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El Día De La Batalla de Normandía – Antony Beevor

Antony Beevor ha alcanzado justa fama universal con sus libros de historia del siglo XX, entre los que sobresalen los bestsellers Stalingrado, Berlín. La caída y La guerra civil española, traducidos a más de treinta idiomas. El secreto de su éxito está en su portentosa capacidad para dotar de carne y sangre, de vida, a las criaturas históricas que pueblan sus libros. El puntilloso rigor del documentalista se convierte, por el arte de Beevor, en brillante narración donde no se sabe qué admirar más, si su solvencia histórica o la irresistible adicción literaria que suscita. Ahora, el genial escritor vuelve a maravillarnos con su narración del Día D. Tras largos años de trabajo en archivos que sus predecesores no pudieron consultar (más de treinta, en media docena de países), ha escrito lo que nos parece una obra total sobre la experiencia de la guerra: los preparativos de la invasión de Normandía por las fuerzas aliadas, la disciplinada resistencia de los soldados alemanes, el enfrentamiento, terrible, en las cabezas de playa, el penoso avance en territorio francés con batallas tan fieras como las que se libraban en el frente oriental, el calvario de los civiles franceses masacrados por ambos bandos, las miserables disensiones entre los jefes militares, o la visión, casi insoportable, de la exacción más terrible de la guerra: los heridos, los desnudos y los muertos. «Beevor es un maestro en el arte de dar nueva luz a temas ya conocidos. Ha reunido una gran cantidad de nuevas fuentes, voces y anécdotas inéditas para crear una saga tan vívida como sus anteriores narraciones de Stalingrado y Berlín. La caída: 1945. El relato del Día D es espectacular. Nadie sabe mejor que Beevor cómo traducir la aridez de la historia militar en un relato humano vivo, conmovedor e impactante. Su libro ofrece un millar de escenas de drama, terror, crueldad, compasión, coraje y cobardía. Una poderosa narración de la batalla de Normandía difícilmente superable». MAX HASTINGS


 

Southwick House es un grandioso edificio de estilo regencia, con una fachada de estuco y una entrada porticada. A unos ocho kilómetros al sur, la base naval de Portsmouth y los fondeaderos que se extendían más allá aparecían repletos de naves de distintos tamaños y tipos: grisáceos buques de guerra, barcos de transporte y centenares de lanchas de desembarco, todos ellos amarrados unos a otros. El Día D se había fijado para el lunes, 5 de junio, y las labores de carga ya habían dado comienzo. En tiempos de paz, Southwick habría podido ser perfectamente el escenario de una de las fiestas de Agatha Christie, pero la Marina Real británica había tomado posesión de la mansión en 1940. Sus hermosos jardines de antaño y el bosque con los que éstos limitaban se veían asolados ahora por la presencia de un sinfín de barracones para soldados, tiendas de campaña y caminos de ceniza. Era el cuartel general del almirante sir Bertram Ramsay, comandante en jefe de las fuerzas navales para la invasión de Europa, así como el puesto de mando avanzado del SHAEF (Supreme Headquarters Alied Expeditionary Force, « Cuartel General Supremo de las Fuerzas Expedicionarias Aliadas» ). Las baterías antiaéreas situadas en las estribaciones de Portsdown tenían la misión de defender la zona, así como un arsenal naval a los pies de la montaña, de posibles ataques de la Luftwaffe. El sur de Inglaterra había sufrido una ola de calor y la consecuente sequía. El 29 de mayo se habían alcanzado elevadas temperaturas, inusuales en esa época del año, pero el equipo meteorológico al servicio del cuartel general del general Dwight D. Eisenhower enseguida empezaría a inquietarse. El grupo estaba bajo las órdenes del Dr. James Stagg, un escocés alto y flaco, de rostro severo y con un acicalado bigote.


Stagg, el máximo experto en meteorología del país en la vida civil, acababa de ser nombrado capitán de grupo de la RAF con el fin de que gozara de la autoridad necesaria en un ambiente militar poco acostumbrado a los intrusos. Desde abril, Eisenhower había estado probando a Stagg y a su equipo exigiéndoles previsiones meteorológicas para tres días que debían consignarse todos los lunes para ser contrastadas posteriormente con la realidad. El jueves 1 de junio, un día antes del fijado para que los buques de guerra zarparan de Scapa Flow, en el noroeste de Escocia, las estaciones meteorológicas indicaron que se estaban formando áreas de depresión al norte del Atlántico. La marejada en el canal de la Mancha podía mandar a pique las lanchas de desembarco, por no hablar del pernicioso efecto que habría podido tener en los soldados apiñados a bordo de ellas. Las nubes bajas y la mala visibilidad suponían otra gran amenaza, pues las operaciones de desembarco dependían de la habilidad de las fuerzas aéreas y navales aliadas para hacer destruir la artillería y las posiciones defensivas de los alemanes en la costa. El embarque de los ciento treinta mil efectivos que formaban la primera tanda de la operación había comenzado y debía concluirse en dos días. Stagg sufría en sus carnes la falta de acuerdo entre los departamentos meteorológicos de británicos y estadounidenses. Ambos recibían los mismos informes de las estaciones meteorológicas, pero los análisis que hacían de estos datos uno y otro departamento sencillamente no coincidían. Incapaz de admitir una cosa así, se vio obligado a decir al general de división Harold R. Bull, jefe auxiliar del Estado Mayor de Eisenhower, que « la situación es compleja y difícil» . « ¡Por amor de Dios, Stagg!» , exclamó iracundo Bull. « Resuélvalo mañana por la mañana antes de presentarse a la reunión con el comandante supremo. El general Eisenhower está preocupadísimo» . Stagg regresó a su barracón, donde desplegó los mapas y volvió a consultar a los otros departamentos. 1 Para Eisenhower había otras razones que provocaban ese « nerviosismo previo al Día D» . Aunque aparentemente tranquilo, con aquella sonrisa franca con la que se dirigía y miraba a todo el mundo, independientemente de su rango militar, el general fumaba por entonces hasta cuatro cajetillas diarias de Camel. Encendía un cigarrillo, dejaba que se consumiera en un cenicero, se levantaba de un salto, daba vueltas y encendía otro. Ese estado de nerviosismo tampoco se veía favorecido por la constante ingestión de tazas de café. 2 Posponer la invasión conllevaba un sinfín de riesgos. No se podía encerrar a los ciento setenta y cinco mil soldados de las dos primeras tandas de fuerzas invasoras en sus buques y lanchas de desembarco, en medio de la marejada, sin que perdieran su espíritu de combate. A los acorazados y a los convoyes que estaban a punto de bordear la costa británica para adentrarse en el canal de la Mancha no se les podría hacer dar la vuelta más de una vez sin que se vieran obligados a repostar. Y la posibilidad de que los aviones de reconocimiento alemanes los localizaran habría aumentado peligrosamente. Mantener el secreto de la operación había sido en todo momento la principal preocupación. Buena parte de la costa meridional de Inglaterra estaba literalmente cubierta de campamentos militares de forma alargada, llamados « salchichas» , en los que las tropas de la invasión permanecían supuestamente aisladas y sin contacto con el mundo exterior. Sin embargo, numerosos soldados habían conseguido pasar al otro lado de las alambradas para tomar una última copa en el pub o encontrarse con sus novias y esposas.

La posibilidad de que, por una razón u otra, se produjeran infiltraciones era muy elevada. Un general estadounidense de las fuerzas aéreas había sido enviado a casa de forma deshonrosa por haber revelado la fecha de la Operación Overlord en el curso de una fiesta en el Claridge. Y ahora había surgido el temor de que en Fleet Street pudiera notarse la ausencia de los periodistas británicos que habían sido invitados para acompañar a las fuerzas invasoras. Toda Gran Bretaña sabía que la llegada del Día D era inminente, y también lo sabían los alemanes, pero debía evitarse a toda costa que el enemigo se enterara de su fecha precisa y de dónde tendría lugar el ataque. Desde el 17 de abril se había impuesto una estricta censura en las comunicaciones de los diplomáticos extranjeros, y las salidas y entradas al país estaban sometidas a rígidos controles. Por fortuna, los servicios de seguridad británicos habían capturado a todos los agentes de Berlín que operaban en Gran Bretaña. La mayoría de estos agentes habían sido « engañados» para que transmitieran información errónea a sus supervisores. Este sistema llamado « doble equis» , controlado por el Comité XX, tenía por objetivo provocar mucho « ruido» y confusión como uno de los aspectos fundamentales de la llamada Operación Fortitude (« Fortaleza» ). Fortitude fue la medida de diversión más ambiciosa de la historia de la guerra, un proy ecto de may or envergadura incluso que la maskirovka que por aquel entonces preparaba el Ejército Rojo para ocultar el verdadero objetivo de la Operación Bagration, la ofensiva militar de Stalin para rodear y aplastar en verano de 1944 el Grupo de Ejércitos Centro de la Wehrmacht en Bielorrusia. La Operación Fortitude tenía varias facetas. Fortitude Norte, con formaciones falsas en Escocia creadas a partir de un « 4.° Ejército Británico» , fingía estar preparando un ataque contra Noruega para mantener en este país a las divisiones alemanas destacadas en él. Fortitude Sur, la de may or envergadura, tenía por objetivo hacer creer al enemigo que cualquier desembarco en Normandía era una medida de diversión a gran escala para atraer a las reservas alemanas y alejarlas del paso de Calais. La verdadera invasión se suponía que iba a tener lugar durante la segunda quincena de julio entre Boulogne y el estuario del Somme. Un hipotético « I Grupo de Ejército de los Estados Unidos» a las órdenes del George S. Patton, el general más temido por los alemanes, se jactaba de contar con once divisiones en el sureste de Inglaterra. Una serie de aviones de cartón piedra y de tanques hinchables, además de doscientas cincuenta lanchas de desembarco falsas, contribuían a crear ese espejismo. Se habían creado formaciones inventadas, como la 2. a División Aerotransportada británica, junto con otras reales. Para aumentar el efecto de ese espejismo, dos cuarteles generales militares ficticios emitían constantemente mensajes por radio. 3 Uno de los principales agentes dobles que trabajó para los servicios de inteligencia británicos en el marco de la Operación Fortitude Sur fue un catalán, Juan Pujol, cuy o nombre en clave era « Garbo» . Junto con su agente de los servicios de seguridad, construy ó una red de veintisiete subagentes totalmente inventados y bombardeó la central de inteligencia alemana en Madrid con informaciones minuciosamente preparadas por Londres. Unos quinientos mensajes fueron emitidos por radio en los meses anteriores al Día D. Esos comunicados ofrecían una serie de detalles que poco a poco iban tejiendo el entramado con el que el Comité de la Doble Equis quería persuadir a los alemanes de que el gran ataque iba a tener lugar más adelante en el paso de Calais. 4 También se idearon otras tretas con el fin de impedir que los alemanes desplazaran a Normandía tropas procedentes de otros lugares de Francia.

La Operación Ironside tenía por objeto dar la sensación de que dos semanas después de los primeros desembarcos se lanzaría una segunda invasión en la costa occidental francesa directamente desde los Estados Unidos y las Azores. 5 Para que los alemanes siguieran realizando conjeturas al respecto, y para impedir que desplazaran a Normandía la 11. a División Acorazada, que se encontraba cerca de Burdeos, una agente destinada en Gran Bretaña, que estaba debidamente controlada, llamada « Bronx» , envió el siguiente mensaje cifrado a su supervisor alemán en el Banco Espirito Santo de Lisboa: « Envoy ez vite cinquante libres. J’ai besoin pour mon dentiste» . Esto significaba « que en torno al 15 de junio se llevará a cabo una operación de desembarco en el golfo de Vizcaya» . La Luftwaffe, que evidentemente temía un desembarco en Bretaña, ordenó la destrucción inmediata de cuatro aeródromos situados cerca de la costa. 6 Otro plan de diversión, la Operación Copperhead, se puso en marcha a finales de may o cuando un actor que guardaba un extraordinario parecido con el general Montgomery, visitó Gibraltar y Argel, dando a entender que se preparaba un ataque contra la costa del Mediterráneo. Bletchley Park, el complejo secreto situado a unos noventa kilómetros al noroeste de Londres dedicado a descifrar las comunicaciones enemigas codificadas, adoptó a partir del 22 de may o un nuevo sistema de observación para la Operación Overlord. Sus expertos estaban preparados para descifrar cualquier cosa importante en el momento en que tuvieran noticia de ella. Gracias a esas interceptaciones « Ultra» , también eran capaces de comprobar el éxito de la desinformación elaborada por el Plan Fortitude y transmitida por los principales agentes de la « Doble Equis» , a saber, el citado Pujol, Dusko Popov (alias Triciclo) y Roman Garby-Czerniawksi. El 22 de abril se descifró en Bletchley un comunicado alemán que identificaba al « 4.° Ejército» , con su cuartel general cerca de Edimburgo y dos de sus cuerpos en Stirling y Dundee. Otros mensajes ponían de manifiesto que los alemanes creían que la División Lowland se estaba equipando para lanzar un ataque contra Noruega. 7 Las decodificaciones Ultra revelaron en mayo que los alemanes habían realizado ejercicios de maniobras anti-invasión, basados en el supuesto de que los desembarcos aliados iban a tener lugar entre Ostende y Boulogne. Finalmente, el 2 de junio, Bletchley consideró que tenía los suficientes datos para emitir el siguiente comunicado: « Las pruebas más recientes indican que el enemigo supone que los aliados y a han finalizado todos los preparativos. Espera que un primer desembarco tenga lugar en Normandía o en Bretaña, y que a continuación se materialice el grueso de la operación en el paso de Calais» . Parecía que los alemanes habían mordido el anzuelo creyéndose a pies juntillas la información difundida por la Operación Fortitude. 8 A primera hora del 2 de junio Eisenhower se subió a una caravana, oculta en el parque de Southwick bajo redes de camuflaje. La llamaba « mi carromato de circo» , y cuando no estaba en una conferencia o visitando a las tropas, intentaba relajarse ley endo novelas del oeste y fumando echado en su camastro. 9 A las diez de la mañana de ese viernes, en la biblioteca de Southwick House, Stagg presentó a Eisenhower y a los demás comandantes en jefe allí reunidos los últimos partes meteorológicos. Debido a las continuas diferencias entre sus colegas, en particular los superoptimistas meteorólogos americanos del SHAEF, tuvo que adoptar una actitud deífica en sus manifestaciones. Stagg sabía perfectamente que en la reunión de la tarde debía dar una opinión firme sobre el empeoramiento de las condiciones climatológicas durante el fin de semana. La decisión de seguir adelante según lo previsto o posponer el comienzo de la operación debía tomarse de inmediato. En el curso de aquella reunión, el comandante en jefe del aire, el mariscal sir Trafford Leigh-Mallory, trazó un plan « para establecer un cinturón de rutas bombardeadas a través de ciudades y pueblos que permita evitar o impedir el movimiento de las formaciones enemigas» . Preguntó si tenía libertad de acción, « visto el número de bajas de civiles que se producirían» .

Eisenhower manifestó su aprobación por considerarlo « una necesidad operacional» . Se decidió el lanzamiento de panfletos entre la población francesa para advertirla de lo que se avecinaba. 10 La suerte que pudiera correr la población civil francesa era una más de las muchas inquietudes. Como comandante supremo, Eisenhower tenía que mantener un equilibrio entre las rivalidades políticas y personales, sin dejar de imponer su autoridad dentro de la alianza. Caía bien al mariscal de campo sir Alan Brooke, jefe del Estado May or Imperial, y al general sir Bernard Montgomery, comandante en jefe del XXI Grupo de Ejército, pero ninguno de estos dos militares británicos lo tenía en alta consideración como soldado. « No cabe duda de que Ike está dispuesto a hacer todo lo posible para que británicos y americanos mantengan unas relaciones fluidas —escribiría Brooke en su diario —, pero tampoco cabe la menor duda de que no sabe nada de estrategia y de que no es muy adecuado para el cargo de comandante supremo por lo que se refiere a la dirección de la guerra» . Al concluir la contienda, Monty haría uno de sus característicos comentarios lacónicos y mordaces a propósito de Eisenhower: « Un buen tío, pero no un soldado» . 11 Ni que decir tiene que esas opiniones eran absolutamente injustas. Eisenhower demostró poseer un buen criterio en todas las decisiones clave relacionadas con el desembarco de Normandía, y sus habilidades diplomáticas lograron mantener unida una frágil coalición. Esto solo y a supuso una notable hazaña. Más tarde el propio Brooke reconocería que « la lente del nacionalismo distorsiona la perspectiva del paisaje estratégico» . 12 Y con nadie, ni siquiera con el general George C. Patton, resultaba tan difícil relacionarse como con Monty, que trataba a su comandante supremo con poquísimo respeto. En su primera entrevista llamó la atención a su superior por fumar en su presencia. Eisenhower era un hombre demasiado grande para tomar a mal ese tipo de cosas, pero muchos de sus subordinados americanos pensaron que habría debido mostrarse más duro con el británico. El general Montgomery, pese a sus innumerables cualidades como soldado de gran profesionalidad y excelente preparador de tropas, sufría un narcisismo exacerbado, fruto seguramente de algún tipo de complejo de inferioridad. En febrero, hablando de su célebre boina, había hecho el siguiente comentario al secretario privado del rey Jorge VI: « Mi gorra vale por tres divisiones. Los hombres pueden verla a lo lejos. Y exclaman, «Allí está Monty», y entonces son capaces de luchar contra cualquiera» . 13 Puede decirse que su autoestima resultaba incluso cómica, y los americanos no eran los únicos que pensaban que su reputación había sido hinchada por una prensa británica que lo adoraba. « Monty —observaría Basil Liddell Hart—, probablemente goce de mucha más popularidad entre los civiles que entre los soldados» . 14 Montgomery tenía un talento de actor extraordinario que normalmente transmitía seguridad a sus hombres, aunque no siempre obtenía una respuesta apasionada. En febrero, cuando comunicó a los soldados del cuerpo de infantería ligera de Durham que iban a formar parte de la primera oleada invasora, se oyeron fuertes murmullos de queja. Acababan de regresar de combatir en el Mediterráneo, y se les había concedido sólo un breve permiso para visitar a los suyos. Consideraban que otras divisiones que no habían salido nunca de las islas Británicas debían ir en su lugar.

« Otra vez esos malditos Durhams» , fue el comentario con el que reaccionó el general. « Siempre tienen que ser ellos, esos malditos Durhams» . 15 Cuando Montgomery abandonó el lugar, se suponía que todos los soldados debían dirigirse a la carretera para saludarlo al pasar, pero nadie se movió. Esta circunstancia provocó mucho enfado y bochorno entre los oficiales de graduación superior. Monty había tomado la determinación de que las tropas de veteranos sirvieran de estímulo a las divisiones que no habían entrado en combate, pero esta idea fue recibida con enojo por la may or parte de sus hombres del desierto. Habían estado luchando durante cuatro años en tierras extranjeras y consideraban que ahora les tocaba combatir a otros, especialmente a los soldados de aquellas divisiones que todavía no habían sido enviadas a ninguno de los escenarios del conflicto armado. Varios regimientos del antiguo 8.° Ejército no habían tenido la oportunidad de reencontrarse con los suy os en los últimos seis años, y uno o dos de ellos habían estado fuera de Gran Bretaña incluso más tiempo. Su enojo y su resentimiento estaban fuertemente influenciados por los de sus esposas y novias. La 1. a División de los Estados Unidos, llamada la « Gran Uno Rojo» , también mostró su descontento cuando fue elegida para abrir camino en el ataque a una playa, pero su experiencia era imprescindible para la empresa. Un importante informe de evaluación emitido el 8 de may o había considerado « inadecuadas» a prácticamente todas las demás formaciones americanas destinadas a la invasión. 16 Los oficiales estadounidenses de mayor rango eran incitados a la acción, y las últimas semanas de adiestramiento intensivo no fueron desaprovechadas. Eisenhower se sintió animado ante el espectacular progreso de los hombres, y en su interior, agradecido por la decisión de posponer la invasión de comienzos de mayo a principios de junio. Había otros asuntos que provocaban tensiones en la estructura de mandos aliada. El segundo de Eisenhower, el jefe del Aire, mariscal sir Arthur Tedder, aborrecía a Montgomery, pero a su vez no era en absoluto del agrado de Winston Churchill. El general Omar Bradley, comandante en jefe del 1. er Ejército de los Estados Unidos, perteneciente a una familia humilde de granjeros de Misuri, no tenía un aspecto muy marcial que digamos, con su « expresión de palurdo» y con sus gafas propiedad del Estado. Pero Bradley era « pragmático, ecuánime, aparentemente poco ambicioso, algo torpe, poco dado a extravagancias y a ostentaciones, y nunca sacaba a nadie de quicio» . 17 Era, además, un comandante astuto, movido por la necesidad de ver hechas las cosas que había que hacer. En apariencia era respetuoso con Montgomery, pero no habría podido ser más distinto de él. Bradley se llevaba muy bien con Eisenhower, pero no compartía la tolerancia que mostraba su jefe con aquella bomba de relojería que era George Patton. De hecho, apenas podía ocultar la fuerte desconfianza que le suscitaba aquel excéntrico soldado de caballería sureño. Patton, un hombre temeroso de Dios, célebre por sus blasfemias, disfrutaba dirigiéndose a sus soldados en términos provocativos: « Ahora quiero que recordéis» , les dijo en una ocasión, « que no ha habido nunca ningún cabrón que haya ganado una guerra muriendo por su país. Las guerras se ganan haciendo que los otros putos cabrones mueran por su país» .

No cabe duda de que sin el apoy o de Eisenhower en los momentos críticos, Patton jamás habría tenido la oportunidad de forjarse un nombre en la campaña que estaba por iniciarse. La habilidad de Eisenhower para mantener unido un equipo tan disparatado supuso un logro extraordinario. La disputa más reciente, fruto de los nervios provocados por el Día D, la protagonizó el jefe del Aire, mariscal Leigh-Mallory. Leigh-Mallory, que « ponía a todo el mundo hecho una furia» 18 y consiguió incluso sacar de quicio a Eisenhower, de repente se mostró convencido de que las dos divisiones aerotransportadas americanas que debían ser lanzadas en la península de Cotentin se enfrentaban a una matanza. Insistió una y otra vez en que se cancelara esta acción vital de la Operación Overlord, cuy a finalidad era proteger el flanco occidental. Eisenhower le dijo que presentara por escrito todo lo que le preocupaba. Así lo hizo, y, tras considerar detenidamente sus propuestas, Eisenhower las rechazó con pleno apoyo de Montgomery. Eisenhower, a pesar de su nerviosismo y de sus abrumadoras responsabilidades, supo adoptar inteligentemente una actitud filosófica. Había sido elegido para tomar las decisiones finales, de modo que debía tomarlas y asumir las consecuencias. Como bien sabía, casi había llegado la hora de pronunciarse sobre el asunto más grave. El destino de muchos miles de vidas de soldados dependía de su decisión. Sin decírselo ni siquiera a sus más estrechos colaboradores, Eisenhower preparó un escueto comunicado para ser utilizado en el caso de que la operación fracasara. « Los desembarcos en la zona Cherburgo- Le Havre no han podido consolidarse, y he retirado las tropas. Mi decisión de atacar en ese momento y en ese lugar se ha basado en la mejor información de la que he dispuesto. Las tropas de tierra, mar y aire han mostrado todo el coraje y la entrega que cabía esperar. Si hay que echar la culpa del fracaso de la empresa a alguien, es exclusivamente a mí» . 19 Aunque ni Eisenhower ni Bradley pudieran reconocerlo, de las cinco play as en las que iba a llevarse a cabo el desembarco, la que más dificultades iba a presentar sería Omaha. Un equipo británico de los COPP (Combined Operations Beach Reconnaissance and Assault Pilotage Parties, « Grupos de Operaciones Especiales de Reconocimiento y Asalto de Playas» ) había llevado a cabo un minucioso reconocimiento de este objetivo de la 1. a y la 29. a División de Infantería de los Estados Unidos. En la segunda quincena de enero, el submarino de bolsillo X-20 había sido conducido hasta las inmediaciones de la costa de Normandía por un arrastrero armado. El general Bradley había solicitado que, tras examinar las play as en las que iban a desembarcar las tropas británicas y canadienses, los COPP también hicieran un reconocimiento de Omaha para comprobar que el terreno tenía firmeza suficiente para el movimiento de los tanques. El capitán Scott-Bowden, zapador, y el sargento Bruce Ogden-Smith, de la Sección de Embarcaciones Especiales, se desplazaron a nado hasta la costa armados únicamente con un cuchillo y una pistola automática del 45. También llevaban una barrena de mano de casi medio metro de longitud y una bandolera con recipientes en los que depositar las muestras de suelo que fueran recogiendo. El mar estaba insólitamente en calma, y a punto estuvieron de ser descubiertos por los centinelas alemanes.

Al día siguiente de su regreso, Scott-Bowden fue llamado a Londres por un contraalmirante. Llegó a Norfolk House, en St. James’s Square, justo después de la hora del almuerzo. Allí, en un comedor alargado, con las paredes llenas de mapas cubiertos por cortinas, se encontró frente a seis almirantes y cinco generales, entre ellos el propio Bradley. Éste lo sometió a un minucioso interrogatorio acerca de la capacidad de resistencia de la play a. « Señor, espero que no le importe lo que voy a decir» , dijo Scott-Bowden al general americano cuando y a estaba a punto de abandonar la reunión, « pero esa playa representa de hecho un adversario formidable y por fuerza será escenario de un gran número de bajas» . Bradley, poniendo una mano sobre el hombro del zapador británico, murmuró: « Lo sé, muchacho, lo sé» . Omaha era simplemente la única play a donde era posible desembarcar entre el sector británico, a la izquierda, y la play a Utah, a la derecha. 20 En cuanto las tropas invasoras empezaron a embarcar, la población civil salió a la calle para despedirlas. « Cuando nos fuimos» , escribiría un joven ingeniero americano que había sido alojado en casa de una familia inglesa, « lloraron como si fueran nuestros padres. Fue muy conmovedor para todos nosotros. Parecía como si la gente en general supiera muy bien lo que estaba ocurriendo» . 21

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