la mejor solución. Sin embargo, era algo difícil de decir. Temía por sí mismo y por su gente. II -Mi señora, no puede permanecer demasiado tiempo aquí. Es peligroso para usted. -Venga, Eleonora. No pasa nada. He venido para aquí infinidad de veces. Aquí ya me conocen. -Por eso se lo digo. Aquí saben que usted es la princesa y podrían hacerle daño. -Confía un poco en la gente, Eleonora. No todos son tan malos como crees. Helena caminó por la calles del bazar sin preocupación alguna. Fue de aquí para allá, comprando, mirando y riendo. Era lo que más le gustaba hacer durante los días que tenía tiempo para bajar al pueblo. El conocer a la gente, el de saber cómo vivían. Desde niña siempre fue así. Al principio, sus padres la sometieron a un régimen estricto de vigilancia debido a que se escapa demasiadas veces. Sin embargo, llegó el punto en que se rindieron y optaron dejarla pasearse entre la gente como quisiera. Así llegó a volverse tan familiar como una más del montón. Esa identidad de mujer común y corriente le daba una agradable sensación de que por lo menos algunas horas, podría pretender que era alguien más. Por otro lado, hubo un hecho que no se dejaba escapar del ojo público. Era innegable su belleza. Era alta, de tez blanca y ojos verdes.

Su cabello, largo y dorado, siempre estaba arreglado con trenzas porque le gustaba la sensación de libertad que le daba. La nariz recta y los labios finos, una cintura pequeña y un andar dulce que la hacía ver como si flotara sobre el suelo. Su imagen era impactante para quien la viera. Su personalidad dulce también resaltaba por su carácter fuerte. No temía ser sincera ni decir las cosas de frente. Fue por ello que más de una vez se metió en problemas con su padre. A pesar de eso, el rey la consideraba su más preciado tesoro así que trataba de cuidarla y protegerla tanto como podía. Mientras seguía hablando con su dama de compañía, la guardia real se abrió paso en el medio del camino. La gente los miró pasar impresionada pero sólo por unos segundos. Al poco tiempo, recobraron la cotidianeidad, sin embargo, Helena tuvo el presentimiento de que algo había pasado. En contadas ocasiones, ellos actuaban con premura. Aquello era un mal augurio. -Mi señora, mejor vámonos. Ya se está haciendo de noche y no es seguro. -Está bien, está bien. Recogió su cesto y se encaminaron al castillo. El paseo le resultó agradable y desde ese momento, comenzó a planificar el próximo día. -Quizás una caminata, quizás una cabalgata por el bosque. Sí, no es mala idea. – Se dijo a sí misma mientras sonría para sus adentros. Al llegar al castillo, se encontró con lo mismo de siempre. Los sirvientes caminando de un lado para el otro, lo cual daban una sensación de bullicio que le animaba. Así no sentía que el gran castillo era un lugar vacío o triste. Subió las amplias escaleras y entró a su habitación la cual ya estaba comenzando a oscurecerse. Dejó el cesto sobre la cama, buscó varias velas y las encendió.

Se sentó y comenzó a revisar lo que tenía entre las cosas que había comprado. Unas cuantas manzanas y un pañuelo de seda. Tocó la tela y cerró los ojos. Era tan suave, tan delicada que temió romperla. La dobló delicadamente y la colocó sobre una mesita de noche que tenía allí.

.

Declaración Obligatoria: Como sabe, hacemos todo lo posible para compartir un archivo de decenas de miles de libros con usted de forma gratuita. Sin embargo, debido a los recientes aumentos de precios, tenemos dificultades para pagar a nuestros proveedores de servicios y editores. Creemos sinceramente que el mundo será más habitable gracias a quienes leen libros y queremos que este servicio gratuito continúe. Si piensas como nosotros, haz una pequeña donación a la familia "BOOKPDF.ORG". Gracias por adelantado.
Qries

Descargar PDF

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

bookpdf.org | Cuál es mi IP Pública | Free Books PDF | PDF Kitap İndir | Telecharger Livre Gratuit PDF | PDF Kostenlose eBooks | Baixar Livros Grátis em PDF |