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En torno a los origenes de la revolucion i – Eric Hobsbawm

Deseo señalar, en este artículo, que la economía europea atravesó una «crisis general» durante el siglo XVII, última fase de la transición general de la economía feudal a la economía capitalista. Aproximadamente desde el año 1300, cuando se hizo evidente que algo marchaba mal para la sociedad feudal europea [1] , hubo varias ocasiones en que ciertas zonas de Europa parecieron encontrarse al borde mismo del capitalismo. El siglo XIV en Toscana y en Flandes y los comienzos del siglo XVI en Alemania tienen un sabor a revolución «burguesa» e «industrial». Pero es recién a mediados del siglo XVII que este sabor se convierte en algo más que el condimento de un plato esencialmente medieval o feudal. Las primitivas sociedades urbanas nunca alcanzaron un éxito total en las revoluciones que anunciaron. No obstante, desde comienzos del siglo XVII la sociedad «bourgeois» avanzó sin encontrar grandes obstáculos. Por ello, la crisis del siglo XVII difiere de las que le precedieron en que condujo a una solución tan fundamental de los problemas que se habían opuesto anteriormente al triunfo del capitalismo, como ese sistema lo permitía. El propósito de este trabajo es ordenar parte de las pruebas que demuestran la existencia de una crisis general —crisis que algunos discuten todavía— y proponer una explicación para ella. En un artículo posterior pienso discutir además algunos de los cambios que provocó y la manera en que fueron superados. Es muy probable que durante los próximos años se lleven a cabo numerosos trabajos históricos sobre este tema y este período. En efecto: historiadores recientes de varios países se han referido a la hipotética existencia de esa «paralización general del desarrollo económico» o crisis general, de la que se ocupa este trabajo [2] . En consecuencia, conviene tener antes una visión general del problema y hasta adelantar alguna hipótesis de trabajo aunque más no sea para abrir el camino a otras más adelante. I Pruebas de una crisis general Se dispone de gran cantidad de pruebas acerca de la «crisis general». Sin embargo, debemos cuidarnos muy bien de sostener que una crisis general equivale a una regresión económica, idea esta que contaminó fuertemente la discusión sobre la «crisis feudal» de los siglos XIV y XV. Es evidente que hubo una regresión considerable durante el siglo XVII. Por primera vez en la historia, el Mediterráneo cesó de ser el más importante centro de influencia económica y política y eventualmente cultural y se transformó en un pantano empobrecido. Las potencias ibéricas, Italia y Turquía acusaban un retroceso evidente. En cuanto a Venecia, estaba a punto de convertirse en un centro turístico. Si se exceptúa a ciertos lugares dependientes de los estados del noroeste (por lo general puertos libres) y a la metrópolis pirata de Argel que también operaba en el Atlántico [3] , el avance fue escaso. Más hacia el norte, la declinación de Alemania es evidente aunque no absolutamente irremediable. En la Polonia báltica, Dinamarca y el Hansa declinaban. Pese a que el poder y la influencia de los Habsburgo austríacos aumentaron (en parte, quizás, debido a que los otros declinaron tan dramáticamente), sus recursos siguieron siendo escasos y su estructura política y militar débil, aún durante el período de su mayor gloria, a comienzos del siglo XVIII. Por otra parte, las potencias marítimas y sus dependencias —Inglaterra, las Provincias Unidas, Suecia— como así también Rusia y algunas zonas menores como Suiza, más bien parecían avanzar que estancarse, mientras Inglaterra daba la impresión de avanzar decididamente. Francia se encontraba en una situación intermedia aunque su triunfo político no se vio equilibrado por un gran avance Económico hasta fines de siglo, y aun entonces sólo intermitentemente. En efecto, después de 1680 impera en las discusiones una atmósfera sombría y crítica, aunque las condiciones durante la primera mitad del siglo fuesen excelentes.


(Posiblemente la gran catástrofe de 1693-94 lo explique) [4] . Fue en el siglo XVI y no en el XVII que los invasores mercenarios se asombraron por la magnitud de lo que era posible saquear en Francia y los hombres de la época de Richelieu y Colbert pensaban en los tiempos de Enrique IV como en una suerte de era dorada. Es posible que, durante algunas décadas, a mediados de siglo, las ganancias obtenidas en el Atlántico no alcanzasen a compensar las pérdidas del Mediterráneo, Europa Central y el Báltico, estando el producto de ambas zonas en estado de estancamiento o quizás declinación. Pero lo que importa es el decisivo avance en el progreso del capitalismo que resultó de ello. Las cifras aisladas de la población europea sugieren, en el peor de los casos, una declinación de hecho; y en el mejor, una nivelación o una pequeña meseta entre las pendientes de la curva de población de fines del siglo XVI hasta el siglo XVIII. Con excepción de los Países Bajos, Noruega y tal vez Suecia y Suiza y algunas zonas locales, no se registran grandes aumentos de población. España era sinónimo de despoblación, Italia del sur pudo haber sufrido y son bien conocidos los estragos de mediados de siglo en Alemania y el este de Francia. Aunque Pirenne ha sostenido que la población belga aumentó, las cifras registradas para Brabante no parecen corroborar su opinión. La población de Hungría disminuyó y la de Polonia decreció más aún. El aumento de la población inglesa decayó rápidamente y después de 1630 puede haber llegado a detenerse .[5] En efecto, no resulta fácil entender por qué Clark afirma que «el siglo XVII sufrió, en la mayor parte de Europa, al igual que el siglo XVI, un aumento moderado de población [6]». Evidentemente, la mortalidad fue mayor que en los siglos XVI y XVII. Nunca, desde el siglo XIV, se registró durante todo un siglo un porcentaje mayor de enfermedades epidémicas. A este respecto, trabajos de investigación recientes han demostrado que los estragos de las epidemias no pueden explicarse sin tener en cuenta al hambre [7] . Mientras que un puñado de cortes y metrópolis administrativas o centros de comercio y finanzas internacionales llegaron a adquirir grandes dimensiones, las grandes ciudades que habían crecido durante el siglo XVI permanecieron estacionadas y las medianas y pequeñas declinaron frecuentemente. Al parecer ello podría aplicarse también, en parte, a los países marítimos [8] . Mientras tanto, ¿qué ocurrió con la producción? Simplemente, lo ignoramos. Algunas zonas se desindustrializaron francamente, sobre todo Italia, que del país más industrializado y urbanizado de Europa se convirtió en una zona típicamente campesina y retrógrada. Lo mismo aconteció con Alemania, partes de Francia y Polonia [9] . Por otra parte, en algunos lugares —como Suiza— se produjo un desarrollo industrial relativamente rápido, un incremento de las industrias extractivas en Inglaterra y Suecia y un importante crecimiento de trabajo a domicilio rural a expensas de la producción artesanal urbana o local en muchas zonas que pueden o no haber significado un aumento neto en la producción total. Si es que los precios pueden servir de guía, no debemos esperar encontrar una declinación general de la producción, porque el período deflacionario que siguió a la gran alza de precios anterior a 1640 se explica más bien por una caída relativa o absoluta de la demanda que por una declinación en la oferta de dinero. Sin embargo, es posible que en la industria básica de los textiles se produjese no sólo una transición de los tejidos «viejos» a los «nuevos» sino también una declinación en la producción total durante una parte del siglo [10] . En el comercio, la crisis fue más general. Las dos principales zonas de comercio internacional, el Mediterráneo y el Báltico, sufrieron una revolución y posiblemente una pasajera declinación en el volumen de su comercio. El Báltico —la colonia europea de los países occidentales urbanizados—cambió su línea de exportaciones de comestibles por productos tales como madera, metales y pertrechos navales, al mismo tiempo que sus importaciones tradicionales de lanas occidentales disminuyeron.

El comercio, según lo midieron las barreras de peaje de Sound, alcanzó su cúspide en 1590-1620, decayó en la década de 1620 y luego declinó irremediablemente, después de una leve recuperación, hasta la década de 1650 para luego permanecer estacionario hasta aproximadamente 1680 [11] . Después de 1650 el Mediterráneo, al igual que el Báltico, se transformó en una zona que intercambiaba productos locales, especialmente materias primas para las manufacturas atlánticas, y los productos orientales entonces monopolizados por el noroeste. A finales del siglo el Levante obtenía sus especias del norte y no del este. El comercio del levante francés disminuyó a la mitad entre 1620 y 1635, decreció casi hasta cero alrededor de 1650 y no logró recuperarse hasta después de 1670. Desde 1617 hasta 1650 aproximadamente, el comercio levantino holandés fue muy pobre [12] . Aun entonces los franceses escasamente sobrepasaron los niveles de la predepresión mucho antes de 1700. ¿Alcanzaron las ventas británicas y holandesas en el sur compensar las pérdidas de los mercados bálticos? Probablemente no. Apenas si pueden haber compensado la declinación en las ventas anteriores de productos italianos. El comercio internacional de comestibles (trigo del Báltico, arenques holandeses y pescado de Terranova) no mantuvo sus niveles jacobinos. El comercio internacional de paños de lana puede también haber decrecido y no fue reemplazado de inmediato por otros textiles porque los grandes centros de exportación de lino, que eran Silesia y Lusatia, parecieron declinar después de 1620. En efecto: probablemente un balance general del comercio ascendente y descendente arrojaría cifras de exportación que no aumentaron significativamente entre 1620 y 1660. Fuera de los estados marítimos, es poco probable que las ventas en los mercados locales compensaran esta situación. Como ya sabemos con respecto al siglo XIX, no es posible medir el malestar en los negocios basándose simplemente en los datos de comercio y producción, cualesquiera que ellos sean. (Es significativo, no obstante, que el tono de la discusión económica dé por sentados mercados estables y oportunidades de ganancia. Se ha afirmado a menudo que el mercantilismo colbertiano fue una política de acciones militares destinada a obtener grandes tajadas extraídas de un comercio internacional de determinadas dimensiones. No existe razón alguna para que los administradores y comerciantes —dado que la economía no constituía aún un tema académico— adoptasen puntos de vista que se apartaran mucho de las apariencias). Es cierto que aun en países que no declinaron hubo dificultades en los negocios seculares. El comercio inglés con la India oriental languideció hasta la Restauración [13] . A pesar de que el de los holandeses aumentó bastante, el promedio de dividendos anuales de la Compañía de las Indias Orientales decayó durante cada uno de los decenios entre 1630 y 1670 (incluidos ambos), exceptuando un pequeño aumento en la década de 1660. Entre 1627 y 1687, dieciséis años no dieron dividendos; en el resto de la historia de la Compañía, entre 1602 y 1782, no los hubo. (El valor de sus bienes permaneció estabilizado entre 1640 y 1660). De manera similar, los beneficios del Amsterdam Wisselbank alcanzaron su punto culminante durante la década de 1630 y luego decayeron durante unos veinte años [14] . También en este caso puede no ser meramente accidental que el movimiento mesiánico más importante de la historia judía ocurriese precisamente en ese momento, abarcando a las comunidades de los grandes centros mercantiles —Smirna, Leghorn, Venecia, Amsterdam, Hamburgo— con especial éxito a mediados de la década de 1660 cuando los precios llegaron casi a su punto más bajo.

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