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Di que sí – Olga Salar

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid © 2014 Olga Salar © 2014 Harlequin Ibérica, S.A. Di que sí, n.º 35 — julio 2014 Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A. Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia. ® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países. Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com. I.S.B.N.: 978-84-687-4718-7 Editor responsable: Luis Pugni Conversión ebook: MT Color & Diseño A los que siempre están ahí para mí… Prólogo Me obligo a mantener los ojos abiertos, cerrarlos me trae despedidas que ansío borrar, que desgarran mi alma y encienden mi carne. Que me recuerdan que tú ya no estás. Insomnio, Circunstancias Atenuantes (Efrén Ventura) Respirar nunca había sido tan difícil, pensó Elba, al tiempo que cerraba los ojos para intentar recobrar la cordura. No obstante, la imagen de Max desnudo frente a ella continuaba grabada en su retina. Seguía intentando recuperar el valor cuando sintió una suave caricia en la mejilla. Unos dedos fríos que le recorrían el rostro con delicadeza, pero también con decisión, como si quisieran aprendérselo de memoria.


—Abre los ojos. Solo soy yo —pidió en un susurro, acercándole los labios a la oreja. Tenía razón, accedió Elba. Se trataba de Max, su novio, el chico al que quería prácticamente desde siempre. La única persona que conseguía que se olvidara de todo con solo una sonrisa. Puede que en esos momentos estuviera desnudo, pero ella ya le había visto desnudo antes, si bien no físicamente él ya le había mostrado mucho más que su cuerpo. La sensación de sus manos frías recorriéndola contrastaba con la calidez de su aliento. La diferencia hizo que un escalofrío le barriera la columna. Lentamente obedeció su petición. Fue abriendo los ojos despacio, disfrutando de cada veta de luz que le iba mostrando a Max. Se dio cuenta de que estaba más cerca que antes, de modo que, aunque sabía que estaba desnudo, la proximidad evitaba que se fijara en nada más que en su cara. Inexplicablemente se sintió más segura. Clavó la mirada en sus ojos, y con ello consiguió que el oxigeno volviera a entrar regularmente en sus pulmones. —Estoy nerviosa —confesó, sintiéndose tonta. —Yo también. —¿De verdad? Max sonrió al notar la sorpresa en su voz. —También es la primera vez para mí. No quiero hacerte daño, y no quiero precipitarme. Por otro lado, ver tu precioso cuerpo tampoco es que me ayude mucho a calmarme —bromeó para hacerle sentir mejor. Elba sonrió, complacida por sus palabras. —Lo digo en serio, eres preciosa. Y yo estoy impaciente. No quiero hacerlo mal. Tiene que ser perfecto. —Ya es perfecto, estoy contigo.

Y sé que tú jamás me lastimarías. —Nunca —secundó Max, dejando que sus dedos se enredaran en la suavidad de su cabello. Sintiéndose atrevida, se separó de él para volver a tener una visión completa de su desnudez y alzó la mano para recorrer su pecho y deleitarse con la dureza de sus músculos. Siguió bajando por su estómago, sus costillas… para ver como su expresión de goce se transformaba en otra de dolor. —Max, ¿te ha vuelto a pegar? —la rabia anuló la vergüenza y los nervios que había sentido hasta ese instante. —Eso no importa ahora, Elba —la tranquilizó él, besándola para que no siguiera preguntándole nada más. Su padre era la última persona en la que deseaba pensar en esos momentos. —Te quiero y tú me quieres a mí. Nada más es importante que estar juntos. Que este momento —murmuró sobre sus labios entreabiertos—. No hay nadie más importante que tú —prometió antes de volver a devorarlos, más convencido que nunca de que no había nada tan fundamental en su vida como ella. Un año después No cabía ninguna duda de que el universo al completo se estaba ensañando con Elba Vilanova. En el último año, su vida había dado un giro de ciento ochenta grados y no dejaba de girar. Otra vez se encontraba en una situación que volvía a poner su mundo patas arriba, pensó mientras sostenía la prueba de embarazo entre sus temblorosos dedos. Apenas seis meses atrás, justo después de cumplir los dieciocho años, sus padres habían fallecido en un accidente aéreo mientras regresaban de sus primeras vacaciones en décadas, dejándolos, a ella y a su hermano gemelo, Fabián, solos, sin nadie que los arropara y consolara en esos momentos de dolor y desamparo. Con esas perspectivas, el futuro de la joven se preveía tan complicado como su presente. No obstante, a pesar de su juventud y orfandad había tomado una decisión irrevocable sobre el embarazo que acababa de confirmar. Tendría al bebé, sería una de tantas madres jóvenes que salían adelante solas. Aunque ella contaba con una importante ventaja: una situación económica favorable, debido al dinero que Fabián y ella habían recibido como indemnización por la muerte de sus padres. Lágrimas de miedo y felicidad empañaron sus ojos, ¿cómo iba a hacer para criar a un niño, seguir con su vida y cumplir sus sueños? ¿Cómo se tomaría su hermano la noticia de su embarazo? Fabián era el único familiar que le quedaba, el único hombro en el que apoyarse. Sus padres habían sido hijos únicos por lo que no había nadie más a quien acudir. Elba y Fabián estaban más unidos de lo que era habitual entre dos hermanos de la misma edad, y lo que menos deseaba ella era decepcionarle o cargarle con una nueva responsabilidad. Su gemelo ya era de por sí protector, demasiado para alguien tan joven. No tuvo que esperar mucho para conocer la reacción de Fabián a la noticia de su embarazo. En ese mismo instante sonaron unos golpecitos en la puerta del baño seguidos por su voz llamándola, preocupado.

—Elba, ¿estás bien? Por favor, ábreme. ¿Te encuentras mal?, ¿estás mareada? —preguntó, sintiendo la congoja de su hermana como propia. Desde niños habían estado tan conectados que podían sentir las emociones del otro, pero tras la muerte de sus padres la conexión se había intensificado hasta el punto de que en muchas ocasiones los sentimientos de uno y otro se mezclaban con los propios, llegando a confundirlos a ambos. Sin responder verbalmente a la llamada se levantó de la tapa del inodoro donde se había sentado, a la espera de que el test le diera el resultado, descalza y en camisón, y quitó el pestillo de la puerta para dejar entrar a Fabián. El chico abrió en cuanto escuchó descorrerse el cerrojo. Su expresión era de preocupación y temor cuando se adentró en el aseo y la vio de pie frente a él, con la mirada fija en el objeto alargado que sostenía. Su palidez y la expresión desolada de sus ojos le anudaron el estómago. Algo iba realmente mal. Tenía el rostro pálido, a excepción de las ojeras grisáceas, casi del mismo tono que el de los azulejos del cuarto de baño. Ella alzó la mirada hasta clavarla en la de su hermano, sus ojos del mismo color miel de los de ella, y con la misma actitud silenciosa con la que le permitió entrar le tendió el test de embarazo, que no había soltado en ningún momento desde que este le descubriera la verdad que tanto había temido. No fue necesario que Fabián buscara el significado de las dos rayitas en el prospecto del predictor, la cara de Elba se lo aclaró todo. Llevándose las manos a las sienes, Fabián se sentó en el borde de la bañera, de frente a su hermana, suspiró profundamente y tomó sus manos entre las suyas con afecto y determinación. Tiró de ella con delicadeza para que tomara asiento a su lado, ya que no estaba completamente seguro de que pudiera estar de pie sin desvanecerse. —¿Te encuentras bien? —No. —¿Qué está mal? —preguntó levantándose de un salto. —Físicamente nada. Las lágrimas se desbordaron de nuevo. —Por lo demás no debes preocuparte, decidas lo que decidas puedes estar segura de que te apoyaré —ofreció abrazándola con fuerza, arrodillándose frente a ella. —Voy a tener al bebé, Fabián. Eso lo tengo claro, lo que no sé es qué voy a hacer con él. Mamá y papá ya no están, tengo dieciocho años, quiero estudiar, quiero salir con mis amigos, vivir… Quiero… No puedo hacerte esto a ti —No fue capaz de continuar, estalló en llanto

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