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El İnforme Krinar – Anna Zaires

Dos años desde la invasión. No me podía creer que ya hubieran pasado dos años desde la invasión, y que todavía no supiéramos casi nada sobre los alienígenas que habían tomado el control de la Tierra. Frustrada, me quité las gafas y me froté los ojos, al notar el cansancio de haber estado mirando la pantalla del ordenador todo el día. Durante las últimas dos semanas, desde que decidí ponerme a mí misma a prueba escribiendo un artículo de investigación sobre los invasores, había escudriñado hasta la última línea de información disponible en internet, y lo único que tenía eran rumores, una serie de relatos poco fiables de testigos oculares, algunos videos pixelados de YouTube y las mismas preguntas sin respuesta que al principio. Dos años después del Día K, los K, o los krinar, como ellos preferían hacerse llamar, suponían un enigma casi tan grande como cuando llegaron. Mi ordenador hizo un ruidito que me sacó de mi ensimismamiento. Al mirar la pantalla vi que era un e-mail de mi editor. Richard Gable quería saber cuándo tendría el artículo sobre los cachorros siameses que le debía. Al menos no era otro de esos correos electrónicos tipo «el cielo se está desplomando» de mi madre. Suspiré y me froté los ojos de nuevo, intentando evitar distraerme pensando en los chiflados de mis padres. Ya era bastante malo que mi carrera todavía no hubiese despegado. No tenía ni idea de por qué todos los reportajes de pacotilla acababan siempre en mi mesa. Había sido así desde que empecé en el periódico, tres años atrás, y ya estaba más que harta de ello. A los veinticuatro, tenía casi tanta experiencia en escribir sobre noticias reales como un estudiante en prácticas. ¡A la mierda!, había decidido el mes anterior. Si Gable no quería asignarme trabajo de verdad, yo misma encontraría una historia. ¿Y qué otra cosa había que fuese más interesante o controvertido que los misteriosos seres que habían invadido la Tierra y convivían ahora con los humanos? Si podía descubrir algo, cualquier cosa, que fuese cierta sobre los K, eso me ayudaría a avanzar mucho en demostrar que era capaz de manejar historias de más relevancia. Me puse las gafas de nuevo y escribí un correo rápido a Gable, solicitándole un par de días más para terminar el artículo de los cachorros. Mi excusa fue que quería entrevistar al veterinario y me estaba costando ponerme en contacto con él. Por supuesto, era mentira. Había entrevistado al veterinario y al dueño en cuanto me pasaron el encargo… pero quería evitar que me mandaran otro artículo de segunda durante unos días. Así tendría tiempo para explorar un tema interesante que me había encontrado en mi investigación de ese día: los llamados clubs-X. —Hola, pequeña, ¿tienes planes para esta noche? Al oír aquella voz conocida, levanté la vista y sonreí a Jay, mi compañero de trabajo y mi mejor amigo, quien acababa de entrar en mi minúscula oficina. —No —dije alegremente—. Voy a ponerme un poco al día con el trabajo y luego vaguearé apoltronada en el sofá.


Él exhaló un suspiro dramático y me lanzó una mirada de fingido reproche. —Amy, Amy, Amy… ¿Qué vamos a hacer contigo? Es viernes por la noche, ¿y tú vas a quedarte en casa? —Todavía me estoy recuperando del fin de semana pasado — dije con una sonrisa cada vez más amplia—. Así que no creas que puedes volver a arrastrarme a salir tan pronto. Una noche de fiesta al mes al estilo de Jay es suficiente para mí. La fiesta al estilo de Jay era una experiencia única que consistía en múltiples chupitos de vodka al principio de la noche, seguidos de varias horas de ir de club en club, rematadas con una cena/desayuno en un restaurante coreano de los que abren las veinticuatro horas. No le mentía al decirle que todavía me estaba recuperando… la combinación de vodka y comida coreana me había causado tal resaca que más bien se había parecido a un mal caso de intoxicación alimentaria. Apenas fui capaz de salir arrastrándome de la cama el lunes para ir a trabajar. —Oh, vamos —intentó engatusarme, con una mirada igual que la de un cachorro en sus ojos castaños. Sus tupidas pestañas, su cabello rizado y sus finos rasgos hacían de Jay alguien casi demasiado lindo para ser un tío. De no ser por su constitución musculosa, habría parecido afeminado. Sin embargo, la cuestión era que así él atraía a mujeres y hombres por igual… y disfrutaba de ambos sexos con idéntico entusiasmo. —Lo siento, Jay. Otra semana será. —Lo que de verdad necesitaba ahora era concentrarme en mi artículo sobre los K… y en los clubs secretos que supuestamente frecuentaban. Jay dejó escapar otro suspiro. —Muy bien, como quieras. ¿En qué estás trabajando ahora mismo? ¿En el artículo de los cachorros? Titubeé. Todavía no le había hablado a Jay acerca de mi proyecto, sobre todo porque no quería quedar como una estúpida si no podía encontrar una buena historia. A Jay tampoco le encargaban muchos artículos jugosos, pero a él no le importaba tanto como a mí. Su objetivo en la vida era divertirse, y todo lo demás, incluida su carrera periodística, iba en segundo lugar. Opinaba que la ambición era algo que solo era útil con moderación y no se esforzaba más de lo estrictamente necesario. —Es solo que no quiero ser un vago total… por mis padres, ya sabes —me había explicado una vez, y esa afirmación resumía perfectamente su actitud frente al trabajo. Yo, por otro lado, quería algo más que simplemente no ser una vaga. Me molestaba que el editor hubiera echado un vistazo a mi cabello rubio cobrizo y a mis rasgos de muñeca, y me hubiera encasillado de forma permanente en la sección de noticias triviales. Habría creído que Gable era un sexista, de no ser porque había hecho lo mismo con Jay.

Nuestro editor no discriminaba a las mujeres; solo hacía suposiciones sobre las capacidades de las personas basadas en su apariencia. Al final decidí confiar en mi amigo y le dije: —No, no es el artículo de los cachorros. En realidad, he estado investigando para un proyecto propio. Las cejas perfectamente delineadas de Jay se elevaron. —¿Sí? —¿Has oído hablar alguna vez de los clubs-X? —pregunté, echando un vistazo rápido a nuestro alrededor para asegurarnos de que nadie nos oiría. Por suerte, las oficinas que rodeaban la mía estaban vacías en su mayor parte, con solo un becario trabajando a la otra punta de la planta. Eran casi las cuatro de la tarde de un viernes, y la mayoría de la gente había encontrado una excusa para salir pronto aquella tarde de verano. Jay abrió mucho los ojos. —¿Clubs-X? O sea: ¿los clubs para xenos? —Sí. —Mi corazón latió más deprisa—. ¿Has oído hablar de ellos? —¿No serán esos sitios a los que van a ligar con los K los que están locos por los aliens? —Aparentemente. —Le sonreí—. Acabo de enterarme hoy mismo de que existen. ¿Conoces a alguien que haya estado en uno? Jay frunció el ceño, una expresión que parecía fuera de lugar en su rostro normalmente alegre. —No, en realidad no. Es decir, siempre hay eso del «amigo de un amigo de un amigo», pero nadie que yo conozca en persona. Asentí. —Vale. Y tú conoces a medio Manhattan, así que esos clubs, si existen, son un secreto celosamente guardado. ¿Te imaginas el reportaje? —En mi mejor voz de locutora, enuncié dramáticamente —: ¿Clubs nocturnos alienígenas en el corazón de la ciudad de Nueva York? ¡El New York Herald les cuenta las últimas noticias sobre los K! —¿Estás segura de que es buena idea? —Mi amigo parecía escéptico—. He oído que esos clubs están cerca de los Centros K. ¿Estás diciendo que hay alguno en la ciudad de Nueva York? —Creo que sí. Hay ciertos rumores online sobre un club en Manhattan. Quiero encontrarlo y ver de qué va todo eso. —Amy… no sé si es una gran idea.

—Para mi sorpresa, Jay parecía más inquieto que emocionado, y su ceño tan poco característico se hizo aún más pronunciado—. No querrás meterte con los K. —Nadie quiere meterse con ellos, y por eso todavía no tenemos mucha información suya. —Mi anterior frustración volvió. Me molestaba que todos se mostraran tan intimidados aún por los invasores—. Lo único que pretendo es escribir un artículo objetivo con datos sobre ellos. Específicamente, sobre sitios que presuntamente frecuentan. Seguro que eso está permitido. En este país todavía existe la libertad de prensa, ¿verdad? —Tal vez —dijo Jay—. O tal vez no. Personalmente, creo que hacen desaparecer cualquier información que no quieren que se haga pública. Antes lo normal era que lo que se subía a internet se quedara allí para siempre, pero ahora ya no es así. —¿Crees que podrían eliminar mi artículo de alguna manera? — pregunté preocupada, y Jay se encogió de hombros. —No tengo ni idea, pero si yo fuera tú, me concentraría en el artículo de los cachorros y me olvidaría de los K. E las ocho de la tarde cuando me topé con ello: una mención sobre la ubicación de uno de los clubs-X en un foro de sexo poco conocido. Estaba enterrada en medio de la larga, y bastante improbable, narración de la experiencia sexual de un tipo con un grupo de K. El sentimiento de éxtasis que aquel hombre describía me sonaba sospechosamente parecido a un subidón causado por las drogas, aunque había historias similares esparcidas por toda la red, dando lugar a todo tipo de rumores sobre los invasores… incluido el del vampirismo. Yo no me los tragaba, aunque claro, gracias a la obsesión de mi madre por las teorías de la conspiración más descabelladas, yo desconfiaba de los rumores por naturaleza. Me gustaban los hechos: por eso mismo había estudiado periodismo en vez de dedicarme a escribir ficción. Según el relato de ese hombre, había ido al club justo después de cenar en el Meatpacking District. Nombraba el restaurante donde había cenado, y luego escribía que el club estaba justo al otro lado de la calle. Y así, sin más, había conseguido una pista. Me levanté de un salto, agarré el bolso y salí corriendo de la oficina, saludando con la cabeza al conserje al pasar. Parecía que mi noche de viernes estaba a punto de ponerse mucho más interesante.

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