debeleer.com >>> chapter1.us
La dirección de nuestro sitio web ha cambiado. A pesar de los problemas que estamos viviendo, estamos aquí para ti. Puedes ser un socio en nuestra lucha apoyándonos.
Donar Ahora | Paypal


Como Puedo Descargar Libros Gratis Pdf?


Desde el baluarte – Begoña Gambín

Alicante, principios de febrero de 2011 Ese domingo Regina se sentía ociosa. Se tumbó en el sofá y cogió el libro sobre leyendas que se había comprado esa misma mañana en unos grandes almacenes y que previamente había dejado en la mesita cercana al sofá, junto con el cenicero, un paquete de sus cigarrillos preferidos y un mechero. No era que fuese una fumadora compulsiva, pero, cuando llegaba el fin de semana, disfrutaba de ese vicio oculto en sus momentos de relajación de forma eventual. Siguiendo el ritual obligado, sacó un cigarrillo de la cajetilla y lo encendió con fruición, exhaló una primera bocanada y se dispuso a leer. Había adquirido ese libro porque, además de gustarle las fábulas, había leído en la sobrecubierta que relataba una leyenda sobre el origen del nombre de su ciudad natal: Alicante. Sin pensárselo dos veces y saltándose las normas básicas de una buena lectora, abrió la página del índice y buscó entre sus líneas el motivo por el cual había tomado la determinación de adquirirlo. Según leía, le iba entrando un ligero sopor producido por la placidez de la situación, amén del calorcillo que le provocaba el sol que entraba en esos momentos por el amplio ventanal del salón, a pesar de estar a mediados de febrero. La siesta, patrimonio nacional, se estaba adueñando de ella. De repente, cuando por fin había permitido que vencieran los párpados al leer la última palabra del relato, el timbre del teléfono hizo que se sobresaltara con brusquedad. «¿Quién será? ¡Vaya unas horas para molestar! ¿Es que el que llama no sabe que las horas de la siesta son sagradas?», refunfuñó para sí misma. Regina se incorporó para coger el auricular del teléfono: —¿Diga? —inquirió irritada. —¿Regina? —Sí, soy yo… ¿Eduardo? —preguntó dudosa con voz más calmada. —El mismo. Dime, ¿cómo estás? —Contenta de oírte. —Te he echado mucho de menos —aseguró Eduardo afectuoso. —Bueno, si te vas a poner tierno, me deshago —dijo con sorna. Eduardo soltó una carcajada. —Mira que te cuesta hablar en serio, querida. —Pero tú sabes que bajo mi tono de ironía se oculta la verdad, Edu —señaló la joven con voz cariñosa. —Por supuesto que lo sé y es una de las cosas que más me gusta de ti. —Y esa es una de las cosas que más me gusta de ti: aguantas con estoicismo mi exceso de sorna. —Siempre es un placer. —Vale, ya basta de pasteleo, que nos metemos en un jardín peligroso. Dime, ¿ya has terminado con ese trabajo que te tenía absorbido? —Sí y no. Te llamo porque necesito verte.


Quiero enseñarte una cosa que va a interesarte mucho. —¿Sí?, dime, dime… ¿qué es? —indagó con curiosidad. —Ahhh, no, no. Sorpresa. Ya lo verás. Regina y Eduardo quedaron en verse una hora más tarde en Marcus, una cafetería tranquila del centro de la ciudad. Al colgar, la joven tenía una sonrisa en los labios producida por la llamada de su amigo. Eduardo era una persona muy especial para ella y compartían muchos gustos y aficiones; sobre todo, su afán por saber acerca de lo acontecido durante la dominación islámica. Su amigo era arqueólogo y disfrutaba de ciertos privilegios que le facilitaban acceder a archivos y sótanos ocultos a la vista de los profanos, que almacenaban gran cantidad de «tesoros» no clasificados todavía. En cuanto Eduardo encontraba algo que pudiese interesar a su amiga, hacía todo lo posible para poder compartirlo con ella, ya que sus puntos de vista y su sabiduría intuitiva lo habían ayudado en muchísimas ocasiones, además de que para él era un placer ver la cara de emoción de la joven ante esos hallazgos. Regina sospechaba que Edu la llamaba por algo relacionado con su trabajo. Tanto misterio no podría significar nada más. Se dio una ducha rápida y se encaminó ansiosa por llegar a su cita lo antes posible. Subió a su coche y mientras iba conduciendo de forma mecánica, sus pensamientos los dedicaba a frotarse mentalmente las manos intentando averiguar qué nueva sorpresa le tenía preparada su amigo. La joven era autodidacta, ya que no había tenido la oportunidad de estudiar lo que a ella le habría gustado. Desde muy joven había tenido que hacerse cargo del negocio familiar. Su padre le había dejado en herencia una empresa de construcción; un mundo regido por hombres, en el que le había costado mucho hacerse respetar sin perder su feminidad. En ese momento, a sus treinta y cinco años, por fin podía aseverar que había ganado la batalla. Regina era una mujer con mucho carisma, de tez clara, chispeantes ojos ligeramente rasgados de color avellana, cabello largo de color chocolate y con un cuerpo ágil y atlético. Le gustaba cuidar su aspecto, pero también disfrutaba de la buena comida, por eso se había acostumbrado a ir todos los días al gimnasio, además de que allí se liberaba del duro trabajo. A Eduardo lo había conocido hacía algún tiempo cuando, al realizar unas excavaciones para la construcción de una nueva vivienda, tuvo que dar parte a las autoridades de unos restos arqueológicos que encontraron allí. Desde entonces Regina, que estuvo pendiente de todo el proceso para extraer las piezas encontradas, se había dedicado a absorber todo lo que rodeaba a esa experiencia nueva para ella, que la transportaba a épocas pasadas, y de la mano de Eduardo había conocido un mundo nuevo, lleno de suspense e intriga, que le fascinaba y apasionaba. Su época preferida era la islámica. Quizá porque era la menos conocida, ya que se habían encontrado muy pocos restos islámicos y la mayoría habían sido destruidos hacía años por «molestar» al desarrollo urbanístico, así como debido al saqueo que la Iglesia católica había hecho para aprovechar dichos restos en las construcciones que el clero realizaba, con lo que se había ahorrado la materia prima en gran medida. Eduardo, en el último tiempo, había estado presente en su vida.

Unas veces con más continuidad que otras porque, debido a su trabajo, en ocasiones permanecía fuera de la ciudad una larga temporada. Era un arqueólogo con mucho prestigio y solicitaban sus servicios desde todos los puntos de España. Al principio habían mantenido una gran amistad, pero con el tiempo fue haciéndose cada vez más íntima, aunque sin mantener ningún tipo de compromiso, solo disfrutando de encuentros placenteros para ambos. En el último tiempo, cuando él se encontraba en Alicante, se solían ver con asiduidad y habían disfrutado juntos casi todos los fines de semana en casa de la joven, pero hacía algo más de dos meses le había avisado de que no dispondría de tiempo libre en una temporada, sin especificar cuánto sería. Regina, a raíz de esa ausencia, lo había echado mucho de menos y se había dado cuenta de sus sentimientos… Por fin había logrado aparcar y se encontraba a las puertas de la cafetería en la que había quedado con Eduardo. Entró, echó una ojeada al interior y divisó enseguida la silueta de su amigo sentado ante una mesa apartada de las demás, al fondo de la sala. El arqueólogo, en cuanto la vio entrar, se levantó y fue a su encuentro. Con sus casi cuarenta años, tenía la constitución nervuda y delgada de un atleta, y su estatura sobrepasaba la de la joven en unos diez centímetros. Se le notaba que era un cuerpo acostumbrado al trabajo físico, bien fuese en un gimnasio, gusto que compartía con Regina, o participando de pleno en las excavaciones; pero lo que más le gustaba a Regina de Eduardo era sus profundos ojos negros y su oscuro pelo rizado y corto que a ella le agradaba acariciar. Se inclinó para besarla con ternura en los labios y a continuación, tras retirar la silla adyacente a la suya para que se sentase, la imitó. —Querida, qué alegría verte. —La alegría es mía, Edu. Tenía ganas de encontrarme contigo. —Perdóname, Regina. He estado muy ocupado últimamente; no he podido llamarte antes. Casi llevo una vida de ermitaño porque el trabajo que tengo entre manos en estos momentos me absorbe todo el tiempo. —Cuéntame. Dime de qué se trata. ¿Tiene algo que ver con mi sorpresa? Eduardo soltó una carcajada que hizo que se le iluminara el rostro aún más. Era una persona de trato agradable, algo tímido pero alegre. En cambio, Regina era atrevida, resuelta y de lengua vivaz. Pese a la diferencia de caracteres de los dos, al arqueólogo le fascinaba el descaro que tenía su amiga, con su fina ironía y su ansiedad ante cualquier enigma. —Tú tan impaciente como siempre. Vale, te cuento. Has acertado.

Algo tiene que ver la sorpresa que te tengo preparada, pero antes preferiría ponerte en antecedentes. —Está bien, dejaré que lo hagas a tu gusto, pero no me tengas en ascuas mucho tiempo… ¡Cuenta! En ese momento se acercó el camarero para ofrecerles sus servicios. —¿Un cappuccino? —le preguntó Eduardo a su amiga, con lo que quedó de manifiesto que todavía recordaba sus gustos. —Por supuesto —le contestó ella ofreciéndole una mirada de complicidad. En cuanto el camarero fue informado de lo que querían tomar, se marchó tan silenciosamente como había llegado. Esa interrupción hizo que olvidaran por unos momentos lo que ambos estaban hablando segundos antes. Se quedaron mirándose a los ojos el uno al otro. Eduardo alargó las manos y las posó sobre las de ella con calidez. La cafetería en la que estaban era muy conocida en la ciudad y tenía una reputación admirable tanto por su servicio como por su ambiente. Era de esas cafeterías con sabor a intimidad, donde cada mesa estaba situada de tal forma que parecían reservados y las luces indirectas creaban una atmósfera tranquila que invitaba a las confidencias. No era la primera vez que Regina y Eduardo se reunían allí, y tenían, ambos, gratos recuerdos de esos encuentros. Las sonrisas cómplices que afloraron en los labios de los dos les hicieron perder la noción del tiempo hasta que de nuevo llegó el camarero con su servicio. —Sus cappuccinos —dijo dejando las tazas sobre la mesa. —Gracias —respondieron ambos a la vez, despertando con brusquedad de sus pensamientos. —Bueno, mejor será que comience con mi relato de los hechos. —Sí, por favor. Me tienes intrigadísima.

.

Declaración Obligatoria: Como sabe, hacemos todo lo posible para compartir un archivo de decenas de miles de libros con usted de forma gratuita. Sin embargo, debido a los recientes aumentos de precios, tenemos dificultades para pagar a nuestros proveedores de servicios y editores. Creemos sinceramente que el mundo será más habitable gracias a quienes leen libros y queremos que este servicio gratuito continúe. Si piensas como nosotros, haz una pequeña donación a la familia "BOOKPDF.ORG". Gracias por adelantado.
Qries

Descargar PDF

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

bookpdf.org | Cuál es mi IP Pública | Free Books PDF | PDF Kitap İndir | Telecharger Livre Gratuit PDF | PDF Kostenlose eBooks | Baixar Livros Grátis em PDF |