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El silencio de la noche – Sherrilyn Kenyon

Es navidad y todo el infierno se viene abajo. Literalmente, mientras los humanos están de compras, un enfadado Señor de los Demonios está planeando un supremo y violento ataque contra sus enemigos, ¿para cuáles? Desafortunadamente para nosotros, incluye a la raza humana. Pero cuando Stryker convoca sus fuerzas, descubre que tiene un hijo ya crecido y que nunca ha sabido de su existencia y una furiosa ex, Zephyra, que está tan decidida a acabar con su existencia como él lo está de acabar con la nuestra. El último de los predadores está a punto de encontrar a su igual cuando se trazan nuevas líneas de batalla y se recupera a los DarkHunters para un baño de sangre en Nochebuena. La única pregunta es esta: ¿Podrá sobrevivir Stryker a su más viejo enemigo para enfrentarse a quién quiere matar realmente o tendrá Zephyra su oportunidad ante el marido que la abandonó?


 

Al principio de los tiempos el mundo era belleza y magia. Antes de que los humanos existieran, había dioses y sus sirvientes, que cumplían sus órdenes fueran cuales fuesen. Enfrentados entre sí, los dioses lucharon hasta que de su infructuosa violencia nació una nueva raza: los ctónicos, unas nuevas criaturas que surgieron de una tierra teñida de rojo por la sangre de los propios dioses. Los ctónicos se alzaron sobre los demás y dividieron el mundo entre los dioses… también dividieron el mundo entre ellos mismos. Para mantener la paz debían eliminar a los soldados de los dioses. No podía sobrevivir ni uno. La ley ctónica se impuso y juntos consiguieron establecer la paz en el mundo una vez más y proteger a la nueva raza recién creada: los humanos. Sin embargo, los ctónicos no estaban libres de corrupción. Ni eran infalibles. No tardaron mucho en pelearse entre sí. Y así fue pasando el tiempo. La humanidad maduró y aprendió a olvidarse de los dioses y de la magia que existía en su mundo. Incapaz de combatir contra ellos, la humanidad decidió obviar su existencia. Tonterías. Pamplinas. Fantasía. Cuentos de hadas. Algunos de los muchísimos términos que los hombres usaban para denigrar lo que su cacareada ciencia no podía explicar. El empirismo se convirtió en otra religión. No había sombras que acecharan a víctimas inocentes. Solo era la mente humana que les jugaba una mala pasada.


Una imaginación demasiado activa. « Los lobos no se pueden convertir en humanos y los humanos no se pueden convertir en osos. Los dioses antiguos están muertos… relegados a los mitos que todos sabemos que son inventados.» Y sin embargo… ¿Qué ha sido ese sonido al otro lado de la ventana? ¿Ha sido el aullido del viento? ¿Un perro callejero, tal vez? ¿O algo más siniestro? ¿Un depredador de verdad? Si se nos eriza el vello de la nuca, solo es el efecto del frío, nada más. O tal vez la muerte ande cerca. O quizá sea la caricia de un dios invisible o de su sirviente, que pasaba junto a nosotros. El mundo y a no está en pañales. Ya no es inocente. Y los antiguos poderes se han cansado de que no les hagan caso. El viento que soplaba hace un rato por el patio no era la tierna caricia que anunciaba un cambio de tiempo. Era una llamada que solo las criaturas sobrenaturales pueden oír. En este preciso momento esas fuerzas se están reuniendo. En esta ocasión quieren algo más que la sangre de los otros dioses y la suya propia. Nos quieren a nosotros… Y estamos a su merced. 1 Stryker se detuvo para echar un vistazo por el Tártaro. Su padre, el dios griego Apolo, lo había llevado en una ocasión a ese lugar, hacía eones, cuando solo era un niño, para que conociera a su tío abuelo, Hades, que reinaba en el Inframundo griego y vigilaba a los antiguos muertos. Aquel día su padre también le había otorgado un don realmente excepcional y conveniente: la habilidad de entrar y salir del Inframundo para poder visitar a su tío. De niño, Stryker le tenía pavor a aquel dios moreno, cuyos ojos solo se suavizaban al mirar a su esposa, Perséfone. Por suerte Perséfone se encontraba con Hades en ese momento, de modo que el dios estaba demasiado ocupado con ella para darse cuenta de que un semidiós se había colado en sus dominios. Semejante afrenta hacía que Hades se subiera por las paredes. Sobre todo cuando el semidiós en cuestión portaba un vial repleto de una potente sangre. Concretamente, la sangre de Tifón. El hijo del dios primigenio Tártaro, el que le diera nombre a esa parte de los dominios de Hades. Tifón era letal. Su poder bastaba para acabar incluso con Zeus, el regente de los dioses.

Al menos hasta que los dioses olímpicos se aliaron para encerrarlo debajo del monte Etna. —Gracias por haber sido incapaces de matarlo —dijo Stryker, que levantó el vial para contemplar la brillante sangre púrpura que había extraído del titán. Con eso podría despertar a los muertos y resucitar al mayor azote de todos los tiempos. War, la personificación de la guerra. Apretó con fuerza el vial y se encaminó a la zona más profunda del Tártaro. Ese nivel estaba reservado para las bestias y los dioses a quienes los olímpicos habían derrotado. Las criaturas a quienes más temían. Concretamente se dirigía a la tumba más alejada, la que había descubierto sin querer de niño. Sumido en la oscuridad que lo rodeaba, recordó el miedo que había aparecido en los ojos de su padre… —¿Qué es, padre? —le había preguntado en aquel entonces, señalando las estatuas de dos hombres y una mujer. Apolo se había arrodillado a su lado. —Es lo que queda de los Macas. —¿De quiénes? —De las Batallas. —Apolo había señalado la estatua más alta, que estaba al fondo. De enorme estatura y con la constitución de un guerrero, la estatua había hecho que el niño de siete años que era entonces contuviera el aliento, aterrado por la posibilidad de que cobrara vida y le hiciera daño—. Ese es War, la personificación de la guerra. El más feroz de los Macas. Fue creado por todos los dioses de la guerra para matar a los ctónicos. Se rumorea que War, junto con sus secuaces, los persiguieron y los llevaron al borde de la extinción. Durante la batalla final, que duró tres meses enteros, War acorraló a los últimos ctónicos hasta que lo engañaron. Lo rodearon y le lanzaron un hechizo que anulaba sus poderes y lo paralizaba. Aquí descansará hasta que alguien lo despierte. A su mente infantil le había parecido un castigo demasiado severo. Vil y cruel. —¿Por qué no lo mataron? —Porque no eran lo bastante fuertes. Ni siquiera combinando nuestros poderes teníamos la habilidad para acabar con su vida.

En aquel momento no había alcanzado a comprender la importancia de esas palabras. —No entiendo por qué los dioses temen tanto a los ctónicos. Son humanos. —Con los poderes de los dioses, niño. Que nunca se te olvide. Solo ellos pueden matarnos sin destruir el universo y devolver nuestra esencia a la fuente primigenia que nos dio la vida. —Entonces ¿por qué los ctónicos no matan a todos los dioses y ocupan su lugar? —Porque cuando nos matan, sus propios poderes se debilitan y eso los hace vulnerables a nosotros y entre sí. De modo que se dedican a controlarnos, y nosotros obedecemos por miedo a morir. —Apolo había mirado a War en ese momento, con una fascinación malsana en los ojos—. Solo War era inmune a sus poderes. Por desgracia, también es inmune a los nuestros. Cuando Ares y los demás dioses de la guerra se dieron cuenta de lo poderoso que era, decidieron que era mejor que permaneciera oculto durante toda la eternidad. —¿No sabían lo poderoso que era cuando lo crearon? Apolo había revuelto el pelo rubio de su hijo. —En ocasiones no nos damos cuenta de lo destructivas que son las criaturas que creamos hasta que es demasiado tarde. Y en ocasiones dichas creaciones se vuelven en nuestra contra e intentan matarnos por todos los medios aunque las queramos y las mimemos. Stry ker apretó los dientes al recordar las palabras de su padre. ¡Cuánta razón encerraban! Stry ker se había vuelto contra su padre y a su vez su propio hijo se había vuelto contra él. Y en esas estaban. En guerra. Guerra… War… Abrió la húmeda tumba que olía a tierra mojada y a moho. Levantó la mano y usó sus poderes para encender las antorchas cubiertas de telarañas que llevaban siglos sin prenderse. La brillante luz se derramó sobre las paredes y sobre los tres últimos Macas. Se detuvo junto a la mujer. Menuda y de aspecto frágil, Ker era la personificación de la muerte cruel y violenta. Despiadada y capaz de multiplicarse en numerosos demonios llamados Keres, en otro tiempo había sobrevolado los campos de batalla para apoderarse de las almas de los moribundos.

Sus poderes habían inspirado a Apolimia, quien había encontrado el modo de salvar a los apolitas de la injusta maldición que Apolo les había lanzado. ¡Alabada fuera Ker por sus poderes…! La siguiente estatua era Maca. La personificación de la batalla. La mano derecha de War. El plural de su nombre denominaba a todos los espíritus del conflicto. Representaba su esencia. Sin embargo y en comparación con War, era débil. Al igual que Ker, solo se trataba de un subproducto de la fuerza destructiva que él buscaba. Esbozó una sonrisa torcida al pasar junto a los dos seres menores para acercarse al que quería despertar. Ya no lo veía como un gigante. De hecho, War era varios centímetros más bajo… aunque dado que él medía dos metros, tampoco era de extrañar. El cuerpo de War seguía siendo tan musculoso como lo recordaba de once mil años atrás. Incluso paralizado, la presencia y el poder de War resultaban asombrosos e innegables. Los percibía en el aire y en los escalofríos que le recorrían la columna. Aquella criatura significaba la muerte para todo aquel que se cruzara en su camino. Ataviado a la antigua usanza militar, el dios lucía una coraza decorada con la cabeza de Equidna. Stry ker extendió una mano para tocarlo. En cuanto sus dedos rozaron la estatua, un destello iluminó la estancia, haciendo que el mármol blanco se transformara en piel. La coraza estaba hecha de acero recubierto de oro. El resto de su atuendo militar estaba formado por una falda de cuero negro ribeteada de oro y una capa. War empuñaba una espada a medio sacar de su funda de cuero negro, y su hoja tenía un brillo acerado. Aquellos ojos negros se le clavaron en la cara. Y acto seguido todo volvió a ser de mármol. Blanco. Frío.

De un prístino sobrenatural. War volvía a dormir, pero Stryker aún sentía su conciencia surcando el aire a su alrededor. War estaba deseando que lo liberaran. —Tú quieres ser libre —le susurró al espíritu—. Y yo quiero vengarme de un dios al que no puedo tocar. —Destapó el vial y lo levantó—. De la sangre de los titanes a la sangre de los titanes, y o, Strykerio, te devuelvo a tu verdadera forma a cambio de un acto de venganza contra mis enemigos. Inclinó el vial de modo que la sangre púrpura solo le manchara la punta de un dedo. El intenso poder le quemó la piel. Sí, la sangre de Tifón era tan potente como lo había sido el temido dios. Entrecerró los ojos y restregó el dedo ensangrentado sobre los labios del espíritu durmiente. —¿Aceptas mis condiciones, War? Solo los labios dejaron de ser de mármol. —Acepto. —Pues bienvenido al reino de los vivos. Stry ker vertió la sangre en los labios del espíritu. En cuanto lo hizo, se oyó un grito indignado que apagó las antorchas y los sumió en la oscuridad. —¡No! Stry ker se echó a reír al oír el grito indignado de Hades. Ya era demasiado tarde. Una ventisca azotó la estancia cuando War cobró vida con un grito de guerra tan feroz que resonó en la gruta e hizo que las jaulas de los condenados emplazadas a su alrededor crujieran. Las antorchas volvieron a encenderse de repente, inundando la estancia con tanta luz que Stryker tuvo que cubrirse los ojos. Hades apareció acompañado de Ares. Los dioses intentaron detener a War con descargas astrales, pero fue inútil. War soltó una carcajada antes de devolverles el ataque. La fuerza de sus descargas lanzó a los dioses al suelo como una tormenta haría con unas hojas secas. La alegría que brillaba en sus ojos oscuros puso de manifiesto el enorme placer que le reportaba su propia crueldad.

War miró a Stryker con una sonrisa torcida en los labios. —¿A quién tengo que matar por ti? —A Aquerón Partenopaeo y a NickGautier. War enfundó su espada. —Dalo por hecho. Stry ker lo cogió del brazo cuando War se disponía a desvanecerse. —Un consejo: el mundo ya no es como solía ser. —Le dio al espíritu una bolsa con unos vaqueros negros, una camiseta del mismo color y unas botas—. Creo que te convendría deshacerte de la falda y la armadura. Pero solo es una idea. War lo miró con desdén, pero al final aceptó la ropa y desapareció. Stryker se volvió hacia los dioses. Ares estaba inconsciente, pero Hades sacudía la cabeza para espabilarse. El dios del Inframundo expresó su descontento y su rabia con una mirada mientras intentaba revivir a Ares. —¿Tienes la menor idea de lo que acabas de liberar? Stry ker malinterpretó a propósito esas palabras. —Crueldad, pestilencia, ira, violencia, máximo sufrimiento… ¿Qué otros dones le otorgasteis? —Eso solo es el comienzo. Antes de que lo liberaras, deberías haberte molestado en averiguar que siempre destruye a quien le da las órdenes. Tú no serás una excepción. —Hades abarcó la estancia con un gesto de la mano—. Mira a tu alrededor. Este agujero que llamamos Tártaro es lo que queda del dios primigenio. Su muerte a manos de War fue lo que nos llevó a combinar nuestros poderes con los ctónicos para contenerlo. Y por aquel entonces teníamos fieles y estábamos en posesión de todos nuestros poderes. Ahora ya no somos tan fuertes. En fin, no se había molestado en analizar ese detalle. Aunque tampoco importaba.

Estaba más que dispuesto a entregar su vida… siempre y cuando se llevara por delante a sus enemigos. —¡Vaya! —exclamó con evidente sarcasmo—. Supongo que la he cagado. La incapacidad para prever las consecuencias de nuestros actos impulsivos debe de ser cosa de familia. Y eso que mi padre es el dios de las profecías… Los ojos de Hades adquirieron un tono rojizo. —Destruirá a los humanos. Stry ker lo miró con desdén. —No vi que salierais en defensa de los apolitas cuando mi padre nos maldijo a alimentarnos de la sangre de nuestros congéneres y a padecer una muerte lenta y dolorosa a la edad de veintisiete años porque un grupo de apolitas mataron a su puta. Tal como lo recuerdo, nos disteis la espalda y nos dejasteis en la oscuridad, como ratas cuy a existencia quisierais olvidar. Hades meneó la cabeza. —Te mataría ahora mismo, pero quizá sea mejor dejarte a merced de la criatura que has liberado. Te veré de nuevo por aquí cuando hayas muerto. Stry ker guardó silencio mientras veía cómo Hades despertaba a Ares. Aburrido por la escena que presentaban los dos dioses, volvió a Kalosis, lugar al que iría después de su muerte. El infierno atlante que había sido su hogar desde que le diera la espalda a su padre y se pusiera de parte de la diosa que gobernaba aquel dominio. Apolimia poseía su alma. Se la había entregado sin remordimientos el día que su padre maldijo a toda su raza por los actos de un grupo de soldados. Aborrecía tanto a los griegos que no quería saber nada de ellos. Con el amargo recordatorio de que Apolimia seguramente disfrutaría de su tortura eterna muchísimo más que Hades, regresó a su despacho, donde guardaba la esfera que le permitía espiar a sus enemigos. Al menos a Aquerón. En cuanto a Nick, podía ver a través de sus ojos siempre que quisiera. Era una de las ventajas que había obtenido cuando se vinculó con aquel cabrón. Aunque por desgracia, no había mucho que ver a través de Nick, ya que se mantenía aislado del mundo y alejado de todas las personas a quienes quería espiar. La depresión de Nicklo aburría. De momento quería presenciar la muerte de Aquerón.

Agitó una mano sobre la esfera y observó como la niebla se aclaraba y aparecía la figura del dios a quien quería ver enterrado más que a ningún otro… El adorado hijo de Apolimia. Torció el gesto al ver una escena que parecía sacada de una ilustración de Norman Rockwell. ¡Qué pintoresco! Aquerón estaba en su casa de Katoteros, el paraíso atlante, adornando un árbol de Navidad con su novia, Soteria. Había algo muy retorcido en el hecho de que un dios atlante accediera a seguir una costumbre humana para darle el gusto a su amante. Los dos parecían tan cariñosos y tan felices que le entraron ganas de vomitar. « Eso está a punto de cambiar» , se dijo. Se acomodó en el sillón y esperó. —¡Akri! ¿Simi puede comerse eso? Ash Partenopaeo se quedó quieto al escuchar a su demonio a su espalda. Se dio la vuelta y vio a Simi con la vista clavada en el ángel de cristal que él tenía en la mano. Simi iba vestida con una falda gótica a cuadros negros y rojos, un corsé y un gorro de Papá Noel en la cabeza que ocultaba sus cuernos. Llevaba el pelo suelto, igual que él, y las puntas de su larga melena negra le rozaban la cintura. Antes de que pudiera responderle, Soteria miró a Simi con una sonrisa dulce y condescendiente que lo derritió. Se había hecho dos coletas y lucía un estilo totalmente opuesto al atuendo gótico que él llevaba: un pantalón blanco y un jersey rojo con un reno en el pecho. Por su parte, él llevaba una camiseta negra de manga larga con dos esqueletos de renos tirando de un trineo retorcido. —Esto… Simi, por favor —dijo Soteria—, no te comas eso. Es el ángel que pongo en el árbol desde que era pequeña. Lo compré en Grecia durante una Navidad, con mis padres. Simi hizo un puchero. —¿Y Simi se puede comer el chocolate? —Claro. Simi soltó un chillido y cogió la barrita de Hershey que Soteria había dejado sobre la mesita auxiliar, tras lo cual salió corriendo para devorarla. Soteria soltó una carcajada. —¡Vaya! Quería compartirla contigo después. Ash colocó el ángel en la parte alta del árbol y, dado que medía más de dos metros, no tuvo el menor problema. —No pasa nada. Detesto el chocolate.

Soteria le quitó un trocito de espumillón al osito que tenía en la mano antes de colgarlo en el árbol. —Te pediría una explicación, pero cada vez que te pregunto por qué detestas algo, la respuesta siempre me rompe el corazón. Así que buscaré otra cosa para regalarte el día de San Valentín. —Gracias. Ash acortó la distancia que los separaba y la abrazó para darle un beso fugaz. Sus labios apenas se habían rozado cuando lo cegó un fogonazo. Tomó aire para reprender a su ayudante, Alexion, por la intromisión, pero antes de que pudiera hablar algo lo golpeó y lo lanzó por los aires. Soteria se volvió para enfrentarse al intruso. Esperaba encontrarse a la diosa Artemisa, de modo que se quedó de piedra al ver a un hombre muy alto y muy musculoso. La brutalidad de sus facciones solo era comparable a su belleza. Vestido de negro de la cabeza a los pies, el intruso pasó junto a ella como si solo fuera un mueble más y se encaminó hacia Aquerón. Cuando hizo acopio de sus poderes para lanzarle una descarga astral, Soteria descubrió que no servían de nada. Como si volviera a ser humana. La descarga salió de su mano, pero fue como si el cuerpo del intruso la absorbiera. El hombre levantó a Aquerón del suelo y lo estampó contra la pared más alejada como si fuera una ramita. ¡Por todos los dioses, iba a matar a Ash! Ash no podía respirar mientras intentaba defenderse en vano. Se sentía como si lo hubiera rodeado una banda de acero, paralizándolo. Un dolor casi insoportable se extendió por todo su cuerpo. Nadie había sido capaz de darle semejante paliza desde su época de mortal. En cuanto esa idea pasó por su cabeza, supo con total claridad quién era su atacante y qué representaba. War, la personificación de la guerra y el guerrero perfecto. « ¡Joder!» —¡No! —gritó Ash cuando Soteria se disponía a atacar a War al mismo tiempo que Simi se materializaba a su lado para ayudarla. War las destrozaría a ambas—. Coge a Simi y largaos de aquí. ¡Ahora! Soteria agarró a Simi justo cuando esta se preparaba para abalanzarse sobre War.

Lo miró para dejarle claro que no le gustaba huir, pero que confiaba en él lo suficiente para hacerle caso. Alexion apareció en ese momento con una espada con la que intentó ensartar al espíritu. Sin embargo, la espada atravesó la carne de War y se clavó en el vientre de Ash, quien siseó, abrumado por un dolor atroz. Alexion se quedó blanco. —Lo siento, jefe. « Es fácil decirlo, como él no tiene el vientre abierto…» Sin embargo, Ash no podía culpar a Alexion. Lo único importante en ese momento era salvarles la vida a todos. —¡Vete de aquí! Llévate a Danger, a los demonios y a Tory, y salid pitando. War lo cogió por la garganta. Intentó zafarse de sus manos, pero apenas podía respirar. Miró a Alexion a los ojos. Vio lealtad en ellos, pero su amigo sabía lo que tenía que hacer. Ash no podía luchar si estaba distraído. —Nos veremos en Neratiti. —Tras coger a las mujeres, Alexion desapareció. Ash golpeó la mano de War en un intento por apartarla de él. Al ver que no lo conseguía, le lanzó una descarga astral que ni siquiera le hizo cosquillas. —¿Qué quieres? —jadeó. War ladeó la cabeza con un gesto inhumano mientras le apretaba el cuello con más fuerza si cabía. —Que mueras. Empezaron a zumbarle los oídos conforme se iba quedando sin aire. Intentó respirar, pero fue inútil. Sus forcejeos fueron disminuyendo a medida que la oscuridad lo engullía.

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