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Elixir – Jennifer L. Armentrout

lex agarró con fuerza las barras de titanio forjadas por Hefesto y Apolo. Sus ojos color ámbar parecían arder de odio. Pero esos ojos… esos ojos no eran de Álex. Los suyos eran cálidos y marrones, como un buen whisky. Los conocía de memoria desde que los vi por primera vez en aquel almacén de Atlanta. Esta era una criatura completamente distinta. Cuando la llevamos al refugio de Apple River, Illinois, estuvimos a punto de perderla. Ninguno de nosotros, ni siquiera yo, nos habíamos imaginado tal demostración de poder, y no estábamos preparados. Si Apolo no hubiese logrado engatusar a Hefesto, el único dios capaz de construir algo que pudiese retener al Apollyon, para que crease una habitación donde poder encerrar a Álex, no habríamos podido controlarla. —Si no me sacas de aquí, le arrancaré las costillas a tu hermano y me las pondré de corona. Hice como si nada. Durante estos últimos días me había acostumbrado a las amenazas. Matar a Deacon era una de sus amenazas favoritas, pero enseguida se aburrió de ella. Al principio no era así. Estaba… casi normal, excepto por los ojos ambarinos. Hablaba como Álex, parecía ella; soltaba algún chiste, igual que Álex; discutía igual que Álex; hacía los mismos razonamientos que Álex. Se agarró a las barras de titanio. Cada una de ellas estaba envuelta en una malla de metal irrompible, que Hefesto ya había probado con Afrodita una vez. Ni siquiera el Apollyon podía atravesarla. En el techo habíamos hecho unas marcas sobre el cemento, neutralizando así la mayoría de sus recién descubiertas habilidades. Eso no la detenía del todo, pero lo suficiente como para evitar que fuese un peligro para ella misma o para los demás. Por ahora. La sangre me hervía al recordar lo que ocurrió cuando Despertó. Había conectado con el Primero, Seth, y todos sabíamos que le había revelado su paradero. Supe de inmediato que había que trasladarla rápidamente, pero no me gustó cómo lo hizo Apolo.


Le lanzó un rayo divino. Y yo le di un puñetazo a él. Aún me sorprende seguir vivo. —¿Sabes lo que vas a sentir cuando me veas hacerlo? —dijo burlona—. Lo mismo que cuando viste a los daimons acabar con tus padres, solo que esto va a ser mucho, mucho más bonito. Me crucé de brazos. Exhaló lentamente, agachó la cabeza y se secó las lágrimas. —Por favor. Aiden, por favor, sácame de aquí. Cerré los ojos y un músculo se tensó en mi mandíbula. Esta… esta era su táctica más dura. —¿Por qué me estás tratando así? No me encuentro bien. Me duele. ¿Por qué les dejas que me traten así? Abrí los ojos como un resorte y todos los músculos de mi cuerpo se tensaron. Le corrían lágrimas por las mejillas, y por un segundo, tan solo un momento, olvidé que realmente no era Álex la que estaba ahí, suplicándome y rogándome. —Pensaba que me querías. Me moví tan rápido que se asustó. Atravesé los barrotes con las manos y le agarré la cara. Apoyado en los fríos barrotes, posé mis labios sobre su frente. Fue un beso duro y rápido. Furioso. Desesperado. Ella se quedó paralizada, sin saber muy bien qué hacer. En las últimas cuarenta y ocho horas, esa había sido la única forma de que callase. Me aparté y la solté.

—Te quiero y por eso no te voy a soltar. De repente pareció frustrada, con ganas de arrancarme la piel a tiras. En tan solo un segundo su mirada llorosa desapareció. Álex gritó y se dirigió hacia el fondo de la celda. A tres metros de los barrotes, se apoyó encorvada contra la pared. —No puedes retenerme aquí para siempre. —Puedo intentarlo. —Viene a por mí. —No va a encontrarte nunca —le dije mientras me sentaba en la silla metálica que había frente a la celda. Me aseguré de que tuviera todo lo que pudiese necesitar: un pequeño baño separado y una cama que había destrozado por completo, convirtiéndola en apenas un colchón y trozos de tela. Álex rio y se apartó de la pared. —No puedes contra él. Miré el plato de comida que seguía intacto junto a la reja de entrada. —Come, Álex. Tienes que comer algo. —Nunca podrás ser él. Me acaricié la incipiente barba del mentón mientras ella se acercaba lentamente al plato de comida, y en mi interior creció una pequeña esperanza. Llevaba sin comer cuatro días, desde que había Despertado. No tenía ni idea de cómo tenía fuerzas para seguir caminando. Cogió el plato y se apartó. —¿Vas a comer algo esta vez? —pregunté cansado. Álex sonrió y lanzó el plato directamente hacia donde yo estaba sentado. El plástico se estampó contra el titanio y cayó al suelo. Los trozos de comida —puré y algún tipo de carne—, atravesaron los barrotes, manchándome el pecho y la cara. Habíamos dejado de darle platos de cerámica al ver que los rompía y convertía los fragmentos en afiladas armas.

Armándome de la poca paciencia que me quedaba, me quité los trozos de comida de encima. —¿Te ha sentado bien, Álex? Hizo una mueca de tristeza. —La verdad es que no. —Entonces, se puso a caminar. Sus movimientos eran fluidos y, a pesar de haberme vuelto a tirar la comida encima, me quedé embobado observándola. —No aguanto más. Sácame de aquí. Si no me ayudas, acabaré contigo. Negué con la cabeza. —Álex, tienes que quedarte ahí. Te conozco. Se me pararía el corazón si te perdiese por completo. Se dejó caer sobre el colchón y gruñó. —Dioses, pero qué bonito. El corazón me va a mil. —Míralo. —Me levanté y agarré los barrotes, tal y como había hecho ella momentos antes—. Me preguntaba cuánto me costaría que te mostraras. ¿Acaso te molesta el amor que siento por ella, Seth? Se tumbó de lado, arrugando la frente y con cara pálida. —Seth no está aquí, estúpido pura sangre. —Duele cuando se une a ti ¿verdad? —¡Que no está aquí! —gritó con la voz rota. Sabía que estaba mintiendo. —Está aquí. —Me incliné sobre los barrotes—. Puedo verle en tus ojos.

Álex se encogió, pegando las rodillas al pecho. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Sabía lo que estaba haciendo, se estaba escondiendo dentro de sí misma, llegando hasta Seth, contactando con él. —Álex —dije. Cerró los puños y levantó la cabeza. —Vete. La miré a los ojos. —Nunca. —Te odio —dijo entre dientes. Lo cierto es que sonaba como si lo dijese de verdad—. ¡Te odio! —Eso sí que no es verdad, Álex me ama. Puso los ojos en blanco. —Que yo soy Álex, idiota. Y no te quiero. Necesito… —Necesitas a Seth. —Algo comenzó a arder en mi interior y agarré los barrotes hasta que me dolieron las manos. En el fondo, sabía que no era solo Seth obligándola a comportarse así. Sí, parte de lo que había dicho era cosa de Seth, pero esa necesidad la manejaba. La necesidad de estar cerca del Primero era palpable, potente y real. Podía sentirla. Recordé lo que el oráculo le dijo en verano sobre la necesidad. En aquel momento no lo entendí del todo, pero ahora sí. La necesidad la estaba destruyendo, me estaba destruyendo. —La necesidad no es amor, Álex. Antes de que Álex pudiese contestar, la puerta se abrió.

—¡Oh! —Estiró las piernas y dio una palmada—. ¿Más visitas para la pequeña Álex? Qué suerte tengo, ya estaba cansada de verle la cara a este. Marcus, el tío pura sangre de Álex, me miró. —Veo que está de buen humor. Resoplé. Álex se puso de pie y se dirigió de manera forzada hacia la derecha. El colchón, lo último que quedaba en la habitación, estaba flotando a varios metros del suelo. Le habíamos quitado todo lo demás, ahora le resultaba fácil usar los elementos. Parecía que tan solo tuviese que desear que algo ocurriese y sucedía; y dioses, le encantaba. Marcus y yo la observamos, fascinados por lo que estábamos viendo. Era más fuerte que el día anterior, lo que significaba que la magia protectora estaba empezando a dejar de hacer efecto. Hefesto tendría que volver a hacernos una visita muy pronto. —Y bueno, ¿dónde estamos? —Soltó esas palabras con fuerza, llenas de energía. Di un paso atrás. Sus palabras se abrieron paso en mi interior, las sentía muy dentro. Me obligué a romper el contacto visual con Álex y me giré hacia Marcus. Tenía los ojos como vidriosos y ausentes. Estaba a punto de confesarle nuestra ubicación. Le puse una mano sobre el hombro. Parpadeó y soltó un taco. —¿Es solo cosa mía o cada vez se le da mejor hacer esto? Álex rio nerviosamente, como amenazadora, y me recordó a aquel niño espeluznante de El Cementerio Viviente, ese que iba por ahí matando gente con un bisturí. —Eso creo. Aunque debería estar cada vez más débil, porque no ha comido nada. —La vi regresar hacia el colchón. Se detuvo, mirándonos por encima del hombro.

Entrecerró los ojos. Quise saber qué estaría tramando—. De todos modos, tenemos que asegurarnos de que nadie baje aquí. Marcus asintió con la cabeza. La casa era otra de las propiedades del padre de Solos, pero esta tenía más tráfico de Centinelas. Algunos paraban aquí de camino hacia sus nuevos destinos, así que teníamos que tener la puerta del sótano cerrada cuando había desconocidos en la casa, que solía ser a menudo. Dados los últimos acontecimientos, siempre estaba llena de gente. Muchos estaban siendo reubicados desde el Oeste y se dirigían hacia lo que quedaba de Deity Island o hacia el Covenant de Nueva York. —¿Marcus? —Álex nos miró. —¿Sí, Alexandria? Con una media sonrisa, dirigió su mirada hacia mí. —¿Te molesta que Aiden y yo hayamos estado…? ¿Cómo decirlo…? ¿Que me haya visto desnuda? Varias veces. Oh. Dios. Mío. Ya estamos otra vez. Sacudí la cabeza y me froté los ojos con una mano. —Álex… Marcus se puso tenso. —He tenido tiempo para asumirlo. Y la verdad es que no puedo decir que me sorprenda. —Me miró, con el ceño fruncido—. Si hay una regla, tú vas a romperla, Álex. Pero no pensaba que Aiden fuese tan… —¿Irresponsable? —aportó Álex. Yo miré hacia el techo, molesto—. ¿Y un tremendo desgraciado por haberse aprovechado de mí, tu pobre sobrina, que tanto ha sufrido? Se aprovechó de mí. Usó una compulsión.

Me obligó… Dejé caer la mano. El miedo se apoderó de mí. Llegué incluso a sentirme mareado. No podía haber… pero sí, lo había hecho. —Es un desgraciado —respondió Marcus como si nada—, pero dudo mucho que se aprovechase de ti o usase una compulsión. —Gracias —murmuré. Álex se encogió de hombros y se giró hacia nosotros. —Pero se saltó las reglas. ¿No deberías estar más enfadado? —Sinceramente, con todo lo que está pasando, esa es la menor de mis preocupaciones. —Marcus sonrió y en los ojos de Álex brilló un reflejo ambarino—. Y la verdad es que, si nos ponemos a hacer una lista comparando cuántas reglas se han roto, creo que precisamente tú estarías en lo más alto. —Pero él usó una compulsión sobre un pura sangre. —Y tú mataste a uno. Una por otra, Alexandria. —Aunque no era la primera vez que teníamos esta conversación con Álex, nunca dejaba de sorprenderme lo calmado que se mostraba Marcus todo el rato. —Pues entonces deberías castigarnos. —Se inclinó hacia los barrotes con las manos pegadas al cuerpo—. Las reglas son las reglas, tío. Llévanos ante el Consejo. —No vamos a dejarte salir —interrumpí—, tendrás que intentar otra cosa, Álex. Cerró los labios con fuerza y siseó como una serpiente. —¿Y qué tal si entras tú aquí? Le sonreí. —¿Te gustaría, eh? Movió las manos y se apartó de los barrotes, manteniéndome la mirada. —Me encantaría. La puerta de arriba se abrió y la luz se extendió escaleras abajo.

Marcus se dio la vuelta, pero yo no aparté la mirada de Álex. Su mirada me retaba, me desafiaba. Quería pelea y, a pesar de que sus poderes elementales estaban bajo mínimos, sería una dura contrincante. Más hábil que la última vez que la incité a pelear conmigo. Pensando en eso, me acordé de cómo había terminado aquella pelea. Álex me había besado. Sentí un nudo en el estómago, aunque sabía que esta vez no acabaría así. Si lograse ponerme las manos encima, intentaría matarme. Tenía que estar recordándomelo constantemente. Cuando se conectaba con Seth no era la chica a la que había admirado en el Covenant, o de la que me había enamorado. —¿Marcus? ¿Aiden? —Solos nos llamó desde arriba—. ¿Estáis ahí abajo? —No bajes —le recordé, mirando a Álex, que se puso repentinamente alerta. Los mestizos eran más susceptibles a las compulsiones y ella lograba un efecto brutal. —No pensaba hacerlo —respondió—. Os necesitamos aquí arriba. Apolo ha vuelto. Marcus me lanzó una mirada llena de significado y luego miró a Álex, antes de subir. La llegada de Apolo podía significar que, por suerte, había encontrado algo que rompiese el vínculo que mantenía unidos a Álex y a Seth. Álex salió disparada y se agarró a los barrotes. —Ni se os ocurra dejarme aquí sola. Oí que Marcus se paraba al final de las escaleras. —Pensaba que estabas harta de mí, Álex. Cerró los ojos y apoyó la frente contra los barrotes. —Odio estar aquí. No lo soporto.

El silencio… Odio el silencio. Y yo odiaba el tono de dolor que se notaba en su voz. —No has respondido a mi pregunta. Las comisuras de sus ojos se arrugaron levemente al juntar las cejas. —Pues vale. Vete. Me da igual. Te odio igualmente. Me acerqué a los barrotes y metí la mano. Pasé los dedos por su pelo enmarañado, hacia su cuello. Álex estaba tan quieta que parecía no respirar. Encontré la cadena y tiré de ella con cuidado hasta que la rosa de cristal descansó sobre la palma de mi mano. Contuvo el aliento, pero no se movió. —Si me odiases, habrías destruido esto. —Dame tiempo y lo haré. Me reí y solté la rosa. Abrió los ojos y me miró con recelo. —No. No lo harás. Mientras lo lleves puesto, sabré que sigue habiendo parte de ti ahí dentro. Que sigue habiendo esperanza. Álex cogió el collar, cerrándolo en su puño mientras se apartaba. En lugar de arrancárselo del cuello, lo sujetó con fuerza y se retiró hacia el colchón. Se sentó, se apoyó contra la pared, y puso las rodillas contra el pecho. La esperanza creció en mi interior como una frágil planta a la que había que vigilar con cuidado.

Me aparté de los barrotes. —Luego te traigo algo de comer y de beber. No hubo respuesta y sabía que no iba a conseguirla. Me di la vuelta y subí las escaleras rápidamente. Marcus y Solos me esperaban en el estrecho pasillo. —¿Aún no ha comido? —preguntó Solos mientras se frotaba la cicatriz que surcaba su cara, desde el ojo hasta la mandíbula. Los adelanté y negué con la cabeza. Estábamos preocupados porque no comía nada. Fuese o no fuese el Apollyon, no duraría mucho más así sin graves consecuencias.

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