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Es cuestion de amor – Graciela Suarez

¡No es lo que estás pensando! Por favor, déjame explicarte −me dijo Antonio, estaba muy exaltado. Trataba de excusarse de la manera más tonta, si con mis ojos estaba observando como la tomaba en sus brazos y la besaba. Si no hubiera sido por la bendita mesa que estaba estorbando en el centro de la sala, ni cuenta se dan que estuve ahí. Pero, me tropecé y obvio que me escucharon. −No te preocupes, hay cosas que no hace falta explicar. Continúen en lo suyo y hagan como si yo no estuve aquí −sentí un nudo en la garganta, pero dignamente salí de ahí. Lo primero que pensé es ir a casa de mi amiga Raquel, necesitaba contárselo a alguien, pero que fuera algo reservada. Si se lo comentaba a mi madre, toda la familia se iba a enterar en cuestión de segundos y todos sabían que llevaba meses organizando mi boda. Mi boda, si, pero todo se vino abajo. Lo que me impresiona es por qué no estoy desgarrada llorando por haber visto a mi novio besarse apasionadamente con otra mujer. Quizás la rabia me mantuvo bloqueada al instante. Mientras me subo a mi coche y pongo mis dos manos en el volante, veo el anillo en mi dedo. Muchas cosas pasaban por mi mente, pero mis ojos seguían ahí, fijamente sobre esa piedrita que resaltaba en su soledad sobre el oro blanco del aro. Me lo quité y lo guarde en mi bolso, fue como quitarme un peso de encima, pero sabía que la carga más pesada estaría cuando diera la noticia a mi familia y demás amigos. A todos los había involucrado en los preparativos de mi boda. Ahora me pregunto ¿Qué hago? ¿Comenzaré a odiar a los hombres? eso significaba que debo abandonar mis gustos de heterosexual y volverme lesbiana, o pensar que no todos ellos son iguales. Mientras, miles de pensamientos confusos invadían mi mente, pero definitivamente tenía que asumir que dejar el gusto por los hombres no lo podía hacer. Entre mi diálogo interno, el camino me llevó sin contratiempos hasta la casa de Raquel. Se escuchaba un alboroto en la entrada y algo de música, qué más daba, lo único que quería era ver a mi amiga. Todos reían y cantaban al ritmo de una pesada música. Tal vez estaba muy divertida la letra de la canción, pero lo menos que me importaba era socializar en ese instante. Me miré en el espejo y arreglé el cabello con las manos. Mi cara estaba muy descompuesta a pesar de que no haber votado ni una sola lágrima hasta el momento. Saqué un labial y me retoqué la boca, primero muerta que sencilla. Me bajé y caminé hasta la entrada de la casa y estaban dos hombres, atractivos, pero hombres, otros más del montón me dije.


Saludé y continué hasta la sala buscando a Raquel. Ellos me miraban, o al menos era lo que pensaba. Me sentía con unos cuernos enormes en la cabeza y por eso sabía que llamaba la atención. Veía a mi alrededor y era como si con sus bocas hacían muecas por estar viendo a Rodolfo el reno o a algún fenómeno extraño de circo. Quería salir de esa sala pronto. Cuando di con mi amiga, fue como llegar a ver la luz del final del túnel. −Abril, amiga, qué haces aquí a esta hora, ¿no te ibas de viaje con Antonio mañana? −un poco sorprendida Raquel cuando me vio llegar. −No, no Raquel, hubo un cambio del plan a última hora −rápidamente le conteste, mientras le guiñaba un ojo para que se viera menos tenso el momento. −¿Ella es tu amiga, la que se va a casar? −preguntó uno de sus imprudentes amigos que salió a meterse en la conversación y claro, Raquel respondió que sí, era yo. En un santiamén, me sentí como un payaso que tuvo una pelea en casa y tenía que dibujarse una sonrisa en el rostro para irse a trabajar. Así que fingí mi mejor expresión en la cara y tomé a Raquel por el brazo y le pedí que subiéramos a su habitación. Estando ahí, mi amiga me miró, como estudiando mi actitud nerviosa. Yo solo me senté en la cama y mostrándole mi mano sin el anillo, le dije: −Ya no habrá boda. Acabo de ver a Antonio con otra mujer y lo peor es que estaban en su casa −me dejé caer en la cama y esperé un grito, una palabra, algo de mi amiga, pero solo se sentó a mi lado sin decir nada. Ni ella, ni yo, parecíamos dos niñas peleadas esperando que alguien iniciara la conversación, hasta que fue ella quien rompió el silencio. −¡Ese desgraciado de Antonio! ¿Cómo fue a hacerte eso, amiga? −fue el grito esperado de Raquel. Claro que era lo que quería escuchar de mi amiga, lo que no quería era volver a ilustrar en mi mente aquel momento que solo quería olvidar. Me negué a revivir aquello, solo le mencioné que no podía perdonarlo y que no iba a continuar con esa boda. La música de la pequeña fiesta en casa de Raquel estaba muy alta, aun así, se escuchaban los repiques de mi teléfono móvil dentro del bolso. Era Antonio, su cargo de consciencia no le permitía dejar de intentar explicarme, algo que no tenía explicación. −¿Y cómo te sientes Abril? −con una cara de lastima, Raquel me hizo entrar en razón. Me colocó una de sus manos sobre mi hombro, mientras con la otra me acariciaba el cabello, como si se tratara de una mascota que necesitara de los mimos de su amo. En ese momento mi corazón se arrugó, haciendo que la adrenalina me bajara de un solo golpe, esas palabras me hicieron aterrizar y lloré. Mi lado sensible, estaba ahí, reposando, esperando un momento de calma donde pudiera salir. Me senté y posé mi cabeza sobre mis manos y me dejé llevar por la tristeza que mi corazón sentía.

Era una mezcla extraña, mi mente solo quería pasar la página, pero mi corazón sufría.

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