debeleer.com >>> chapter1.us
La dirección de nuestro sitio web ha cambiado. A pesar de los problemas que estamos viviendo, estamos aquí para ti. Puedes ser un socio en nuestra lucha apoyándonos.
Donar Ahora | Paypal


Como Puedo Descargar Libros Gratis Pdf?


Dilema – Elizabeth Urian

Inglaterra, 1875. Estaba cansada y hacía frío, pero no el suficiente como para impedirle un paseo que venía postergando. Habían sido dos días de limpieza exhaustiva y acondicionamiento de la vivienda, sin contar los preparativos previos desde su Londres natal. No era ni media mañana cuando, sin pensarlo demasiado, había cogido guantes, sombrero y una pieza de abrigo para deslizarse de forma furtiva por la casa con intención de escapar. Se giró cuando ya se había alejado unos metros y miró lo que a partir de ese momento sería su nuevo hogar. Por supuesto, solo se veían las ventanas de la fachada posterior, todas abiertas para impedir la acumulación del polvo que provocaba el carpintero. Incluso desde allí se podían oír con claridad los rítmicos golpes del martillo con el fin de reparar las viejas contraventanas. Se sentía un poco culpable por dejar a los demás trabajando, pero necesitaba un respiro y tenía curiosidad por saber a dónde la conduciría el pequeño camino —apenas visible— que se adentraba en el bosque que tenía delante. No es que estuviera viviendo en medio de la nada. Se había trasladado al condado de Buckingham, justo a las afueras de Greenville, una pequeña población muy alejada de la ajetreada y bulliciosa ciudad. Creía haber hecho lo mejor cuando había tomado la decisión de vivir en un lugar rodeado de bosques, campos de cultivo y tranquilidad. Se alejó camino adentro tomando la precaución de no salirse de él. No conocía esos parajes y no deseaba perderse, si bien sería gratificante encontrar un agradable lugar para poder sentarse y leer. En esta ocasión no traía un libro consigo, pero ya imaginaba un soleado lugar en el que poder dejar correr el tiempo y disfrutar así de un agradable momento de lectura. El bosque en sí no era frondoso, pero dotaba de intimidad suficiente y no le llegaban otros sonidos que no fueran los pájaros. Esperaba que si tenía dueño no fuera a encontrárselo. No creía estar haciendo nada malo, aunque nunca se sabía. Su pequeñísima propiedad —que solo constaba de una casa de dos plantas, un jardín minúsculo y unos parterres justo detrás— estaba al principio de dicho bosque, justo al lado del camino principal que conducía al pueblo. La propiedad vecina, según le habían informado, pertenecía al duque de Redwolf, pero el terreno era tan grande que la mansión era imposible de divisar, incluso desde las inmensas puertas de hierro que daban al camino y que había divisado el mismo día de su llegada. «Quizás este bosque también le pertenezca a él», pensó con desánimo. Si le prohibían acceder por allí, no tendría más remedio que limitar sus paseos, lo cual no era lo que ella deseaba. Se abrochó más el dolman cuando una ráfaga inesperada de aire helado la sacudió. Aunque lucía una agradable y despejada mañana, las copas de los árboles impedían que el sol calentara como lo haría si estuviera al descubierto. Por un momento se observó los guantes —de un gris oscuro—, del mismo color que la prenda que la abrigaba. Sabía que no representaba el epítome de la elegancia, pero cuando los compró no pensó en ello.


Llevaba demasiado tiempo sin pensar en sus propias necesidades y se recordó que seguía siendo joven y que el periodo de luto ya había pasado, por lo que se había prometido renovar su vestuario en cuanto estuviera instalada. Pensar en ello le produjo tristeza, como no podía ser de otro modo. Habían transcurrido dos años desde la muerte de su padre y todavía le sobrevenían lágrimas cada vez que pensaba en él. No obstante, como en cada ocasión que experimentaba eso, una primigenia sensación de libertad la recorría haciéndola sentir culpable. Durante cinco años había cuidado de él y solo ahora era posible poder encaminar su vida hacia un futuro más o menos agradable. A sus veinticuatro años ya podía calificársela como una solterona, pero mantenía la esperanza de encontrar algún viudo con hijos lo suficientemente agradable como para plantearse una vida a su lado. Atrás habían quedado sus sueños y esperanzas. Solo el presente determinaba qué clase de futuro iba a tener. En su recién estrenada juventud había estado ansiosa porque llegara su presentación; el acontecimiento más esperado por ella y sus amigas. Y un mes antes, cuando ya tenía en casa su precioso vestido de seda, tuvo lugar el terrible suceso: Arthur Blake sufrió un accidente de carruaje mientras volvía a casa de uno de sus viajes de negocios. Al parecer se encontraron con otro vehículo que avanzaba en sentido contrario, a toda velocidad y sin disminuir un ápice. Las autoridades le dijeron que, al pasar uno junto al otro se produjo un choque, con el inmediato vuelco de ambos. El cochero murió en el acto y su padre quedó atrapado dentro durante varias horas, las que tardaron en sacarle. Las semanas siguientes fueron desesperantes. A pesar de no mostrar lesiones visibles como brazos o piernas quebradas, estaba claro que Arthur Blake estaba roto por dentro. Los médicos hicieron cuanto pudieron —que no era mucho— salvo paliar el dolor. Su presencia se demostró como algo irrelevante cuando comprobaron que el accidentado no podía moverse de cuello para abajo. A partir de ahí empezó su calvario; para ambos. Era huérfana de madre y no tenían ningún pariente cercano al que pedirle ayuda. Solo estaban ellos dos. De golpe tuvo que madurar, olvidando todo lo relacionado con bailes, hombres, salidas y demás frivolidades. También dejar en manos del administrador los asuntos financieros. Mientras tanto, ella se dedicó a su padre y olvidó todo lo demás. Sacudió la cabeza en un intento de desprenderse de tales pensamientos. El pasado comenzaba a quedar en el olvido y trataba de encarar el futuro sin demasiadas expectativas.

Por fin era dueña de su propio destino. Se paró de golpe en cuando se dio cuenta del claro al que había llegado. No debía haber andado mucho, pero de pronto se hallaba ante una casita, si podía calificarse como tal, vieja y nada bonita. Se quedó quieta unos instantes tratando de decidir qué hacer. Por su aspecto parecía abandonada. Solo tenía una planta y estaba hecha de madera. Observaba dos ventanas por las que, desde allí, no se distinguía luz alguna. Si vivía alguien debía de ser muy pobre, pensó. Con una curiosidad casi infantil se acercó con precaución para echarle una ojeada. Rodeó un árbol para tratar de discernir si en verdad el lugar estaba vacío, pero desde allí no se veía nada extraño. Seguían oyéndose los mismos trinos que antes y su respiración un tanto acelerada. Se mantuvo alejada de la puerta y rodeó la casa por detrás del establo, confirmando que no había otra salida ni ventana que las que había visto en la fachada. Cuando estuvo otra vez delante observó que la puerta seguía estando cerrada. «¿Qué creías?», se amonestó. En su imaginación había conjurado la aparición sorpresa de alguien inesperado. Con cuidado se acercó a la ventana que estaba más cerca. Parecía algo sucia, pero no creía que le impidiese divisar el interior. Sin apoyar las manos en la pared las utilizó para ponerlas a cada lado de los ojos y así eliminar el resplandor que le impediría ver lo que la oscuridad de dentro escondía. Cuando su nariz estaba a escasos milímetros del cristal, un rostro inesperado surgió del otro lado. —¡Ah! —gritó por la sorpresa y se echó para atrás con rapidez. Con bastante torpeza contempló horrorizada la casita mientras su cerebro se movía a toda velocidad. ¡Había alguien! Mortificada y asustada a la vez, se precipitó a la carrera por donde había venido. A su espalda oyó con claridad cómo la puerta se abría y dotó de más potencia a sus piernas entorpecidas. —¡Espere! Oyó una voz masculina. Sabía que la llamaban a ella, pero podían más la vergüenza y el escarnio por haber sido sorprendida fisgando que el sentido común.

Aceleró más, si cabe, el trote. Por un momento pensó que conseguiría alejarse con la suficiente rapidez para que el desconocido no la atrapara, pero sus piernas se enredaron con el vestido en el momento exacto en que una piedra, en apariencia inofensiva, hacía el resto. Cayó de bruces cuan larga era y por un instante perdió el conocimiento. —¿Se encuentra bien? —Acto seguido la misma voz estaba encima de ella. Ella solo veía estrellas. Desorientada, se dejó incorporar a medias. —¿Señora? —Una pausa—. ¿Está bien? Respóndame. Unas manos la sostuvieron y la mantuvieron sentada en el suelo al tiempo que le daban ligeras palmadas en la mejilla. Con los ojos cerrados por el aturdimiento tuvo la asombrosa sensación de estar flotando como una nube, hasta que esos dedos frescos tocaron su frente y entreabrió las pestañas para observar al ser más angelical que había visto nunca. Su corazón se detuvo. Unos ojos verdes, que la miraban llenos de preocupación, le traspasaron el alma en un lugar que ni sabía que existía. Su cabello claro, similar al color del trigo, enmarcaba una frente ancha y llena de arruguitas que ella desearía poder alisar con besos. —Mi ángel guardián —susurró, creyéndose en medio de un ensueño. —Creo que se ha dado un golpe, señora…—. Esta vez, el hombre titubeó al dirigirse a ella cuando observó la ausencia de alianza en su dedo anular—. ¿Cuántos dedos cuenta? — Puso tres de ellos delante de sus ojos para tratar de discernir si sufría una fuerte conmoción. Mientras, Ayleen solo sonreía medio atontada. No alcanzaba a comprender lo que ese ángel maravilloso trataba de decirle. Envuelto en un halo sobrenatural pensó que era lo más hermoso que había visto jamás, por lo que alzó una mano y la posó en su fresca mejilla. No vio el gesto de sorpresa ni el desconcierto que esa caricia impropia produjo en el desconocido, así que, todavía presa de una extraña confusión, movió la mano hacia esa boca y deslizó uno de sus dedos por el contorno. El hombre, turbado como nunca y sin pararse a reflexionar, besó ese dedo. Ella, presa de lo que podía calificarse como un estado de aturdimiento febril, hizo algo absurdo y loco: se estiró para inclinar un poco la cabeza y le besó en los labios

.

Declaración Obligatoria: Como sabe, hacemos todo lo posible para compartir un archivo de decenas de miles de libros con usted de forma gratuita. Sin embargo, debido a los recientes aumentos de precios, tenemos dificultades para pagar a nuestros proveedores de servicios y editores. Creemos sinceramente que el mundo será más habitable gracias a quienes leen libros y queremos que este servicio gratuito continúe. Si piensas como nosotros, haz una pequeña donación a la familia "BOOKPDF.ORG". Gracias por adelantado.
Qries

Descargar PDF

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

bookpdf.org | Cuál es mi IP Pública | Free Books PDF | PDF Kitap İndir | Telecharger Livre Gratuit PDF | PDF Kostenlose eBooks | Baixar Livros Grátis em PDF |