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El Festín de las Máscaras – J. N. Williamson

«Un coro de antiguas y nuevas voces del terror, que salta del susurro al alarido, bajo la inimitable batuta de J. N. Williamson». Ramsey Campbell Todas las gamas posibles del horror literario: narraciones tradicionales; de sexo, sangre y vísceras; de terror psicológico; de monstruos puros y duros. Una antología que se las trae, con las recetas necesarias para: Convivir con maniquíes. Deletrear los nombres del diablo. Matar por extenuación sexual. Intimidar a los blasfemos. Tomar a una calaveras por testigo. Viajar más allá del suicidio. Librarse de un hijo malcriado. Y saborear muchos otros potajes demoníacos. Con un poema de RAY BRADBURY como broche de oro. «La mejor antología de la serie Masques. Una combinación de lo “tradicional”, lo “no tradicional” y lo francamente excéntrico… Más de lo mismo, por favor». Joe R. Landsdale


 

« El miedo se vende bien» , escribió el crítico Stephen Schiff en el New York Times (6 de marzo de 1988), pero hablando del « relato gótico» añadió: « La gente respetable y a no se lo toma en serio» . Después metió en una « cámara de los horrores» a compañeros de cama tan distintos como los best-sellers, las vírgenes y desalmados de la literatura romántica, las revistas baratas, los cómics y las películas. Cometió un error tan grave como el que cometeríamos si intentáramos combinar las Olimpiadas con ese deporte de los mayas en el que era obligatorio que los ganadores se sacrificaran. O como si confundiéramos los cantos de las ballenas con los de Michael Jackson, los coros de iglesia, Frank Sinatra y los Beatles…, ¡y acabáramos añadiendo a Pavarotti y a cualquier autor de esta antología que haga gorgoritos debajo de la ducha! Schiff afirmaba que si la literatura de terror —él insistía en utilizar la palabra « gótica» —, quería sobrevivir no podía limitarse a « confiar en trucos argumentales y finales sorpresa» . Estoy de acuerdo. La literatura de terror debe « fascinar e impresionar» de la misma forma en que suele hacerlo « la buena prosa» . Vuelvo a estar de acuerdo. Y cada uno de los relatos y poemas originales de este libro es obra de una persona muy seria y respetable que se ha fijado el objetivo de entretenerle…, y asustarle lo más posible de paso. ¿Cómo? Fascinándole e impresionándole.


Parece haber una repentina preocupación por el tema de la supervivencia del terror pero, curiosamente, esta repentina solicitud está siendo expresada justo cuando la cantidad y calidad de esta literatura que se escribe y publica es mayor que nunca. Y vivimos una época en que necesitamos que se nos distraiga, y necesitamos que nos den sustos. ¿Por qué? Porque creo que ya no podemos permitirnos el lujo de que las cosas sigan como están mucho más tiempo. Están a punto de disfrutar encuentros excepcionales con muchos viejos favoritos del miedo que han cambiado de traje —fantasmas, vampiros, terrores sin nombre que vagan por las calles o acechan en los campos que rodean un pueblecito—, pero también van a encontrar seres y circunstancias sorprendentemente contemporáneas. El material para la primera antología de esta serie fue seleccionado durante el año y medio anterior a su publicación en 1984, y muchos de los temores recurrentes que los seres humanos están experimentando han mutado o han sufrido una alteración en su énfasis. No sé si son más o menos terribles, pero hoy en día nos vemos más acosados que nunca por los espectáculos y los detalles de la apatía, la pobreza, la enfermedad y el exceso de producción mal utilizado; por el olvido de Dios y por trampas y mentiras aún peores, y por el abuso de regalos divinos como la paternidad y otras obligaciones humanas igual de básicas y obvias. Los autores de esta antología han trabajado de forma totalmente independiente para reflejar un momento de la historia en el que los acrónimos y eufemismos intentan sustituir a la disculpa, la acción y la pena; un momento en el que las definiciones provistas de un significado real están siendo retorcidas aún más brutalmente que nuestros personajes. Estamos a punto de entrar en otro siglo, y los escritores reunidos en esta antología parecen preguntarse si el siglo que estamos abandonando no será el siglo diecisiete o el primero. Está claro que ha llegado el momento de arrojar el exceso de equipaje antes de seguir avanzando. Pero algunos de estos escritores parecen sugerir que quizá deberíamos pensarlo dos veces y alargar la mano apresuradamente hacia ese equipaje que no debemos arrojar por la borda…, incluso cuando puede parecer que el barco se está hundiendo. La idea de cierta clase de antología nació en el cerebro de John Maclay, antiguo director de publicaciones. Maclay había trabajado en una agencia publicitaria de Baltimore y tenía la sensación de que si no participaba de forma más activa en la literatura su vida nunca estaría completa. Maclay estaba escribiendo obras sutilmente inquietantes sobre la torpe sustitución de la elegancia y el estilo por estructuras arquitectónicas mucho más comerciales y groseras que se publicaban en ediciones muy reducidas, y deseaba recapturar los temas y elementos de las antologías de ciencia ficción que había leído en su infancia, pero dentro del género moderno del terror y lo sobrenatural. Él y yo mantuvimos numerosas y prolongadas charlas telefónicas sobre el tema. La idea de Maclay era publicar relatos originales cuya intención primordial no fuera escandalizar o soltar sermones, sino que dijeran algo sobre cómo son realmente las personas en lo más profundo de su ser y que hablaran de lo horribles que llegamos a ser cuando nos encontramos con los seres y las cosas malas y no intentamos hacer algo al respecto. Tenía la esperanza de que yo encontraría escritores capaces de sentir asombro y temor y de crear historias con estilo y elegancia. Esa amplitud de la imaginación que no suele ser muy bien vista en las editoriales permitía que hubiera un lugar para el humor, la sangre, lo experimental o lo que se saliera de lo corriente…, y para el tipo de sutileza que los lectores sólo comprenden bastante tiempo después de haber leído el relato. Habría historias que apenas encajarían con las descripciones convencionales del género, pero que nos proporcionarían una ración de terror; habría reflexiones inquietantes y difíciles de olvidar; aterradores atisbos sobre cómo es la realidad de las víctimas y los que han perdido el juicio… Los cuentos ultracortos nos parecían un arte casi perdido que deseábamos recuperar, pero lo esencial era la historia. Una de mis tareas fue localizar y presentar a los mejores debutantes…, y las tres antologías de la serie han permitido que trece escritores hicieran su primera venta profesional. Un mínimo de veinte escritores han sido publicados por primera vez en la serie. Después de aparecer en esta serie de antologías muchos de ellos han logrado vender su primera novela; R. C. Matheson, Way ne Miller, Alan Rodgers, Dave Silva, Steve Rasnic Tem, Doug Winter, Jeannette Hopper y John Maclay entre ellos. Cuando empecé a pensar en el tercer volumen de la serie mi intención era seguir la dirección imaginada por John Maclay. Cuando ya había escogido la may or parte del material tropecé con una observación hecha por Ed Bryant en el Twilight Zone de diciembre de 1988 que arrojaba mucha luz sobre el proceso creativo de montar una antología, y que acabó conduciéndome al formato utilizado para esta nueva entrega de relatos y poemas.

Bryant, un escritor soberbio, afirmaba que « … hasta el momento ninguna antología ha conseguido capturar en un solo volumen toda la panoplia de talento y asombrosa energía que está impulsando el boom del terror hacia su inevitable ápice» . Bryant comentaba una antología no compilada por mí y observaba que ofrecía obras de muchos « autores de primera categoría…, comercialmente hablando» . Y también observaba que no había ningún relato escrito por una mujer. Creo que esa notable energía que Ed hace muy bien en alabar se halla en un estado de cambio y crecimiento continuo. En cuanto a si el « ápice» es « inevitable» o no, es algo discutible y, en cualquier, caso, me parece que usar esa palabra puede sugerir un pináculo que una vez alcanzado implica un declive tan inminente como imposible de evitar. Deploro esas actitudes, y lo digo con todo el respeto debido. Creo que la misma variedad de profecías literalmente homicidas y suicidas fue la que provocó los declives anteriores de la literatura de ciencia ficción y misterio, creo que esas predicciones pertenecen a la temible variedad de las que se vuelven reales a base de repetirlas y que siempre hay formas de librar una guerra santa contra tales sofismas. La primera batalla empieza con la decisión de no caer en la trampa supuesta por el intento de aproximarse seriamente a la « panoplia» de Bryant. Ningún escritor es capaz de mantener continuamente el mismo nivel de excelencia en toda su obra. Cuanto más escribimos más posible es que se nos publique y más difícil el que nos sintamos motivados por las « invitaciones» a participar en alguna antología…, a menos que deseemos escribir sobre un tema determinado o para una antología en concreto. Creo que nadie se ha dado cuenta de que muchos de nuestros escritores más conocidos crearon sus mejores obras cuando empezaron a tener éxito o que fueron sus mejores obras las que les hicieron famosos cuando no eran conocidos y no nadaban en la abundancia. La luna se mueve, los planetas cambian, los seres amados enferman o dejan de serlo y el autor famoso puede acabar descubriendo que ha asumido compromisos para los que no dispone del tiempo o las energías necesarias. Por otra parte, a veces los recién llegados crean obras tan cargadas de energía que parecen hervir sobre la página y cuando una antología puede contar con ellas queda cargada de fuego y electricidad y alcanza un nuevo equilibrio. Así pues, la estratagema número dos es buscar la mezcla ideal partiendo de un gran número de escritores. Los « niveles» o « clases» de escritores no deberían determinarse por el éxito comercial o la falta de éste, sino por el grado de talento creativo individual…, y el material que los escritores ofrezcan para que sea evaluado. Si aún queda algún sitio donde no deberíamos utilizar como criterio básico la fama o la posición económica, estoy seguro de que debe ser en lo que leemos. Bry ant tiene razón. Debería haber mujeres entre los seres humanos que están dando forma a nuestros relatos y poemas. Y recién llegados que escriban porque les aterra lo que ven a su alrededor; y profesionales tan alarmados como escandalizados. Y gay s, y otras minorías. Solitarios con problemas, padres preocupados… Debería haber tantas « clases» de escritores como personas, y deberían ser identificables sólo (y quizá ni tan siquiera entonces) después de que hay amos disfrutado con su obra. El terror y los otros géneros deberían rechazar el estrellato tal y como era utilizado hace años en el cine, y siempre que ello no perjudique innecesariamente al editor creo que toda la literatura debería hacerlo. Los géneros prosperan o languidecen por razones muy diversas, pero los escritores de talento necesitan un mercado libre de censuras en el que vender su mercancía y que les permita crear su obra a su manera, y no imitando a sus predecesores. Tanto si son conocidos como si no, lo único que debe esperarse de ellos es que satisfagan los gustos y valores más básicos del antologista, y podemos estar seguros de que éste jamás escoge lo que va a publicar sin luchar antes con sus prejuicios. El derecho a supervisar y dirigir sólo es admisible en lo que creamos sin ayuda de los demás, y cualquier otra cosa es encargar relatos, no encontrarlos y seleccionarlos.

Ir más allá de ese punto puede convertirse en una actitud entre didáctica y dictatorial. El terror y lo sobrenatural se presentan en muchas formas. La mayoría de ellas están esperándoles; y mientras los antologistas y directores de publicaciones recuerden que sólo son « primeros lectores» y representantes de quienes compran los libros y revistas el género seguirá vendiéndose, y el boom seguirá adelante. La literatura de terror está llena de energía y los talentos que la producen representan toda una panoplia de pasiones, aspiraciones y miedos. Si se le da la libertad que necesita para desarrollarse fascinará e inquietará. Pero el terror sólo llegará a su « ápice» cuando todos estemos de acuerdo en que la humanidad ha llegado al suyo. ¡Que empiece el festín! J. N. WILLIAMSON Indianápolis Relatos para todas las estaciones Los cuentos y poemas contenidos en este volumen —todos ellos inéditos—, han sido repartidos en cuatro subdivisiones cuidadosamente meditadas o agrupamientos de ámbito bastante definido. En el primero de ellos existía la tentación de definir los cuentos (y el poema) con el adjetivo « tradicionales» . Eché un vistazo a mi Roget buscando un sinónimo sin tantas connotaciones de algo que ha pasado de moda, pero no me fue de mucha ay uda. Encontré términos como « elegante» , « habitual» y « sancionado por la costumbre» , ¡todos ellos cercanos y, al mismo tiempo, alejados de lo que yo pretendía sugerir! « Habitual» es tan poco atractivo como « acostumbrado» y « elegante» podía parecer un poco presuntuoso. Estuve a punto de utilizar el adjetivo « clásico» , dado que la ficción de Stephen King y Dean R. Koontz es tan clásica como la de Charles Beaumont y Fredric Brown. Ninguno de esos autores escribiría historias difíciles de entender o « rutinarias» . Todos ellos son fieles a la tradición de los grandes escritores del pasado, y su obra es tan fascinante y atractiva que puede ser disfrutada décadas o siglos después. Sus temas, preocupaciones, ambientes y estilos nos resultan familiares y lo serán durante mucho tiempo. Pero está claro que esas historias también son relatos para todas las estaciones del pensamiento humano en los que se tratan todos nuestros temores y preocupaciones. Disfrutar de relatos como ésos —y de los incluidos en este subgrupo— hace que tengamos la sensación de que siempre han estado ahí, de que han sido extraídos como por arte de magia de un cosmos ficticio colectivo meramente gracias a la ayuda de escritores que, en el caso de artistas como Brown y Beaumont, parecen habernos abandonado hace décadas pero que siguen estando entre nosotros. Asustan hoy, habrían asustado hace un centenar de años y asustarán dentro de cien años. Entonces estos relatos también serán considerados clásicos. Vagabundo ED GORMAN Ed Gorman escribe novelas de terror tan lacónicas como originales bajo el seudónimo Daniel Ransom, y en el año 1987 los Escritores de Novelas de Detectives de los Estados Unidos nominaron su fascinante The Autumn Dead (St. Martin’s Press) para el premio a la Mejor Novela. El San Francisco Examiner dijo que era «una gran novela» escrita con «un estilo maravilloso» gracias al que Ed «podía hablar de cosas muy importantes sin dejar de entretener al público». Ed también entretiene al público codirigiendo (con Bob Randisi) una de las revistas especializadas más interesantes que han existido jamás, My stery Scene, y los aficionados al terror que no la conozcan deberían saber que entre los colaboradores de MS hay gente como James Kisner, Dean Koontz, Charles de Lint y Richard Laymon.

También he de mencionar que Ed ha compilado los dos primeros volúmenes de las Black Lizard Anthologies of Crime Fiction y está trabajando en el tercero. The Forsaken y Night Caller, escritas con el seudónimo Ransom, eran «duras, rápidas y tan mortíferas como balas» según Dean, y «salvajes y peligrosas» según Joe Lansdale. El relato que nos ofrece aquí es un perfecto ejemplo de todas esas cualidades. Para Michael Seidman El camionero de Denver me echó apenas se dio cuenta de que estaba intentando esconder una pinta de su whisky en mis pantalones. Había supuesto que la oscuridad, la lluvia y la forma en que incluso un vehículo tan grande oscilaba de un lado a otro de la calzada le mantendrían demasiado ocupado para enterarse. El camionero se alejó mientras se despedía agitando burlonamente el dedo medio de una mano delante de mi rostro. Así fue como me encontré en un pueblo llamado Newkirk a las siete de la tarde. Estaba a quince kilómetros de la frontera con Nebraska, tenía medio paquete de Luckies, un par de preservativos marca Trojan y puede que tres dólares en calderilla. También poseía una navaja de hoja no muy larga, uno de esos cacharritos capaces de hacer un buen trabajo pero por los que la ley de la mayoría de estados no puede arrestarte, y una mochila dentro de la que había mi ropa limpia, la cual era exactamente idéntica a la que llevaba puesta aunque estaba más o menos limpia. Newkirk sólo tenía una calle principal de tres manzanas de longitud. La noche de octubre apenas estaba iluminada por dos luces, una la de una gasolinera de la cadena DX y la otra la del café de Chet. No cabía ninguna duda sobre hacia cuál de las dos debía encaminar mis pasos. El chico de la gasolinera estaba intentando dejarse bigote —casi podías captar el esfuerzo de voluntad con que intentaba convencer al maldito cabrón de que se materializara—, y y a había conseguido la expresión malcarada que suele acompañar a esos bigotes. —No tiene coche —dijo cuando le pedí la llave del lavabo. —¿Y? —No le conozco y no tiene coche. —Mire, amigo, necesito desesperadamente echar una meada. Supongo que preferirá que lo haga en su lavabo antes que en mitad de la calle, ¿no? El chico tenía unos ojos azules algo asustados. —Los desconocidos siempre nos traen problemas. El año pasado… Le interrumpí. —Amigo, si fuera un tipo peligroso y a habría sacado mi arma y le habría pedido que me entregara la pasta. ¿No le parece que eso es precisamente lo que habría hecho?

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