debeleer.com >>> chapter1.us
La dirección de nuestro sitio web ha cambiado. A pesar de los problemas que estamos viviendo, estamos aquí para ti. Puedes ser un socio en nuestra lucha apoyándonos.
Donar Ahora | Paypal


Como Puedo Descargar Libros Gratis Pdf?


El jardín de lavanda – Noelia Señas Polo

Aquel día salí del colegio con el corazón desbocado y el sabor amargo de la traición. Pedaleaba sin control, con el alma herida y los ojos cubiertos de lágrimas, sin rumbo fijo y preguntándome cómo, mi mejor amiga, podía haberme defraudado así. Fue mi primera lección de adulta. La primera cicatriz de mi inocencia, que se grabó a conciencia en mi alma de niña, endureciéndome por dentro y por fuera como una corteza. David era un chico guapo y enérgico que jugaba en el equipo de futbol del barrio y en el que yo ya me había fijado, antes de que apareciera por sorpresa como compañero de clase. Cuando le vi entrar y acomodarse al fondo del aula sentí que no podía tener más suerte. Me quedé paralizada en medio de la entrada, hasta que Carmen me dio un empujón para que dejara pasar al resto de alumnos. —Chica, pues no es para tanto —me dijo al salir, mientras cerraba su carpeta, cubierta de fotos de grupos de música. Desde aquel día no podía parar de pensar en él. Solo tenía doce años, pero, sin duda, eso debía ser amor. Cada vez que le veía se revolvía mi cuerpo entero, acelerando mis pulsaciones, y dejando una sensación en mi estómago que, al principio, confundí con hambre, pero que después comprendí que se trataba de otra cosa. Todas mis conversaciones giraban en torno a él y Carmen me acusaba de agobiarla con tanta cursilería. Averigüé en qué asignaturas flaqueaba y me senté a su alrededor en los exámenes, para que pudiera copiarse de mí, cosa que siempre había odiado y evitado. Me gané el privilegio de sus escasos saludos e incluso de que, en alguna ocasión, se dirigiera a mí para pedirme apuntes, a lo que yo me ofrecía encantada, no sin antes entretenerme en pasarlos a limpio, comprobando que no existieran faltas de ortografía. No tenía ojos para nadie más y lo buscaba con la mirada en los recreos, procurando sentarme cerca, incomodando a Carmen, que solo quería sentarse en el banco de siempre, lugar perfecto para despellejar a toda aquella que osase cruzarse ante nosotras, siendo el blanco de sus críticas. Por nuestra amistad incondicional hasta el momento, por eso, me dolía tanto esa imagen de aquella mañana de octubre, cuando, al girar la cabeza hacia donde se sentaba ella, en la clase de geografía, la vi pasar aquel papel, clandestinamente, al David de mis amores, y le vi cogerlo a él, mientras cruzaban sus miradas, ante mi perplejidad, intentando buscar una explicación a aquello. Pensé la posibilidad de que Carmen estuviese haciendo de Celestina y solo quisiera que él supiera lo mucho que me gustaba, pero conocía a Carmen y me costaba trabajo creer aquello, así que cuando David, mi David, arrugó el papel en su mano y lo tiró en la papelera al salir, pensé que era mi oportunidad para averiguarlo. Carmen me metió prisa para abandonar la clase. —Vamos, Claudia, ¡que no nos da tiempo a comprar los mapas! —Yo voy esta tarde —dije, fingiendo estar entretenida, escribiendo cosas sin sentido en el cuaderno de geografía. —Pero, entonces… ¿te quedas? —Si, si… ve tú —la dije —yo ahora salgo. La vi marcharse por la puerta, colocándose la mochila, mientras yo sostenía el bolígrafo en mi temblorosa mano. Me dirigí a la papelera y saqué el papel deformado, abriéndolo cuidadosamente, como el que desactiva una bomba. Y allí estaban, las palabras que me apuñalaron el costado. ¿QUIERES SALIR CONMIGO? Sentí un terrible quemazón en la garganta y noté como mis labios temblaban sin poder controlarlos, hasta que solté un gemido que logré parar a tiempo para que nadie oyera. Salí de clase, con el papel entre mis manos, haciéndome daño en la palma, bajando a ciegas las escaleras, cogiendo la bicicleta y empezando a pedalear, rumbo a ninguna parte.


El viento me azotaba la cara y empezaron a caer algunas gotas, rozándome la cara y confundiéndose con mis lágrimas. Mientras pedaleaba vertiginosamente por las calles, esquivando peligrosamente coches y peatones, iba pensando en mis momentos con Carmen, desde que empezamos el primer curso en el colegio. Siempre nos habíamos defendido una a la otra. Habíamos compartido juguetes, dormido juntas, reído a carcajadas y también llorado. Nos habíamos peleado, claro que sí, porque las mejores amigas se pelean alguna vez. Pensé en nuestras tardes en el banco del parque, comiendo pipas hasta que se nos dormían los labios. Hablando de nuestros problemas, que tan importantes nos parecían entonces, para reírnos días después, por lo que antes llorábamos. Pero esto era imperdonable. No era una pelea cualquiera, era diferente. Carmen me había traicionado, podía incluso entender que le gustara David, pero nunca dio muestras de que así fuera. De todas maneras daba igual, porque lo peor, lo que más me dolía, era aquella forma miserable de pisotearme, de romper el lazo que nos unía, de dejarme completamente vacía de repente, sintiendo que ya no podía confiar en nadie, porque mi mejor amiga había preferido a aquel chico, mi chico, antes que a mí. Poco importaba ya si él había aceptado o no su propuesta, aunque, entre lágrimas y suspiros entrecortados, iba yo maldiciendo y suplicando que la hubiera rechazado. No sé en qué momento, ni como, algo golpeó la rueda de mi bicicleta, haciéndome caer estrepitosamente en el suelo. Sentí un dolor agudo en la rodilla y comprobé que estaba sangrando. Sentada en el suelo, cubrí con las dos manos la rodilla, intentando tapar la herida. Como pude, recogí la bicicleta y me desvié hasta la acera. La calle parecía completamente desierta, parece que nadie me ha visto, pensé, gracias a Dios. Y entonces la vi. Frente a mí, radiante, espléndida. No sabía por qué me llamo tanto la atención aquella casa, pero me atrajo como un imán hasta la verja. Apoyé la bicicleta en la pared, olvidándome de mis heridas, las de fuera y las de dentro, y observé asombrada los minuciosos adornos de la cerca de metal, que separaban la vida real, del sueño que parecía empezar a partir de aquella puerta. El jardín era una explosión de colores. Flores de todo tipo vestían cada espacio de aromas y matices, mientras yo asomaba la cabeza entre los huecos de la valla, analizando detenidamente cada detalle. Una fuente de piedra coronaba el centro del jardín. Dos ángeles de piedra sostenían una especie de caracolas, donde el agua rebosaba, mientras varios pájaros saciaban su sed.

La entrada de la casa estaba formada por decenas de peldaños de piedra y una columna a cada lado. La fachada estaba cubierta de hiedra, dejando apenas huecos entre las hojas. Una criada bajó los peldaños, con un cesto lleno de ropa blanca. Avanzaba despacio, con cuidado de no tropezar, atravesando el jardín en dirección a la parte trasera. Se volvió a mirarme, antes de doblar la esquina de la fachada, parándose antes de continuar y sin apartar la vista de mí. Yo permanecía con la cabeza entre los barrotes y, al sentirme observada, retiré la cabeza de forma brusca, cogí mi bicicleta y volví a la triste realidad con la que había llegado. Al día siguiente, salí veinte minutos antes de casa. No quería ir con Carmen al colegio, así que, cuando ella llegó a mi casa, yo ya no estaba. Llegué a la puerta del colegio y aparqué la bicicleta donde siempre. Me dirigí a clase sin prisa, sin cruzarme con demasiada gente. Aún era pronto. Me acomodé en mi silla y abrí mi libro de literatura. Al cabo de unos minutos sentí su presencia a mi lado. Hizo más ruido de lo habitual. Se revolvió en su asiento. —Bueno, ¿qué?, ¿qué narices te pasa? —Preguntó al fin. La miré. Sentí que la odiaba en ese momento. Mantuve durante bastante tiempo la mirada fija e inexpresiva en ella y luego volví la vista de nuevo a mi libro. Entró David y se sentó en su sitio. Observé su comportamiento. Ni siquiera la miró. Por dentro sentí cierto alivio. Noté que Carmen me observaba, no paraba de mirarme, esperando una explicación por mi parte. La miré, sosteniendo el lapicero en mi mano y golpeándolo rápidamente sobre mi otra mano.

—Deja de mirarme, Carmen… tú y yo ya no somos amigas. Busca a otra a quien traicionar. Sus ojos se abrieron excesivamente y separó sus labios, como para hablar, pero, en ese momento, entró el profesor por la puerta dando los buenos días y yo volví la vista al frente, intentando escuchar, al menos, algo de lo que decía. De vuelta a casa no puede evitar volver a pasar por aquel lugar mágico, aun sabiendo que tendría que desviarme demasiado, y de nuevo, asomarme a la verja, con la cabeza entre las rejas de hierro. Volví a cruzar la mirada con la criada que, esta vez, me sonrió. JULIA En mi casa, las cosas se estaban torciendo sin remedio. Mi madre cayó gravemente enferma y mi padre sacaba tiempo de donde no lo había para trabajar el doble y poder ganar un sobresueldo, mal pagado, dejándose la vida en el campo para poder hacerse cargo de las costosas medicinas. Yo cuidaba de mi madre todo el día. Cada mañana la veía más pálida y temía encontrarla sin vida en cualquier ocasión. Cada respiración suya era un aliento para mis débiles fuerzas, carentes ya de esperanzas. Yo tenía diecisiete años y mi padre quería un futuro estable para mí. No quería que me quedara en el pueblo, rindiéndome ante un matrimonio concertado, como hacían la mayoría de las chicas de mi edad. A veces salían trabajos fuera para servir en alguna casa acomodada, pero las oportunidades se nos escapaban de las manos, mientras yo seguía atrapada en aquella casa, haciendo sentir culpable a mis padres por no poderme dejar ir. Una mañana me despertó la voz apagada de mi madre, llamándome desde su cama. Bajé al suelo descalza, angustiada, tropezando con una silla del dormitorio. Me acerqué a la habitación y la vi, más despierta de lo que había estado los seis últimos meses. Me instó a sentarme al borde de la cama y me cogió la mano entre las suyas, la sentí helada. —Es el momento hija —me dijo mientras me miraba con una entereza que me partió el alma —yo debo marchar y a ti te corresponde hacerte una mujer como Dios manda. Sé que serás de utilidad para cualquier familia, porque lo has demostrado conmigo. Haz que tu padre esté orgulloso de ti. Vuela hija, vuela lo más alto que puedas y no mires atrás. No tengas miedo, yo te protegeré desde donde me encuentre. Su voz se fue apagando, acabando en un susurro prácticamente inaudible, tanto, que tuve que acercarme para escucharla. —Llama a tu padre, quiero despedirme de él. Salí corriendo como un ratón perseguido, sin caer en la cuenta de que estaba descalza.

Las piedras se clavaban en las plantas de mis pies como cuchillas, pero solo pensaba en llegar a tiempo a las tierras del vecino, donde mi padre, en la distancia, me reconoció y vino a mi alcance corriendo, angustiado, percibiendo el olor de la tragedia. —¡Corre papá! —grité yo entre sollozos mientras se aproximaba. Cuando llegó a mi encuentro, los dos llorábamos desconsolados. La cara de espanto de mi padre me dio más miedo que la propia realidad. Corrimos juntos durante unos minutos, pero sus piernas avanzaban más deprisa que las mías. Cuando llegué, ella aún estaba despierta, acariciando la cabeza de mi padre que descansaba apoyada en su regazo, llorando como yo nunca le había visto, sabiéndose solo con su partida. Me senté al otro lado de la cama y alcancé a ver como mi madre sonreía, mientras cerraba los ojos lentamente, dejándonos solos y desamparados, sin saber cómo continuar la vida sin ella.

.

Declaración Obligatoria: Como sabe, hacemos todo lo posible para compartir un archivo de decenas de miles de libros con usted de forma gratuita. Sin embargo, debido a los recientes aumentos de precios, tenemos dificultades para pagar a nuestros proveedores de servicios y editores. Creemos sinceramente que el mundo será más habitable gracias a quienes leen libros y queremos que este servicio gratuito continúe. Si piensas como nosotros, haz una pequeña donación a la familia "BOOKPDF.ORG". Gracias por adelantado.
Qries

Descargar PDF

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

bookpdf.org | Cuál es mi IP Pública | Free Books PDF | PDF Kitap İndir | Telecharger Livre Gratuit PDF | PDF Kostenlose eBooks | Baixar Livros Grátis em PDF |