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El Rithmatista – Brandon Sanderson

L illy corría por el pasillo. De pronto se le apagó la lámpara y la arrojó a un lado, esparciendo petróleo sobre el papel de pared y la suntuosa alfombra. El líquido brilló a la luz de la luna. La casa se hallaba desierta y silenciosa, salvo por la respiración aterrorizada de Lilly. Había renunciado a gritar. Al parecer nadie la oía. Era como si la ciudad entera hubiese muerto. Lilly irrumpió en la sala de estar y se detuvo, sin saber qué hacer a continuación. Un reloj de péndulo hacía tictac en el rincón, iluminado por los rayos de luna que entraban a través de los ventanales. Los edificios de la ciudad, de diez pisos de altura o más, se recortaban más abajo, con las vías del resortrén entrecruzándose entre ellos. Era Jamestown, el hogar de Lilly durante dieciséis años, toda su vida. «Voy a morir», pensó. La desesperación la impulsó a superar el terror. Apartó de un empujón la mecedora del centro de sala y acto seguido enrolló apresuradamente la alfombra para poder acceder al suelo de madera. Metió la mano en la bolsita sujeta a su falda con un cordón y sacó de ella un trocito de tiza, blanca como un hueso. Arrodillándose sobre los tablones de madera, Lilly miró fijamente el suelo e intentó pensar con claridad. «Concéntrate». Apoyó la punta de la tiza en la tarima y empezó a dibujar un círculo en torno a sí misma. La mano le temblaba de tal manera que la línea le salió bastante irregular. El profesor Fitch se habría disgustado muchísimo ante una Línea de Custodia tan chapucera. Lilly rio, un sonido impregnado de desesperación que más pareció un grito. Unas gotas de sudor cayeron de su frente y dejaron unas manchas oscuras en la madera. La mano volvió a temblarle mientras trazaba unas cuantas líneas rectas dentro del círculo: eran Líneas de Prohibición, para estabilizar su anillo defensivo. La Defensa Matson… ¿cómo iba? Dos círculos más pequeños, con puntos de conexión para colocar Líneas de Creación… Arañazos. Lilly levantó la cabeza bruscamente y miró pasillo abajo, en dirección a la puerta que llevaba a la calle.


Una sombra se movió más allá del cristal empañado de la mirilla. La puerta vibró. —Oh, Maestro… —susurró Lilly casi sin querer—. Por favor… por favor… La puerta dejó de vibrar. Por un instante todo quedó en silencio y de pronto la puerta se abrió de golpe. Lilly intentó gritar, pero la voz se le quedó atrapada en la garganta. Una silueta recortada por la luz de la luna permanecía inmóvil ante ella, con un sombrero hongo en la cabeza y una corta capa cubriéndole los hombros. Con la mano inmóvil sobre la empuñadura de su bastón, parecía dominar a Lilly con su imponente estatura. Debido al contraluz Lilly no podía verle bien la cara, pero había algo horriblemente siniestro en aquella cabeza un poco ladeada y los rasgos sumidos en la sombra. Apenas un tenue atisbo de nariz y barbilla, iluminadas por el claro de luna, y dos ojos que la observaban desde una negrura de tinta. Las cosas pasaron por su lado mientras fluían al interior de la sala llenas de furia, avanzando sobre el suelo, las paredes y el techo. Sus formas blancas como el hueso casi parecían brillar a la luz de la luna. Todas ellas eran completamente planas, como pedazos de papel. Todas ellas estaban hechas de tiza. Eran centenares, todas únicas; monstruos minúsculos con garras y colmillos, como escapadas de alguna lámina. No hicieron el menor ruido a medida que fluían desde el pasillo, estremeciéndose y vibrando silenciosamente mientras iban a por ella. En ese momento Lilly por fin encontró su voz y gritó. A burrido? —exclamó Joel, parándose en seco—. ¿El duelo Crew-Choi de 1888 te parece aburrido? Con un encogimiento de hombros, Michael se detuvo y lo miró. —No sé. Dejé de leer cuando llevaba cosa de una página y media. —No te lo estás imaginando bien —dijo Joel, yendo hacia su amigo y poniéndole la mano en el hombro. Después sostuvo la otra mano ante él, enmarcándolo con los dedos como si quisiera eliminar cuanto había a su alrededor (las verdes extensiones de césped de la Academia Armedius) y sustituirlo por el campo en el que se libró el duelo. »Ahora, intenta figurártelo —continuó—. Es el final de la melé, el mayor acontecimiento rithmático del país.

Paul Crew y Adelle Choi son los únicos dos duelistas que quedan en el campo. Adelle sobrevivió, a pesar de que lo tenía todo en contra, después de que el resto de su equipo fuera eliminado en el curso de los primeros minutos. Unos cuantos estudiantes más se detuvieron en la acera para escuchar mientras iban de una clase a la siguiente. —¿Y qué? —preguntó Michael, bostezando. —¿No lo entiendes? ¡Michael, era la final! Todo el mundo estaría mirando, en silencio, mientras los dos últimos rithmatistas daban inicio a su duelo. ¡Imagínate lo nerviosa que estaría Adelle! Su equipo nunca había ganado una melé, y en ese momento se enfrentaba a uno de los rithmatistas más dotados de su generación. El equipo de Paul lo había mantenido resguardado en el centro de su despliegue para que los jugadores de menos categoría cayeran primero. Sabían que así él llegaría a la final sin haberse cansado apenas, con su círculo defensivo prácticamente intacto. Era el campeón contra la más desvalida. —Aburrido —insistió Michael—. Lo único que hacen es arrodillarse ahí y dibujar. —Eres un caso perdido —replicó Joel—. Vas a la escuela en la que se adiestra a los rithmatistas. ¿Es que no te interesan ni aunque solo sea un poquito? —Los rithmatistas ya tienen suficientes adeptos —dijo Michael, frunciendo el ceño—. Ellos se mantienen aparte de los demás, Joel, y para mí perfecto. En realidad, preferiría que ni siquiera estuviesen por aquí —añadió. Una brisa le revolvió el pelo rubio. Las verdes colinas y los majestuosos edificios de ladrillo de la Academia Armedius se extendían alrededor de ellos. Un cangrejo mecánico proseguía con su callada obligación muy cerca de donde se habían parado a hablar, mordisqueando la hierba para mantenerla igualada. —No pensarías así si lo entendieras —dijo Joel, sacándose del bolsillo un par de trozos de tiza —. Anda, coge esto. Y ahora ponte aquí. —Colocó a su amigo y después se arrodilló para dibujar un círculo sobre la acera alrededor de él—. Tú eres Paul. Mira, círculo defensivo.

Si se abre una brecha en él, pierdes el combate. Joel retrocedió un par de pasos, se arrodilló de nuevo y dibujó su propio círculo. —Bueno, el círculo de Adelle había estado a punto de ser atravesado en cuatro sitios. Entonces ella se dispuso a cambiar rápidamente de la Defensa Matson a… Bueno, mejor dejamos eso, es demasiado técnico. Solo piensa que su círculo era débil, y que Paul contaba con una posición dominante. —Si tú lo dices… —murmuró Michael. Sonrió a Eva Winters cuando la muchacha pasó por su lado sujetando unos cuantos libros contra el pecho. —Entonces Paul empezó a golpear el círculo de Adelle con Líneas de Vigor —siguió explicando Joel—, y ella comprendió que no iba a ser capaz de alterar sus defensas lo bastante deprisa para recuperarse. —¿Con qué líneas dices que golpeaba el círculo de Adelle? —preguntó Michael. —Con Líneas de Vigor —respondió Joel—. Los duelistas se las disparan unos a otros. La melé consiste precisamente en eso, porque es así como abres una brecha en el círculo. —Creía que lo que hacían era crear unas cositas de… tiza. Una especie de criaturas, vamos. —Eso también —asintió Joel—. Las llaman tizoides. Pero esa no es la razón por la que todo el mundo se acuerda de la melé de 1888, incluso después de veinte años. Se acuerdan de ella por las líneas que lanzó Adelle. La respuesta convencional habría sido aguantar tanto como fuera posible, prolongando el duelo para lucirse al máximo. Puso su tiza delante del círculo. —Pero Adelle no hizo eso —susurró después—. Vio algo. Paul tenía una pequeña sección debilitada en la parte de atrás de su círculo. Naturalmente, la única manera de atacar esa zona habría sido lanzar un disparo orientándolo de tal manera que este rebotara en tres líneas distintas dejadas por los otros duelistas. Un disparo imposible, vamos.

Pero aun así, Adelle optó por él. Dibujó una Línea de Vigor mientras los tizoides de Paul iban comiéndose sus defensas. La lanzó y… Absorto en la emoción del momento, Joel acabó de dibujar la Línea de Vigor delante de él y levantó la mano con una floritura. No sin cierta sorpresa descubrió que un grupo de unos treinta estudiantes se había congregado para escucharlo, y advirtió que todos contenían la respiración mientras esperaban que su dibujo cobrara vida. No fue así. Joel no era rithmatista. Sus dibujos solo eran trazos de tiza normal y corriente. Todo el mundo lo sabía, Joel el primero, pero de algún modo el momento rompió el hechizo tejido por su historia. Los estudiantes que se habían congregado para escucharlo mientras hablaba siguieron su camino, dejándolo arrodillado en el suelo en el centro de su círculo. —A ver si lo adivino —dijo Michael, volviendo a bostezar—. ¿El disparo de Adelle alcanzó el objetivo? —Sí —dijo Joel, sintiéndose súbitamente ridículo. Se levantó del suelo y recogió la tiza—. El disparo surtió efecto. Adelle ganó la melé, aunque su equipo iba el último en las apuestas. Ese disparo… Fue espectacular. Al menos, eso dicen los relatos. —Y estoy seguro de que a ti te hubiera encantado estar allí —dijo Michael, saliendo del círculo que había dibujado Joel—. Por el Maestro, Joel. ¡Apuesto a que si fueras capaz de viajar a través del tiempo, desperdiciarías ese don acudiendo a todos los duelos rithmáticos! —Claro, supongo. ¿Qué otra cosa iba a hacer con él? —Bueno —replicó Michael—, tal vez evitar que se cometieran algunos asesinatos, enriquecerte, averiguar qué está sucediendo realmente en Nebrask… —Me imagino que sí —dijo Joel, guardándose la tiza en el bolsillo. Un instante después se apartó de un salto cuando un balón de fútbol lo pasó rozando. Jephs Daring los saludó con la mano mientras corría en pos de su balón. Joel se reunió con Michael y los dos siguieron su camino a través del campus. Las hermosas colinas llenas de verdor estaban pobladas de árboles que la primavera ya había empezado a cubrir de flores, y las enredaderas cubrían las fachadas de los edificios. Los estudiantes corrían de un lado a otro en la pausa entre clases, mostrando una amplia variedad de trajes y pantalones.

Muchos de los chicos se habían arremangado para disfrutar de los primeros calores de la primavera. Los rithmatistas eran los únicos que estaban obligados a llevar uniforme. Eso los distinguía; tres de ellos habían salido a dar un paseo entre los edificios y los otros estudiantes se apartaban inconscientemente para dejarlos pasar, la mayoría de ellos sin mirarlos siquiera. —Oye, Joel —dijo Michael—. ¿Nunca te has preguntado si quizá… ya sabes, si no estarás pensando demasiado en esas cosas? Me refiero a la rithmática y todo lo demás. —Lo encuentro interesante —adujo Joel. —Sí, pero… Quiero decir que, bueno, resulta un poco raro, teniendo en cuenta que… Michael no llegó a decirlo, pero su compañero comprendió a qué se refería. Él no era un rithmatista, y nunca podría llegar a serlo. Había dejado escapar su ocasión. Aun así, no veía por qué no podía estar interesado en lo que hacían los rithmatistas. Michael entornó los ojos mientras los tres rithmatistas pasaban junto a ellos ataviados con sus uniformes grises y blancos. —Es como si… —dijo después en voz baja—, como si nosotros y ellos estuviéramos en dos mundos aparte, ¿sabes? Déjalos a su aire para que hagan… lo que sea que hacen los rithmatistas, Joel. —Lo que pasa es que te molesta que puedan hacer cosas que tú eres incapaz de hacer —replicó Joel. El comentario hizo que su amigo lo mirara con expresión malhumorada. Quizás hubiera demasiada verdad en aquellas palabras. Michael era hijo de un caballero-senador, lo que equivalía a decir que era un privilegiado. No estaba acostumbrado a verse excluido.

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