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El Río del Edén – Richard Dawkins

¿Cómo comenzó la bomba de replicación que llamamos «vida» y a dónde en el mundo o, mejor dicho, en el universo, se dirige? Escribiendo con un ingenio característico y una capacidad de clarificar fenómenos complejos (el The New York Times describió su estilo como «el tipo de divulgación científica que hace que el lector se sienta como un genio»), Richard Dawkins se enfrenta a este antiguo misterio.


 

Naturaleza es, al parecer, el nombre popular de los millares y millares y millares de partículas que juegan su juego infinito de billares y billares y billares [1] . −PIET HEIN Piet Hein capta el clásico mundo inmaculado de la física. Pero cuando las carambolas del billar atómico aciertan a ensamblar un objeto que tiene una cierta y aparentemente inocente propiedad, algo trascendental sucede en el universo. Esta propiedad es la capacidad para autorreplicarse; es decir, el objeto es capaz de utilizar los materiales que le rodean para hacer copias exactas de sí mismo, incluyendo réplicas de aquellas imperfecciones menores que pudieran aparecer ocasionalmente en el proceso de duplicación. En cualquier parte del universo, lo que se seguirá de este singular suceso es la selección darwiniana y de ella la barroca extravagancia que, en nuestro planeta, llamamos vida. Nunca fueron explicados tantos hechos a partir de tan pocas premisas. La teoría darwiniana no sólo dispone de un enorme poder explicativo; su economía a la hora de ejercerlo tiene una enérgica elegancia, una belleza poética que supera incluso al más evocador de los mitos del origen del mundo. Uno de mis propósitos al escribir este libro ha sido otorgar el reconocimiento debido a la cualidad inspiradora del darwinismo en nuestra comprensión moderna de la vida. Hay más poesía en la Eva mitocondrial que en su homónima mitológica. El rasgo de la vida que, en palabras de David Hume, « más deslumbra y admira a todos los hombres que alguna vez la han contemplado» es el complejo detalle con el que sus mecanismos —los mecanismos que Darwin llamó « órganos de extrema perfección y complejidad» — cumplen un aparente propósito. El otro rasgo de la vida terrestre que más nos impresiona es su exuberante diversidad: según estimaciones del número de especies existentes, hay unas cuantas decenas de millones de formas de buscarse la vida. Otro de mis propósitos es el de convencer a mis lectores de que « formas de buscarse la vida» es sinónimo de « formas de pasar textos codificados en ADN hacia el futuro» . Mi « río» es un río de ADN que fluy e y se ramifica a través del tiempo geológico, y la metáfora de unas abruptas orillas que confinan los juegos genéticos de cada especie resulta ser un recurso explicativo sorprendentemente potente y útil. De un modo u otro, he dedicado todos mis libros a exponer y explorar el poder casi ilimitado del principio darwiniano —poder que se libera en cualquier momento o lugar donde hay tiempo suficiente para que las consecuencias de la autorreplicación primordial se desenvuelvan—. El río del Edén continúa esta misión y lleva hasta un clímax extraterrestre el relato de las repercusiones que pueden seguirse cuando el fenómeno de los replicadores es inyectado en el, hasta ese momento, humilde juego del billar atómico. Durante la redacción de este libro he disfrutado de apoyo, ánimo, consejo y crítica constructiva proporcionados, en diferentes combinaciones, por Michael Birkett, John Brockman, Steve Davies, Daniel Dennett, John Krebs, Sara Lippincott, Jerry Lyons y especialmente por mi esposa, Lalla Ward, que también contribuy ó con los dibujos. Algunos párrafos de aquí y de allí son reelaboraciones de artículos que han aparecido en alguna parte. Los pasajes del primer capítulo sobre los códigos digitales y analógicos están basados en un artículo mío aparecido en The Spectator el 11 de junio de 1994. El relato del capítulo 3, acerca del trabajo de Dan Nilsson y Susanne Pelger sobre la evolución del ojo, fue parcialmente extraído de mi artículo « News and Views» publicado en la revista Nature el 21 de abril de 1994. Mi reconocimiento a los editores de ambas revistas que me encargaron los respectivos trabajos. Por último, agradezco a John Brockman y a Anthony Cheetham su invitación inicial para enrolarme en la colección Maestros de la Ciencia. 1. El río digital Todos los pueblos tienen leyendas épicas sobre sus ancestros tribales y con frecuencia esas leyendas acaban formalizándose en cultos religiosos. El pueblo reverencia e incluso venera a sus antepasados —qué menos, pues son los antepasados reales y no los dioses sobrenaturales los que poseen la clave para comprender la vida—.


De todos los organismos que nacen, la mayoría muere antes de convertirse en adultos. De la minoría que sobrevive y se reproduce sólo una minoría todavía más pequeña tendrá, mil generaciones después, descendientes vivos. Esta diminuta minoría de la minoría, esta « élite progenitora» , es todo cuanto las generaciones futuras podrán calificar como ancestral. Los ascendientes son escasos, los descendientes comunes. Todos los organismos que han vivido en algún momento —cada uno de los animales y de las plantas, todas las bacterias y todos los hongos, cada ser reptante y todos los lectores de este libro— pueden volver la vista hacia atrás y hacer orgullosamente la siguiente afirmación: ni uno solo de nuestros ancestros murió durante la infancia. Todos llegaron a ser adultos y todos y cada uno de ellos fueron capaces de encontrar por lo menos un compañero heterosexual y de copular con éxito [2] . Ni siquiera uno fue derribado por un enemigo, por un virus o por un paso en falso al borde de una sima, antes de traer al mundo al menos un hijo. Miles de coetáneos de nuestros ancestros fracasaron en todos estos aspectos, pero ni un solo y solitario antecesor nuestro fracasó en cualquiera de ellos. Estas afirmaciones resultan abrumadoramente obvias y, sin embargo, de ellas se derivan muchas cosas; algunas curiosas e inesperadas, algunas ilustrativas y otras sorprendentes. Todas estas cuestiones serán el objeto de este libro. Puesto que todos los organismos heredan todos y cada uno de sus genes de sus ancestros y no de los contemporáneos fracasados de éstos, todos los organismos tienden a poseer genes con éxito; cuentan con lo necesario para convertirse en ancestros —y esto significa sobrevivir y reproducirse—. Esta es la razón por la que los organismos tienden a heredar genes propensos a construir una máquina bien diseñada, un cuerpo que funciona activamente como si estuviese luchando por convertirse en ancestro; el motivo de que los pájaros sean tan buenos en lo que al vuelo se refiere, los peces tan buenos nadadores, los monos tan buenos trepando y los virus tan buenos propagándose. Esta es la razón por la que amamos la vida y amamos el sexo y amamos a los niños. El mundo acaba poblado por organismos que tienen lo necesario para convertirse en ancestros debido a que todos nosotros, sin una sola excepción, heredamos nuestros genes de una línea ininterrumpida de ancestros que tuvieron éxito. Esto, sintetizado en una frase, es el darwinismo. Evidentemente, Darwin dijo mucho más que eso, y hoy en día todavía hay más cosas que podemos decir, razón por la cual mi libro no termina aquí. Hay una manera natural, aunque profundamente perniciosa, de malinterpretar el párrafo anterior. Es tentador pensar que cuando nuestros ancestros tuvieron éxito haciendo cosas, los genes que transmitieron a sus hijos estaban, como consecuencia, mejorados en relación con los que ellos habían recibido de sus padres. Algo de este éxito quedó grabado en sus genes y esta es la razón de que sus descendientes sean tan buenos volando, nadando o cortejando. Falso, ¡totalmente falso! Los genes no mejoran con el uso; sencillamente son traspasados sin cambios, a excepción de algunos y muy escasos errores fortuitos. No es el éxito lo que da lugar a buenos genes, son los buenos genes los que dan lugar al éxito y nada de lo que hace un individuo durante su vida tiene efecto alguno sobre ellos. Aquellos individuos que nacen con buenos genes son los que más posibilidades tienen de crecer y de convertirse en ancestros con éxito; por tanto, los buenos genes tienen más posibilidades que los malos de ser transmitidos hacia el futuro. Cada generación es un filtro, una criba: los buenos tienden a atravesarla hasta la siguiente generación, los malos tienden a terminar en cuerpos que mueren jóvenes o que no se reproducen. Los malos genes pueden atravesar la criba durante una o dos generaciones, quizá porque tengan la suerte de compartir el cuerpo con buenos genes. Pero se necesita algo más que suerte para viajar con éxito a través de un millar de cribas consecutivas, una tras otra.

Tras un millar de generaciones sucesivas, es probable que los genes que hayan conseguido atravesar todas ellas sean los buenos. He mencionado que los genes que sobreviven a lo largo de generaciones serán los que hay an tenido éxito en fabricar ancestros. Esto es cierto, pero existe una aparente excepción que debo tratar antes de que su análisis cause confusión. Algunos individuos son irremediablemente estériles; aun así, están aparentemente diseñados para colaborar en la transmisión de sus genes a las generaciones futuras. Las hormigas, las abejas, las avispas y las termitas obreras son estériles. No trabajan para convertirse en ancestros sino para que sus parientes fértiles, normalmente sus hermanas y hermanos, lo hagan. Aquí hay dos ideas que hay que dejar claras. La primera es que en cualquier clase de animal los hermanos y hermanas tienen una alta probabilidad de compartir copias de los mismos genes. La segunda es que es el entorno y no los genes lo que determina si, por ejemplo una termita, será una reproductora o una obrera estéril. Todas las termitas poseen genes con capacidad para convertirlas en obreras estériles bajo algunas condiciones ambientales y en reproductoras bajo otras. Las reproductoras transmiten duplicados de exactamente los mismos genes que hacen que las obreras estériles les ayuden a hacerlo. Las obreras estériles se dejan la piel bajo la influencia de genes cuy as copias están presentes en los cuerpos de las reproductoras. Las copias obreras de esos genes luchan para ay udar a atravesar la criba transgeneracional a sus propios duplicados reproductivos. Las termitas obreras pueden ser hembras o machos; pero en las abejas, las hormigas y las avispas, las obreras son siempre hembras; por lo demás, el principio es el mismo. Aunque de forma atenuada, este principio también es aplicable a diversas especies de aves, mamíferos y otros animales en las que los hermanos o hermanas mayores proporcionan cierta cantidad de atención a las crías. Para resumir, los genes pueden comprar su salvoconducto para atravesar la criba no sólo ayudando a su propio cuerpo a convertirse en ancestro sino también ayudando al cuerpo de un pariente a hacerlo. El río del título es un río de ADN y fluy e por el tiempo, no por el espacio. Es un río de información, no de huesos y tejidos: un río de instrucciones abstractas para construir cuerpos, no un río de cuerpos sólidos propiamente dichos. La información pasa a través de los cuerpos y los afecta, pero no es afectada por ellos en su camino. El río no sólo no es influenciado por las experiencias y los logros de los sucesivos cuerpos por los que fluye; tampoco influy e en él una fuente potencial de contaminación aparentemente mucho más poderosa: el sexo. En cada una de tus células, la mitad de los genes de tu madre están situados codo con codo con la mitad de los genes de tu padre. Tus genes maternos y tus genes paternos conspiran íntimamente los unos con los otros para hacer de ti la sutil e indivisible amalgama que eres. Pero los genes mismos no se mezclan; sólo sus efectos lo hacen. Los genes tienen individualmente una integridad marmórea. Cuando llega el momento de pasar a la siguiente generación un gen va o no va al cuerpo de un niño.

Los genes maternos y los paternos no se mezclan; se combinan de forma independiente. Un gen en concreto que está en ti procede de tu madre o bien de tu padre. Procede también de uno y sólo de uno de tus abuelos; de uno y sólo de uno de tus ocho bisabuelos; y así hacia atrás. He hablado de un río de genes, pero sería igual de correcto hablar de una banda de buenos amigos marchando a través del tiempo geológico. Todos los genes en una población reproductiva son a largo plazo compañeros unos de otros. A corto plazo se establecen en cuerpos individuales y temporalmente son compañeros íntimos de los otros genes que comparten ese cuerpo. Los genes sobreviven a lo largo del tiempo sólo si son buenos en la construcción de cuerpos que sean eficaces para vivir y reproducirse según el modo de vida particular elegido por la especie. Pero hace falta algo más: para ser un buen superviviente un gen debe ser bueno en el trabajo conjunto con los demás genes de la misma especie —del mismo río—. Para sobrevivir a largo plazo un gen debe ser un buen compañero. Debe hacerlo bien en la compañía de, o en el escenario del resto de los genes del mismo río. Los genes de otras especies están en un río diferente. No tienen que llevarse bien con ellos —en cualquier caso, no en el mismo sentido— puesto que no comparten los mismos cuerpos. La característica que define a una especie es que todos sus miembros tienen el mismo río de genes fluy endo por ellos y que todos los genes que forman parte de ella tienen que estar preparados para ser compañeros los unos de los otros. Una nueva especie viene al mundo cuando una especie preexistente se divide en dos. El río de los genes se bifurca en el tiempo. Desde el punto de vista de un gen, la especiación, el origen de nuevas especies, es « el largo adiós» . Después de un breve periodo de separación parcial los dos ríos alejan sus caminos para siempre, o hasta que uno u otro se extingue y desaparece entre la arena. Segura, dentro del cauce de cualquiera de los dos ríos, el agua se mezcla y remezcla mediante recombinación sexual, pero jamás se eleva por encima de las orillas para contaminar al otro río. Una vez que las especies se han dividido, los dos conjuntos de genes ya nunca más son compañeros. Nunca más se reúnen en los mismos cuerpos y nunca más es necesario que se lleven bien entre sí. Ya nunca habrá relación alguna entre ellos; y aquí relación significa literalmente relación sexual entre sus vehículos temporales, los cuerpos. ¿Por qué han de separarse las especies? ¿Qué es lo que pone en marcha el largo adiós de sus genes? ¿Qué provoca que un río se divida y que las dos ramas se alejen separadas para no volver a encontrarse jamás? Los detalles son controvertidos pero nadie duda de que el ingrediente más importante es la separación geográfica accidental. El río de los genes fluy e en el tiempo, pero la distribución física de los genes tiene lugar en cuerpos sólidos y los cuerpos ocupan un lugar en el espacio. En Norteamérica, una ardilla gris sería capaz de procrear con una ardilla gris inglesa si llegaran a encontrarse; pero es poco probable que lo hagan. Allí, el río de los genes de la ardilla gris está eficazmente separado por cuatro mil kilómetros de océano del río de los genes de la ardilla gris inglesa.

Los dos bandos de genes y a no son compañeros en la realidad, aunque presumiblemente todavía serían capaces de actuar como tales si surgiera la oportunidad. Se han dicho adiós para siempre, aunque todavía no es un adiós irreversible. Pero transcurridos unos cuantos miles de años más de separación, es probable que los dos ríos se hayan distanciado tanto que dos ardillas individuales que se encontraran nunca más serían capaces de intercambiar genes. El término « distanciamiento» significa aquí lejanía, pero no en el espacio sino en compatibilidad. Algo parecido suby ace casi con total seguridad a la más antigua separación entre las ardillas rojas y las ardillas grises. No pueden reproducirse entre ellas. Se solapan geográficamente en partes de Europa y, aunque se encuentran y es probable que de vez en cuando se enfrenten por los frutos, no pueden aparearse para producir una prole fértil. Sus ríos genéticos se han distanciado demasiado y esto significa que sus genes ya nunca más están preparados para cooperar unos con otros en los cuerpos. Hace muchas generaciones, los antepasados de las ardillas grises y los de las ardillas rojas eran los mismos individuos. Pero fueron separados geográficamente —quizá por una cadena montañosa, quizá por el agua y con el tiempo por el océano Atlántico— y sus conjuntos genéticos crecieron distanciados. La separación geográfica produjo la falta de compatibilidad. Los buenos compañeros se convirtieron en malos compañeros (o resultarían serlo si fueran puestos a prueba en un encuentro de apareamiento). Los malos compañeros se hicieron todavía peores, hasta que hoy en día no son compañeros en absoluto. Su adiós es definitivo. Los dos ríos están separados y destinados a separarse cada vez más. La misma historia se oculta tras la mucho más temprana separación entre, pongamos, nuestros ancestros y los de los elefantes; o entre los ancestros de las avestruces (que también fueron los nuestros) y los de los escorpiones. Ahora hay tal vez treinta millones de ramificaciones del río de ADN, puesto que ésta es la estimación del número de especies sobre la Tierra. También se ha calculado que las especies supervivientes representan alrededor de un 1 por 100 de las especies que alguna vez existieron. Esto significaría que ha habido en total cerca de tres mil millones de ramificaciones del río de ADN. Los treinta millones de afluentes actuales están irremisiblemente separados. Muchos de ellos están destinados a secarse hasta desaparecer, puesto que la mayoría de las especies se extinguen. Si remontáramos los treinta millones de ríos (para abreviar, me referiré a las ramificaciones como ríos) hacia atrás en el pasado encontraríamos que uno por uno se juntan con otros ríos. El río de los genes humanos confluye con el de los genes de los chimpancés aproximadamente al mismo tiempo que lo hace con el río de los genes de los gorilas, hace aproximadamente siete millones de años. Unos pocos millones de años más atrás, nuestro río común de los primates es alcanzado por el arroyo de los orangutanes. Todavía más hacia atrás se nos une un río de genes de gibón, un río que se divide a favor de la corriente en unas cuantas especies separadas de gibones y siamangs.

A medida que seguimos el cauce hacia atrás en el tiempo, nuestro río genético se une con otros cuyo destino, si los seguimos de nuevo hacia delante, es el de ramificarse en los monos del Viejo Mundo, los monos del Nuevo Mundo y los lémures de Madagascar. Todavía más atrás, nuestro río se une con aquellos que conducen a los demás grupos principales de mamíferos: roedores, felinos, murciélagos y elefantes. Después nos encontramos las corrientes que conducen a las distintas clases de reptiles, aves, anfibios, peces e invertebrados. Llegamos ahora a un aspecto importante en el que hemos de ser precavidos con la metáfora fluvial. Cuando pensamos en el caudal que conduce a todos los mamíferos —a diferencia de, por ejemplo, el que conduce a la ardilla gris— es tentador imaginar algo de gran escala, estilo Misisipí o Misuri. Después de todo, la rama de los mamíferos está destinada a ramificarse y ramificarse y ramificarse de nuevo hasta que produzca a todos los mamíferos —de la musaraña pigmea hasta el elefante, de los ratones subterráneos hasta los monos en lo alto del dosel arbóreo—. Este río está destinado a alimentar tantos millares de cuencas troncales importantes; ¿qué otra cosa podría ser excepto un enorme y estruendoso torrente? Sin embargo, esta imagen es profundamente errónea. Cuando los ancestros de todos los mamíferos modernos se escindieron de aquellos que no son mamíferos, el acontecimiento no fue más trascendental que cualquier otra especiación. Habría sucedido sin llamar especialmente la atención de cualquier naturalista que hubiese estado por allí. El nuevo afluente del río de los genes habría sido un hilillo de agua que albergaba una especie de pequeñas criaturas nocturnas no mucho más diferentes de sus primos no mamíferos que una ardilla roja de una gris. Sólo en retrospectiva vemos al mamífero ancestral como un mamífero. En aquellos días habría sido únicamente otra especie de « reptil-parecido-a-mamífero» , no especialmente distinto de una docena quizá de otros pequeños bocados hocicudos e insectívoros que formaban parte de la dieta de los dinosaurios. La misma ausencia de drama habría asistido a las separaciones más tempranas entre los ancestros de todos los grandes grupos de animales: los vertebrados, los moluscos, los crustáceos, los insectos, los gusanos segmentados, los gusanos platelmintos, las medusas y demás. Cuando el río que iba a conducir a los moluscos (y a otros) se separó del río que iba a conducir a los vertebrados (y a otros), las dos poblaciones de criaturas (probablemente gusanoides) habrían sido tan parecidas que se habrían podido aparear las unas con las otras. La única razón por la que no lo hicieron es porque habían quedado separadas accidentalmente por alguna barrera geográfica, quizá tierra seca que separaba aguas anteriormente unidas. Nadie habría adivinado que una población estaba destinada a engendrar a los moluscos y otra a los vertebrados. Los dos ríos de ADN eran arroyuelos apenas separados y los dos grupos de animales eran prácticamente indistinguibles. Los zoólogos saben todo esto, pero a veces lo olvidan cuando contemplan los grupos animales realmente grandes, como los moluscos y los vertebrados. Sienten la tentación de pensar en la división entre los grupos principales como un acontecimiento trascendental. El motivo de que sean tan propensos al error es que han sido educados en la creencia casi reverencial de que cada una de las grandes divisiones del reino animal está dotada de algo profundamente único, algo a lo que aluden con frecuencia utilizando el término alemán Bauplan. Aunque esta palabra sólo significa « proy ecto» , ha llegado a ser un término técnico reconocido y lo conjugaré como si se tratara de una palabra en nuestra lengua, aunque todavía no hay a sido incluida en la edición actual del Oxford English Dictionary (descubrimiento que me ha sorprendido ligeramente). (Puesto que soy menos aficionado a este término que algunos de mis colegas, admito que su ausencia me provoca un pequeño frisson de Schadenfreude [3] ; esas dos palabras extranjeras sí están en el diccionario, luego no existe un prejuicio sistemático contra la importación). En su acepción técnica, Bauplan es frecuentemente traducida como « plan corporal fundamental» . La utilización de la palabra « fundamental» (o lo que es lo mismo, recurrir conscientemente a la lengua alemana para indicar trascendencia) es lo que causa el daño. Puede conducir a los zoólogos a cometer serias equivocaciones.

Uno de ellos, por ejemplo, ha sugerido que la evolución en el periodo Cámbrico (hace aproximadamente entre seiscientos y quinientos millones de años) debe haber sido un tipo de proceso completamente diferente a la evolución en épocas posteriores. Su razonamiento fue que hoy en día es cuando están apareciendo nuevas especies, mientras que en el periodo Cámbrico estaban apareciendo los grupos principales, tales como los moluscos o los crustáceos. ¡La falacia es flagrante! Incluso criaturas tan radicalmente diferentes las unas de las otras como los moluscos y los crustáceos originalmente sólo eran poblaciones de la misma especie separadas geográficamente. Durante un tiempo podrían haberse reproducido entre ellas si se hubieran encontrado, pero no lo hicieron. Tras millones de años de evolución por separado adquirieron las características que ahora nosotros, con la visión retrospectiva de los zoólogos modernos, reconocemos como las de los moluscos y las de los crustáceos respectivamente. Estas características son dignificadas con el grandioso título de « plan corporal fundamental» o Bauplan, pero los principales bauplanes del reino animal divergieron gradualmente a partir de orígenes comunes. Hay que reconocer que hay un desacuerdo menor, si bien muy aireado, sobre cómo es de gradual o de « saltarina» la evolución. Pero nadie, y quiero decir nadie, piensa que haya sido lo suficientemente saltarina como para inventar un nuevo Bauplan en un solo paso. El autor que he mencionado escribía en 1958. Hoy pocos zoólogos adoptarían explícitamente esta postura, pero en ocasiones lo hacen de forma implícita, hablando como si los principales grupos de animales hubieran surgido espontáneamente y perfectamente formados, como Atenea de la cabeza de Zeus, más que a causa de la divergencia de una población ancestral mientras se encontraba en aislamiento geográfico accidental [4] . El estudio de la biología molecular ha mostrado en todos los casos que los grandes grupos de animales están mucho más cerca los unos de los otros de lo que solíamos pensar. Podemos tratar el código genético como un diccionario en el cual sesenta y cuatro palabras en un idioma (los sesenta y cuatro posibles tríos de un alfabeto de cuatro letras) corresponden a veintiuna palabras en otro idioma (veinte aminoácidos más un signo de puntuación). La probabilidad de llegar a la misma correspondencia 64:21 dos veces por casualidad es menor que una entre un millón de millones de millones de millones de millones. A pesar de ello, el código genético es, de hecho, literalmente idéntico en todos los animales, plantas o bacterias que se han observado. Todos los seres vivientes terrestres son ciertamente descendientes de un único ancestro. Nadie discutiría esto, pero ahora están apareciendo algunas semejanzas extraordinariamente cercanas entre, por ejemplo, insectos y vertebrados, cuando se examina no sólo el propio código sino secuencias detalladas de información genética. El mecanismo genético responsable del plan corporal segmentado de los insectos es bastante complicado; en los mamíferos se ha encontrado una porción de maquinaria genética asombrosamente similar. Desde el punto de vista molecular, todos los animales son parientes bastante cercanos los unos de los otros, e incluso de las plantas. Hay que ir hasta las bacterias para encontrar a nuestros primos lejanos, y aun entonces el código genético mismo es idéntico al nuestro. La razón por la cual es posible realizar esos cálculos tan precisos sobre el código genético pero no sobre la anatomía de los bauplanes es que el código genético es estrictamente digital, y los dígitos son cosas que puedes contar con precisión. El río de los genes es un río digital y ahora tengo que explicar qué significa este término de ingeniería.

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