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El precio de la muerte – J. Jackson

Con la mirada perdida en el ventanal de la sala de reuniones de su comisaría, la inspectora Arnal vagaba por todo lo sucedido en las últimas dos semanas, parecía que hubieran pasado meses desde que el inspector jefe le ordenó que se ocupara de la investigación junto con su compañero, el inspector Borja Lozano. Carolina apartó la mirada del intenso tráfico de la calle y descubrió su reflejo en el cristal, se reconocía más que nunca en lo que veía, aunque no podía evitar pensar en el tiempo en el que no había sido ella misma, pero a pesar de la rabia que sentía al pensar en ciertos momentos, podía sentir que todo lo sucedido le había hecho más fuerte, más segura, más ella misma. Miró la hora en su teléfono móvil, ya eran más de las doce del mediodía, y aunque no tenía nada que temer, la espera le hacía estar nerviosa, cuando el comisario le llamó por la mañana para una reunión informal, cada palabra de tranquilidad que escuchaba llegaba a su cabeza como todo lo contrario. El sonido de un mensaje nuevo llegó mientras sostenía el móvil en su mano, solo podía pensar en una persona, y por una de esas extrañas circunstancias que llaman casualidad, su nombre apareció en la pantalla. Por unos momentos dudó en abrirlo, aún no sabía si quería volver a verlo, aunque nada le apeteciera más, la curiosidad y puede que el trabajo le decidieron a abrirlo, al fin y al cabo, no tenía ninguna obligación de responderle. Se trataba de un audio, típico de él, pensó con el dedo sobre la pantalla dilucidando si escucharlo o no. Con una sonrisa, presionó la pantalla para escuchar el mensaje, y por supuesto, no era lo que esperaba, como nada en él, tras los primeros compases, una melodía familiar hizo que su mente viajara por cada segundo del tiempo que habían compartido. Sus pensamientos se detuvieron mientras veía pasar cada momento como si del tráiler de una película se tratara, dolor, risas, angustia, miedo, alegría, todo se mezclaba haciéndole sentir una sensación extraña, eso era lo que le hacía sentir, todo a la vez, y nada. Casi sin darse cuenta, All I have to do is dream de los Isley Brothers le estaba haciendo flotar en torno a la mesa donde, con toda seguridad, el comisario le pondría entre la espada y la pared, y aunque no tenía nada que temer, no debía contar nada que no fuera relevante para la investigación, aunque sí para ella. La puerta de la sala de reuniones se abrió bruscamente, haciendo que Carolina saliera del trance en el que se encontraba, y volviera a la cruda y desagradable realidad que le había llevado hasta allí esa mañana. –Buenos días – bramó el comisario Gálvez con su habitual voz grave, fruto de años de tabaco – mejor dicho, buenas tardes, la verdad es que no sé bien que decir a estas horas – sonría mirando a los dos hombres que le acompañaban, el inspector jefe Cuadrado y un hombre al que Carolina no reconocía, aunque imaginaba que se trataría de alguien del servicio secreto – supongo que depende de si ya has comido o no ¿verdad? – el inspector jefe le miraba con cara de circunstancias, no resultaba nada cómodo para él tener que someter a un interrogatorio a uno de sus inspectores – ya veo que no os interesan los temas culinarios – el comisario resopló, se pasó la mano por su escasa cabellara blanca y con algo de esfuerzo, se deshizo de la chaqueta de su caro traje beige, algo pasado de moda, para dejarla en el respaldo de una de las ocho sillas que rodeaban la amplia mesa. –Creo que ya sabes para que estamos aquí – intervino Cuadrado mirando la expresión seria de Carolina, que no apartaba su mirada de la desafiante presencia del tercer hombre – sentémonos y empecemos, cuanto antes lo hagamos, antes terminaremos – el inspector jefe se sentía cada vez más tensionado, esa mañana, ni siquiera se había molestado en colocarse una de sus estrafalarias corbatas, de las que tanto le gustaba que hablaran, solía decir que mientras hablaran de lo fea que era la corbata del día, menos se distraerían con otros asuntos, ni siquiera su largo flequillo se mantenía inmune a la fuerza de la gravedad, como sucedía habitualmente, no dejaba de pasarse la mano, una y otra vez, tratando de quitárselo de los ojos. –En primer lugar – el comisario interrumpió a Cuadrado – deberíamos hacer las presentaciones ¿no te parece? – levantó las cejas mientras el hombre asentía sonriendo. –Soy el agente Fernández – se adelantó el hombre ofreciendo la mano a Carolina. –Un apellido muy común – apuntó Carolina desconfiada. –Creo que ha aprendido bastante en estos últimos días de nuestros protocolos – apuntó Fernández serio. –No crea, sigo siendo la misma inspectora ingenua y confiada – la extraña sensación entre ellos dejaba al comisario y al inspector jefe alejados de lo que sabían el uno del otro, y que por supuesto, tampoco pretendían complicarse preguntando. Mientras observaba al agente Fernández, Carolina no podía dejar de pensar en su relación con el servicio secreto durante la investigación, y en particular con Eliot, estaba segura de que ese era el punto al que quería llegar su compañero del servicio secreto. El silencio prolongado después del comentario de Carolina mientras el agente revisaba unos papeles que tenía sobre la mesa, estaba poniendo nervioso al comisario, cuyos ojos iban y volvían entre Carolina y el agente Fernández. –Vaya – exclamó el comisario dejando escapar una fuerte tos – no me había fijado, pero estás estupenda – Carolina sonrió al comisario por el piropo – no me malinterpretéis, no solo me refiero al físico, que también, sino a todo – concluyó el comisario, que no sabía cómo explicar el cambio en Carolina. –Sin duda que el agente Eliot ha tenido que ver en ello ¿verdad? – la sonrisa socarrona de Fernández hizo que hirviera la sangre de Carolina.

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