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El Vikingo – Bobbi Smith

Brage Norwald nunca ha perdido una batalla, y cuando decide invadir la costa sajona no espera otra cosa que celebrar una victoria. En cambio, sufre una aplastante derrota. Gravemente herido, es tomado prisionero. Cuando está al borde de la muerte, una acérrima enemiga acude en su ayuda, despertando en él una atracción que lo dejará indefenso… Dynna está prometida al cruel y calculador príncipe Edmund, y ve la oportunidad de huir junto a Brage. Ambos emprenden camino a través de la campiña sajona, y pronto deberán enfrentarse a una pasión mutua que podría proporcionarles más de lo que jamás osaron soñar… o destruir sus vidas para siempre.


 

Noruega, año 838 Un rayo iluminó el cielo y un trueno profundo y amenazador resonó en la comarca. De pie en el umbral de la pequeña casa, la anciana mantenía la vista clavada en la oscuridad, aguardando. Como siempre, él no tardaría en llegar. Estaba segura de ello. Entonces empezó a llover, las gotas golpearon la tierra por la violencia de la tormenta y ella fue a refugiarse junto al hogar en el centro de la habitación. Aunque la noche no era fría, se sentía aterida y el frío le helaba el alma. Sus manos nudosas aferraron el chal que la envolvía. Cerró los ojos y procuró olvidar la tormenta exterior y también la interior, generada por el don de la clarividencia. —He venido. —Su voz era profunda. La anciana abrió los ojos y contempló al guerrero alto de cabellos oscuros, sin revelar sorpresa alguna ante su presencia. —¿Deseas que lea las runas para ti? —inquirió. —Zarpo con la luna nueva. Ella asintió con la cabeza, luego se puso de pie lentamente y se dirigió hacia una pequeña mesa flanqueada por dos bancos. Tomó asiento en uno y le indicó que ocupara el que estaba enfrente. Después se detuvo durante un momento para observarlo. Era apuesto, aquel vikingo cuyos cabellos negros —un rasgo heredado de su madre irlandesa que murió al darle a luz— lo diferenciaban de los demás; a ellos debía su apodo: Halcón Negro. Sus ojos eran azules, de un azul pálido como los de su padre, un hombre del norte. Tenía los rasgos finamente cincelados, los hombros anchos y fuertes. Era un magnífico guerrero, nadie igualaba la fama que le habían proporcionado su valor y su honor…, a excepción de su padre.


Después de un momento, la anciana dedicó su atención a las runas. Tendió un paño blanco en la mesa y sacó las piedras proféticas. Las sostuvo en la mano y entonó dos estrofas del Runatál para invocar los poderes. Sé que pendí de un árbol agitado por el viento, Sus raíces ignoradas por los sabios; Atravesado por las lanzas, durante nueve largas noches, Prometido a Odín, mi ser ofrecido al suyo. No me dieron pan, ni un cuerno del cual beber; Contemplé las profundidades: Grité y recogí las runas, Y por fin, caí. Al pronunciar las últimas palabras arrojó las runas sobre el paño tendido en la mesa. Eligió tres con mucho cuidado y después examinó sus inscripciones. —¿Qué dicen, anciana? —preguntó el Halcón Negro, desconcertado ante su prolongado silencio—. ¿Tendrá éxito el ataque? ¿Obtendré el premio deseado? Cuando ella alzó la mirada, los secretos ancestrales hacían resplandecer sus ojos azules. Miró fijamente al guerrero, reflexionando y sopesando, y volvió a contemplar las piedras que sostenía en la mano, hasta que por fin contestó: —Obtendrás mucho más de lo esperado, mi apuesto caballero. Oh, sí, mucho más… —Bien —dijo él, con expresión aliviada—. ¿Y qué será de mis hombres? La lucha, ¿será encarnizada? —Habrá peligro. Se derramará sangre. Se dirán palabras engañosas. Pero al final de tu travesía te aguarda un tesoro de gran valor. Cuando pronunció las últimas palabras, un rayo volvió a iluminar el cielo. Un temblor agitó la tierra, seguido del estruendo del trueno. Tras escuchar aquello, la inquietud que había embargado al guerrero disminuyó. —Así que tendremos éxito. —Sonrió y se puso de pie—. ¿Y el premio será precioso? —Más precioso que todos los que has obtenido en el pasado. —Él asintió con expresión satisfecha, pagó a la anciana y se marchó. Ella observó su partida, a sabiendas de que el peligro lo acechaba y preguntándose si sobreviviría a la traición. No le había dicho todo lo que había visto: había un sendero que debía recorrer, y también un peligro al que debía enfrentarse a solas. Cuando su criado lo despertó, el sueño interrumpido contrarió a lord Alfrick.

Se incorporó y le lanzó una mirada furibunda. —¿Qué es tan importante como para que me despiertes en medio de la noche? —preguntó. —Lamento molestaros, milord, pero un forastero de la tierra de los vikingos ha llegado a la torre solicitando audiencia. —¿Un vikingo? —Ahora lord Alfrick estaba completamente despierto. —Sí, milord. Insiste en que ha de hablar con vos y con ningún otro. Afirma que se trata de un asunto de vida o muerte. —¿De la vida de quién? ¿De la muerte de quién? —preguntó—. No me fío de ningún hombre del norte. —De la vuestra. —¿De la mía? —Alfrick frunció el ceño, presa de la ira—. ¿Quién es ese mensajero que osa acercarse a mi torre y amenazar mi vida? —No pretende amenazarla, milord. Dice que ha venido para advertiros de un peligro futuro. Lord Alfrick reflexionó con el entrecejo fruncido. —Despierta a sir Thomas —dijo luego—. Dile que se reúna conmigo abajo junto con varios guardias, en mi cámara privada a un lado de la Gran Sala. Hablaré con ese misterioso hombre del norte, pero haré que le den muerte en un instante si esto resulta ser alguna clase de truco diabólico. Lord Alfrick se levantó de la cama y se preparó para recibir al extraño. Se vistió con rapidez y se colgó la espada del cinto. Ahora estaba de un humor cauteloso. Había gobernado aquellas tierras durante más de veinticinco años y perdido la cuenta de las veces que lo habían atacado. Era la primera vez que un vikingo pretendía hablar con él y se preguntó qué querría. Una vez dispuesto a encontrarse con su visitante nocturno, abandonó la habitación. Poco después, lord Alfrick se enfrentaba al hombre misterioso, flanqueado por sir Thomas y diversos guardias armados. Sir Thomas era un hombre de unos treinta años, alto y avezado en la lucha.

Su fidelidad a Alfrick era conocida en toda la comarca y la confianza depositada en él era absoluta. Cuando debía tomar una decisión importante, Alfrick recurría al consejo de sir Thomas, puesto que sabía juzgar a los demás y a menudo le proporcionaba ideas pasadas por alto por sus otros consejeros. Alfrick se alegraba de que estuviera presente. —Dime por qué no habría de matarte ahora mismo, vikingo —dijo lord Alfrick. Los hombres del norte eran sus enemigos acérrimos y no los apreciaba en absoluto. —Porque traigo noticias que podrían salvarte la vida. —¿Por qué habría de creerte? —preguntó el lord, escudriñando en medio de la penumbra y procurando distinguir los rasgos del vikingo, pero sin éxito. El extraño retrocedió entre las sombras sin levantar la capucha de su manto oscuro, ocultando aún más su identidad frente a la mirada inquisitoria del lord sajón. —Puedes aceptar mi advertencia, o no. Tú eliges —contestó el vikingo encogiéndose de hombros—. He acudido para decirte lo que ocurrirá. El Halcón Negro y sus hombres atacarán tus tierras poco después de la luna nueva. Como para corroborar sus palabras, un rayo resplandeció y resonó un trueno. —¡El Halcón Negro! —Lord Alfrick se puso tenso ante semejante información. Intercambió una rápida mirada con sir Thomas, en cuyos ojos oscuros se reflejaba la misma incredulidad. El vikingo conocido como el Halcón Negro era un poderoso guerrero que saqueaba ciudades a voluntad, se apoderaba de sus riquezas y convertía en cautivos a hombres y mujeres —. ¿Por qué habrías de decírmelo? ¿Por qué traicionarías a uno de los tuyos? —¡Porque lo quiero muerto! —siseó el traidor en tono malévolo—. No puedo alzar la mano contra alguien de mi misma estirpe, pero puedo proporcionarte la espada para hacerlo. —¿Qué exiges en pago por esta información que acabas de proporcionarme? —Sólo que te encargues de que el Halcón Negro muera. —Si el ataque ocurrirá en tan poco tiempo como afirmas, ¿cómo identificaremos al hombre conocido como el Halcón Negro? —La vela de su embarcación es de color rojo sangre y ostenta la divisa de un halcón negro en el centro, al igual que su escudo y su casco. Sin embargo, como conocía la astucia de los vikingos, lord Alfrick albergaba dudas. —¿Acaso se trata de un truco, de una estratagema para distraernos, mientras vuestros guerreros nos atacan desde otra dirección? —preguntó. —Si hubiera querido atacarte, podría haberlo hecho esta noche. Tú y tus hombres hubierais muerto en vuestras camas —dijo el conspirador—. Has oído mi advertencia.

Te he dado tiempo para prepararte. Si no tomas alguna medida, esta torre y todos sus tesoros pertenecerán al Halcón Negro. —¿Y si me preparo? —Podrás derrotar al más poderoso de los saqueadores vikingos y salvaros, a ti y a tus súbditos. —¿Cuántos vendrán? —Él zarpará con al menos tres naves de guerreros. Debes reunir un ejército poderoso para vencerlos. Entre todos los guerreros, sus hombres son los más feroces. —¿Navegarás con él? —preguntó lord Alfrick en tono desdeñoso. Que aquel hombre traicionara a uno de los suyos le causaba un profundo desprecio y se preguntó si el muy traidor se consideraba a sí mismo un excelente guerrero. —Estaré al corriente de todos los acontecimientos —contestó el vikingo —. Pero te advierto de que no será fácil detener al Halcón Negro. Hasta ahora ningún hombre lo ha igualado en fuerza, coraje y valor. Has de ser astuto, o lo perderás todo. —No te preocupes, estaremos preparados —respondió lord Alfrick—. Acabaré con la vida del Halcón Negro y hacerlo supondrá una bendición para todas las comarcas, que quedarán a salvo de sus saqueos. El traidor asintió con la cabeza y se dispuso a marchar. Uno de los guardas lo acompañó hasta el exterior de la torre. Lord Alfrick los observó hasta que desaparecieron y después se dirigió a sir Thomas mientras remontaban las escaleras. —¿Qué os parece, sir Thomas? ¿Hemos de creer en la advertencia de ese hombre? —preguntó con expresión lúgubre y aguardó la respuesta de su amigo. —Me gustaría creer que sus palabras eran mentirosas, pero dudar de ellas sería de tontos. Es mejor prepararse para un ataque que no se produzca, a que el Halcón Negro y sus hombres nos encuentren desarmados. —Estoy de acuerdo. Debemos prepararnos. Enviaré un mensaje a los reinos vecinos; si unimos nuestras fuerzas, podremos montar un ejército lo bastante grande para rechazar a los atacantes. —¿Deseáis que cabalgue por la mañana, milord, y lleve la noticia? —Sí. Cuanto antes empecemos a planearla, tanto mejor será nuestra defensa.

Lord Alfrick se dirigió a su habitación y sir Thomas se retiró a la suya. Ambos sabían que aquella noche ya no volverían a dormir. Mientras tanto, afuera, en el patio, una solitaria figura surgió de su oscuro escondite y siguió al guarda y al traidor en silencio. 1 El viento hinchaba las velas de los tres drakkar vikingos y los impulsaba a través de las aguas, encabezados por la nave que llevaba el emblema del Halcón Negro, pilotada certeramente por su capitán en dirección al suroeste. Habían zarpado de su patria hacía sólo tres días y ahora se aproximaban a su meta: la costa sajona. —¿Cuánto falta para que avistemos tierra? —preguntó Seger, un guerrero fornido que navegaba en la nave capitana, sin despegar la vista del mar. —Si el viento no deja de hinchar las velas, deberíamos avistar la costa dentro de dos días —respondió Neils. —Bien —dijo Seger con una sonrisa lobuna, pensando en la inminente batalla. Echaba de menos las incursiones—. ¡Hace demasiado tiempo que no entro en acción, y el brazo con el que manejo la espada necesita práctica! —Creo que el Halcón Negro comparte tus sentimientos —comentó Neils y soltó una carcajada, indicando con la cabeza a Brage Nordwald, su jefe, también conocido como el Halcón Negro. El vikingo alto y de complexión fuerte estaba de pie en la pequeña cubierta delantera del barco, espada en mano—. Quizá sea el motivo por el cual zarpamos dos semanas antes que los demás. —Siempre procura contar con el factor sorpresa. Nadie nos estará esperando. Es un gran guerrero y servir bajo su mando es un privilegio. —Es un hombre listo. Hace tres años acepté el compromiso de luchar junto a él, y jamás lo he lamentado. Mi parte del botín ha aumentado con cada temporada. —Nadie lo iguala cuando se trata del pillaje. Golpea sin avisar, cobra su botín y desaparece con rapidez. —Mi padre seguía a Anslak, el padre de Brage, y ahora yo lo seguiré a él adonde quiera que me conduzca. —Y si lo que he oído es verdad, nos está conduciendo a uno de los reinos más ricos de la costa. Ambos sonrieron al pensar en los tesoros que pronto serían suyos. Volvieron a echar un vistazo a su jefe de pie ante ellos, valiente y orgulloso. Se sentían invencibles al saber que sería él quien los conduciría en la batalla.

—Nadie puede derrotar al Halcón Negro. Brage había planeado aquel ataque con mucho cuidado, y no veía la hora de entrar en combate. Escudriñaba el horizonte y pensaba en la batalla futura aferrando la empuñadura dorada de su espada. Lord Alfrick no sería un adversario fácil. Por eso había zarpado antes: quería coger desprevenidos a los sajones. Hacía tiempo que había aprendido a aprovechar todas las armas posibles, y la sorpresa era la herramienta más eficaz cuando se trataba de un ataque. —Bien, hermano mío, ¿estás preparado para añadir aún más riquezas a tus arcas ya repletas? —preguntó Ulf, acercándose a Brage. —Como siempre —contestó éste con una sonrisa y volvió a envainar la espada. Ulf era el hermanastro mayor de Brage, hijo de la amante del padre de ambos. Pero aparte de su estatura y sus ojos azules, no guardaban un gran parecido físico. Ulf era rubio y grande como un oso, fornido y de músculos muy desarrollados. Muchos enemigos lo habían creído lento debido a su tamaño y ello había supuesto un error fatal. Por otra parte, Brage era delgado pero musculoso. A diferencia de Ulf, sus cabellos eran oscuros. De niños habían sido rivales fogosos; siempre trataban de superarse mutuamente para demostrarle su valor a su padre guerrero. Sin embargo, cuando se convirtieron en hombres, habían dejado de lado su rivalidad y empezado a participar juntos en las incursiones, obteniendo elogios por su valentía de cuantos luchaban junto a ellos. —Ten cuidado —le advirtió Ulf—. No te excedas en la confianza. —Confío en mis hombres y en el hecho de que lord Alfrick no nos está esperando. Aunque su torre es sólida, no debería suponer un gran desafío para nosotros, puesto que no ha tenido tiempo de prepararse. Una vez lleguemos a tierra, en pocos días lograremos apoderarnos de un tesoro considerable. El factor sorpresa nos ayudará. —Por el bien de todos, esperemos que las cosas se desarrollen como dices. —Asegurarme de que sea así es mi responsabilidad. Lo he planeado muy cuidadosamente.

—Si no fuera por un juramento a los dioses, sería yo quien encabezaría este ataque. En vez de eso, he sido relegado por nuestro padre para cubrirte las espaldas —comentó Ulf, riendo y sacudiendo la cabeza con aire atribulado, como si aceptara su destino. —Y realizas una tarea magnífica. —Brage palmeó el hombro de su hermano—. Si no fuera por ti, hace tiempo que estaría muerto. Llevas las cicatrices que atestiguan tu lealtad. Una larga cicatriz surcaba la mejilla derecha de Ulf y acababa justo debajo del ojo, un trofeo de una batalla especialmente dura librada hacía años, la primera vez que ambos navegaron juntos. —Por eso te lo advierto —repuso—. No necesito más cicatrices que estropeen mi apostura. —No temas. Las runas han profetizado que tras este ataque cobraríamos un gran tesoro. —Las piedras nunca mienten. —Además, ningún sajón está a la altura de mis hombres. Cuando empiece el ataque, la victoria será nuestra. —Brage contempló a sus guerreros, que sólo en la nave capitana formaban un grupo de cincuenta hombres. La mejor fuerza jamás reunida, y nunca habían sufrido una derrota. —Comprobarán todo el poderío del Halcón Negro —asintió Ulf. Sonriendo, Brage dirigió la vista al horizonte. Resultaba agradable volver a navegar. El futuro parecía prometedor.

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1 comentario

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  1. Me encantó esta historia. Gracias por dejarnos leer tan hermosas historias.

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