debeleer.com >>> chapter1.us
La dirección de nuestro sitio web ha cambiado. A pesar de los problemas que estamos viviendo, estamos aquí para ti. Puedes ser un socio en nuestra lucha apoyándonos.
Donar Ahora | Paypal


Como Puedo Descargar Libros Gratis Pdf?


El jardin de las sonrisas etern – Diana G. Romero

Sábado, 18 de abril de 2015 Cada tarde, tras terminar sus clases, Sofía recorría a pie la distancia que había desde la parada de autobús hasta su casa. Hacía aquel recorrido, que tenía cronometrado en ocho minutos, oyendo música en su móvil, completamente en las nubes. Sin embargo, siempre tardaba un par de minutos de más. Los que pasaban mientras permanecía delante de aquella casa. No podía evitar detenerse a contemplar aquel lugar unos instantes. Y no porque esa casa en concreto fuera la más grande, ni la más bonita. Al fin y al cabo, en aquel barrio residencial a las afueras de la ciudad de Las Palmas, había un sinfín de casas grandes y bonitas; pero aquella casa era distinta. Tenía el encanto propio de una casa colonial, con el aire romántico que a ojos de una soñadora conlleva un amplio jardín prácticamente abandonado. El edificio en sí era sencillo, sin aires de grandeza, a pesar de que ocupaba una manzana completa. La fachada, que fue blanca en tiempos mejores, ahora presentaba un estado desolador y estaba semioculta por una infinita enredadera que se había aprovechado de los desvaríos del tiempo en aquel lugar eternamente encapotado para ir ganando terreno. Los amplios ventanales, de madera oscura, necesitaban una mano de barniz urgente. El jardín rodeaba la casa por completo, con varios árboles que proyectaban largas sombras y facilitaban con su penumbra que crecieran por doquier las hierbas y flores silvestres. Y, allá en un pequeño rincón junto a un lateral de la casa, el lugar que más llamaba la atención de Sofía: un pequeño saliente en el suelo junto a la pared, con una compuerta de cristal llena de polvo; la ventana de un sótano. Le parecía aquel lugar tan de película, tan mágico, que casi le parecía ver duendes campando a sus anchas por entre las violetas silvestres que rodeaban aquella entrada tan llena de misterio. Teniendo en cuenta cuánto deslumbraba a Sofía esta casa, podéis haceros una ligera idea de lo contenta que se puso cuando vio, entre los encargos de la librería de su madre, un pedido a aquella dirección. Los sábados solía echar una mano durante la mañana en el pequeño negocio familiar. Los pedidos a domicilio eran algo poco habitual, cada vez más en desuso. Ya de por sí, cada vez eran menos frecuentes los pedidos de libros en general. Desde la llegada del libro electrónico, y sobre todo de la facilidad para descargar los libros de manera ilegal en internet, la librería sobrevivía, en gran parte, gracias a los libros de texto y el material escolar. A pesar de ello, jamás veía a su madre decaer al ver cómo las ventas descendían. Siempre estaba dispuesta a organizar cuentacuentos, presentaciones de libros, o cualquier otro evento que incitara a los amantes del libro tradicional a desconectar durante un rato del estrés de la ciudad. —¡Mamá! —exclamó , con el corazón desbocado y la libreta de pedidos en la mano—. Este pedido, ¿vas a llevarlo tú, o Pablo? Pablo era el joven estudiante de informática que trabajaba algunas horas a la semana en la librería ayudando a Elsa, la madre de Sofía, con los pedidos y con todo lo relacionado con la página web de la librería, redes sociales… todo ese mundo en el que Elsa decía sentirse diminuta, tan diminuta como Gulliver en Brobdingnag. —No, ese lo llevaré yo en cuanto cerremos a mediodía. Nos pilla de camino a casa —respondió Elsa, tras ponerse las gafas progresivas y echar un vistazo al pedido al que se refería su hija.


—Genial. —Una enorme sonrisa asomó al rostro de Sofía. Su madre la miró sin entender, y arqueó una ceja, en señal de que esperaba una explicación a tan entusiasta respuesta. —Quiero ver esa casa. Es mágica —susurró en voz muy baja, como si le estuviera contando algo realmente revelador. Elsa sonrió. —Sí que lo es. Y por dentro es casi igual de mágica —murmuró, imitando a su hija. Pablo las observó de reojo desde su lugar frente al ordenador. Sonrió y negó con la cabeza, como quien está observando a dos niños pequeños jugar con varitas mágicas invisibles. —¿Por dentro? ¿Es que ya has estado allí? —Abrió los ojos como platos. Su madre se llenó de regocijo; le encantaban esos momentos en que su hija dejaba aparcados los estragos de la adolescencia y volvía a ser la niña ingenua y fantasiosa que solía ser. —Sí. Muchas veces. Teresa, la dueña de esa casa, es una de nuestras clientas habituales. Siempre le llevo los libros a casa. —Vaya… —Sofía se quedó pensando en lo fortuito, o no, del destino—. ¿ Y cómo es la dueña? —¿Vas a venir conmigo, no? Pues luego la conoces y lo descubres por ti misma. —Vale —afirmó, forzándose a no seguir haciendo preguntas. El tiempo pasó lentamente para Sofía esa mañana. No cesaba de mirar el reloj de pared, y un par de veces estuvo a punto de decir a su madre que aquel dichoso aparatejo se había detenido. Era imposible que el tiempo pasara tan despacio. Cuando al fin llegó la hora de cerrar, Sofía quiso salir tan atropelladamente que olvidó incluso apagar las luces de la librería, la función que solía tener asignada los días como aquel. Su madre no pudo más que reír, ante el nerviosismo de su hija. —Ni que fuéramos a ir a conocer a uno de esos actores que te gustan tanto.

—Lo sé, lo sé. Ya está. —Se detuvo en seco y cogió los libros que llevaba su madre en las manos; el pedido de la tal Teresa, la misteriosa dueña de la casa mágica—. Ya estoy tranquila. —Ya —farfulló su madre sin dejar de reír. Durante el trayecto en coche, se distrajo hojeando los títulos que llevaba sobre el regazo. La mayoría eran novelas de autoras actuales: Matilde Asensi, Luz Gabás, Kate Morton. Todo normal, ningún libro fuera de lo común. Elsa aparcó frente a la casa y ambas bajaron del coche. Se acercaron a la verja de hierro forjado y la madre miró un instante a su hija antes de tocar el timbre. —¿Preparada? —preguntó, entusiasmada. Aquel momento le recordaba muchísimo a otro instante de su propia infancia. En otro lugar y otras circunstancias, pero con ese mismo espíritu de aventura. —Sin ninguna duda —respondió Sofía. Su madre asintió y tocó el timbre de la entrada. Tuvieron que esperar un rato antes de que la puerta, al fin, se abriera. Tras ella apareció una señora de cabellos canosos, que llevaba recogidos en un moño bajo. Era pequeña y delgada, de apariencia frágil. Sofía calculó que debía tener cerca de setenta años, basándose en que parecía solo algunos años más joven que su abuela. La anciana les sonrió con ligereza y les indicó con la mano que entraran. Elsa abrió la cancela, y recorrieron juntas el camino de adoquines que les separaba de la puerta de la entrada. Sofía sintió como le palpitaba a toda prisa el corazón al adentrarse en aquella casa ante la que se detenía cada día sin excepción. —Buenos días Teresa —saludó Elsa, cuando llegaron a la altura de la anciana. —Buenos días, Elsa. Y esta joven compañía que traes hoy, ¿es Sofía? — Sus ojos azules se fijaron en la joven, a la que sorprendió como una mirada podía transmitir tanta sabiduría, tanto aprendizaje de una vida entera.

A pesar de su cuerpo menudo, su mirada denotaba una personalidad luchadora y valiente. —Sí, ella es mi hija Sofía . Sofía, ella es Teresa, la dueña de esta casa que tanto te gusta. La joven sintió como se ruborizaba al oír a su madre revelar su secreto. La anciana rió con ganas. —¿Mi casa? Hija, pero si mi casa es un viejo animal prehistórico, tanto como su dueña. —Pues a mí me parece preciosa —farfulló, ruborizándose. —Pues puedes venir cuando quieras si tanto te gusta. Aquí el tiempo pasa muy despacio, siempre se agradece alguna visita, y más si es de una jovencita tan llena de curiosidad. Sofía le sonrió con entusiasmo. Su corazón ya se había calmado. Sus prejuicios le habían hecho fantasear cientos de veces con que una dama gris, con un pasado oscuro, gobernaba aquella casa. Nada más lejos de la realidad. —¿Tienes tiempo para tomar el té, Elsa? —preguntó la anciana, mientras cogía los libros que le tendía la mujer. —Sí claro. Como siempre, Teresa. Sofía observó estupefacta como ambas mujeres se adentraban en la casa. Al parecer, su madre no solo llevaba libros a aquella casa sino que se sentaba tranquilamente a tomar té con la dueña de la misma. Y ella sin saberlo. Elsa se detuvo a medio camino del amplio pasillo de entrada y miró a su hija. —Teresa, ¿le importa que mi hija vaya a visitar su jardín? Creo que se muere de ganas de verlo —compartió una mirada con la anciana, que Sofía no comprendió. Pero le dio la sensación de que se estaba perdiendo algo. —Claro querida, por supuesto. Estás en tu casa. —Gracias —respondió a toda prisa, y no se lo pensó demasiado antes de desaparecer por la puerta de entrada

.

.

Declaración Obligatoria: Como sabe, hacemos todo lo posible para compartir un archivo de decenas de miles de libros con usted de forma gratuita. Sin embargo, debido a los recientes aumentos de precios, tenemos dificultades para pagar a nuestros proveedores de servicios y editores. Creemos sinceramente que el mundo será más habitable gracias a quienes leen libros y queremos que este servicio gratuito continúe. Si piensas como nosotros, haz una pequeña donación a la familia "BOOKPDF.ORG". Gracias por adelantado.
Qries

Descargar PDF

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

bookpdf.org | Cuál es mi IP Pública | Free Books PDF | PDF Kitap İndir | Telecharger Livre Gratuit PDF | PDF Kostenlose eBooks | Baixar Livros Grátis em PDF |