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Dossier K_ – Imre Kertesz

Las conversaciones que, en el curso de los años 2003 y 2004, grabó mi amigo y editor Zoltán Hafner, con el objetivo de realizar una «entrevista en profundidad», llenaban quizá una docena de cintas. El dossier que contenía el material copiado y redactado me llegó a un hotel de la pequeña ciudad suiza de Gstaad. Después de leer las primeras frases, aparté el voluminoso manuscrito y, con un gesto involuntario, como quien dice, abrí la tapa de mi ordenador… Así surgió este libro, el único que he escrito más por una iniciativa externa que por un impulso interno: una auténtica autobiografía. Sin embargo, si aceptamos la propuesta de Nietzsche, quien deriva el género de la novela de los diálogos platónicos, el lector tendrá, de hecho, una novela en sus manos. I. K. —En tu novela Fiasco escribes: «a los catorce años y medio, me encontré, por circunstancias increíblemente estúpidas, durante media hora frente a frente con el cañón de una ametralladora preparada para disparar». Este episodio debió de ocurrir, sino me equivoco, en el cuartel de la gendarmería. ¿Por qué no se incluyó en Sin destino? —Era un elemento anecdótico desde el punto de vista de la novela; por eso tenía que quedar fuera. —Pero supongo que habrá sido un elemento decisivo desde el punto de vista de tu vida… —¿Qué pasa? ¿Tengo que contar ahora todo lo que no he querido contar hasta el momento? —Entonces ¿por qué escribiste sobre ello? —Quizá precisamente por eso: para no tener que hablar sobre ello. —¿Tanto te cuesta? —¿Sabes?, es como aquellas entrevistas a los ancianos supervivientes en los documentales de Spielberg. Odio las frases del tipo: «Nos introdujeron en el establo…». «Nos sacaron a un patio…». «Nos llevaron al ladrillar de Budakalász», etcétera. —¿Por qué? ¿No es eso lo que ocurrió? —En la novela, sí. Pero es que la novela es ficción… —Que en tu obra se basa en la realidad. ¿Cómo fuiste a parar a aquel angosto patio en el cuartel de la gendarmería? —De hecho, fui a parar allí tal como lo describí en Sin destino. El episodio ocurrió en plena noche. Cuando me despertaron unos gritos y unas sirenas, yo dormía profundamente, apoyado en las rodillas del que estaba sentado detrás de mí, mientras que la persona sentada delante de mí se apoyaba en las mías. Un minuto después estaba de pie en el patio, bajo el cielo iluminado por la luna y atravesado por bombarderos que se seguían los unos a los otros formando escuadrillas. Gendarmes borrachos se acurrucaban en los muros bajos, apostados detrás de ametralladoras que apuntaban a la multitud apretujada en el patio del cuartel, o sea, a nosotros. Me parece superfluo contar todo esto, ya que puedes leer una descripción mucho mejor en mi novela titulada Fiasco. —Sí, pero allí da la impresión de que el muchacho no entiende nada de cuanto sucede, que ni siquiera sabe cómo ha ido a parar allí. —Así ocurrió, básicamente. —¿Y nunca te interesó el trasfondo histórico de la escena, por así decirlo? —Cómo no iba a interesarme.


Pero, claro, no era fácil, las circunstancias… —O sea, no es la ficción, sino la realidad… —Yo no establecería una distinción tan rígida entre ambas. Pero dejémoslo por el momento. El problema consistía en que bajo el régimen de Kadár resultaba sumamente difícil acceder a los documentos. Sobre todo en los años sesenta, cuando escribía Sin destino. Ocultaron toda la documentación, como si se solidarizaran con el pasado nazi: había que extraer el material, generalmente incompleto, de las profundidades de las bibliotecas, y el mundo editorial de la época cubría aquel pasado con un tupido velo. Al final conseguí averiguar, a pesar de todo, que detrás de mi captura estaba el golpe que la gendarmería tenía previsto dar a finales de junio de 1944. El objetivo de dicho golpe consistía, fundamentalmente, en iniciar también las deportaciones de la población judía de Budapest. Como bien sabemos, Horthy, consciente de cómo acabaría la guerra y considerando la declaración de las potencias aliadas —según la cual después de la contienda pedirían cuentas a quienes colaboraron en el exterminio de la población judía europea— prohibió las deportaciones dentro de su estrecho ámbito de influencia, o sea, en Budapest. La gendarmería quería cambiar esto. Como primer paso, cercaron una mañana la capital y pusieron bajo control sus fronteras administrativas. Como es sabido, la gendarmería carecía de competencias en lo que respectaba a Budapest. La autoridad competente en la capital era la llamada «policía azul», así como la gendarmería lo era en provincias. Pues bien, resulta que de algún modo consiguieron utilizar también a la policía, y ese día la policía detuvo a toda persona portadora de la estrella amarilla que intentó cruzar la frontera de Budapest, contara o no con una autorización especial. Así me capturaron a mí y a mis dieciocho compañeros, todos niños de entre catorce y quince años, que trabajábamos en Csepel, esto es, fuera de la ciudad, en la Planta de Refinado de Petróleo de la compañía Shell. —Según tengo entendido, el golpe de la gendarmería fracasó. —Sí. El teniente general Gábor Faragho, responsable de la gendarmería junto con el «Excelentísimo Señor Regente», se enteró a tiempo de los preparativos para el golpe y concentró, por su parte, a unidades del ejército, lo cual bastó para convencer a los gendarmes, que desistieron de su plan. —Pero tú entonces ya estabas detenido… ¿Ocurrió tal como lo describiste en Sin destino? —Exactamente. —O sea, que describiste la realidad, a pesar de todo. ¿Por qué te aferras tanto al concepto de ficción? —Mira, es una cuestión fundamental. Décadas después, cuando decidí escribir una novela, tuve que formular con nitidez, para uso propio, por así decirlo, la diferencia entre el género de la novela y el de la autobiografía, de las memorias. Aunque sólo fuese para no añadir otro libro a lo que entonces, en los años sesenta —no sé cómo definirlo…— ocupaba ya bibliotecas enteras… —La Literatura del Holocausto, ¿es lo que querías decir? —Pues sí, es como se llama hoy en día. En aquel entonces, en los años sesenta, aún no se utilizaba la palabra Holocausto. Se empezó a usar más tarde, de forma incorrecta, dicho sea de paso. Ahora recuerdo cómo se llamaba en aquella época: literatura de los campos.

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