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El poeta que rugió a la luna y se convirtió en tigre – Atsushi Nakajima

Corría el rumor de que Shaku, del pueblo neuri [1], había sido poseído. Se decía que diversos espíritus se habían apoderado de ese hombre, que los espíritus del halcón, el lobo o la nutria entraron en el desdichado Shaku y le obligaron a hablar en lenguas desconocidas. Entre las razas primitivas a las que los griegos denominaron más tarde escitas, esta tribu era especialmente peculiar. Construían sus viviendas sobre un lago. Esto les permitía evitar el ataque de las bestias. Fijaban miles de troncos en la zona menos profunda del lago y encima colocaban una serie de tablones sobre los que construían sus casas. Horadaban trampillas en el suelo desde las que podían pescar los peces del lago mediante unas cestas colgantes. Eran hábiles en el manejo de canoas, cazaban castores y nutrias. Dominaban la fabricación del lienzo de cáñamo, que usaban como vestimenta junto con las pieles de animales. Se alimentaban de carne de caballo y cordero, frambuesas y castañas de agua, y bebían tanto leche de yegua como un licor que elaboraban a base de ella. Introduciendo una cánula de hueso de animal por la barriga de las yeguas, obligaban a sus esclavos a soplar por el extremo para lograr que chorreara la leche. Éste era un extraño método que solía transmitirse desde la Antigüedad. Shaku de la tribu neuri era una de las personas más corrientes de esta aldea construida sobre el lago. Fue durante la primavera pasada, tras haber fallecido su hermano, cuando Shaku comenzó a comportarse de forma extravagante. Llegó por aquel entonces desde el norte, como el viento, un grupo de la tribu nómada de los uguri, raudos y bárbaros. Se presentaron a lomos de sus caballos, blandiendo alabardas con hojas curvadas como la luna creciente, preparados para atacar a los neuri. El pueblo del lago se defendía desesperadamente. Al principio afrontó a los invasores saliendo hasta la orilla. Sin embargo apenas pudieron resistir el empuje de los infames jinetes de las praderas del norte y se guarecieron en sus casas sobre el lago. Retiraron los travesaños que actuaban como puente con la orilla y respondieron al ataque con hondas, arcos y flechas, utilizando las ventanas de las viviendas a modo de aspilleras. La tribu nómada, que no era diestra en el manejo de las canoas, desistió de la escabechina del pueblo del lago y se limitó a robar el ganado abandonado en la orilla. Y nuevamente se fue como el viento hacia el norte. Más tarde los habitantes encontraron en la orilla teñida de sangre cadáveres decapitados con sus manos derechas mutiladas. Los invasores se habían llevado las cabezas y manos derechas cercenadas. Los cráneos se usaban para hacer cálices de calaveras bañadas en oro.


Las manos derechas se utilizaban para elaborar guantes, desollando la piel junto con las uñas. El cadáver del hermano de Shaku, Dekku, yacía también en la orilla tras la masacre. No les quedaba otra manera de identificar los cadáveres que por medio de la ropa que vestían o sus pertenencias, ya que habían sido decapitados. Sin embargo, cuando descubrió el cadáver de su hermano por una reconocible marca en el cinturón de cuero y los adornos de su hacha, Shaku adoptó una actitud distraída, observando la figura miserable de su hermano durante un buen rato. Más tarde algunos habitantes del pueblo comentaron que su estado parecía diferir de lo que podría esperarse del duelo por la muerte de un hermano. Poco después Shaku comenzó a hablar de forma extraña. Al principio los vecinos no sabían qué era lo que se había apoderado de ese hombre y le hacía articular esas extrañas palabras. Si se le juzgaba por la forma en la que hablaba, parecía el espíritu de una fiera que estuviera siendo despellejada viva. Tras reunirse y deliberar, llegaron a la conclusión de que evidentemente la mano derecha de su hermano menor Dekku, que había sido cortada por uno de los bárbaros, era la que estaba hablando a través de él. Cuatro o cinco días después Shaku empezó a hablar de nuevo en el idioma de otro espíritu. Esta vez enseguida se vio claramente a qué espíritu pertenecía. Narraba tristemente los detalles sobre cómo había terminado su vida en el infortunado fragor del combate. Describía las circunstancias sucedidas tras su muerte, cómo un gran espíritu le cogía de la nuca y le arrastraba hacia la oscuridad infinita. Todos estuvieron de acuerdo en que la persona que hablaba era su propio hermano menor, Dekku. Los aldeanos llegaron a la conclusión de que cuando Shaku se mantuvo estupefacto al lado del cadáver de su hermano menor, el alma de Dekku se apoderó sigilosamente de su hermano. Bien es cierto que hasta entonces no era extraño que los parientes más cercanos, incluso una mano derecha, se apoderaran del cuerpo de Shaku. No obstante cuando Shaku, que había recobrado la normalidad durante un rato, volvió a decir disparates, la gente se asombró. En esa ocasión sus palabras parecían pertenecer a personas o animales que nada tenían que ver con Shaku. Antiguamente había hombres y mujeres poseídos por espíritus, pero no se había dado ningún caso en el que tal variedad de entes hubieran entrado en un ser humano. Un día una carpa que nadaba en el lago bajo esta aldea describió el encanto y la tristeza de la vida de sus escamas a través de Shaku. Otro día un halcón del monte Tauro detalló los grandiosos paisajes de un lago, una pradera, una cordillera y otro lago brillante como un espejo que se encontraba muchas leguas más allá. O una loba de las praderas que contó cuánto le costaba andar por la tierra helada durante la noche, sufriendo el hambre bajo la luna blanca de invierno. La gente acudía a escuchar a Shaku con curiosidad. Lo gracioso era que tanto Shaku como los espíritus que albergaba comenzaban a aguardar la llegada de los numerosos oyentes. El público de Shaku iba aumentando, pero un día uno de ellos dijo: —Las palabras de Shaku no vienen de los espíritus que están en su interior, ¿no será más bien el propio Shaku el que las está soltando? Tenía razón.

Es decir, normalmente una persona poseída solía hablar en estado de éxtasis, fuera de sí. Pero no se atisbaba locura alguna en la actitud de Shaku, y sus historias eran demasiado lógicas. Empezó a aparecer gente que afirmaba que todo aquello era un poco raro. El mismo Shaku tampoco entendía el sentido de las cosas que estaba haciendo últimamente. Desde luego Shaku también notaba que aquello era un tanto distinto a lo que se llamaba una posesión. Sin embargo no entendía por qué continuaba con aquellos extraños ademanes, y aun así no se cansaba de ellos. Creía por lo tanto que todo eso sucedía por una especie de posesión. Al principio se lamentaba por la muerte de su hermano menor. Mientras imaginaba con ira adónde habían ido a parar su mano y su cabeza, se le habían escapado extrañas palabras por la boca. Podría decirse que no era culpa suya. Pero eso le mostró a Shaku que tenía una tendencia ingeniosa de nacimiento. Quizás a través de su propia imaginación tenía la capacidad de entrar en múltiples criaturas. Poco a poco sus oyentes fueron aumentando. Cada vez que Shaku encontraba en sus rostros una mueca de indudable alivio o de miedo, en función de cómo matizara cada historia en particular, su fascinación se volvía incontrolable. La estructura de sus historias imaginarias iba mejorando día tras día. La descripción paisajística que lograba evocar iba consiguiendo progresivamente un mayor grado de viveza. En su imaginación emergían tal variedad de escenas y con tanta claridad y delicadeza que él mismo no se lo creía. Sorprendido, no podía evitar pensar que estaba poseído por algo. No obstante no llegaba a considerar que podría haber una herramienta llamada «letras» que pudiera transmitir las palabras generadas unas tras otras para la posteridad. Ni siquiera sabía cómo se iba a llamar en un futuro el rol que actualmente ejercía. Aunque la gente empezaba a sospechar que los cuentos de Shaku estaban inventados por él mismo, el público no disminuyó en absoluto. Al contrario, no dejaban de pedirle que creara nuevas historias. A pesar de que se tratara de historias inventadas por Shaku, no cabía ninguna duda de que aquello que se encontraba en su interior era lo que le permitía inventar aquellos cuentos fantásticos, ya que Shaku era considerado como una persona más bien mediocre desde su nacimiento. Así pensaba tanto el público como el propio narrador, puesto que aquellos que no habían sido poseídos no podían dejar de hablar detalladamente sobre esas maravillas que nunca habían visto con sus propios ojos. Entre las sombras de las rocas de la orilla del lago, debajo de los abetos del bosque cercano o por la puerta de la casa de Shaku, donde colgaban pieles de cabra, el público se sentaba, rodeando a Shaku de forma semicircular, y gozaba de sus cuentos sobre los treinta bandidos que vivían en la tierra montañosa del norte, los monstruos nocturnos del bosque o un ternero que pastaba en el prado.

Los ancianos del pueblo ponían mala cara viendo cómo los jóvenes descuidaban sus trabajos, fascinados por los cuentos de Shaku. Uno de éstos dijo:

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