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Departamento 240 – Felipe Zurita

No puedo afirmar que día exactamente inicia mi historia, la verdad ni siquiera estoy realmente seguro cuando comenzó todo. Podría empezar relatándoles desde el mes de mayo cuando cumplí un año viviendo solo, durante ese tiempo me había percatado de diferentes cosas en mi nuevo hogar. Comencé arrendar un departamento porque necesitaba independizarme, además la ubicación me facilitaba los viajes a la universidad y el trabajo. Mis actividades diarias me utilizaban todo el día, estudiaba durante la mañana, trabajaba en las tardes para poder costear mis gastos y las noches las utilizaba en organizarme, dejándome sin tiempo para alguna otra actividad. Mis horas de dormir difícilmente llegaban hacer ocho horas diarias, sin embargo siempre despertaba con mucha energía como si descansara el doble, algunas veces sentía que el tiempo realmente avanzaba más lento durante las noches, habían momentos donde me despertaba distinguiendo que incluso la oscuridad cambiaba su tonalidad en ciertas horas, como si la noche se volviera más opaca. Sin darme cuenta comencé a sentirme observado durante las noches, al desviar mi mirada al oscuro cuarto jamás divisaba nada y no le buscaba más respuesta pues vivía solo. La incertidumbre de ser observado se volvió algo diario, no me preocupaba ya que la única entrada al departamento estaba cerrada con llave y no dejaba las ventanas abiertas durante la noche. Durante mucho tiempo pensé que solo eran miedos producidos por vivir solo, la verdad esa fue la principal razón por la que desconozco el día que comenzó todo. En el mes de mayo el sentirme observado solo destaco porque me percate que era un presentimiento rutinario de las noches. Aquella extraña sensación me llamo más la atención cuando quise levantarme para ir al baño, todo hubiera estado bien si no fuera porque una extraña corazonada me decía que no era buena idea. Sabiendo que no había nadie trate de levantarme, apenas moví la pierna con esta intensión un fuerte escalofrió recorrió todo mi cuerpo, una angustia interna me indicaba que había peligro cerca, como un animal asustado termine cubriéndome con las cobijas sin comprender de que me escondía. El miedo dominaba mi cuerpo cada vez que quería levantarme de noche, exactamente en los momentos donde me sentía observado. Tenía completa conciencia de que este comportamiento no era normal y que debía levantarme sin miedo, no optante mi cuerpo pensaba muy diferente, como si mis instintos primitivos sintieran alguna especie de peligro que mi razonamiento desconocía. Aunque no quisiera levantarme la sensación de ser observado era cosa de todas las noches, extrañamente al querer levantarme este presentimiento de no estar solo aumentaba causando que tuviera más miedo. En la tercera semana de mayo al presentimiento se le juntaron extraños ruidos provenientes de la oscuridad, al cerrar mis ojos percibía sonidos leves de que algo se arrastraba por el piso junto a la cama, en ocasiones sentía como si algún animal pasara sobre las cobijas, al mirar en la dirección de dónde provenía dicha sensación nunca había nada, llevándome a pensar que solo eran falsos presentimientos míos. Para descartar que fuera un sueño me mordí la mano afligiéndome de dolor, al querer gritar ningún sonido salió de mi boca y el presentimiento de ser observado se incrementó, en otra ocasión le hubiera dado importancia a que mi grito no se escuchara pero esa noche me asusto el sonido de algo arrastrándose en la oscuridad. En ocasiones trataba de prender la luz para confirmar que realmente no había nada, extrañamente la lámpara jamás se encendía en los momentos que me sentía observado, revise varias veces la conexión sin encontrar ningún desperfecto que explicara dicha falla. Pensando que la empresa de electricidad podía estar haciendo algún tipo de corte de luz nocturno dejaba mi celular junto a mí para poder iluminar con él a esas horas, al tomarlo siempre estaba con la pantalla negra aunque lo dejara con toda la batería cargada. Debo destacar que al amanecer todo funcionaba perfectamente. Tarde varios días en poder canalizar mi mente con el pensamiento de que no había ningún peligro, incluso revise dos veces las habitaciones y cerrojos del departamento antes de acostarme para convencerme de que estaba solo. Esas sensaciones no podrían ser más que un simple terror nocturno, ocasionado por mi congestionada rutina diaria. Cuando finalmente logre convencerme de levantarme presentí que algo se acercaba, mis ojos no lograban ver nada cuando de un pestañeo termine de regreso en la cama como si alguien me empujara contra ella. Quise levantarme enseguida percatándome que mi cuerpo estaba paralizado, algo me sostenía con fuerza del abdomen, los brazos y las piernas causando que mi movilidad fuera nula. Paralizado del cuello para abajo trate de gritar sin lograr producir ningún tipo de sonido, como si la oscuridad absorbiera mis palabras quede mudo sintiendo una gran presión sobre mi cuerpo que se extendía rápidamente impidiéndome incluso mover el rostro. Mis ojos eran los únicos que podían moverse, lamentablemente en ese lugar no había nada sosteniéndome, la presión se convirtió lentamente en dolor como si alguien estrangulara mi cuerpo con una fuerza descomunal.


Estuve varias horas consciente en mi cama sin poder moverme, siendo estrujado, aterrado de no poder hacer nada y esperando que terminara. Mi cuerpo no recupero su movilidad hasta que el sol comenzó asomarse por la ventana, aterrado deseaba que ese tormento no se volviera repetir, desafortunadamente cada noche que trataba de levantarme me sucedía exactamente lo mismo. Segundo mes A medida que el mes de junio avanzaba comprendí que estaba en presencia de una cosa que no podía verse, difícilmente se trataba de un sueño, también comprendí que seguía un patrón pues solo aparecía después de medianoche y antes del amanecer. Siempre antes de atacarme se hacía sentir, si notaba movimientos o que estaba despierto se hacía presente, si fingía dormir no hacía más que observarme, extrañamente si me cubría con las cobijas no me sucedía nada. La luz eléctrica no funcionaba si esa cosa estaba por aparecer, las linternas tampoco y el celular menos aunque estuviera con la batería cargada. Decidí no decirle a nadie de estos ataques porque serían imposibles de explicar de manera racional, además sabía cómo evitar ser atacado o eso pensé al principio. Sin darme cuenta una noche desperté paralizado, esa cosa me aplastaba contra la cama asfixiándome, trataba de divisar donde se encontraba sin ver nada a mi alrededor. Como si se hubiera percatado que era consciente de su presencia, que me hacia el dormido para no llamar su atención esta cosa cambio su patrón, atacándome sin importarle que hiciera movimientos. La solución que había encontrado ya no servía, si esa cosa me encontraba destapado me paralizaba contra la cama estrujándome con una fuerza sobre humana, la única solución era ocultarme bajo las cobijas pues jamás las levantaba. Evitando parecer un loco le hice comentarios sobre el tema a una amiga que estudiaba psicología dándole a entender que lo había visto en el conocido de un amigo, entre las hipótesis que me entrego me encontré con un trastorno llamado la parálisis del sueño, que es una incapacidad transitoria para realizar movimientos. Lo interesante del trastorno es que los síntomas iban perfectamente acoplados a los ataques que estaba sufriendo, incluyendo la incapacidad de hablar o moverme durante un lapso entre el sueño y la vigilia; eso explicaría porque no observaba a nadie en mi habitación. Con aquella teoría recurrí al profesor de psicología Eduardo Veracruz, esperando acabar con esta pesadilla de una buena vez. −Profesor me respondería algunas preguntas –le dije al encontrarlo en un pasillo. −Usted no es uno de mis estudiantes, ¿por qué tiene dudas? −Vera estuve hablando con una amiga, que es su estudiante sobre la parálisis del sueño y me quedaron algunas dudas. Pensé que un profesional como usted podría respondérmelas de mejor manera que el internet. − ¿Qué dudas serian? Al saber que estaba dispuesto a responder saque una pequeña libreta. − ¿Es un fenómeno muy común? −Si bastante común, no tiene riesgo para la salud por ende no debes preocuparte si lo has sufrido. −No lo he padecido –negué−. ¿Tiene algún tratamiento? −La clave está en el descanso, el estrés es la principal provocante y como te dije es algo muy común además raras veces ocurre seguido. − ¿Qué pasaría si ocurre muy seguido? −Se debe consultar aun profesional para tratamiento, que varía dependiendo de los antecedentes del paciente. Después de esa conversación revise mis antecedentes familiares sin encontrar nada relevante al caso, en mi familia no habían enfermedades del sueño, tampoco sufría de alguna patología que me afectara en dicha área ni consumía medicamentos. Al principio seguí una rutina de descanso que me había dado el psicólogo la cual consistía simplemente en mantener un horario de sueño, establecer una rutina, no beber nada antes de ir a dormir y un baño caliente cada noche. Cada día de junio que quedaba seguí estos pasos esperando que la supuestas pesadillas desaparecieran, admito que servían bastante para tener un mejor descanso pero no me ayudaron en mi problema. De alguna forma la situación comenzó a empeorar, de un solo ataque por noche aumentaron a dos, después de golpe a cuatro y antes de que terminara el mes tenía más de los que podía recordar. El temor me invadía llevándome a buscar en internet sobre el tema, mi mente estaba completamente enfocada en el área de la psicología pensando que debía ser un problema de mi subconsciente o alguna especie de estrés.

El internet jamás me entrego respuestas, tampoco los libros de psicología, una sesión con un psicólogo tampoco tenía valor ya que mis antecedentes no mostraban ninguna anomalía. Pensé un sinfín de veces que eran pesadillas provocadas por mi subconsciente, irónicamente esto llevaba a más interrogantes. ¿Por qué siempre eran tan similares? ¿Cómo podía estar consciente en más de cincuenta sueños consecutivos? Las respuestas a esas preguntas se me estaban acabando, cada información que encontraba no servía de nada, como si estuviera buscando en el lugar equivocado. El último día del mes a pesar de ser invierno hizo mucho calor, provocando que no usara ropa abrigadora. Los días anteriores me cubría por completo ya que toda la vida he sido muy friolento, de hecho cuando iba a la playa o piscinas terminaba tiritando sin importar que hiciera calor. − ¿Gerardo que te sucedió en el cuello? −me pregunto Lorena. Lorena Villalobos era una amiga del trabajo que tenía veintitrés años, cabello castaño y una estatura similar a la mía. Se encontraba estudiando tercer año de psicología y trabajaba en la tarde para financiar sus estudios. Recuerdo que siempre fue muy amable con todo el mundo, una mujer dedicada a su madre, sus estudios y con una gran cantidad de proyectos a futuro. Entre sus cualidades más llamativas estaba el hecho de que siempre se preocupaba por los demás, eso la llevo a fijarse enseguida en mi cuello revisándolo sin dejarme responder su duda. −Tienes un corte, parece haber sido con algo muy filoso –decía mirando levemente bajo mi polera« incomodándome». −Debo haberme cortado cuando llevaba las cajas a la bodega, ya sabes que soy muy descuidado… −Espera, ¿no sabías que estabas lastimado? ¿Qué te sucede? Debes estar muy distraído para no haberte dado cuenta, pareciera que alguien te pasó algo filoso por toda la parte trasera de tu cuello. −Creo que exageras, no me duele así que debe ser una herida vieja. Después de hablar con ella fui al baño de trabajadores para ver mi cuello en el espejo algo que me costó bastante, la herida estaba en una ubicación difícil de ver. En mi polera no había sangre, tampoco en mi piel y parecía estar cicatrizada ya que la costra estaba muy avanzada dándome a entender que era una herida que llevaba días. Al volver a mi departamento aquel enigma me asustaba, la cicatriz no tenía sentido era como si hubiera aparecido de la nada, ninguno de los días anteriores al bañarme había visto que estuviera a pesar de que media más de quince centímetros, tampoco lograba recordar haberme lastimado en mucho tiempo o al menos no durante el día. Analizando los ataques nocturnos recordé cuando mordí mi mano bajo las cobijas, el dolor se había sentido real, al igual que los ataques físicos, la falta de aire, la perdida de mi movilidad y la presencia de un ser que se arrastraba cada noche hacia mí. Decidí confrontar aquella cosa esa noche, estos ataques llevaban mucho tiempo molestándome para continuar buscando respuestas sin una pregunta clara, si era algo psicológico probablemente enfrentar ese temor me ayudaría a terminar con esto. Después de colocarme el piyama me senté en la cama esperando que apareciera, recuerdo ver el celular un par de veces para distraerme notando como el tiempo pasaba, al llegar la media noche encendí la lámpara para confirmar que sirviera, dos horas después realice el mismo acto y después espere una hora. La luz funciono hasta que el sueño comenzó a vencerme cerca de las cuatro veinticinco, llevándome a cerrar mis ojos varias veces, la oscuridad más el cansancio me hicieron finalmente caer rendido en la cama pensando que aquel acto de valentía psicológica había funcionado. Poco antes del amanecer desperté de golpe siendo asfixiado por aquella cosa, estaba a su merced como cada noche perdiendo el aire, la capacidad de moverme pero no la conciencia. Si era algo psicológico debía pelear por eso trate con todas mis fuerzas de mover mi cuerpo, durante horas luche contra mí mismo para poder moverme, deseaba que todo se detuviera. −Para… −dije con mucho esfuerzo. Al escucharse mi esforzada palabra esa cosa elevo mi cuerpo sobre la cama, a la vista de cualquiera estaba flotando, solo mis pies seguían tapados por unas pocas cobijas que se ondulaban como si el viento las sometiera. Al ver más detenidamente las cobijas distinguí que ese movimiento no podía ser provocado por el viento, las ventanas estaban cerradas además su movimiento era casi vivo, como el de una extremidad moviéndose entre ellas, las mismas que apretaban cada parte de mi cuerpo.

−Basta… −grite cerrando los ojos aterrado.

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