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El unico Maestro en esta deseada Sumision (The Crossroad Company 3) – Nisha Scail

No había venido. La mesa que solía ocupar en una esquina, enmarcada por las dos cortinas que dividían la estancia, estaba vacía. Lo había estado desde primera hora de la noche y ya era casi la hora del cierre. Era extraña la manera en la que podías echar en falta a una persona que no conocías de nada, pero Camden notaba su ausencia. Cada miércoles por la noche aparecía por la puerta, saludaba al maître con una tibia sonrisa y ocupaba la silla pegada a la pared. Se tomaba unos minutos para ojear la carta, pero al final siempre consumía lo mismo; una copa de chardonnay y el plato especial de la casa. Venía sola, no hablaba con nadie, solo respondía con cortesía a las muestras de atención de los camareros y cuando se iba, ya pasada la medianoche, dejaba siempre una tarjeta con una sencilla frase escrita a mano: Mis felicitaciones al chef. Era un ritual que al principio pasó por alto. Estaba harto de adulaciones banales, por ello no salía de la cocina y la mayoría de las veces rechazaba la solicitud de su presencia sin importarle quién fuera. Pero ella había llamado su atención al punto de que, tras la cuarta tarjeta en un mes, empezó a sentir curiosidad. La había observado a escondidas. Su único interés era quitarse la curiosidad de encima, pero entonces la había visto allí sola, con el largo pelo rojo ondulado cayéndole sobre los hombros, el tallo de cristal de la copa entre sus dedos y unos ojos que reflejaban una inmensa desesperanza; una que había habitado una vez, hacía mucho tiempo, en los suyos. Siobhan Montgomery. Ese era el nombre al que siempre hacía la reserva y, por alguna razón, parecía un nombre demasiado intenso para alguien tan frágil. Toda esa elegancia, los exquisitos modales y la timidez que parecía envolverla no podían ocultar a sus ojos lo que decía su lenguaje corporal o las emociones que reflejaban sus ojos. Podía ofrecer una máscara para el mundo, pero él la había visto cómo era. Miró el reloj, echó un último vistazo a la mesa vacía y regresó a la zona de guerra. La intensidad del trasiego en la cocina había disminuido, su equipo de cocina terminaba con las últimas comandas y limpiaban ya las superficies y los utensilios. Había sido otra jornada productiva en el Temptations. Cruzó la amplia habitación y comprobó con ojo crítico que todo estuviese impoluto, señalando aquí y allá cuando no era así y recibiendo un «sí, chef» a sus órdenes. Se dirigió hacia la puerta de atrás y cogió el abrigo, necesitaba un momento para sí mismo y fumarse un cigarro. —Sabes que eso va a terminar matándote, ¿no? Levantó la mirada lo justo para encontrarse con su amigo y vagabundo ocupacional del Temptations. Si había alguien que era como un enorme grano en el culo, ese era Logan Cooper. Pero también era el único que podía decirle lo que quisiera sin que lo mandase a paseo por ello. Mentira.


Sí lo mandaría a paseo, pero él no le haría ni puto caso y posiblemente se quejara por la falta de atención. El detective canadiense era, en muchas formas, su voz de la conciencia. Un año mayor que él mismo, se habían conocido cuando sus padres dejaron su Irlanda natal para irse a Ontario y lo arrastraron a él consigo; no es como si pudiesen dejar atrás a un crío de doce años. Logan había sido su primer amigo, la persona en la que más había confiado y el único que le había advertido sobre el error que iba a cometer casándose con esa perra. No le escuchó. Se llevó la mano al costado, el dolor parecía hacerse más intenso cuando su mente vagaba por esos caminos y se hundía en el pasado. Uno que había marcado su vida por completo. A pesar de haber tomado caminos opuestos, el destino quiso volver a reunirles y lo hizo a través de Ágata. Su pequeña traviesa le había tendido una buena emboscada y lo había obligado a enfrentar la realidad de la que renegaba, una a la que aún hoy eludía. Ladeó la cabeza y se llevó a los labios el cigarrillo que había señalado Logan. —Cuando llegue ese momento, asegúrate de que me incineran —le soltó, se palpó en busca de un encendedor e hizo una mueca al no encontrarlo—. Joder… ¿dónde demonios…? —¿Chef? Una de sus ayudantes le lanzó una caja de cerillas. Gruñó a modo de agradecimiento, le dio la espalda a ambos y se escabulló por la puerta de atrás. —¡Estoy pensando en meterte en el horno del restaurante para así ahorrarte pasta! Puso los ojos en blanco, dejó que la puerta se cerrase a sus espaldas y recibió con agradecimiento el frío aire de la noche. —Si eso te hace feliz, hazlo, tío —musitó en voz baja, prendiendo la cerilla y encendiendo el cigarrillo. Tenía que dejar de fumar. Ni siquiera debería de haber empezado de nuevo, pero no había podido evitarlo. La partida de su pequeña traviesa lo había lanzado de nuevo al abismo solo para que Logan le pegase una nueva patada en el culo para que se pusiese en marcha. Tomó una profunda calada y dejó escapar el humo entre los labios. La echaba de menos, se había ido de manera tan inesperada que a pesar del tiempo pasado seguía esperando que ella apareciese y le rodease la cintura con esos delgados y suaves brazos. «¿Cómo está mi irlandés favorito?». Tomó una nueva calada y volvió a expulsar el humo. Sumergirse en el pasado no era una buena idea, había demasiado dolor en él, demasiado arrepentimiento… Le había prometido a ella que lo dejaría atrás. Un sonido procedente del callejón que daba a la parte de atrás del restaurante lo llevó a hacer una mueca. Tiró el cigarrillo al suelo, lo apagó con el talón del zapato y chasqueó.

—Demonios, ya estamos otra vez —resopló caminando ya hacia los contenedores del final—. ¡Os he dicho mil veces que mantengáis los restos dentro de los jodidos contenedores o nunca sacaremos a ese chucho pulgoso de aquí! Al escuchar su voz la puerta de atrás se abrió y se asomó uno de los ayudantes. —Es imposible que esté, control de animales… Las palabras de su ayudante dejaron de penetrar en su cerebro cuando llegó a los contenedores y se encontró con una escena que nada tenía que ver con un perro callejero hurgando en la comida. —Jesús —jadeó incapaz de moverse, congelado por la imagen del cuerpo desmadejado y cubierto de sangre que estaba en el suelo. —¿Chef? —¡Logan! Gritó llamando a su amigo, quién no tardó ni dos segundos en personarse a su lado. —¿Qué coño…? ¡Mierda! Un inesperado aleteo de pestañas y un quejido de los labios ensangrentados hicieron que saliese de su momentáneo estupor. —Soy el detective Cooper, necesito una ambulancia en el… Se lanzó al suelo, esas pestañas continuaron aleteando hasta que consiguió abrir los ojos y el reconocimiento entró en ellos. —Lo… siento… llego… tarde. Sus palabras surgieron como un suave suspiro de sus labios y, al verla cerrar de nuevo los ojos el pánico lo invadió. A la imagen de la mujer se superpuso la de su propia esposa y el olor de la pólvora de un disparo. Sacudió la cabeza y una inesperada resolución se instaló en su interior. —No, no, no —se lanzó sobre ella, examinándola y girándose de nuevo hacia Logan, quién ya estaba al teléfono—. ¡Esa ambulancia! ¡Ya! La sangre le manchaba las manos, la empapaba a ella y la caja de cartón sobre la que había caído o la habían tirado. —Nadie se muere en la parte de atrás de mi restaurante —siseó con profundo cabreo—, ¿me has oído? Y tú no vas a ser la primera. Ella pareció reaccionar a su voz pues intentó abrir de nuevo los ojos. —Eso es, pequeña, quédate conmigo —mantuvo ese tono de orden que venía con su personalidad—, ni se te ocurra irte. Pero ella poco tenía que hacer al respecto. Había demasiada sangre, su palidez era extrema y esos ojos volvieron a cerrarse una vez más. CAPÍTULO 1 —Dos heridas de arma blanca, una en el hombro derecho y la otra, de carácter importante, en el abdomen. Laceraciones en brazos y piernas, una fuerte contusión en la cabeza… Siobhan dejó de escuchar el reporte médico de boca del detective, lo había oído repetidas veces en las últimas cuarenta y ocho horas y su cuerpo todavía guardaba el agónico recuerdo de haber recibido cada una de ellas. Solo el chute de analgésicos que le permitían aplicar por medio del botón del «dolor» como había decidido llamarlo, conseguían que fuese algo más tolerable. No tenía fuerzas para enfrentarse otra vez a ese hombre y su interminable interrogatorio, apenas sí conseguía aceptar su presencia y no es que fuese desagradable a la vista. El policía era un armario. Con el pelo negro de punta, una sombra de barba cubriéndole el rostro y una camiseta negra debajo de la chaqueta de piel que marcaba un imponente torso y vaqueros gastados, le daba un nuevo significado al término agente de la ley. Llevaba la placa enganchada al cinturón dejándola a la vista y su actitud era bastante chulesca.

Prueba de ello era que no se había molestado siquiera en sacarse las gafas de sol dentro de la habitación. —…dos dedos fisurados, un hematoma en la mejilla derecha… ¿Por qué no dejaba de parlotear, daba media vuelta y se iba? No quería hablar con él, no quería tener que repetir de nuevo las cosas. Estaba cansada, quería dormir y olvidarse de toda esa locura unas cuantas horas más. Apenas sabía cómo habían ocurrido los hechos o quién había sido su atacante, ni siquiera lo había visto venir, todo lo que recordaba era haberse bajado del taxi al final de la calle, como siempre y dirigirse hacia el restaurante. Algo punzante le atravesó entonces el hombro desde atrás, sintió un tirón y lo demás fue un sinfín de dolor, lucha y palabras que la llevaron de vuelta a un pasado que solo deseaba olvidar. «Está muerto. Él está muerto. Lo viste con tus propios ojos. No es él. No volverá jamás». Tenía que repetirse una y otra vez esa letanía para evitar volver a caer en la misma pesadilla que había padecido y cambiado su vida por completo cuatro años atrás. La única que la había hecho pedazos, se había llevado todo lo que conocía y la había obligado a abandonar su pueblo natal. Y todo por haber acepado una invitación a una fiesta privada. Conocerle había supuesto un cambio en su protegida vida, uno que pensó que la ayudaría a avanzar y que sin embargo solo consiguió arrastrarla al infierno. La ingenuidad e inocencia de una muchacha criada en el seno de una familia católica y dentro de una comunidad con firmes y arraigadas creencias, generó también una necesidad de rebeldía y libertad que la llevó a dejar atrás todo lo que era y abrirse al mundo y a las relaciones con un hambre inusitada. La universidad fue como una ventana abierta al mundo y a cosas que no había experimentado con anterioridad y él fue el precursor de muchas de esas cosas. Leo la había conquistado sin mucho esfuerzo, ella se había rendido por completo a sus encantos y, si bien al principio creyó estar teniendo una relación perfecta, la cosa empezó a cambiar con el tiempo. El amor, si es que alguna vez había existido, pasó a convertirse en obsesión. La necesidad de estar con ella, en una imposición hasta el punto de que acabó por sentirse asfixiada, controlada e incapaz de hacer nada sin su permiso. Las falsas acusaciones llegaron con los gritos, los insultos y finalmente los golpes. La primera vez que le levantó la mano, fue también la última en su relación. Pero librarse de él no era tan fácil como pensaba. Ni siquiera la denuncia por malos tratos ni por el continuo acoso que recibía hizo que él dejase de buscarla, que amenazase a sus amigas y amigos hasta el punto de quedarse aislada por completo. Él la había abordado en más de una ocasión, amenazándola con matarla, exigiéndole que volviese a su lado… Y su familia, en vez de ponerse de su parte, optó por darle la espalda. Habían sido momentos difíciles que la habían llevado a tener que abandonar su hogar y emprender una nueva vida en una ciudad nueva, sin apoyo, sin dinero y con el miedo a ser encontrada.

Con el paso del tiempo y la ausencia de noticias empezó a relajarse, logró establecerse, consiguió trabajo y conoció a su última pareja, el cual terminó convirtiéndose en su marido. Con Nathan descubrió una forma de amor distinta, se sintió atesorada y cuidada, con él aprendió que la vida podía ser como una deseaba que fuese, que no había condiciones, que los tabúes no eran otra cosa que prejuicios impuestos por uno mismo y sus amigos se convirtieron también en los de ella… pero todo llegó al final con la reaparición de su pasado. Leo volvió a su vida solo para destruirla por completo y acabar con ella en el proceso y lo consiguió. No solo había acabado con la vida de su marido y un par de transeúntes que paseaba en ese momento por la calle, había herido a varios otros y la habría matado también a ella si una pareja de policías que estaba por la zona no hubiese escuchado el tiroteo y hubiesen terminado por abatirlo allí mismo. En un abrir y cerrar de ojos, su ex novio y acosador había destruido su vida por completo. Y ahora, tres años después de aquello alguien salía de la nada y la apuñalaba hasta darla por muerta. —Entiendo que no reconoció a su atacante —continuó el policía siguiendo con el reporte, repasando lo que ya le había dicho a él y a sus compañeros—. Pero nos sería de mucha ayuda para atraparlo el que pudiese aportarnos cualquier pista, por pequeña que sea, señora Montgomery. Ladeó la cabeza encima de la almohada hasta encontrarse con su rostro. Ni siquiera sabía de qué color eran sus ojos con esas gafas. —Le dije todo lo que pude recordar, detective Cooper —replicó con voz apagada. Estaba cansada, dolorida, solo quería dormir—. Era alguien corpulento y grande… como usted, pero más ancho quizá… no lo sé. Llevaba una especie de sudadera o algo con capucha, iba de oscuro y era fuerte, demasiado fuerte para mí… Había intentado echar mano del espray de pimienta que llevaba en el bolso, pero fue incapaz de alcanzarlo después de la primera puñalada. Se defendió, luchó con todo lo que tenía y sabía que le había hecho daño, pero no el suficiente como para poder liberarse de él. Había asistido antes a clases de defensa personal, después de lo ocurrido con Leo, Nathan la había obligado a ello, enseñándole él mismo, pero después de su asesinato, lo había dejado todo y había perdido fuerza y masa muscular. Con todo, habría sido imposible de derribar a ese tanque. —¿Cómo terminó en el callejón de la parte de atrás del Temptations? Negó con la cabeza. —No lo sé —negó—, supongo que me arrastró hasta allí… no lo sé… yo, no lo sé… Una fuerte mano de dedos largos se posó sobre su brazo y era más cálida de lo que pensaba. —Tranquilícese, solo quiero coger al hijo de puta que le ha hecho esto. Levantó la mirada y vio cómo se retiraba las gafas poniéndoselas sobre la cabeza. —Y yo que lo coja, detective —respondió con un susurro—, pero no puedo decirle más de lo que ya le he dicho. Se lo juro. Esos ojos verdes se posaron en ella con una intensidad que la hizo estremecer, bajó la mirada de forma instintiva y cruzó las manos sobre el regazo. —Lamento no poder darle más información al respecto, señor.

La mano que todavía mantenía sobre su brazo la abandonó lentamente. —¿Qué hacía a esas horas en la calle? —insistió con el mismo tono firme—. ¿De dónde venía cuando le atacaron? Suspiró. —Acababa de bajarme de un taxi en la esquina de Waverly Place con la sexta —le facilitó la información—. Tenía una reserva hecha en el restaurante Temptations para cenar, pero llegaba tarde. Lo escuchó hacer un sonido con la garganta lo que hizo que levantase la mirada de nuevo hacia él. —¿Suele ir a menudo? Sus miradas se encontraron una vez más y esta vez se obligó a mantenerla. —¿Qué tiene que ver eso con que me hayan atacado? No pudo evitar ponerse a la defensiva, estaba cansada. —Alguien la ha atacado, señora Montgomery, solo intento encontrar un posible motivo. Hizo una mueca de dolor al intentar moverse y notó como se le revolvía el estómago. —Siobhan —pronunció su nombre con un deje de acento irlandés que solía acompañarle en esas ocasiones—. Si vuelvo a oír una vez más señora Montgomery me pondré a gritar. —¿No es ese su apellido? —Lo es, el de mi marido. —¿Y dónde está él? Aquello ya era demasiado. —Muerto —siseó clavando la mirada en la suya—. Lo asesinaron delante de mis narices hace tres años. Puede comprobarlo si quiere, uno de los suyos le atravesó el cráneo a su asesino. Ambos se quedaron mirándose y durante un momento creyó ver algo parecido a la empatía en sus ojos. —Lamento su pérdida —replicó con la misma frialdad con la que llevaba los últimos minutos interrogándola—. Le aseguro que solo intento hacer mi trabajo. Optó por no responder a eso. —Entonces, ¿estaba usted sola cuando la atacaron? ¿Iba a reunirse con alguien? ¿Sabía alguien que iba a cenar esa noche en el restaurante? —insistió con su batería de preguntas—. ¿Hay alguien que pudiese… querer atentar contra usted? Gimió. Ya no lo soportaba más. —Necesito una enfermera.

Él detuvo su diatriba y se inclinó sobre ella. —¿Se encuentra mal? Lo miró con ironía. —¿A usted qué le parece? —gimió—. Me han atravesado los intestinos con un jodido cuchillo. No estoy aquí para pasar una temporada de vacaciones precisamente. El hijo de puta se dio el lujo de sonreír o por lo menos interpretó esa mueca como una sonrisa. —Procure no alterarse. —Lo haré tan pronto le pierda de vista —resopló y gimió otra vez—. Dios… quiero morirme. —Espero que no —le soltó él—. A los médicos les ha costado bastante mantenerla en este lado del juego. Cerró los ojos. Quizá si se hacía la dormida o la inconsciente, él se iría. —Prometo que la dejaré descansar tan pronto me responda a una última pregunta. Sus palabras, las cuales contenían un tinte de diversión, hicieron que abriese de nuevo los ojos. —Recuperando la que ya le hice, ¿cree que pueda haber alguien que quisiese atentar contra usted? Negó con la cabeza. —La única persona que tenía interés en hacerme daño ya está muerta y espero que pudriéndose bajo tierra —declaró con frialdad—. No, detective… —Puede llamarme Logan, siempre y cuando no haga sonar mi nombre tan insultante como lo hace con mi cargo —la interrumpió—. No soy su enemigo, Siobhan, solo intento ayudarla. Logan Cooper, sí, le pegaba el nombre. —Como ya le dije, esa noche tenía una reserva para cenar —suspiró—. Suelo pasarme los miércoles a tomar algo y probar la especialidad de la casa. Esta es la primera vez que me sucede algo así y no tengo la menor idea de por qué alguien querría atacarme… Él asintió conforme con su respuesta. —Ha tenido suerte de que Camden saliese en el momento que lo hizo a fumarse un cigarrillo —comentó, pero lo hizo en un tono tan bajo que casi juraría que hablaba consigo mismo más que con ella. —¿Fue el… señor O´Rourke el que me encontró? No estaba muy segura de si lo que recordaba había sido real o producto del dolor, pero habría jurado que él la había mirado, incluso que le había gritado.

Su pregunta atrajo la atención del policía una vez más, esta vez con un tinte de curiosidad que nada tenía que ver con su actitud anterior. —¿Le conoce? Camden O´Rourke era el chef del Temptations, un hombre con un rico acento irlandés al que había reconocido de casualidad a través de la prensa. Él había sido el motivo de que hubiese ido la primera vez al restaurante, le habría gustado verle, pero intuía que el chef ni siquiera la recordaría. ¿Cómo hacerlo si habían sido unos niños la última vez que se habían visto? —Le conocí hace mucho tiempo —sonrió para sí—, de hecho, prometió que se casaría conmigo… —Y esa es sin duda una promesa que estoy seguro de no haber hecho jamás… El inesperado y ronco acento irlandés que acompañó a esas palabras hizo que se girase hacia la puerta, no sin dolor y lo viese llenando el umbral. —¿…señora…? Negó con la cabeza. —Siobhan —replicó dándole su nombre, esperado encontrar algún reconocimiento en esos enigmáticos ojos verdes—. Y sí, la has hecho. Me la hiciste a mí cuando tenías once años. La manera en que frunció el ceño aún más le dejó claro que no la recordaba en absoluto. —Me temo que me confunde con alguien más… —Soy Sio, Siobhan Carrigan —le dio su apellido de soltera—. De niña vivía al final de la calle, en la casa… El hombre parpadeó sorprendido, sacando de sus recuerdos la respuesta. —…azul con la puerta roja —terminó por ella. La sorpresa y la incredulidad bailaban en sus ojos mientras la recorría con la mirada—. ¿Tú eres la pequeña Sio? ¿Esa mocosa con coletas que me seguía a todos lados? Un ligero rubor le cubrió las mejillas, bajó la mirada y señaló lo obvio. —No soy una mocosa y ya no llevo coletas

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