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Diario de la galera – Imre Kertesz

Hace un año empecé a escribir la novela. Tengo que tirarlo todo. Paseé por el parque, pisando la deleznable hojarasca. Más adentro, la hierba aún estaba verde, cubierta por hojas rojizas y amarillas; las demás colgaban como manos flaccidas de los robles alrededor. Ésta era mi sensación: si no pierdo la paciencia conmigo, el milagro se producirá. 1963 Navidad ¿Qué posibilidades tiene el arte cuando ya no existe el tipo humano (el tipo trágico) al que nunca ha dejado de describir? El héroe de la tragedia es el hombre que se crea a sí mismo y fracasa. Hoy en día, sin embargo, el ser humano ya sólo se adapta. El hombre funcional. Las formas e instituciones de la estructura moderna de la vida, entre las cuales la vida del hombre funcional transcurre como en un alambique perfectamente aislado. Ojo: el hombre funcional es un hombre alienado, pero, aun así, no es el héroe de la época: el hombre alienado, el hombre funcional eligió, pero su elección consiste básicamente en una renuncia. ¿A qué? A la realidad, a la existencia. Actuó así porque no las necesita: la realidad del hombre funcional es una pseudo-realidad, una vida que sustituye la vida, la función que lo sustituye a él. Su vida es en gran parte un delito trágico o un error trágico, pero sin las necesarias consecuencias trágicas; o una consecuencia trágica, pero sin los necesarios antecedentes trágicos, puesto que las consecuencias no se deben en este caso a la ley propia de los caracteres y de los actos, sino que vienen impuestas por la necesidad de equilibrio del sistema social —siempre absurdo desde el punto de vista del individuo—. La vida individual es únicamente el símbolo de una vida semejante, está determinada de antemano y sólo ha de ocupar el lugar que le ha sido asignado. Por consiguiente, nadie vive su propia realidad, sino solamente su función; nadie vive existencialmente su vida, esto es, su propio destino, que podría suponerle un objeto para trabajar, para trabajar en sí mismo. El horizonte del hombre funcional no es ni «el cielo estrellado» ni el «orden moral inherente al ser humano», sino los límites de su propio mundo organizado: la ya mencionada pseudorrealidad. Todo esto se presenta en el arte como un problema técnico: las vidas funcionales, carentes de realidad, no son las más apropiadas para convertirse en materia artística. La nada se trasluce en sus destinos, que carecen de ese sentido en el que reside la posibilidad de la tragedia. La crisis de la «humanidad», la trampa de la «humanidad», que arrojan a los pies del «artista»… ¿De qué se trata, de hecho? ¿Convivencia moral… «compromiso»… o situarse allí donde «se separan el bien y el mal»? Cuando la sociedad disuelve todas sus angustias morales en lo colectivo, sólo queda la opción de una reserva rigurosa. La orden: puedes ocuparte de todos los problemas de la vida, salvo de la vida en sí como problema. La vida es, por así decirlo, un mandato. Su cuestionamiento está terminantemente prohibido por la censura. El suicidio es deserción. Ahora bien, en tales circunstancias, el arte (la literatura) que sólo procura ver los problemas de la vida en vez del problema de la vida también se convierte en un pseudoarte funcional y adaptado, en lugar de ser un arte verdadero. ¿De qué sirve aquí el talento? Es más bien una carga, un handicap.


Nunca ha habido tal necesidad de un «método». 1964 El artista debe empezar su obra con el mismo estado de ánimo que tiene el criminal cuando comete su crimen: Degas. Éste es un aspecto de la cuestión: el otro es que, hoy por hoy, las autoridades tratan a los mejores artistas como si fueran criminales. El célebre ensayo de C. P. Snow sobre las «dos culturas». Lo que pasa es que el arte no es ciencia y la ciencia no es arte; ambos pertenecen a bandos diferentes en la actualidad, a bandos que —comoquiera que los llamemos— son antagónicos. Cuando, en la segunda mitad del siglo xx, el arte trata de ver la vida como algo uniforme, maleable, susceptible de someterse al yugo de la razón científica y humanista, el resultado es un arte de mala calidad (dicho con un eufemismo). El tiempo de la ingenuidad ha pasado definitivamente. El culto de la vida ya no es sincero, y donde aparece siempre adopta formas agresivas y furiosas. Vivir en todas las circunstancias… he ahí el problema; tal vez sea el problema. La inmoralidad inherente al disfrute del arte. El público no padece la obra, sino que se siente fascinado por ella. Ningún arte es capaz ya de mostrar la vida como un sistema de relaciones lógicas. Por otra parte, sin embargo, todo producto artístico (toda creación artística) es un sistema de relaciones lógicas. Una sofocante mañana de verano. En la iglesia. Estatuas frías de María, bebés de cera, algunos rezaban. Los gestos, las genuflexiones, las reverencias, devoción vana que observa disimuladamente a los otros. ¿Es posible admitir, sin desesperar, el sinsentido del mundo, la idea de nuestra destrucción total después de la muerte, extrayendo incluso fuerzas de este pensamiento? Allí empezaría la libertad. Y, en cierto sentido, la devoción. Julio Dos semanas en Alemania. Estuve en Buchenwald y en Zeitz, en la fábrica. Reconocí el camino arenoso. Un muchacho iba en bicicleta, vestido con un mono de trabajo; me escrutó detenidamente.

Debí de resultarle extraño. Es más estrecho de como lo recordaba (me refiero al camino). La fábrica también me saludó; las grandes torres de refrigeración tosieron; también había olvidado ese sonido, pero en seguida lo reconocí, ¡y qué recuerdos me despertó! Creo o, más bien, estoy convencido de que también encontré el campo de Zeitz. Su lugar lo ocupan una explotación agrícola estatal y un inmenso establo para el ganado vacuno: no viví los grandes momentos del reencuentro. El tiempo, los buenos viejos tiempos, y como dice su maestro, Proust: «La realidad que conocí dejó de existir». Y: «Los edificios, las avenidas, los caminos son, por desgracia, tan pasajeros como los años». Las variedades del pesimismo. El pesimista dogmático. Generalmente, el pequeñoburgués extraviado. El pesimista dogmático suele desembocar normalmente en la reforma dogmática del mundo. El pesimismo dogmático como arte: siempre es moralismo. Su tema más frecuente es la falta de alegría (la descripción desagradable, sin redención alguna, de alguna injusticia social indignante o de una larga agonía, como ocurre en Simone de Beauvoir: Una muerte muy dulce). El artista moralizante siempre se aferra, en definitiva, al caso individual y se queda en la indignación infructuosa.

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