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El Regreso del Idiota – AA. VV

El idiota latinoamericano está de vuelta, sus ideas nacionalistas y populistas resurgen en América Latina y obtienen la bendición de no pocos europeos y norteamericanos, denuncian Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa. Disfrazando su viejo discurso, los caudillos globalifóbicos arrastran al continente de habla hispana hacia el fracaso. El regreso del idiota es más que una advertencia: desmenuza los regímenes de Fidel Castro, Hugo Chávez, Evo Morales, Néstor Kirchner y Rafael Correa, denuncia los peligros que representan Andrés Manuel López Obrador y Ollanta Humala, analiza a la izquierda «vegetariana» del Brasil, Uruguay y Perú, y polemiza con los soportes intelectuales de la izquierda «carnívora» de España, Francia y Estados Unidos. En contrapunto, los autores exponen las experiencias de países en desarrollo que han optado por estrategias liberales con éxito: Chile, Estonia, China, India e Irlanda. Este libro, prologado por Mario Vargas Llosa, es una vacuna contra la idiotez. En sus páginas et lector hallará las herramientas necesarias para reconocer a Los políticos demagógicos y para alejarse del radicalismo inoperante y caduco.


 

Hace diez años apareció el Manual del perfecto idiota latinoamericano en el que Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa arremetían con tanto humor como ferocidad contra los lugares comunes, el dogmatismo ideológico y la ceguera política que están detrás del atraso de América Latina. El libro, que golpeaba sin misericordia, pero con sólidos argumentos y pruebas al canto, la incapacidad casi genética de la derecha cerril y la izquierda boba para aceptar una evidencia histórica —que el verdadero progreso es inseparable de una alianza irrompible de dos libertades, la política y la económica, en otras palabras de democracia y mercado—, tuvo un éxito inesperado. Además de llegar a un vasto público, provocó saludables polémicas y las inevitables diatribas en un continente « idiotizado» por la prédica ideológica tercermundista, en todas sus aberrantes variaciones, desde el nacionalismo, el estatismo y el populismo hasta, cómo no, el odio a Estados Unidos y al « neoliberalismo» . Una década después, los tres autores vuelven ahora a sacar las espadas y a cargar contra los ejércitos de « idiotas» que, quién lo duda, en estos últimos tiempos, de un confín al otro del continente latinoamericano, en vez de disminuir parecen reproducirse a la velocidad de los conejos y cucarachas, animales de fecundidad proverbial. El humor está siempre allí, así como la pugnacidad y la defensa a voz en cuello, sin el menor complejo de inferioridad, de esas ideas liberales que, en las circunstancias actuales, parecen particularmente impopulares en el continente de marras. Pero ¿es realmente así? Las mejores páginas de El regreso del idiota están dedicadas a deslindar las fronteras entre lo que los autores del libro llaman la « izquierda vegetariana» con la que casi simpatizan y la « izquierda carnívora» , a la que detestan. Representan a la primera los socialistas chilenos —Ricardo Lagos y Michelle Bachelet—, el brasileño Lula da Silva, el uruguayo Tabaré Vázquez, el peruano Alan García y hasta parecería —¡quién lo hubiera dicho!— el nicaragüense Ortega, que ahora se abraza con, y comulga con frecuencia de manos de su viejo archienemigo, el cardenal Obando. Esta izquierda ya dejó de ser socialista en la práctica y es, en estos momentos, la más firme defensora del capitalismo —mercados libres y empresa privada—, aunque sus líderes, en sus discursos, rindan todavía pleitesía a la vieja retórica y de la boca para fuera homenajeen a Fidel Castro y al comandante Chávez. Esta izquierda parece haber entendido que las viejas recetas del socialismo jurásico —dictadura política y economía estatizada— sólo podían seguir hundiendo a sus países en el atraso y la miseria. Y, felizmente, se han resignado a la democracia y al mercado. La « izquierda carnívora» en cambio, que, hace algunos años, parecía una antigualla en vías de extinción que no sobreviviría al más longevo dictador de la historia de América Latina —Fidel Castro—, ha renacido de sus cenizas con el « idiota» estrella de este libro, el comandante Hugo Chávez, a quien, en un capítulo que no tiene desperdicio, los autores radiografían en su entorno privado y público con su desmesura y sus payasadas, su delirio mesiánico y su anacronismo, así como la astuta estrategia totalitaria que gobierna su política. Discípulo e instrumento suy o, el boliviano Evo Morales, representa, dentro de la « izquierda carnívora» , la subespecie « indigenista» , que, pretendiendo subvertir cinco siglos de racismo « blanco» , predica un racismo quechua y aymara, idiotez que, aunque en países como Bolivia, Perú, Ecuador, Guatemala y México carezca por completo de solvencia conceptual, pues en todas esas sociedades el grueso de la población es ya mestiza y tanto los indios y blancos « puros» son minorías, entre los « idiotas» europeos y norteamericanos, siempre sensibles a cualquier estereotipo relacionado con América Latina, ha causado excitado furor. Aunque en la « izquierda carnívora» por ahora sólo figuran, de manera inequívoca, tres trogloditas —Castro, Chávez y Morales—, en El regreso del idiota se analiza con sutileza el caso del flamante presidente Correa, del Ecuador, grandilocuente tecnócrata, quien podría venir a engordar sus huestes. Los personajes inclasificables de esta nomenclatura son el presidente argentino Kirchner y su guapa esposa, la senadora Cristina Fernández (y acaso sucesora), maestros del camaleonismo político, pues pueden pasar de « vegetarianos» a « carnívoros» y viceversa en cuestión de días y a veces de horas, embrollando todos los esquemas racionales posibles (como ha hecho el peronismo a lo largo de su historia). Una novedad en El regreso del idiota sobre el libro anterior es que ahora el fenómeno de la idiotez no lo auscultan los autores sólo en América Latina; también en Estados Unidos y en Europa, donde, como demuestran estas páginas con ejemplos que producen a veces carcajadas y a veces llanto, la idiotez ideológica tiene también robustas y epónimas encarnaciones. Los ejemplos están bien escogidos: encabeza el palmarés el inefable Ignacio Ramonet, director de Le Monde diplomatique, tribuna insuperable de toda la especie en el Viejo Continente y autor del más obsecuente y servil libro sobre Fidel Castro —¡y vaya que era difícil lograrlo!—; y lo escolta Noam Chomsky, caso flagrante de esquizofrenia intelectual, que es inspirado y hasta genial cuando se confina en la lingüística transformacional y un « idiota» irredimible cuando desbarra sobre política. La Madre Patria está representada por el dramaturgo Alfonso Sastre y sus churriguerescas distinciones entre el terrorismo bueno y el terrorismo malo, y los Premios Nobel por Harold Pinter, autor de espesos dramas experimentales raramente comprensibles y sólo al alcance de públicos archiburgueses y exquisitos, y demagogo impresentable cuando vocifera contra la cultura democrática. En el capítulo final, El regreso del idiota propone una pequeña biblioteca para desidiotizarse y alcanzar la lucidez política. La selección es bastante heterogénea pues figuran en ella desde clásicos del pensamiento liberal, como Camino de servidumbre, de Hay ek, La sociedad abierta y sus enemigos, de Popper, y La acción humana de von Mises, hasta novelas como El cero y el infinito, de Koestler, y los mamotretos narrativos de Ayn Rand El manantial y La rebelión de Atlas.


(A mi juicio, hubiera sido preferible incluir cualquiera de los ensayos o panfletos de Ayn Rand, cuyo incandescente individualismo desbordaba el liberalismo y tocaba el anarquismo, en vez de sus novelas que, como toda literatura edificante y propagandística, son ilegibles). Nada que objetar en cambio a la presencia en esta lista de Gary Becker, Jean-François Revel, Milton Friedman y (el único hispano hablante de la selección) Carlos Rangel, cuyo fantasma debe sufrir lo indecible con lo que está ocurriendo en su tierra, una Venezuela que ya no reconocería. Pese a su buen humor, a su refrescante insolencia y a la buena cara que sus autores se empeñan en poner ante los malos vientos que corren por América Latina, es imposible no advertir en las páginas de este libro un hálito de desmoralización. No es para menos. Porque lo cierto es que a pesar de los casos exitosos de modernización que señala —el ya conocido de Chile y el promisorio de El Salvador sobre el que aporta datos muy interesantes, así como los triunfos electorales de Uribe en Colombia, de Alan García en el Perú y de Calderón en México que fueron claras derrotas para el « idiota» en cuestión—, lo cierto es que en buena parte de América Latina hay un claro retroceso de la democracia liberal y un retorno del populismo, incluso en su variante más cavernaria: la del estatismo y colectivismo comunistas. Ésa es la angustiosa conclusión que suby ace en este libro afiebrado y batallador: en América Latina, al menos, hay una cierta forma de idiotez ideológica que parece irreductible. Se le puede ganar batallas pero no la guerra, porque, como la hidra mitológica, sus tentáculos se reproducen una y otra vez, inmunizada contra las enseñanzas y desmentidos de la historia, ciega, sorda e impenetrable a todo lo que no sea su propia tiniebla. LIMA Febrero de 2007 Quién es, cómo se le reconoce Vuelve, sí. Se le oye decir en España y otros países de Europa toda suerte de tonterías muy suyas a propósito del terrorismo, de la globalización, del neoliberalismo, de la alianza de civilizaciones o de los matrimonios gay, pero es en América Latina donde su regreso tiene más resonancia. Creemos haber pintado bien al personaje en el Manual del perfecto idiota latinoamericano. En aquel libro, publicado hace algo más de diez años, trazamos su retrato de familia, dibujamos su árbol genealógico, analizamos su sacrosanta Biblia y demás libros que configuran y nutren su ideología e intentamos dar réplica a sus dogmas a propósito de la pobreza, el papel del Estado, los yanquis, las guerrillas, Cuba, el nacionalismo o lo que él considera el diabólico modelo liberal. Mostramos cómo había logrado ponerle las sotanas de la venerable Compañía de Jesús a su Teología de la Liberación, teología que en vez de propagar la caridad y el amor cristiano encuentra excusable la lucha armada (es decir, asaltos, atentados, muerte) para liberar a nuestros pueblos de la pobreza. Hicimos también mención de ciertos amigos suyos con tanto renombre como despiste: escritores, dirigentes políticos, sociólogos o académicos que en Europa e incluso en Estados Unidos, por obra de la distancia o de los espejismos de la ideología, dan títulos de respetabilidad a sus disparates. ¿Ha cambiado nuestro personaje de entonces a hoy? Sí y no. Sus dogmas se mantienen, claro está. Pero algunos, como vamos a verlo, han sufrido maquillajes. El retrato de familia que de él hicimos debe modificarse porque ahora nos encontramos con una nueva generación de perfectos idiotas, generación no may or de treinta años en estos umbrales del siglo XXI, que tiene muchas cosas en común con la de sus padres pero también perceptibles diferencias. Cosas en común: como ellos, provienen en su mayoría de la estrujada clase media; han dejado atrás la vida provinciana de sus abuelos y viven ahora en barrios periféricos de las ciudades; no dejan de comparar su condición con la clase alta, cuya vida social encuentran frívolamente desplegada en diarios y en revistas light. A ese sordo resentimiento, el populismo y la izquierda le suministran una válvula de escape. La vulgata marxista, siempre viva y al alcance de su mano en las universidades estatales por obra de profesores, condiscípulos, cartillas o folletos, pondrá siempre por cuenta de la burguesía —o de la oligarquía, como ahora prefieren llamarla— y del imperialismo la responsabilidad de la pobreza y de estas vistosas desigualdades existentes en su país. Proviene de Marx y de Lenin la identificación de tales culpables, pero de Freud la necesidad psicológica de descargar en otro o en otros sus amargas frustraciones. Por algo decíamos en el Manual del perfecto idiota que si a este personaje pudiésemos tenderlo en el diván de un psicoanalista encontraríamos ulcerados complejos y urgencias vindicativas. Como sus padres, los jóvenes idiotas guardan intacto el mito —y el póster— del Che Guevara, pero seguramente la revolución cubana no tiene el mismo significado que tuvo para los idiotas de la generación anterior. Es natural, pues el asalto al Cuartel Moncada, la leyenda del Granma, de la Sierra Maestra y la llegada de los barbudos a La Habana son cosas que quienes entonces eran jóvenes siguieron paso a paso y guardan sobre estos episodios recuerdos subliminales, mientras que para sus hijos son algo así como cuentos de hadas, sucesos ocurridos antes de su nacimiento. Todo lo que han percibido de Cuba es la realidad poco romántica del barbudo octogenario que hasta hace poco presidía un país lleno de penurias, que razonaba con lentitud y que con torpezas de anciano, bajando una escalera, daba un traspié y se fracturaba una rodilla.

Por el mismo inexorable paso del tiempo, nuestro joven idiota prefiere Shakira a los mambos de Pérez Prado y no canta ya La Internacional, ni la Bella Ciao, ni Llegó el comandante y mandó a parar. Pero, idiota al fin, otros serán sus cánticos, emblemas y gritos. Ahora, en Venezuela, vestirá las boinas y camisas rojas de las huestes chavistas; buscará integrarse con desfiles indígenas en Bolivia o en Perú si es seguidor de Evo Morales o de Humala; dará gritos contra el TLC (Tratado de Libre Comercio) en las plazas de Ecuador y Colombia; seguirá impugnando en el Zócalo de Ciudad México el desfavorable resultado en las urnas de su líder López Obrador, y en España, considerándose un progre irremediable, asistirá con entusiasmo a los mítines de apoyo a Rodríguez Zapatero, aplaudirá a los pájaros tropicales del otro lado del Atlántico que no aceptaría en su propio país y estará convencido de que puede conseguirse la paz con ETA solamente a base de diálogos. SU NUEVO LÍDER A Chávez, eso sí, nuestro joven idiota lo verá como el sucesor de Castro en una versión más atrevida y folclórica. Es natural, pues en él, en el presidente venezolano Hugo Chávez Frías, todos los ingredientes que participan en la formación de nuestro personaje se juntan: los vestigios arqueológicos del marxismo recibidos en cartillas y folletos, el nacionalismo de himno y bandera, el antiimperialismo belicoso y el populismo clásico que en nombre ahora de una supuesta revolución bolivariana ofrece milagros estableciendo el clásico divorcio entre la palabra y los hechos, entre el discurso y la realidad. El nuevo idiota, como el viejo —no lo olvidemos— es un comprador de milagros. El sueño, ya lo dijimos, es para él un escape a frustraciones y anhelos reprimidos. La ideología le permite encontrar falsas explicaciones y falsas salidas a la realidad. Por algo se ha dicho que la historia de Hispanoamérica es la de cinco siglos de constantes mentiras. Cuando algunas se derrumban de manera visible, otras vienen en sustitución suya. De estas últimas, Chávez ha aportado unas cuantas que ahora recorren el continente de Norte a Sur para júbilo de idiotas de todas las edades. La más extravagante sostiene que si bien es cierto que el llamado socialismo real se derrumbó en Europa cuando fue demolido el Muro de Berlín, ahora hay del otro lado del Atlántico uno nuevo, más promisorio: el socialismo del siglo XXI. Nadie, ni el propio Chávez, ha podido explicar en qué consiste, pero para nuestros amigos suena bien como elemento generador de sueños y esperanzas. Dos principios nuevos intervienen en su fabricación. Uno es de carácter étnico: la reivindicación indigenista representada ahora, mejor que nadie, por Evo Morales en Bolivia, con prolongaciones en el Perú y Ecuador. El otro es institucional y busca rediseñar el papel de los militares. La reivindicación indigenista es una máscara que las organizaciones de extrema izquierda reunidas en 1990 en el primer Foro de Sao Paulo, por iniciativa de Castro, resolvieron ponerle en América Latina a su alternativa marxista leninista, con el fin de hacerla más viable y de mayor penetración un año después de la caída del Muro de Berlín. Apoy ada por Chávez, ha sido una estrategia con más éxito que todas las empleadas por el castrismo en otro tiempo o la que todavía intenta la guerrilla en Colombia. Primero, porque efectivamente logra unir en torno a un caudillo a la población indígena, autóctona de un país, mayoritaria en Bolivia y todavía considerable en el Perú o en Ecuador. Segundo, porque agrupando en un solo partido a los sectores más pobres y atendiendo reivindicaciones no sólo económicas sino también culturales (lengua, costumbres, ritos) de indios y aun de cholos, se consigue que los incorregibles amigos de nuestro personaje en Europa no vean al lobo tras de la piel de oveja y sólo adviertan la irrupción en el poder de una may oría desposeída desde siempre y por primera vez dueña de su destino. La realidad es otra: se fractura un país, se establece un racismo en el sentido contrario y se impone un régimen que repite los ruinosos desvaríos de Castro con nacionalizaciones, expropiaciones y quiebra de la empresa privada. La segunda variante en los tradicionales presupuestos ideológicos del perfecto idiota, tal como los diseñábamos en nuestro Manual, se le debe también a Chávez y tiene que ver con el papel del Ejército. En los años sesenta los militares latinoamericanos eran vistos por los devotos de la revolución cubana como « gorilas» aliados de los terratenientes y de las oligarquías, de modo que la lucha armada era vista por los Teólogos de la Liberación y otros ideólogos muy cercanos a nuestro personaje como una forma de necesaria insurgencia y liberación de los pueblos. Hoy cabe en la cabeza de todos ellos una opción distinta. Sea por su raíz social, sea por catequización ideológica o por privilegios y prebendas, los militares pueden convertirse, como en Libia, Cuba y de pronto en la propia Venezuela, en socios privilegiados del cambio propuesto.

¿Sueños? Quizás. En todo caso la experiencia se está intentando, y el propio Chávez ha llegado a proponer, para inquietud y algo de risa en el Sur del continente, la creación de un solo ejército suramericano. Debe pensar que es la realización de un sueño de Bolívar. Por cierto, la apropiación del nombre de Bolívar para una supuesta causa revolucionaria, apoyada en reivindicaciones étnicas y en confrontación de clases, es la última, la más reciente mentira que afiebra al perfecto idiota latinoamericano. No sabe o no quiere recordar él que si a algo se opuso el Libertador Simón Bolívar, como lo explicaremos en el capítulo sobre Chávez, fue a lo que él llamó la « guerra de colores» (razas) y a la guerra de clases promovida por el español José Boyes, pues estuvo a punto de quebrar la unidad de Venezuela. SU ÚLTIMA MENTIRA Otra nueva causa del idiota es la lucha contra la globalización, que según él hace más ricos a los países ricos y más pobres a los países pobres. Hay ideólogos de izquierda que escriben libros y ensayos para demostrarlo, pero al lado de estos ejercicios intelectuales lo que en realidad tiene alguna repercusión política para nuestro personaje son las movilizaciones en calles y plazas con lemas, consignas, gritos, carteles y otros alborotos. La reiteración y no precisamente la demostración es lo que le permite presentar como un mal y una conjura del capitalismo lo que es sólo una realidad de los tiempos, con ventajas para quien sepa aprovecharlas, como la apertura de mercados y la libre circulación de capitales, mercancías, tecnología e información. Contando con la ignorancia y el legado del oscurantismo religioso en grandes capas de la población, Stalin hizo de la reiteración un arma predilecta, arma que los comunistas y luego la izquierda no comunista y el populismo adoptaron como propia y utilizan cada vez que necesitan acreditar una mentira ideológica. Así, del mismo modo que en otro tiempo idealizaron a Castro y aún ensombrecen la política exterior de Estados Unidos con el frecuente anatema del imperialismo, sus enemigos señalados y satanizados ahora son la globalización y el neoliberalismo. A ellos se les deben los males del mundo. Esta aseveración, mil veces repetida, es uno de los signos que permiten reconocer en todas partes a nuestros perfectos idiotas. Y para fortuna suy a, encuentran un soporte intelectual en libros, diarios y tribunas en Europa y Estados Unidos, lo que confirma la sospecha de Jean-François Revel de que el conocimiento es inútil y de que la primera de las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira. Dos ejemplos. El irredimible director de Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet, sostiene que « el avance dramático de la globalización neoliberal va acompañado de un crecimiento explosivo de las desigualdades y del retorno de la pobreza. Si tomamos el planeta en su conjunto, las 358 personas más ricas del mundo tienen una renta superior a la renta del 45 por ciento más pobre» . Un catedrático de la Universidad de Columbia, que ha dictado clases de economía en Harvard, Xavier Sala-i-Martin, señala que Ramonet cornete un error en el cual no incurriría uno de sus alumnos de primer año al comparar riqueza con renta. « Es un error conceptual —afirma— decir que las 358 personas más ricas del mundo tienen la misma riqueza que la renta de los 2,600 millones más pobres de la humanidad» . Pero aparte de este tropiezo producido por un mal manejo de los términos, la tesis central de Ramonet en el sentido de que la desigualdad y la pobreza han crecido durante el periodo de la globalización la pregona a los cuatro vientos el conocido catedrático, escritor y lingüista norteamericano Noam Chomsky, icono de la izquierda al lado de un Eduardo Galeano o de un José Saramago, quien ha hecho de la lucha contra esta nueva realidad del mundo la bandera de su vida. Pese a estos ilustres nombres, la realidad es otra y la recuerda muy bien en diversos escritos suyos la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre. « La libertad económica y el libre comercio internacional —dice ella— han sido, son y serán siempre mucho más eficaces en la lucha contra la pobreza que el intervencionismo, el nacionalismo económico o cualquier variedad conocida o por conocer del populismo, del socialismo o el comunismo» . Los mejores ejemplos que pueden citarse en este sentido son los de China e India. Desde 1978, cuando se abrió a la economía de mercado y rompió el encierro en que la había confinado el modelo comunista, China ha registrado índices espectaculares de crecimiento: el PIB se ha multiplicado por diez y la economía crece hoy al ritmo casi del 10 por ciento anual. De 1991 a hoy, el PIB de India ha aumentado al doble y su crecimiento anual es superior al 7 por ciento gracias a la apertura y la globalización de la cual aprovecha enormes ventajas. En el resto del mundo, ¿ha aumentado la pobreza? Falso.

En 1970, el 44 por ciento de la población mundial vivía con menos de dos dólares por día y hoy, gracias a la globalización, sólo un 18 por ciento vive esta penuria. De su lado, Xavier Sala-iMartin muestra que la miseria de África no se debe a la globalización sino exactamente a lo contrario: la falta de circulación de capital, de inversiones extranjeras, de comunicación con el mundo y la poca o nula llegada de tecnologías. En síntesis: lo que caracteriza el milagro de países asiáticos como India y China es precisamente haber entrado de lleno en el área del comercio mundial y la miseria de África el haber permanecido al margen de él (con excepciones crecientes). Una vez más, es la realidad la que refuta a nuestro perfecto idiota.

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