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El Amigo Dominante de mi Hermano – Sara Toledano

Salió a la terraza y la encontró desierta. El aire frío de la tarde le hizo dudar por un momento pero ya había tomado la decisión. Apoyó una de sus piernas sobre la mesa de madera que estaba allí y la otra la dejó en el muro no muy lejos de él. Encontró el equilibrio ideal y se sostuvo. Miró hacia abajo y encontró unas pocas personas que hablaban y uno que otro coche que tomaba esa calle para ir hacia la avenida. Alzó de nuevo una pierna para dejar atrás el obstáculo del pequeño ventanal que emergía del muro no muy alto. Hizo lo mismo con la otra extremidad sin dejar de sostenerse con las manos. Cuando se encontró cómodo, miró sus palmas que estaba sangrando porque, por error, se apoyó con un cactus que tenía cerca. Maldito cactus. Pero, ¿qué más daba? De todas maneras iba a lanzarse y dejar las vísceras desparramadas por la acera. ¿Qué haría esa gente estaba allí? ¿Habría gritos? ¿Le dolería? Respiró profundo y el aire frío le hizo doler los pulmones. Se quejó. Llevó la mirada al cielo y había unas cuantas nubes con apenas forma. -Esta puñetera ciudad ni un cielo decente tiene, joder. Un policía acaba de salir cuando vio una figura extraña en el tope de un edificio. -HEY, HEYYY. El chico salió de su concentración y notó que un gordo vestido de uniforme le hacía señas desde el suelo. Se veía tan ridículo que no pudo evitar reírse. Sin embargo, dejó de hacerlo. El vacío y el miedo volvieron a él. El sol cayó y en poco tiempo, aquel policía gordo, estaba acompañado por un puñado más. También estaba un camión de bomberos y un grupo de vecinos bastante alarmados. El chaval alto y flacucho, se moría de frío y hambre. -Pronto va a terminar todo esto. Repentinamente, escuchó unos pasos.


La imagen de la terraza solitaria quedó en el pasado. -Hey, chaval. ¿Qué hacéis? Mejor ven conmigo y hablamos, ¿eh? Apenas lo escuchó. Por culpa suya le había largas al asunto. -Eh, ven. Seguro tus padres están preocupados por ti. -No tengo padres. Déjame en paz. -Vale, vale. ¿Qué ha pasado con ellos? -No me importa. Déjame en paz. La voz serena del adolescente tenía desconcertado al policía gordo. En su estrechez de mente, no concebía que los jóvenes fueran infelices. Es más, aquello no existía. Era producto de la televisión. Todo era culpa de la televisión. Él tanteó con el borde. Se escuchó algo que se rompía y vio como unos pequeños trozos de ladrillo y yeso cayeron lentamente. Fijó la mirada en el descenso pero no oír más necedades. -Venga, tío. Venga y nos tomamos un café. Hablemos de esto. -No me gusta el café. Agudizó los oídos, giró la cabeza y efectivamente había más personas allí. El policía gordo los encabezaba y, al parecer, estaban esperando a alguien más.

De seguro algún idiota con intenciones de lavarle el cerebro. Ya no había cielo para mirar porque todo estaba oscuro. Suspiró y lamentó no tener un cigarro, al menos para disfrutar el sabor amargo de la nicotina. -¿Quieres? Volteó con violencia y fue como si le hubieran leído la mente. Alguna mano le extendió una cajetilla con un cigarro sobresaliendo de esta. Dudó por un momento pero las ganas eran demasiadas. Luego de terminar, acabamos con esto. -Vale. Era su marca favorita. Sonrió. Colocó el cigarro sobre sus labios cuarteados y se acercó para que lo encendieran. -Con una noche así hace falta esto, ¿no? Asintió y exhaló el humo. Sintió un poco cómo le quemaba la garganta. Cómo le gustaba esa sensación. -A ver, ¿qué haces en una noche como esta? -¿Qué haces tú? -Ja, ja, ja. Bien, haré el intento de que no saltes. -Suerte. -Gracias. Pero, ¿me permites una pregunta? A ese punto del día, el chico accedió. No supo si era por el hambre o por el sueño. O por las dos. Así que asintió y suspiró. -Todo esto es una mierda. ¿Sabes? Llevo mucho tiempo pensando en esto y creo que es la mejor solución para todo. El joven policía tomó un envase vacío para dejar las cenizas.

Se lo acercó al chico y lo dejó cerca. No respondió inmediatamente hasta que finalmente rompió el silencio. -Sí. Todo es una mierda. De hecho, me levanté esta mañana y lo único que he visto ha sido algún tío que mató a un grupo de niños porque se levantó con el pie izquierdo o el presidente que dice gilipolladas. Hombre, qué pesao’. El adolescente estudió la cara del hombre y sintió sincera sus palabras. -Pero luego veo a mi hijo. Es un chiquillo de seis meses. Gordito y rosado, como un pan. Cada vez que lo veo, me da miedo que crezca en un mundo como este pero luego me doy cuenta que puedo ayudarlo a hacerlo un lugar menos miserable. Mi padre me enseñó lo mismo. -Suena interesante… Por supuesto que para él no lo era. -Lo sé, lo sé. Suena mucho a libro de autoayuda pero es así. Soy un sentimental, qué quieres que te diga. El chico había hablado más en ese rato que todos esos días. De hecho, se sintió cómodo a tal punto que dejó ese borde para estar al otro lado del muro aunque todavía podía lanzarse al vacío estando allí. Un segundo cigarro y ya casi eran amigos. Se escuchaban risas aunque los bomberos dispusieron de una gran tela para recibir el chaval por si las cosas salían mal. -Mis padres murieron en una redada. Solían lavar dinero. Lo único que tengo en mi mente son los sonidos de las balas y el olor de la sangre. -Lo siento mucho. -No te preocupes.

Ellos fueron los que decidieron su destino aunque fueron unos ilusos al pensar que quizás se saldrían con la suya, ¿no crees? El tono sarcástico le valió al policía entender que ciertamente el chico estaba pasando por un momento muy difícil. Años de carrera no fueron suficientes para decir las palabras correctas. Simplemente no las había. -Estoy cansado de eso. Me duelen las piernas, tengo hambre y quiero dormir. -Aquí hay cerca un lugar que preparan unas hamburguesas deliciosas y si eso no te llama la atención, pues el café también es estupendo. ¿Qué dices? Yo pago. Le vio el brillo de esperanza en sus ojos y le esquivó la mirada. Volvió a concentrarse en el horizonte. Tiró la colilla por los aires y el destello de naranja dibujó un patrón casi dulce en el aire. -Lo siento. -NOOOOOOO. Cerró los ojos. Sintió su cuerpo más pesado y más rápido. Ese micro instante se sintió fascinado por la gravedad y esas clases de física las cuales no les prestó atención. Fue como imaginó. Max quedó inconsciente antes de rebotar contra la gran tela gruesa que los esperaba. Los bomberos, cerca de una veintena, lo dejaron despacio en el suelo y luego lo tomaron para llevarlo en una camilla. Tenía síntomas de shock. Lo último que recordó fue el sonido d las sirenas. El chico pasó varios días en el hospital. Aunque no sufrió ningún golpe o herida, no había despertado desde el momento en que ingresó. Despertó un día con el cuerpo cansado y la mente en blanco. La idea del suicidio ya no le bailaba entre las neuronas. Comenzó a desconectarse los tubos y agujas hasta que sintió que alguien se le acercó.

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