debeleer.com >>> chapter1.us
La dirección de nuestro sitio web ha cambiado. A pesar de los problemas que estamos viviendo, estamos aquí para ti. Puedes ser un socio en nuestra lucha apoyándonos.
Donar Ahora | Paypal


Como Puedo Descargar Libros Gratis Pdf?


El chico del chubasquero amarillo – Sweet Melibea

—Es perfecta, sí —estuvo de acuerdo Alice. Edward, su futuro marido, le sonrió y con un asentimiento de cabeza le dio luz verde al agente de la inmobiliaria para preparar todo el papeleo que conllevaba la compraventa del inmueble en el que vivirían una vez estuvieran casados. Llevaban varios años viviendo juntos y, en ese momento, habían decidido dar el paso de contraer matrimonio, por lo que Edward quiso comprar una casa para los dos. Alice no estuvo muy de acuerdo al principio, pero, ¿quién era ella para decirle a Edward en qué gastar su dinero? De todas maneras, si no la compraba su futuro esposo, sería su padre quien pagase la vivienda como regalo de bodas. Joe Evans, el padre de Alice, era uno de los dueños de uno de los hoteles más prestigiosos y emblemáticos de Queens, Nueva York; el otro, era Edward, su prometido. Pero Alice, queriendo permanecer ajena a todo el mundo hotelero en el que tanto su padre como su futuro esposo estaban metidos, decidió ser una mujer emprendedora y cumplir su sueño: ser diseñadora de moda. Así que, mientras su padre y su prometido se podrían en dinero, ella hacía cada vez un poquito más grande su pequeño imperio de sujetadores, ropa de cama, braguitas y demás ropa interior. Había creado su propia línea de ropa interior y la vendía en su página web, si bien, no se libraba de los actos sociales a los que tenía que asistir relacionados con el hotel que dirigía su familia. —Te dije que era perfecta, mi vida —le dijo Edward dándole un cariñoso beso en la sien. Alice sonrió. Aquella casa era bonita, muy bonita, y a ella le gustaba. Volvió a sonreír de nuevo y dejó a Edward terminando de cerrar el asunto del contrato y demás cosas que, a Alice, en ese momento, no le importaban demasiado. Ella estaba bien en su antigua casa, pero Edward había insistido en comprar una más grande. Miró su teléfono móvil y observó que tenía un mensaje de su mejor amiga Pippa, le preguntaba acerca de la visita a su nuevo hogar de casada. Alice no le contestó y la llamó directamente. —¿Pippa? —Hola, Alice —le contestó su amiga al otro lado de la línea. —¿Qué tal ha ido? —Es muy bonita —le contestó al tiempo que sonreía. —¿Sí? Me alegro infinito, amiga. En ese momento, Edward se acercó a ella, pues Alice se había alejado para poder hablar con Pippa. —Me marcho, tengo cosas que hacer en el hotel —le dijo. —Pippa, espera un segundo —le pidió al tiempo que alejaba el aparato de su oído. —¿Te vas? Pero dijimos que, de firmar, que era lo más seguro, empezaríamos hoy mismo a empaquetar cosas… —se dirigió a Edward. —Lo sé, cielo, pero el trabajo es el trabajo. —¿Y el menú de la boda? ¡Hemos quedado con uno de los restaurantes! —Lo siento, cariño, tendrás que ir sola. Alice asintió, resignada.


Faltaban tres meses para el enlace y todavía quedaban mil cosas por hacer y de las que preocuparse, pero Edward siempre tenía trabajo que atender, pues su trabajo era lo primero en su vida. —¿Alice? ¿Estás ahí? —le preguntó Pippa al otro lado del teléfono. —Sí, lo siento… es que me estaba despidiendo de Edward. —¿Despidiendo? ¿Hoy no ibais a ir al restaurante? —Tú lo has dicho… íbamos… supongo que me tocará ir a mi sola. —Oh, vaya. ¿Quieres que te acompañe? —¿Lo harías? —¡Claro! Además, alguien tendrá que probar los platos que lleven carne… ese alimento del infierno que tú no comes. 2. Agua de lluvia Alice colgó poco tiempo después, dando gracias al cielo por tener una amiga como Pippa, se despidió del agente inmobiliario con el que había cerrado el trato su prometido y salió de aquella casa majestuosa. Pues sí que empezaba bien su lunes… se había cogido prácticamente todo el día libre en el trabajo para poder hacer todo aquello junto a Edward, pero él siempre anteponía cualquier cosa, sobre todo si se trataba de trabajo, a ella. ¿Acaso no se acordaba de que era vegetariana? Dio gracias en aquel momento al cosmos por trabajar por cuenta propia y no tener que depender de Edward económicamente. Si algún día se separaban no se quedaría con una mano delante y otras detrás, no quedándole más remedio que recurrir a su padre. Pronto se quitó ese pensamiento de la cabeza, no podía estar pensando en dejar a Edward cuando estaban a punto de casarse. Todavía era pronto para acudir al restaurante a degustar distintos platos entre los que elegir para el menú de la boda, en caso de que le gustase el establecimiento, así que decidió ir hasta allí andando para hacer tiempo. También debía esperar a Pippa. A un ritmo tranquilo, caminó hacia el restaurante, observando las calles de cada vecindario, como también a las personas que, como ella, caminaban por allí y habiéndole ya mandado la dirección del restaurante a Pippa en un mensaje. Estaba tranquila, incluso invadiéndola el malestar que le había causado el hecho de que Edward se hubiera marchado; no obstante, Alice estaba algo cansada de aquellas situaciones. Edward solía desentenderse de muchas cosas que para Alice eran importantes, como cuando decidió ser emprendedora y montar su propio taller en un pequeño local de Queens en el que elaborar y diseñar su línea de ropa interior. Edward decidió estar muy ocupado para ayudarla a elegir los materiales y transportarlos hacia allí, como la máquina de coser, el maniquí y las herramientas de patronaje. —Si todo esto te entretiene, querida, adelante —le dijo cuando le comentó la idea. Alice siempre se había sentido atraída por ese mundo, le encantaba ojear las revistas de moda una y otra vez hasta sabérselas de memoria, tenía varios cursos sobre patronaje con los que rellenar su currículo, el cual estaba provisto de varios años de experiencia en sastrerías del condado. ¡Incluso estaba diseñando ella misma su propio vestido de novia! Cómo le había dolido que Edward viese aquello que le había dado de comer desde que se independizó como un entretenimiento. Y como eso, mil cosas que Alice siempre se callaba y le quitaba importancia después de llorar un rato. Quizá era exagerada y no era para tanto. No iba a romper su noviazgo con el socio de su padre y, tampoco su compromiso, por aquellas cosas. Pero que ni siquiera se preocupase de algunos detalles de la boda cuando era él el que se lo había pedido… ¿Estaba segura de casarse con él? No quería pensarlo porque, de lo que sí estaba totalmente segura, era de que si se paraba a hacerlo, quizá no las tendría todas con ella de seguir adelante con todo aquello.

Y no podía hacer eso. Siguió caminando hasta que llegó al restaurante abrazándose los brazos a sí misma. El tiempo estaba loco, hacía un sol radiante apenas dos horas antes, y en ese momento se había nublado el cielo y soplaba un viento frío que ponía la piel de gallina. Genial, no llevaba paraguas, esperaba que no empezase a llover. Entró dentro del restaurante y buscó con la mirada a alguien a quien pudiese decirle quién era y a qué venía. —Buenos días, señorita —se acercó a ella un camarero con uniforme. —Hola, soy Alice Evans y tenía una cita para degustar distintos menús. —¿Alice Evans? —Sí. Es para mi compromiso de boda, mi prometido habló con el dueño. —Ah, claro, sí, Edward. —En efecto. —Acompáñeme. El camarero la condujo hasta una mesa apartada en un coqueto y romántico rincón del restaurante, la cual estaba provista de dos sillas. —Enseguida traeré las cartas. —Estupendo —dijo ella forzando una sonrisa y tomando asiento. No le apetecía en absoluto estar haciendo aquello sin Edward, pero tenía que resignarse, debían elegir ya el menú y, al menos eso, dejarlo cerrado. Le consolaba que Pippa no tardaría en llegar. —¿Esperamos a su marido? —le preguntó el camarero tras dejar las cartas con toda la variedad de platos del restaurante sobre la mesa. —Oh, no, él no podrá acudir, no tardará en llegar una amiga, gracias. El camarero asintió y Alice cogió una de las cartas. Pippa no tardó en llegar y, después de meditar durante un rato, y en lo que se bebían una copa de vino, qué podrían pedir para degustar, se decidieron por lo primero que les entró por los ojos. Ya que pensaron que, si Edward no se esforzaba en aquello, Alice tampoco. ¿Para qué estar probando mil cosas y devanarse los sesos en elegir un menú con los mejores platos si a Edward le daba completamente lo mismo? Tanto Pippa como Alice se hincharon a probar platos y más platos con diferentes recetas entre risas y copas de vino. Al menos Alice había pasado un buen rato. Lamentablemente, cuando llegó el momento de los postres, Pippa tuvo que marcharse, no sin antes aconsejarle qué platos que llevaban carne pedir para el menú.

Cuando Alice terminó de probar distintos postres un rato después y tenía más o menos claro lo que quería decirle al dueño del establecimiento, pidió a uno de los camareros que lo llamara para poder hablar con él personalmente. —Todo estaba delicioso —le confesó Alice. —Me alegro mucho, señorita Brown —le contestó el hombre. —Evans —lo cortó Alice. —Todavía me apellido Evans —añadió, esta vez más dulce para no parecer grosera. —Claro, por supuesto, señorita Evans. ¿Entonces querrá celebrar el banquete de su boda en nuestro restaurante? —Sí, sí, está decidido. Quiero estos entrantes, estos platos principales, el vino más caro que tenga y estos pastelillos como postre —le dijo rápidamente señalando la carta de platos. —Muy bien —le contestó el dueño del establecimiento, sorprendido. —La tarta nupcial… —La tarta nupcial me la trae al pairo, ¿sabe usted? Todo esto lo pagará mi marido y a él le da igual qué menú pongamos, así que… El dueño del restaurante abrió mucho los ojos debido a la sorpresa ante las palabras de Alice. —Pero… —Pero nada. ¿Ustedes se encargan de la tarta? ¿Tienen algún servicio alternativo en el que puedan encargarse o tengo yo que ponerme en contacto con alguna pastelería y bla, bla, bla? —Nosotros podríamos hacernos cargo de la tarta nupcial, sí. —¡Perfecto! —exclamó Alice. —Háganse cargo, pues. El hombre asintió. —¿Cuántos pisos quiere en la tarta? —Mmm. —Alice se golpeó la barbilla con el dedo índice, simulando pensar, aunque en realidad estaba un poco perjudicada con el vino, pues se había tomado un par de copas de más —de ahí su comportamiento—, y le daba igual cuántos pisos tuviera la tarta. Aquellas copitas de vino le habían subido el ánimo y le habían abierto un poco los ojos. Ya tenía claro que su matrimonio, lejos de ser el de unos jovencitos enamorados y con toda la vida por delante para formar una bonita familia, era un matrimonio por conveniencia. El hotel lo era todo para su familia y, cómo no, también para Edward. Alice hacía tiempo que se había desembarazado de ese estúpido enamoramiento que sienten las mujeres en los meses próximos a la boda. —Tres pisos —dijo al fin. —Tres pisos… —apuntó el hombre. —¡No! Cinco, cinco pisos mejor. —¿Cinco?

.

.

Declaración Obligatoria: Como sabe, hacemos todo lo posible para compartir un archivo de decenas de miles de libros con usted de forma gratuita. Sin embargo, debido a los recientes aumentos de precios, tenemos dificultades para pagar a nuestros proveedores de servicios y editores. Creemos sinceramente que el mundo será más habitable gracias a quienes leen libros y queremos que este servicio gratuito continúe. Si piensas como nosotros, haz una pequeña donación a la familia "BOOKPDF.ORG". Gracias por adelantado.
Qries

Descargar PDF

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

bookpdf.org | Cuál es mi IP Pública | Free Books PDF | PDF Kitap İndir | Telecharger Livre Gratuit PDF | PDF Kostenlose eBooks | Baixar Livros Grátis em PDF |