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El capellan del diablo – Richard Dawkins

Esta obra es una selección personal, realizada a partir de todos los artículos y conferencias, diatribas y reflexiones, reseñas de libros y prólogos, homenajes y panegíricos que he publicado (o, en algunos casos, no he publicado) a lo largo de 25 años. Aparecen aquí numerosos temas. Algunos surgen del darwinismo o de la ciencia en general; otros tienen que ver con la moralidad, la religión, la educación, la justicia, el duelo, África o la historia de la ciencia. Algunos son simplemente personales o lo que Carl Sagan podría haber llamado cartas de amor a la ciencia y la racionalidad. Si bien admito que en estas páginas hay ocasionales llamaradas de irritación (completamente justificada), me gusta pensar que en su mayoría tienen cierta jovialidad y que tal vez hasta sean jocosas. Allí donde hay pasión, hay mucho por lo cual apasionarse. Allí donde hay cólera, espero que se trate de una cólera controlada. Allí donde hay tristeza, espero que en ningún caso se desborde en desesperación, sino que, más bien, mire hacia el futuro. Pero, más que cualquier otra cosa, la ciencia es para mí una viva fuente de gozo y tengo la esperanza de que eso se refleje en mis palabras. La obra está dividida en siete apartados, seleccionados y ordenados por la compiladora, Latha Menon, en estrecha colaboración conmigo. Con toda la amplitud de conocimientos y la culta inteligencia que puede esperarse de la directora ejecutiva de Encarta Encyclopedia’s World, edición inglesa, Latha ha mostrado ser una antóloga inspirada. Para cada uno de los siete apartados he escrito preámbulos, en los cuales reflexiono sobre las piezas que Latha creyó dignas de ser reimpresas. También escribí las conexiones entre esas piezas. La tarea difícil fue la de Latha y me llena de admiración el modo en que ha manejado en forma simultánea tantos de mis escritos (más que los reimpresos en esta obra) y su habilidad para conseguir de ellos un equilibrio más sutil que el que yo les hubiese otorgado. Pero, desde luego, soy responsable por el material a partir del cual Latha tuvo que escoger. No es posible mencionar a todas las personas que contribuyeron a cada pieza individual, repartidas —como están— a lo largo de 25 años. El libro contó con la ayuda de Yan Wong, Christine DeBlase-Ballstadt, Michael Dover, Laura van Dam, Catherine Bradley, Anthony Cheetham y, por supuesto, de Latha Menon. Mi gratitud hacia Charles Simonyi —mucho más que un benefactor— no ha disminuido un ápice. Y mi esposa, Lalla Ward, continúa brindándome su aliento, su consejo y su afinado oído para la música del lenguaje. Richard Dawkins 1. Ciencia y sensatez El primer ensayo de este libro, El capellán del diablo (1.1), es inédito. Su título, el mismo de esta obra, se explica en el texto mismo. El segundo ensayo, ¿Qué es verdad? (1.2), fue mi contribución para la revista Forbes ASAP en un simposio del mismo nombre.


Los científicos tienden a tener un punto de vista fuerte sobre la verdad y pierden la paciencia ante la ambigüedad filosófica sobre su realidad o importancia. Hacer que la naturaleza nos entregue sus verdades ya es bastante difícil como para añadir a ello espectadores y entrometidos que arrojen obstáculos gratuitos en nuestro camino. Mi ensayo propone que debemos, al menos, ser coherentes. Las verdades cotidianas están tan expuestas (o tan poco expuestas) a la duda filosófica como las verdades científicas. Evitemos el doble discurso. En ocasiones temo aburrir a la gente con este asunto del doble discurso. Todo comenzó en mi niñez, cuando mi primer héroe, el Doctor Doolittle (quien irresistiblemente regresó a mi mente cuando leí El viaje de un naturalista de Charles Darwin, mi héroe de la adultez), levantó mi conciencia —si se me permite usar una expresión feminista— sobre el trato que damos a los animales. Debería decir a los animales no humanos, puesto que los seres humanos somos animales. El filósofo moral a quien con mayor justicia se atribuye el mérito de haber levantado nuestras conciencias en relación con el tema es Peter Singer (quien recientemente se ha mudado de Australia a Princeton). Su obra El Proyecto Gran Simio [1] está orientada a la posibilidad de otorgar derechos a los otros grandes simios, derechos que se parezcan —en la medida en que la práctica lo posibilite—a los derechos civiles del gran simio humano. Cuando uno se detiene a preguntarse por qué esto parece tan absurdo, a medida que más se lo piensa, menos absurdo parece. Bromas fáciles como «¿Tendremos que reforzar las urnas para las próximas elecciones?» pueden descartarse rápidamente: damos derechos, pero no el voto, a los niños, a los lunáticos y a los miembros de la Cámara de los Lores. La mayor objeción al GAP es «¿Dónde acabará todo esto? ¿En derechos para las ostras?». (La ocurrencia de Bertrand Russell en un contexto similar.) ¿Dónde habremos de trazar la línea? Lagunas mentales [2] (1.3), mi propia contribución al tema, utiliza un argumento evolutivo para mostrar que, en primer lugar, no deberíamos preocuparnos por trazar líneas. No hay ninguna ley de la naturaleza que diga que los límites deben ser completamente nítidos. En diciembre del 2000 fui invitado junto con otras personas a escribir un breve trabajo sobre algunos temas en particular para que Tony Blair lo leyera durante las vacaciones de Navidad. Mi tema fue «Ciencia, genética, riesgo y ética». Todo intento de acotar el derecho al juicio por jurados, hasta en la más mínima medida, es recibido con los lamentos propios de un ultraje. En las tres oportunidades en que fui convocado a participar de un jurado, la experiencia resultó ser bastante desagradable y decepcionante. Mucho después, dos juicios grotescamente publicitados en Estados Unidos me llevaron a reflexionar sobre la razón principal de mi desconfianza con respecto al sistema de jurados y a ponerla por escrito en Juicios por jurados (1.5). Los cristales suelen ser el primer objeto en surgir de la caja de trucos de clarividentes, místicos, médiums y otros charlatanes. En el artículo siguiente mi propósito fue explicar a los lectores de un periódico londinense, el Sunday Telegraph, la auténtica magia de los cristales.

En otros tiempos sólo la prensa amarilla alentaba supersticiones populares como la observación de cristales o la astrología. Hoy en día algunos periódicos respetables, incluyendo al Telegraph, han decaído hasta el extremo de incluir una columna sobre astrología. Por esta razón acepté su invitación a escribir La verdad cristalina y las bolas de cristal (1.6). El blanco del ensayo siguiente, El posmodernismo al desnudo, es una especie más intelectual de charlatán. La Ley de Conservación de la Dificultad, de Dawkins, indica que en temas académicos el oscurantismo se dilata hasta llenar el vacío de su sencillez intrínseca. La física es realmente una materia difícil y profunda. Por esto los físicos necesitan trabajar duramente —y así lo hacen— para que su lenguaje sea lo más simple posible (pero no «más simple», insistía con acierto Einstein). Otros académicos —algunos apuntarán con el dedo ciertas escuelas europeas de crítica literaria y ciencias sociales— sufren de lo que Peter Medawar (creo) ha llamado «Envidia de la Física». Estos intelectuales desean que se los considere profundos, pero siendo su materia bastante fácil y superficial, necesitan compensarlo utilizando un lenguaje rebuscado. El físico Alan Sokal perpetró un gracioso fraude, cuya víctima fue el «Colectivo» editorial (¿qué más podría haber sido?) de una revista de ciencias sociales particularmente pretenciosa. Más tarde, con su colega Jean Bricmont, Sokal publicó un libro, Imposturas intelectuales (o Fashionable Nonsense, el título con el que el libro fue publicado en Estados Unidos), en el que ha documentado hábilmente esta epidemia de «disparates de moda». «El posmodernismo al desnudo» (1.7) es mi reseña sobre este libro jocoso e inquietante a la vez.

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