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Envuelto para llevar – Nisha Scail

Después de un día desastroso buscando trabajo, encontrarse con el sobrevalorado Neanderthal de su ex novio y ser prácticamente despedida de una tienda de ropa por no haber ropa de su talla, Eireen empezaba a pensar que un agujero sería el lugar perfecto en el que meterse, pero todo cambió cuando al llegar a su casa y consultar la bandeja de entrada de su correo se encontró con lo siguiente: ¿Aburrida de la rutina diaria?, ¿Hastiada de la monotonía del día a día?, ¿No encuentras aquello que te satisfaga, que deje una sonrisa permanente en tu rostro durante todo el día? En la Agencia Envuelto para Llevar disponemos de un selecto servicio de acompañantes a domicilio que hará que tu vida no vuelva a ser la misma de antes. No lo pienses más, lanza por la ventana la monotonía, tiéndele la mano al riesgo y da alas a tus fantasías contestando a los cinco requisitos de nuestro formulario. Encontrarás que nuestros servicios son tan calientes como el infierno. Cinco requisitos… Aquella sería la respuesta a todas sus fantasías, si se atreviera a contratar un servicio de ese tipo. Poco podía imaginar ella, que una divertida conversación consigo misma iba a traer a sus puertas al más sexy y oscuro demonio de la Agencia Envuélvelo para Llevar, dispuesto a cumplir cada uno de sus deseos… y fantasías. Cuando le ofrecieron el trabajo a Riel, pensó que se trataría de algo fácil, una mujer atractiva, dispuesta, deseosa de pasárselo bien… Tenía que haber sospechado que no sería así teniendo en cuenta de que había sido el propio director quien le había asignado el caso. Eireen era todo aquello a lo que Riel no estaba acostumbrado, de voluptuosas curvas, oculta bajo una apariencia seria y anodina, con un carácter de mil demonios, era la mujer más testaruda con la que se había topado jamás… y también la más sexy. Ella estaba dispuesta a huir de él, sin darse cuenta de que la agencia no servía a aquellas que lo solicitaban, si no… A quien realmente lo necesitaba y ella, lo necesitaba a él. La autora Nisha Scail es el seudónimo de Raquel Pardo Trillo, escritora de romance paranormal, bajo el nombre de Kelly Dreams y que recientemente se ha adentrado en el mundo de la novela erótica, con títulos como: Envuelto para llevar, La presa del cazador o la Serie Pandora. Nació un 7 de Marzo de 1980 en A Coruña donde reside. El año pasado ganó el Certamen de Micro-relato de Éride Ediciones, con su relato «Promesas Cumplidas». Sus obras de romance mas destacas hasta el momento son: El Alma del dragón, Amante & Felino, Almas Errantes, La redentora de almas o su gran éxito de ventas la Saga Guardianes Universales, todos ellos autopublicados, salvo las ediciones electrónicas respaldadas por Amazon. PRÓLOGO Sintió pena al tener que quemar aquel bonito sofá. Solo por un instante. Eireen Mars no era una mujer de reacciones viscerales, meditaba mucho las cosas, a veces incluso demasiado, pero con aquel sofá, no se lo pensó ni un solo segundo. El tresillo había estado decorando el pequeño salón comedor, lo había comprado en un rastrillo el año pasado, a principios de la primavera, no era fácil olvidar el día en el que el vendedor le había vendido aquella preciosidad por tan solo veinte dólares al ver que no dejaba de llorar… ¿No había sido consciente también que era incapaz de dejar el pañuelo a un lado y que sus ojos estaban sorprendentemente rojos? Obviamente no. Para el hombre había sido más fácil suponer que estaba en un momento crítico de su vida, que el ver que eran los típicos síntomas de una alergia primaveral. El ficticio abandono de su novio por una mujer más delgada -y diablos, aquello había dolido- le había conseguido un tresillo de ciento cincuenta dólares al precio de veinte. ¿Quién era ella para desilusionar al pobre hombre? Suspirando profundamente, se apartó un mechón de pelo castaño de la cara, volvió a asegurarlo con una de las llamativas horquillas y contempló el sofá que había arrastrado por toda la casa hasta sacarlo a la pequeña parcela de césped bordeada por el sendero de piedra que servía de entrada a su propiedad. —Es una pena, realmente me gustabas —murmuró contemplando el sofá. Entonces suspiró, se recogió las mangas del pijama de franela con vaquitas que llevaba puesto y empezó a rociar el mueble con un bote de alcohol de quemar que había sacado del garaje, algo muy útil para encender la barbacoa y que seguro serviría a las mil maravillas para aquella improvisada hoguera. Sin pensárselo dos veces, lanzó la botella al sofá, echó mano al bolsillo y sacó una caja de cerillas. —Adiós para siempre, pequeño sofá —dijo Eireen lanzando la cerilla encendida al sofá, haciendo que este prendiese rápidamente, separándose a una prudente distancia de seguridad, se cruzó de brazos y contempló su pequeña obra—. Es una pena que no seas él, realmente lo estaría disfrutando muchísimo más. Ah… las malditas cosas que tenía la vida.


No era suficiente llevar más de seis meses desempleada, no era suficiente tener una talla cincuenta y ver que la ropa que te probabas en uno de los pocos comercios que comercializaban tallas grandes y que te servía y quedaba bien era una talla cincuenta y dos, por supuesto que no, además de aquello, había tenido que descubrir que el único hombre que se había interesado en ella, con el que llevaba tres meses conviviendo, se la había pegado con otro en el sofá de su casa. No sabía que le molestaba más, si el haberlo encontrado arrodillado entre las piernas del agente de seguros haciéndole una mamada, o el que se la hubiese pegado con un hombre y no con una mujer. Eireen se estremeció al recordar aquella gráfica imagen en la que Steven, un hombre que solía regirse por la rectitud y la pulcritud, se había estado dando un festín con la polla del otro hombre, el cual había estado totalmente desnudo, con sus nalgas profanando su precioso sofá y gimiendo como un cerdo llevado al matadero, animando a su amante a recibir cuando antes su entrega especial. Gezz. No se oponía a las relaciones homosexuales, David, su hermano mellizo era prueba de ello. Su hermano menor por cinco minutos vivía desde hacía casi un año con Alexandro, un simpático sanitario al que había conocido en una fiesta de disfraces y del que se había enamorado sin remedio y estaba segura que de un momento a otro anunciarían su próxima boda. No, no se trataba de que Steven se hubiese tirado a un hombre en su propia casa, lo que había llevado a Eireen a echar a patadas al hijo de puta de su ex a la calle, en bolas y en medio de la tarde, había sido sin duda la respuesta de su compañero de sofá: —¿Esta es la gordita que decías que te has estado tirando? —había murmurado el hombre mirando asombrado a la mujer—. Cariño, no puedo entender cómo has podido siquiera encontrártela en medio de esos rollizos muslos. Desgraciadamente, a aquellas horas no había nadie que pudiese contemplar el espectáculo de dos hombres desnudos, corriendo por uno de los barrios más tranquilos en la ciudad de Mansfield, en el condado de Richland, Ohio. Su público tenía que aparecer justo ahora, a última hora, cuando después de haberse terminado una botella entera de Merlot acompañada de una caja de galletitas saladas, se había dirigido al salón para sacar el sofá que habían profanado y quemarlo delante de su casa. —¿Ha perdido el juicio? ¿Qué está haciendo? —clamó una aguda voz femenina a unos cuantos metros. —¡Por todos los diablos! ¿Eso es un sofá? —añadió otro hombre que se acercaba cruzando la calle—. Eireen, ¿qué diablos está haciendo? Eireen alzó la cabeza al oír su nombre y recibió a Seimur O´Connor, un cincuentón irlandés que vivía al otro lado de la calle, en una pequeña casa con su esposa Marta, la cual estaba ligeramente sorda. —Buenas noches, Señor Seimur —lo saludó como si nada. —¿Qué coño estás haciendo? Apuntando la hoguera con un gesto de la mano, señaló lo obvio. —¿Quemar un mueble? —sugirió, entonces negó con la cabeza y añadió con confianza—. Pero no se preocupe, pienso quedarme aquí hasta que esté completamente calcinado, entonces lo apagaré y lo llevaré al contenedor de la basura. Un jadeo femenino llegó a oídos de la muchacha, quien volviéndose vio a su más que extraña vecina cruzando hacia su parcela. —¡No puede hacer esto! ¡Es ilegal! Voy a llamar a la policía —declaró, su mirada realmente asustada, como si aquella improvisada hoguera tuviese algo que ver con ella. —Deje a la maldita policía en paz, Señora Lowel —respondió el hombre poniendo los ojos en blanco—, esta semana se han pasado ya tres veces por el vecindario, la gente empieza a ponerse nerviosa… La mujer, quien a pesar de su aspecto extravagante, con el pelo oculto bajo una pañuelo, unas gruesas gafas escudando sus ojos, y una vieja bata de felpa de flores envolviendo un cuerpo menudo, no debía de tener más de treinta y pocos años, cuarenta, quizás. Había ocupado la casa contigua hacía cosa de un año, y durante los últimos seis meses, parecía haber desarrollado cierta psicosis y manía persecutoria por Eireen, quejándose principalmente de un gato que ella ni siquiera tenía. —¡Esto es ilegal! —clamó la mujer señalando la hoguera, en la que el mueble se había ido consumiendo rápidamente. —No, señora Lowel, ilegal sería que en vez del sofá estuviese el hijo de puta de mi ex y el agente de seguros al que le estaba haciendo una mamada en ese mismo mueble que ve usted ahí consumiéndose —aseguró antes de suspirar—. Aunque posiblemente, hubiese sido más satisfactorio. —Está bromeando, ¿no es así? —sugirió el hombre, abriendo desmesuradamente sus ojos.

Había quienes todavía veían como un tabú el que dos hombres se acostaran juntos. Negando con la cabeza, indicó el sofá con un gesto de la mano. —¿Cree que si estuviese bromeando estaría aquí, quemando mi precioso sofá? —respondió con toda la ironía que pudo reunir en su voz. Seimur se limitó a alzar las manos al cielo, dejó a las dos mujeres y caminó directamente hacia el garaje de la muchacha, donde ya había una manguera conectada a un grifo. —Será mejor que apaguemos eso antes de que alguien vuelva a llamar a la policía, otra vez —el hombre miró a la extraña mujer, la cual se limitó a mirarlos a los dos, dar media vuelta y correr hacia su casa. —¿No podemos dejarlo arder un poquito más? ¿Hasta que se consuma? El agua del chorro de la manguera salpicó el mueble ardiendo, dando así respuesta a su pregunta. —Si fuera usted, no buscaría darle más motivos a esa loca para que siga enviándole una patrulla para saludarla casi cada día, señorita Mars. Eireen dejó escapar un profundo suspiro, miró la hoguera de la cual se alzaba una columna de humo blanco provocada por el agua y finalmente al hombre. —Créame, jamás le he dado ninguno —negó volviendo la mirada a la casa vecina—. Ignoro que he podido hacerle para provocar tal respuesta en ella. Chasqueando la lengua, su vecino terminó de refrescar y apagar las llamas. —Es una mujer extraña, pero no es mala persona —aceptó echando un vistazo en la misma dirección que ella—. Ha tenido que pasarle algo bien gordo en la vida para que sea tan desconfiada y esté tan asustada de todo. Dejando escapar un resignado suspiro, Eireen se quedó mirando los restos calcinados del mueble. —Para mañana ya estarán fríos, acuérdese de dejarlos al lado del contenedor para que los recojan —le sugirió—, y por lo que más quiera… no vuelva a hacer una barbacoa a primera hora de la noche en la entrada de su casa, si no es para acompañarla con algo de carne. Sonriendo con ironía, Eireen inclinó la cabeza en un mudo asentimiento. —Lo tendré en cuenta. Asintiendo, Seimur le entregó la manguera y señaló el montón de escombro quemado. —Siga regándolo al menos otros quince minutos más —le sugirió al tiempo que indicaba la casa de en frente—. Y procure no incendiar el vecindario. —Lo intentaré —respondió con un cansado bufido, tomando la manguera y terminando así con el pequeño arrebato de rebeldía. Sí, había sido una pena quemar el bonito sofá… Tenía que haberle chamuscado las pelotas. CAPÍTULO 1 ¿Aburrida de la rutina diaria? ¿Hastiada de la monotonía del día a día? ¿No encuentras aquello que te satisfaga, que deje una sonrisa permanente en tu rostro durante todo el día? En la Agencia “Demonía” disponemos de un selecto servicio de acompañantes a domicilio que hará que tu vida no vuelva a ser la misma de antes. No lo pienses más, lanza por la ventana la monotonía y tiéndele la mano al riesgo, encontrarás que nuestros servicios son tan calientes como el infierno. Disponemos de un servicio veinticuatro horas, los trescientos sesenta y cinco días del año, garantizamos tu satisfacción, en caso contrario, te devolvemos el dinero.

Contáctanos en: Envueltoparallevar@oficinasinfernales.com Eireen se apartó el molesto mechón de pelo que le hacía cosquillas en la mejilla y echó un vistazo por encima de la pantalla del portátil, comprobando que la pequeña hoguera en la que había inmolado el sofá continuaba apagada. No deseaba despertarse en medio de la noche oyendo la sirena de los bomberos solo para ser informada que había quemado medio vecindario. Suspirando, volvió al ordenador leyendo una vez más el anuncio que había llegado a la Bandeja de Entrada de su Correo. No solía abrir aquel tipo de emails, en realidad, iban directos a la papelera, pero aquella noche ya le daba lo mismo si su portátil se infectaba con un virus o cientos de ellos, nada iba a empeorar el desastroso día que llevaba. El recuerdo de su ex arrodillado entre las piernas del otro hombre parecía grabado a fuego en su cerebro con morbosa insistencia, todavía era incapaz de entender cómo diablos habían acabado en aquella situación, jamás le había dado muestras de no disfrutar del sexo con ella, o de alguna otra inclinación o fetiche, más bien al contrario, Steven había sido bastante descafeinado en la cama. Aquella mañana había salido temprano con la idea de visitar algunas tiendas en las que buscaban empleados, de ese modo podría volver antes e invitarlo a cenar a su restaurante favorito, Eireen quería disculparse por haber insistido el día anterior en que se tomaran un fin de semana de placer, irse unos días a algún sitio pero como siempre Steven la había convencido que sería un gasto que no podían permitirse, ya vivían bastante apretados. Una irónica sonrisa curvó los labios femeninos al pensar en ello. Sí, bastante apretados con los ahorros que salían de la cuenta bancaria de Eireen, la madre que lo parió. Dejando escapar un pequeño bufido se dejó ir contra el respaldo de la silla, aquel día nada había ido bien, torciéndose nada más entrar en una de tantas tiendas y zapaterías en las que obtenía una sonrisa falsa y afectada e incluso, en ocasiones, insultantes miradas de las encargadas cuando la veían entrar. Era perfectamente consciente que su físico no entraba en la línea clásica, estaba llenita, gorda si había que decirlo vulgarmente y ya no era una jovencita, a sus treinta y un años las posibilidades de que fuera seleccionada o le concedieran tan siquiera una entrevista para una de aquellas tiendas entraba prácticamente en la categoría de milagro, pero aquello no quitaba que fuera como todas las demás mujeres, con una casa que mantener, facturas que pagar y unos ahorros que mermaban rápidamente. Necesitaba un maldito trabajo, y lo necesitaba ya. Se frotó el cuello con irritación, recordando el comentario que le había hecho una muchachita extremadamente delgada, que no tendría más de dieciocho o diecinueve años, cuando entró en una pequeña tienda de calzado del centro en cuyo escaparate había un letrero solicitando dependienta. Eireen había sonreído cálidamente hasta que se encontró con la mirada escrutadora de la dependienta, quien no tuvo ningún pudor a la hora de recorrerla con la mirada y preguntarle si buscaba algún detalle para una amiga, dejando claro que en aquel lugar no encontraría nada para su talla. Durante un segundo había estado tentada de dar media vuelta y salir de la tienda, pero aquello habría sido darle una satisfacción a la muchacha, con lo que se tomó un momento para recomponer su sonrisa y le tendió un currículum, haciendo referencia al anuncio que había puesto en el escaparate de la entrada. Suspirando, hizo subir y bajar la barra del correo, releyendo nuevamente el mensaje, riéndose de sí misma ante el pensamiento de considerar siquiera tal locura. —Más bajo que ese imbécil no puedo caer —murmuró para sí, volviendo a retirar otro mechón de pelo castaño de delante de los ojos con un resoplido—. Y al menos estaría invirtiendo el dinero en mí misma, y no gastándolo él—. Agencia Demonía —leyó pasando el cursor por encima del nombre de la agencia de acompañantes. Eireen resopló, dejando salir el aire lentamente. ¿A quién quería engañar? La escena de aquella mañana la había dejado helada, y al mismo tiempo la había hecho sentir una punzada de envidia, la misma que la corroía cuando veía a su hermano y su futuro cuñado con las cabezas juntas, cuchicheando y riendo, el amor brillando en sus ojos. La misma sensación de envidia que notaba con cada pareja que veía por la calle, ella también deseaba aquello, deseaba tener a alguien a su lado que la mirase y pensase que era hermosa tal y como era, deseaba que alguien la abrazase cuando la invadía la tristeza y la melancolía, que le dijese que todo iría bien aunque no encontrase trabajo y por encima de todo, deseaba conocer lo que era la pasión, que el hombre que estuviese a su lado no tuviese temor a cumplir cada una de sus fantasías, que no fuese un mequetrefe que después de echar un polvo decía estar cansado y se largaba al sofá a ver los deportes mientras se rascaba los huevos. Deseaba un hombre de verdad, sexy, oscuro, quizás con un tinte gótico… siempre le había atraído lo prohibido… y con una polla que la hiciese suspirar por sentirla hundiéndose profundamente en su interior. Una ligera punzada de deseo entre sus piernas le recordó que llevaba demasiado tiempo sin esa clase de buen sexo.

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