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El Sistema Periódico – Primo Levi

No es frecuente que un libro despierte el entusiasmo unánime e incondicional de la crítica en todos aquellos países en los que ha sido publicado. Así ha ocurrido con EL SISTEMA PERIÓDICO, una obra que aúna sutilmente realidad y ficción gracias a la lucidez prodigiosa y a la maestría literaria de su autor. Nacido en Turín en 1919 y doctorado en Química en 1941, PRIMO LEVI ha acumulado los premios más prestigiosos de Italia: Strega, Bagutta, Campiello (dos veces), Viareggio, Prato y Sirmione-Catullo. Científico y humanista, testigo y protagonista de algunos de los episodios más duros de nuestra historia contemporánea (fue deportado a Auschwitz en 1943), vertió sus vivencias y reflexiones, su fantasía y su capacidad de observación en una serie de obras testimoniales, relatos y novelas entre las que destaca por la originalidad de su concepción El sistema periódico. Estructurado en veintiún capítulos, dedicado cada uno de ellos a un elemento químico convertido en metáfora del hombre o de las relaciones humanas, el libro da testimonio de la variedad de registros de la prosa del autor. Si la nostalgia irónica permea el capítulo dedicado al «Argón» (en que Levi traza la historia de sus antepasados) o la poesía aflora en su reflexión sobre el «Hierro» y su amistad con Sandro (más tarde hecho prisionero por los fascistas y asesinado por un niño-carnicero), la imaginación pura domina el relato que le sugiere el «Mercurio», a la vez que un dramatismo atenuado por la lucidez preside el capítulo correspondiente al «Vanadio», narración del reencuentro del escritor —acabada la guerra y por razones profesionales— con uno de sus carceleros de Auschwitz. Microhistoria de toda una generación, El sistema periódico fue recibido por Italo Calvino como «un libro extraordinario y fascinante que no puede por menos de dejar una profunda huella en el lector».


 

En el aire que respiramos existen los llamados gases inertes. Llevan extraños nombres griegos, de raíz culta, que significan « el Nuevo» , « el Oculto» , « el Inactivo» , « el Extranjero» . Tan inertes son, efectivamente, y tan pagados están de sí mismos que no interfieren en reacción química alguna ni se combinan con ningún otro elemento, y precisamente por eso han pasado inadvertidos durante siglos. Hay que llegar a 1962 para que, tras largos e ingeniosos esfuerzos, un químico de buena voluntad lograse obligar al Extranjero (el xenón) a combinarse fugazmente con el avidísimo y no menos vivaz flúor, y la hazaña se consideró tan extraordinaria que le valió el Premio Nobel. También se llaman gases nobles, aunque aquí se podría discutir si todos los nobles realmente son inertes y si todos los inertes son nobles; se les llama también, por último, gases raros, a despecho de que uno de ellos, el Inactivo, esté presente en el aire en la respetable proporción de un uno por ciento, lo cual quiere decir que es veinte o treinta veces más abundante que el anhídrido carbónico, sin el cual no existirían rastros de vida sobre nuestro planeta. Lo poco que sé de mis antepasados me los hace afines a estos gases. No todos eran materialmente inertes, porque no se lo podían permitir; eran, por el contrario, o tenían que serlo, bastante activos, por necesitar ganarse la vida y a causa de cierto moralismo imperante, de acuerdo con el cual « quien no trabaja no come» ; pero inertes seguro que lo eran en su fuero interno, dados a la especulación desinteresada, al discurso ingenioso, a la discusión de buen tono, sofisticada y gratuita. No debe ser una casualidad el que todas las anécdotas que se les atribuyen, a pesar de ofrecer bastante variación, tengan en común un no sé qué de estático, una actitud de digna abstención, de voluntaria (o aceptada) marginación con respecto al gran río de la vida. Nobles, inertes y raros, su historia es bastante pobre en comparación con la de otras ilustres comunidades judías de Italia y Europa. Parece ser que se reunieron hacia 1500 en el Piamonte, desde España y pasando por Provenza, como probablemente demuestran algunos peculiares apellidos toponímicos, por ejemplo BedaridaBédarrides, Momigliano-Montmélian, Segre (un afluente del Ebro que pasa por Lérida, en el noreste de España), Foà-Foix, Cavaglion-Cavaillon, Migliau-Millau. El nombre de la pequeña ciudad de Lunel, cerca de la boca del Ródano, entre Montpellier y Nimes, ha pasado al hebreo Jaréakh (= luna), y de ahí se deriva el apellido judeo-piamontés Jarach. Rechazados o aceptados de mala gana en Turín, se vinieron a afincar en diversas localidades agrícolas del Piamonte meridional, introduciendo allí la industria de la seda, pero sin llegar a superar nunca, ni siquiera en sus épocas más boyantes, la condición de una minoría extremadamente exigua. No fueron nunca ni muy amados ni muy odiados; no nos han quedado noticias de que sufrieran persecuciones dignas de mención. Y sin embargo, un muro de suspicacia, de vaga hostilidad, de escarnio, debe haberlos mantenido apartados del resto de la población hasta varios decenios después de la emancipación de 1848 y el consiguiente afincamiento urbano, si damos crédito a las cosas que mi padre me contaba de su infancia en Bene Vagienna. Me decía que los chicos de su edad, a la salida de la escuela, solían gastarle la broma benévola de saludarle con la punta de la chaqueta agarrada en el puño a manera de oreja de burro, al tiempo que canturreaban: « Ôrije d’crin, ôrije d’asô, a ji ebreô ai piasô» [1] : « Orejas de cerdo y orejas de burro les gustan a los judíos» . La alusión a las orejas es arbitraria, y el gesto era originariamente una parodia sacrílega del saludo que los judíos piadosos se intercambian en la sinagoga cuando son llamados para leer la Biblia, mostrándose unos a otros la punta del manto de la plegaria, cuyos pliegues, minuciosamente descritos por el ritual en cuanto a número, longitud y forma, están cargados de significado místico y religioso; pero aquellos chicuelos y a no tenían ni idea del origen de su gesto. Recuerdo aquí incidentalmente que el vilipendio del manto de la plegaria es tan antiguo como el antisemitismo; con estos mantos, secuestrados en las deportaciones, las S.S.


mandaban hacer calzoncillos, que luego se distribuían entre los judíos prisioneros en los Lager. El rechazo, como ocurre siempre, era recíproco: por parte de la minoría, una barrera simétrica había sido levantada contra la cristiandad entera (« gôjim» , « ñarelím» : los « gentiles» , los « no-circuncisos» ), reproduciendo a escala provinciana y sobre un fondo pacíficamente bucólico, la situación épica y bíblica del pueblo elegido. De esta fundamental distorsión se alimentaba la gramática parda de nuestros tíos (« barba» ) y de nuestras tías (« magne» ), sabios patriarcas tabacosos y domésticas reinas del hogar, que sin embargo se autodefinían orgullosamente como « el pueblo de Israel» . Por lo que respecta a este término de « tío» , conviene advertir antes de nada que debe ser entendido en un sentido bastante amplio. Es costumbre entre nosotros llamar tío a cualquier pariente mayor por lejano que sea el parentesco; y como todas o casi todas las personas viejas de la comunidad acaban por tener algo que ver con la propia familia, el número de nuestros tíos, por consiguiente, es muy grande. Además cuando los tíos alcanzan una edad muy avanzada (circunstancia frecuente, porque desde Noé acá somos gente longeva), los atributos respectivos de « barba» o de « magna» tienden a fundirse poco a poco con el nombre que, con el concurso de ingeniosos diminutivos y de una insospechada analogía entre el hebreo y el piamontés, fragua en apelativos complicados y de extraño sonido, los cuales se transmiten luego inalterados de generación en generación junto con las vicisitudes, las memorias y los dichos de quien los llevó por tan largo tiempo. Así surgieron Barbaiòtô (tío Elias), Barbasachín (tío Isaac), Magnaiéta (tía María), Barbamôisín (tío Moisés, del cual se cuenta que se hizo serrar por un charlatán los dos incisivos inferiores para poder sujetar más cómodamente el mango de la pipa), Barbasmelín (tío Samuel), Magnavigàia (tía Abigail, que entró en Saluzzo vestida de novia a lomos de una mula blanca, después de haber remontado desde Carmagnola el río Pó helado), Magnafôriña (tía Zefora, del hebreo Tzipporà, que quiere decir « Pájara» , gran nombre). A una época todavía más remota debía pertenecer Nónô Sacob, que había estado en Inglaterra a comprar telas y por eso llevaba « un traje a cuadros» . Su hermano Barbapartín (tío Bonaparte, nombre todavía corriente entre los judíos, en recuerdo de la primera efímera emancipación que Napoleón les concediera graciosamente), había descendido de su categoría de tío porque el Señor, bendito sea su santo nombre, le había dado una mujer tan insoportable que él se bautizó, se hizo fraile y se fue a China de misionero para perderla de vista. La abuela Bimba era guapísima, llevaba una boa de avestruz y era baronesa; Napoleón les había concedido la baronía a ella y a toda su familia porque « l’aviô prestaie’d mañòd» , le habían prestado dinero. Barbarônín era alto, corpulento y de ideas radicales. Se había desplazado de Fossano a Turín y había desempeñado muchos oficios. Lo habían apuntado como comparsa en el Teatro Carignano para el « Don Carlos» , y él había escrito a su familia diciéndole que viniera al estreno. Vinieron el tío Natàn y la tía Allegra a un palco; cuando se levantó el telón y la tía vio a su hijo armado de arriba abajo como un filisteo, rompió a gritar con todas sus fuerzas: « Rônín, co’t fai! Posa côl sàber!» , « Aron, ¿pero qué haces? ¡Deja ese sable!» . Barbamiclín era un pobre de espíritu. En Azqui lo respetaban y lo protegían, porque los pobres de espíritu son hijos de Dios y no hay que decirles « raca» . Pero le llamaban Plantabibini, por una vez que un « rashàn» (un malnacido) le había tomado el pelo, haciéndole creer que los pavos (« bibini» ) se sembraban como los melocotones, plantando las plumas en los surcos, y que luego crecían en las ramas. Por otra parte, el pavo ocupaba un puesto curiosamente importante en este mundo familiar ocurrente, apacible y metódico; tal vez porque al ser el pavo presumido, desmañado y colérico, es la expresión de las cualidades opuestas y se presta a convertirse en un hazmerreír, o tal vez por una razón más simple, porque proporcionaba la materia prima para una famosa y semiritual « quaiëtta’d pitô» (torta de pavo) que se hacía por Pascua. Hasta el tío Pacífico, por ejemplo, criaba una pava y le había tomado cariño. Enfrente de él vivía el señor Lattes, que era músico. La pava cacareaba y molestaba al señor Lattes, así que éste le pidió a tío Pacífico que mandara callar a su pava. El tío contestó: « Sara fáita la sôa cómissión. Sôra pita, c’a staga ciútô» . « Será cumplido su encargo. Señora pava, cállese» .

Tío Gabriel era rabino, y por eso atendía por « Barba Moreno» , o sea tío Nuestro Maestro. Ya viejo y casi ciego, volvía una vez a pie, bajo un sol abrasador de Verzuolo a Saluzzo. Vio venir un carruaje, lo paró y pidió que le llevara; pero luego, según hablaba con el conductor, se fue dando cuenta poco a poco de que era un coche fúnebre, que llevaba a enterrar a una mujer cristiana, cosa abominable, porque, según reza en Ezequiel 44.25, si un sacerdote toca a un muerto o simplemente entra en el recinto donde y ace, queda contaminado e impuro durante siete días. Se puso en pie de un salto y gritó: « ¡I eu viagá côn’na pegartá! ¡Viturín fermé!» : « ¡He viajado con una muerta! ¡Detente, cochero!» . El Gnôr Grassiadiô y el Gnôr Côlombô eran una pareja de amigos-enemigos que habían vivido, según era fama, uno enfrente de otro desde tiempo inmemorial, a los dos lados de una estrecha calzada en la ciudad de Moncalvo. El Gnôr Grassiadiô era masón y riquísimo; se avergonzaba un poco de su origen judío y había tomado por esposa a una gôia, o sea a una cristiana, de cabellos rubios y largos hasta el suelo, que le ponía los cuernos. Esta gôia, aunque propiamente gôia, se llamaba Magna Ausilia, lo cual revela un cierto grado de tolerancia por parte de los epígonos; era hija de un capitán de barco, que le había regalado a Gnôr Grassiadiô un papagayo grande de todos los colores procedente de las Guay anas y que decía en latín: « Conócete a ti mismo» . El Gnôr Côlombô era pobre y partidario de Mazzini; cuando llegó el papagayo, él se compró una corneja toda despeluchada y la enseñó a hablar. Cuando el papagayo decía « Nosce te ipsum» , la corneja contestaba: « Fate furb» , « Hazte el listo» . Pero, a propósito de la « pegartà» del tío Gabriel, de la « gôia» del Gnôr Grassiadiô, de los « mañòd» de la abuela Bimba y de la « havertà» , de que hablaremos enseguida, se hace necesaria una explicación. « Havertà» es una palabra hebrea degradada, tanto en la forma como en el significado, y fuertemente cargada de resonancias. Propiamente es una arbitraria forma femenina de Haver = Compañero, y significa « doméstica» , pero contiene la idea accesoria de la mujer de baja extracción y de creencias y hábitos diferentes que se ha visto obligada a tomar albergue bajo nuestro mismo techo. La havertà es por tendencia descocada y poco limpia, y por definición malévolamente curiosa acerca de las costumbres y conversaciones de los dueños de la casa, hasta el punto de obligar a éstos a valerse, en su presencia, de una jerga particular, en la que evidentemente queda incluido el término « havertà» mismo, además de los otros más arriba citados. Esta jerga hoy en día ha desaparecido casi por completo; un par de generaciones atrás todavía estaba enriquecida por algunos centenares de vocablos y de expresiones, generalmente de raíz hebrea, con desinencias y flexiones piamontesas. Un análisis de ellos, por somero que sea, revela su función solapada y subterránea, de lenguaje artero que sirve para hablar de los gôjím en presencia de los gôjím; o incluso para responder audazmente, con injurias y maldiciones que no se pueden entender, al régimen de clausura y de opresión instaurado por ellos.

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