debeleer.com >>> chapter1.us
La dirección de nuestro sitio web ha cambiado. A pesar de los problemas que estamos viviendo, estamos aquí para ti. Puedes ser un socio en nuestra lucha apoyándonos.
Donar Ahora | Paypal


Como Puedo Descargar Libros Gratis Pdf?


El diario amarillo de Carlota – Gemma Lienas

«Enteráos bien: en esta casa, no quiero ni oír hablar de porros». Esta es la respuesta que les da a Carlota y a Marcos su padre cuando le hacen una pregunta a propósito de las drogas. Pero entonces, ¿cómo podrá decidir Marcos si fuma porros o no en la fiesta a la que lo han invitado? Carlota, determinada a conseguir tanta información como le sea posible, escribe este nuevo diario que tienes en las manos. A partir de testimonios que va recogiendo y de las explicaciones que recibe de su entorno más inmediato y, sobre todo, de un médico de su club de fútbol preferido, Carlota se adentrará en el complejo mundo de las drogas, convencida, como siempre, de que solo cuando dispones de toda la información puedes realmente decidir. El diario amarillo de Carlota no es exactamente una novela ni un diario, sino un libro a caballo entre la ficción y la no ficción que procura responder a una serie de interrogantes: ¿Qué tipos de drogas hay? ¿Qué efectos provoca cada una? ¿Qué es la adicción? ¿Y el síndrome de abstinencia?


 

—¿Puedo pasar? Miro al cataplasma de mi hermano que, como siempre, pregunta si puede entrar cuando ya lo ha hecho. —Ya estás dentro, pimpollo. Marcos se ha quedado al lado de la puerta, como un pasmarote. —¿Piensas decirme qué quieres o te vas a quedar ahí plantado sin hablar? Mi hermano me observa con intensidad, como si fuera un entomólogo que estudiara un insecto extraño. —Es que parece que he venido en mal momento —dice, finalmente. —¿En mal momento? ¿Mal momento para qué? —Para hablar —dice. Su voz suena tan compungida que pienso que le debe de pasar algo. ¿Quizá cree que no tiene sex-appeal? Eso ya le pasó hace un tiempo, y montó el club de los desesperados, una panda de niños de su clase que no ligaban en ninguna fiesta. —De la fiesta de carnaval —continúa. « ¿Ves? —me digo yo—. Seguro que le gusta alguna chica de la clase y ella no le hace caso» . Por otro lado, lo entiendo. Los del instituto también estamos montando una superfiesta para celebrar el carnaval, y yo estoy en la organización junto con otros de mi panda. Me dispongo a hacer de hermana mayor comprensiva. Es lo que tengo… a veces. Dejo el libro sobre el que estaba hincando el codo para el examen del martes, giro la silla y lo invito a sentarse en la cama. —Siéntate y cuéntamelo. Marcos comprueba que la puerta está bien cerrada y se instala a los pies de mi cama. —Vamos anda, suelta, que no sé a qué viene tanto misterio. Marcos coge aire y dice: —¿Conoces a Juan? Niego con la cabeza. No sé de quién me habla.


—Juan es uno que ha repetido y, como tiene amigos en primero de ESO, nos ha invitado a una fiesta que dan los del instituto al que van sus antiguos compañeros. —Muy bien. ¿Y? —le pregunto, porque no entiendo adónde quiere ir a parar. —Pues que Juan ha dicho que en la fiesta habrá canutos y que todos tenemos que dar una calada si queremos ser de su panda. Lo miro alucinando mandarinas de colores. —¿Canutos? ¿Vosotros? ¿Los de sexto? —Sí, nosotros. ¿Qué pasa, tía? ¿Qué te crees, que vamos a párvulos? Aún no me lo creo. —¡Jopé! Si sois muy pequeños para empezar con los porros… —¿Muy pequeños? —dice—. En clase no solo los ha probado Juan, también Marga. Los dos son repetidores. ¡Ostras! « Me parece que los del curso empezaron a hablar de ello cuando llegamos a la ESO» , me digo. —¿Tú te has fumado un peta alguna vez? —me pregunta. —No, nunca. Ya sabes lo que pienso de las drogas. —Vaaaale, sí, y a lo sé. Que son malas y todo eso. Pero de verdad de verdad, ¿cómo lo sabes? ¿Qué hacen? Quiero decir que yo veo a Juan y a Marga y parecen normales. O sea, que no parece que esta droga los cambie en nada. Quizá no es tan mala como dices. —¡Lo es, seguro! —suelto un poco enfadada. Ostras, tantas veces que lo hemos hablado y siempre hemos estado de acuerdo: de drogas, nada de nada. Y ahora va Marcos y me sale con estas. —Muy bien. Pues explícame exactamente qué pasa cuando te drogas, puede que así me convenzas. Lo miro algo irritada.

¿Qué se cree, este? ¿Que he nacido con ciencia infusa, o qué? Mi hermano cambia el tono: —Anda, vamos. Carlota-galáctica. Seguro que tú me puedes ay udar… ¡Tocada! Me gustaría poder darle una charla sobre drogas, pero me doy cuenta de que no sé por dónde empezar. —Tengo una idea. ¿Por qué no se lo preguntamos a papá y a Eva? Eva es la « amiga especial» de papá que, de vez en cuando aparece por casa. Parce una tipa que no está mal. Veremos si le dura algo a papá. Ya ha tenido más de una « amiga especial» . Desde que mamá y él se separaron, se pasa el día buscando pareja; es como si no supiera estar solo. Marcos se alarma. ¿Te has vuelto loca, reina? Se pondrán como una moto si les dices que quiero fumar un peta… —De acuerdo. Salimos los dos de la habitación y vamos a la sala. ¡Uf! Esto de mi padre y Eva me parece que tiene mal pronóstico. No hablan, no se miran, no se magrean. Para ser una pareja reciente, parece que lo tengan todo hecho. Eva está sentada en el sofá leyendo el periódico. Mi padre, en su butaca preferida, con los auriculares puestos escuchando música. Por la tranquilidad, el momento parece propicio. —Esto… Tenemos una pregunta que haceros. Eva deja el diario, sonríe y nos mira expectante. Ya he dicho antes que es una buena tía. Papá continúa llevando el ritmo de la música con el pie. No nos ha visto. Me acerco a él, le toco el brazo, y él se quita los auriculares. —Hola —dice.

—Tenemos una pregunta para vosotros —repito. —Espero que sea fácil —dice papá. « Ya veremos» , pienso. Nos sentamos en el sofá y disparo. —Querríamos información sobre las drogas. Papá y Eva se miran algo sorprendidos. —¿Sobre las drogas? —dice Eva, que parece reaccionar antes que papá—. ¿Como cuáles? —Pss —suelta Marcos—. ¿Cuáles hay ? —Pues… Cocaína, heroína, éxtasis, crack… —dice Eva. —Alcohol, tabaco… —continúa papá. —Hombre, ¿crees que el alcohol y el tabaco se pueden considerar drogas? — lo corta Eva. Marcos y y o nos miramos. ¡Ostras! Pues si ni ellos lo saben… —¡Oh! Por supuesto que sí. —O sea que tú eres drogadicto, porque bebes whisky de vez en cuando. Papá se rasca la cabeza. —Yo no diría que lo soy pero, en cambio, sí que sé que la cerveza, el vino, el cava y los licores son drogas. —Y el tabaco también, claro —dice Eva, como si hablara consigo misma—. Es evidente que tienes razón, pero nunca me lo había planteado. Como son drogas legales… Quiero decir que, claro, puedes ir al estanco a comprarte un paquete de cigarrillos. —O al súper a por una botella de whisky. Quizá es que si solo bebes un poco no es malo… —Lo mismo ocurre con la marihuana —dice Eva. —¡Ah, no! De ninguna manera. —¿Qué quieres decir? Marcos y yo miramos alternativamente a uno y a otro, como si se tratara de un partido de tenis. —Que los porros son otra cosa. Si fumas porros, eres un drogata —sentencia papá.

—¡Hala! —replica Eva—. Un porro de vez en cuando no puede ser tan grave… Tengo algún amigo que, de vez en cuando, fuma uno, y no por eso se puede decir que sea drogadicto. Marcos me mira como diciendo: « ¿Lo ves? Un solo porro no puede hacerme daño» . Yo le hago una señal de « eso va lo veremos» . Papá se acalora. No parece que estén hablando con nosotros, sino entre ellos. —¡Ja! —exclama mi padre—. Seguro que te refieres a Rafa, ¿eh? Un individuo que, según tú, nunca ha hecho nada bueno en la vida. En un primer momento, Eva parece dispuesta a saltarle a la yugular para defender a su amigo. ¡Glups! « El domingo pacífico se torció» , pienso. —Bueno —contemporiza Eva, que ha conseguido controlarse—, en cualquier caso, las drogas son malas porque crean adicción. —¿Qué quiere decir « adicción» ? —pregunta Marcos. —Adicción es… —piensa Eva— es la necesidad que tienes de la droga. O sea, que no puedes pasar sin ella. —Y esto de la adicción ¿te pasa la primera vez que la pruebas o necesitas más veces? —pregunta Marcos, muy interesado. Eva mira a papá y se encoge de hombros. —No lo sé —dice. —Quizá depende de la droga —añade mi padre. —Es que hay drogas muy bestias, ¿sabéis? Perjudican la cabeza y el cuerpo para toda la vida. Como la heroína o la cocaína… —Y el cannabis —añade papá. —Hombre, que no, que los porros no tanto —dice Eva. Entonces calla, como si recapacitara, y después añade—: Pero vaya, que eso tampoco quiere decir que esté bien fumar petas, ¿eh? Mira —dice papá, casi de pie, como si así pudiera imponer más su opinión—, en esta casa no quiero oír hablar de porros ni de otras sustancias. Y si Marcos o Carlota tienen la más mínima tentación de probar alguna de estas drogas, más les vale que se lo quiten de la cabeza, porque, conmigo, acabarán mal. Marcos me mira con cara de gorrino camino del matadero. —¿Ha quedado claro? —pregunta papá.

—Clarísimo —decimos Marcos y yo mientras nos levantamos. Eva mueve la cabeza. —Pues a mí me parece que no hemos estado a la altura, mira lo que te digo. Creo que lleva razón, pero no lo explicito. Salimos de la sala maquinando otra estrategia para obtener información de la buena. —Mamá —dice Marcos. —¡Octavia! —digo yo, que pienso en toda la ayuda que me proporcionó cuando escribí el diario violeta [1] . Octavia, además de ser nuestra tía, es escritora, enrollada, y nunca nos ha dejado en la estacada. El único inconveniente es que no es demasiado accesible porque vive en París. —Enviémosle un correo electrónico. —Vamos. Asunto: Va de drogas Texto: Querida Octavia: Marcos y y o estamos hechos un lío. Queremos información sobre las drogas, pero no sabemos dónde buscarla. En realidad, hemos preguntado a papá, pero no parece saber mucho más que nosotros. Es evidente que podemos buscar en Internet, pero querríamos que fuera información fiable fiable. Y en Internet, ya se sabe, hay de todo. Pensamos que, quizá, tú nos puedas ayudar. Querríamos saber cosas como: —¿Qué drogas hay? —¿Son todas igual de perjudiciales? —Si tomas droga, aunque sea una sola vez, ¿y a eres drogadicto? —Si tuvieras un hijo y te dijera que quiere, por ejemplo, fumar un porro, ¿qué le dirías? Nos harías un favor muy grande si nos respondieras. Un beso. Carlota y Marcos —¿Llamamos a mamá? Mamá está encantada de oírnos. Desde que se separó de papá y se buscó otro lugar para vivir, la vemos menos. Le digo que espabile y busque información sobre las drogas, si es que tiene poca, porque pensamos someterla a un tercer grado en cuanto la veamos. Mamá me dice que está dispuesta a convertirse en una experta en drogas. ¡Y yo me lo creo! —Y ahora, cacahuete, a ver si me dejas continuar estudiando, que el martes tengo un examen y no me quiero cargar la evaluación. Marcos suelta su risa de conejo, que es una risa que me saca de mis casillas.

—Trabaja, trabaja, pringada —dice—, que yo me quedo jugando en el ordenador. ¡Qué simpático! « Ayuda a un hermano para que después te trate así» , pienso mientras me meto en mi habitación. 25 de enero Llego a casa y no puedo esperar a Marcos para comprobar si Octavia nos ha respondido al mensaje. Enciendo el ordenador, entro en la bandeja de correo y… —¡Traidora! —Mi hermano me salta al cuello en plancha. —¡Mira que eres animal! —Y tú, traidora —insiste. —No digas burradas. Quería ver si teníamos respuesta, y eso tampoco es alta traición. En cualquier caso, te lo habría enseñado. Marcos libera mi cuello, y podemos leer el correo de Octavia. Asunto: Va de drogas Texto: Querida Carlota y querido Marcos: Os escribo un correo breve porque estoy en Vancouver dando una conferencia. Ahora no puedo ayudaros; dentro de dos días, cuando regrese a París, sí. Mientras, poneos en contacto con mi amigo Jorge Boada. Seguro que habéis oído hablar de él, porque es uno de los médicos de vuestro querido club de fútbol. Amenudo está en el banquillo durante los partidos. Él sabe mucho de drogas. Le pongo, copia de este correo, así podéis ver su dirección. Besos y hasta pronto, volveré para informarosy o misma. Octavia Miro a Marcos, que tiene los ojos brillantes y las mejillas rojas. —Respira, chaval —le digo—. A ver si te vas a ahogar… —Es que… ¡Ostras! ¡Qué emoción! ¿Podremos ir al campo? ¿Podré verlo? « Podré verlo» se refiere a un delantero que le tiene robado el corazón. Se pasa el día imitándolo y haciendo una jugada que se llama « chilena» y que, según parece, consiste en tirar la pelota hacia atrás por encima de la cabeza y caer de culo al suelo. —No sé si nos citará en el campo… —Ojalá —dice Marcos, mientras se aleja con cara soñadora. —¡Eh! —grito—. Te propongo un trato. Hasta que no acabemos toda la investigación sobre las drogas, no fumarás ningún peta ni tomarás ninguna otra cosa.

Marcos duda: —¡Ostras! Pero Juan… —A la mierda, Juan. ¿Recuerdas que cuando estaba escribiendo El diario violeta montamos la ACOMI? —Es verdad: la asociación contra los modelos impuestos. —Y nuestra asociación no estaba dispuesta a admitir modelos rígidos en el vestir ni en las tallas ni en el peso ni en lo que fuera. —Tienes razón. —¿Y tú crees que todos tus amigos del club de los desesperados estarían de acuerdo con dejarse imponer eso de hacer un canuto solo porque Juan dice que es muy guay ? Marcos me mira como si le hubiera abierto el cielo. —¡Ostras! Me parece que no. Me parece que tengo más amigos que no quieren hacer un canuto que al revés. —Pues quizá son estos los que te interesan y no el cretino de Juan. 26 de enero —¿Cómo ha ido, Carlota? —me pregunta Mirey a. —Muy bien. ¿Y a ti? —¡Puf! No tanto. No tuve mucho tiempo para estudiar. Sa’îd sale con cara de satisfacción. Ya se nota que el examen le ha ido bien. Y también a Berta y a Eli… En cambio, a Miguel parece que no. —Caca de la vaca —dice. Comentamos las respuestas durante unos minutos y, después, paso a darles la noticia. —¿Sabéis? Ahora que y a he terminado de escribir el diario violeta, he decidido escribir otro. —¿Y de qué tratará este? —De drogas. —¿Y qué color tendrá? —Me parece que amarillo. —¿Amarillo? ¿Por qué amarillo? —pregunta Miguel. —Pues por el color de los semáforos. —¿Eh? —El color del peligro. —No es amarillo, es naranja. —No es naranja, es ámbar.

—¡Uf! Pues ya me he comprado una libreta de color amarillo… En ese caso llámalo amarillo y punto. Justo entonces sale Roberto de su clase. Está en el mismo curso que yo pero en otro grupo. El corazón me pega un brinco, y es que lo tengo claro: ¡me gusta! ¡Muuuucho! No se lo he contado a nadie, pero por la cara de Mireya, sé que ya se ha dado cuenta. —Anda, no hace falta que disimules conmigo —me susurra—. Estás colada por él. Lo admito. —Pues no entiendo cómo te gusta. Es un poco paradito, ¿no? —¡No! Solo es tímido. —Pues eso —dice Mireya encogiéndose de hombros—. Que nunca habla mucho. —Pero cuando habla dice cosas muy interesantes. Sabe mucho de música, por ejemplo. Mirey a me mira como si fuera una tipa extraña. —Será que los opuestos se atraen, porque no sé qué pintarías tú con un chico tímido. Tú, tan lanzada… —Pues sí, quizá por eso —respondo. Y viendo que Roberto se acerca, le doy un codazo a mi amiga—. Y ahora, calla. Cuando llego a casa, llamo a la abuela. A mi abuela no le asusta nada. O sea, que se puede hablar con ella de cualquier cosa. —¿Abuela? —Hola, rata. —¿Qué sabes tú de las drogas? —Mmm. En serio, en serio, poca cosa. Pero puedo documentarme si lo necesitas.

—Bueno, sí, estoy buscando información porque me he dado cuenta de que siempre he oído que las drogas son peligrosas, pero la verdad es que no sé muy bien por qué. Quiero decir que sé que son malas para la salud y que te puedes volver adicta, pero poca cosa más. —Pues es fundamental que sepas más —dice—. Si no dispones de información sobre los riesgos reales que comportan muchas de tus decisiones, puedes verte metida en situaciones peligrosas para tu vida o tu salud. ¡La abuela siempre ha tenido esta opinión! —¿En tu época había drogas? —Reina, ¿qué quiere decir, « en mi época» ? Ahora también es, mi época, lo que pasa es que soy mayor. —Vale. Quería decir que si cuando tú eras joven también se tomaban drogas. —Mira, las drogas siempre han existido: cocaína, heroína… —Alcohol, tabaco, marihuana —continúo yo. —Efectivamente. Lo que pasa es que en cada época ha habido una droga que estaba más de moda que otras. Me parece que en el siglo XIX era el opio, una droga que adormece. En cambio, ahora, quizá porque todo el mundo va más de culo, me parece que se toma más cocaína, una droga excitante. —¿Y tú conoces a alguien que tomara opio? —¡Niña! ¿Qué te crees, que soy del siglo XIX? —¡Uy! No, claro que no. —Bueno, si te sirve, te puedo decir que en los años setenta y ochenta la droga que más circulaba era la heroína. La mayoría de la gente que estaba enganchada acabó mal. —Murieron. —Muchos sí. Algunos se morían por sobredosis. Otros porque compartían jeringuilla y… —Y se contagiaron el SIDA unos a otros, ¿verdad? —¡Verdad! Marcos acaba de aparecer por el pasillo y me hace señas para que corte la comunicación. —Tengo que dejarte, abuela. —Ya buscaré información, preciosa —dice. —¿Quieres llegar tarde? —me grita el energúmeno de mi hermano. —Tenemos tiempo de sobras, tontaina. La impaciencia por entrar en el campo un día en que no hay partido, poder hablar con un médico del club y, quizá, ver a alguno de los jugadores, lo tiene absolutamente fascinado… e inquieto. Llegamos al club y una persona, que ya esperaba nuestra visita, nos acompaña a las gradas, junto al césped.

Allí hay dos hombres jóvenes hablando. —¡Es él! —casi grita Marcos. Él, claro, es el delantero que le ha robado el corazón. Nos acercamos y me doy cuenta de que yo también estoy nerviosa. —Vosotros debéis de ser Carlota y Marcos —dice el que parece de más edad —. Yo soy Jorge Boada. Y a él no hace falta presentarlo, ¿verdad? Marcos dice que no con la cabeza. —Hola, chicos —dice el futbolista. Y nos da la mano. —¿Nos firmarías un autógrafo? —pide Marcos, que parece haber recuperado la voz y la iniciativa. Me arrebata el cuaderno de las manos y se lo ofrece. —¿Dos autógrafos? —Sí, por favor —digo y o, que no sabía que también me hiciera ilusión tener uno. El tipo firma, le da un golpecito amistoso en la espalda a Marcos, me da un beso en la mejilla (¡oh!, quizá no me lave la cara en una semana) y dice: —Voy a entrenar. Hasta pronto. —Ojalá —murmura Marcos. Y, con aire bobalicón, se queda mirando cómo se aleja hacia el campo. —Anda, venid conmigo —dice Jorge Boada—. Vamos adentro, porque si nos quedamos aquí, no podremos concentrarnos, ¿eh? Lo seguimos, aunque Marcos no puede evitar volver la cabeza de vez en cuando. Entramos en la sala. —¿Queréis tomar algo? —pregunta Jorge Boada. Pide refrescos en la barra del bar y nos dice que nos sentemos a una de las mesas—. Y ahora hablemos de drogas, es eso, ¿no? —Sí. —¿Y qué queréis saber exactamente? Marcos se adelanta: —Queremos saber si son tan peligrosas y malas. —Mmm —dice Jorge Boada—. Pues antes que nada tenéis que saber que hay tres efectos diferentes según el tipo de droga que se toma.

Hay drogas estimulantes, drogas depresoras y drogas alucinógenas. Las drogas estimulantes aumentan la actividad motora… —La cocaína, por ejemplo —digo y o. —Exacto. —¿Y quiere decir que no puedes parar de moverte? —pregunta Marcos. —Quiere decir que incrementan la actividad física y el estado de alerta. O sea, que estás muy despierto. También hay drogas depresoras, que disminuyen la actividad motora. —El opio —digo, recordando lo que me había dicho la abuela. —Te hacen adormecerte y quedarte quieto. Son las que te atontan, ¿verdad? —dice Marcos, que lo ha entendido por comparación con el otro grupo de drogas. Él afirma con la cabeza y continúa: —Y las alucinógenas, como ciertas setas, que provocan alucinaciones, es decir, hacen que imagines cosas, como ver imágenes, oír ruidos o tener sensaciones extrañas. —O sea, que no todas las drogas provocan lo mismo. —Provocan efectos diferentes pero, a la vez, todas actúan sobre el sistema límbico… —¿El sistema qué? —pregunta Marcos. —El sistema límbico es una parte de nuestro cerebro que, en gran medida, es responsable de nuestras emociones. En el sistema límbico, entre otras cosas, están los centros de recompensa y los centros de castigo. Estos centros son muy importantes para nuestra conducta. En primer lugar, fijémonos en los centros de recompensa. Están preparados para responder a estímulos naturales y causarnos placer. Por ejemplo, están preparados para ser estimulados por la comida. —¿El chocolate? —digo yo. —La comida en general —dice Jorge Boada—. Piensa que, si la humanidad no hubiera tenido este mecanismo que le hace sentir placer cuando come, se habría extinguido. Marcos y y o lo miramos sorprendidos. —Ahora es muy fácil obtener comida. Solo hace falta ir al supermercado o a la nevera, y listos.

Pero en el pasado tenían que cazar con armas rudimentarias, pasando por situaciones de peligro y de mucha fatiga. Sin estos centros de recompensa, no nos habríamos movido para ir a cazar y hubiéramos acabado desapareciendo. Lo mismo pasa con la sexualidad [2] . Si las relaciones sexuales no hubieran sido placenteras y no hubieran activado los sistemas de recompensa, la humanidad no habría tenido interés en reproducirse y se habría acabado extinguiendo. Nos traen las bebidas y durante unos momentos no hablamos, solo nos las servimos en los vasos. Jorge Boada paga y nosotros le damos las gracias. —De nada. Continuemos: las drogas, ¡todas!, activan estos centros de recompensa. —¿De la misma manera que lo hacen la comida o el sexo? —dice Marcos. —De una manera mucho más potente. Los centros de recompensa del sistema límbico no están preparados para estas sustancias y reaccionan de una manera mucho más directa, más intensa. —¿Y eso es malo? —pregunto yo, que de momento no le veo el problema. —Lo es por diferentes razones. La primera es que esta reacción tan fuerte y tan poco natural hace que las otras cosas que normalmente generan placer ya no estimulen lo suficiente los centros de recompensa. Estos necesitan ser activados por las drogas. Boada calla y coge un frasco de tabasco de una de las mesas. Entonces, echa una gota encima de mi mano y otra encima de la de Marcos. Luego nos echa un poco de azúcar en la otra. —Lamed un poco de azúcar. Lo hacemos. —Imaginad que el azúcar es la comida o el sexo y que vuestro sistema límbico reacciona normalmente a estos estímulos. Marcos y yo asentimos con la cabeza. —Pues ahora pondremos un estímulo mucho más fuerte, el tabasco, que es una salsa extremadamente picante. Ya podéis lamerla. —¡Arggh! —¡Uggh! —No siento la lengua de tanto como me quema.

—Ahora volved a lamer el azúcar. Marcos y yo lo hacemos y, después, nos miramos. —¡Ostras! No se nota el sabor del azúcar.

.

Declaración Obligatoria: Como sabe, hacemos todo lo posible para compartir un archivo de decenas de miles de libros con usted de forma gratuita. Sin embargo, debido a los recientes aumentos de precios, tenemos dificultades para pagar a nuestros proveedores de servicios y editores. Creemos sinceramente que el mundo será más habitable gracias a quienes leen libros y queremos que este servicio gratuito continúe. Si piensas como nosotros, haz una pequeña donación a la familia "BOOKPDF.ORG". Gracias por adelantado.
Qries

Descargar PDF

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

bookpdf.org | Cuál es mi IP Pública | Free Books PDF | PDF Kitap İndir | Telecharger Livre Gratuit PDF | PDF Kostenlose eBooks | Baixar Livros Grátis em PDF |