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Demasiado para mi – Victoria Dahl

El ruido de la tostadora, que ya le resultaba familiar, sacó a Merry de un profundo sueño. Abrió los ojos e inmediatamente tuvo que volver a cerrarlos, porque la luz del sol era muy fuerte y se colaba por la apertura de las cortinas del salón. –¿Ya estás harta de mí? –gruñó, con la voz amortiguada por la almohada. Era la misma pregunta que hacía todas las mañanas. En algún momento, la respuesta sería afirmativa, pero aquel día, no, gracias a Dios. –¿Estás de broma? –preguntó Grace, desde la cocina–. Si te echo, perderé más de la mitad de los muebles de la casa. –Y un sofá cama con demasiada presencia. –Por no mencionar a mi mejor amiga –dijo Grace, y apareció junto al sofá con una taza–. ¿Café? –Dios, te quiero –dijo Merry. –Me estás utilizando por mi café. –Y por tu apartamento. –¿Quieres dejar eso ya? –protestó Grace–. Además, se supone que tienes que decir que me estás utilizando por mi cuerpo. Eso haría que me sintiera guapa. Merry se incorporó y le dio un sorbo al café. Después, cabeceó. –Ni hablar. Yo no quiero ser el segundo plato y, por lo que veo, Cole ya te ha estado utilizando. Grace soltó un resoplido. –Puede ser. O, a lo mejor, he estado utilizándolo yo. –Y yo que creía que la cojera que todavía le queda era por la operación. Grace se había dado la vuelta para marcharse, pero se giró de nuevo y le dio un beso en la cabeza a Merry. –Bromas aparte, me alegro de que estés aquí.


Te he echado de menos. Quédate lo que quieras. Seis meses. Un año. No importa. –Sí, quiero estar durmiendo en tu salón durante un año –repuso Merry, con un resoplido. Sin embargo, solo era fachada; en realidad, dormiría con gusto en el suelo con tal de estar con su amiga. Habían estado viviendo a dos mil cuatrocientos kilómetros durante tres años, y había echado de menos tenerla cerca. Para ella estaba muy bien el salón. No necesitaba una cama grande ni una puerta con pestillo. No había ningún hombre esperándola; incluso había dejado de masturbarse hacía seis meses. Se había hecho célibe incluso en la imaginación, porque su inacabable periodo en dique seco había terminado por vencerla. Así pues, se había rendido y había empezado a hacer crucigramas en su teléfono móvil. –Voy a hacer el desayuno –dijo, después de haberse tomado unos cuantos sorbos de café. –Ya lo he hecho. Bagels tostados. Mi especialidad. Media hora después, estaban saliendo por la puerta. Merry dejó a Grace en el estudio de fotografía donde trabajaba, buscando exteriores para rodajes de películas y preparando sets, y se dirigió hacia las afueras de Jackson, hacia el valle que había más allá del pueblo. Llevaba una semana allí, pero las montañas seguían sorprendiéndola. Bueno, sorprender no era la palabra; la maravillaban. Le hacían sentir reverencia. Hacían que se sintiera pequeña, y eso le gustaba. Aunque no tuviera la estatura de una modelo, medía un metro setenta centímetros y siempre destacaba. Ojalá fuera más bajita, como Grace.

Ojalá pudiera esconderse entre la gente, en vez de sentirse siempre demasiado alta y torpe. Tenía un cuerpo que estaba bien, pero no sabía nada de ropa, ni llevaba tacones. No sabía maquillarse sin la ayuda de Grace, y siempre iba en vaqueros y camiseta. Sin embargo, eso ya no tenía importancia. Ya no estaba en Texas, donde las chicas nacían con un peinado perfecto y las uñas pintadas, y con la capacidad innata de andar en tacones incluso antes de saber gatear. Aquello era Wyoming, y ella trabajaba en un pueblo fantasma. Con una sonrisa, giró el volante hacia una carretera que llevaba a un rancho, y oyó la gravilla golpear en el chasis del coche. Allí no podía ponerse otra cosa que no fueran pantalones vaqueros y camisetas; tal vez, cuando el museo estuviera en marcha, sí podía cambiar de indumentaria, pero, por el momento, su lugar de trabajo era un pueblo de casas destartaladas de madera gris que la esperaban cada día como si fueran una aventura. Bueno, en realidad, aquel pueblo no le pertenecía, pero sonrió de nuevo al ver la aguja de la iglesia a lo lejos. La carretera volvió a descender hacia el valle, y la iglesia desapareció. Solo llevaba trabajando una semana allí, pero ya adoraba el lugar. Era solitario y algunos dirían que, incluso, triste. No era más que un pequeño grupo de dieciocho edificios dispersos, la mitad de ellos derrumbándose sobre sí mismos, pero, cuando Merry tomó la última curva del camino y el pueblo apareció ante su vista, dio un suspiro de alivio. El pueblo se llamaba Providence y, para ella, era mucho más que la providencia. El destino había querido que encontrara trabajo en aquella parte de Wyoming, cuando su mejor amiga se había ido a vivir allí hacía menos de nueve meses. Y era una suerte increíble que la hubieran contratado con tan solo un año de experiencia trabajando en el museo de un pueblo pequeño. Todavía era una novata, pero la Fundación Histórica de Providence había creído en ella, e iba a hacer que sus patronos se sintieran orgullosos. Ella misma iba a sentirse orgullosa. Se detuvo en uno de los parches de terreno desnudo y endurecido que bordeaban un estrecho camino de tierra y salió del coche. El ruido de la puerta al cerrarse resonó por el prado que se extendía a su espalda. Frente a ella estaba Providence, que no era más que un camino ancho invadido por la hierba y algunas artemisas y rodeado de edificios dispersos. Más allá del pueblo se elevaban colinas cubiertas de álamos temblones. Merry respiró hondo e inhaló el aire más puro que hubiera respirado nunca. Aquel era un buen lugar para ganarse la vida. No podía fallar, lo sabía.

Aquel pequeño pueblo de Wyoming era el lugar más hermoso que había visto jamás. Echó hacia atrás el bolso que se había colgado del hombro y empezó a recorrer el sendero, a través de la hierba. Aparte del amor que le había tomado a Providence, no podía permitirse el lujo de fracasar en aquel momento. Tenía treinta años, y llevaba toda la vida flotando, como si fuera una pelusa de diente de león. Algunas veces había puesto los pies en la tierra, había tenido trabajo un año o dos. Cajera de banco, comercial, crupier de blackjack, paseadora de perros. Incluso había ido a una escuela para aprender peluquería, pero, de aquella experiencia, lo único bueno que había sacado era su amistad con Grace. Así pues, se le daban bien todos los oficios y, aunque no hubiera llegado a especializarse en nada, era muy trabajadora. No era perezosa ni tonta. Aunque sus primos le hubieran puesto el apodo de Merry la Vaga hacía unos años. Aunque su madre, cuando se había comprado un piso nuevo, le hubiera explicado con tacto que solo tenía una habitación y que no iba a poder volver a alojarla. Eso le había dolido. Ella solo había ido a vivir con su madre una vez, durante unos meses, pero eso había sido cuatro años antes. –Pero ¿qué dices? ¿Por qué me dices eso? –Solo quería que lo supieras, cariño. Ya no puedo hacer de red de seguridad. Red de seguridad. Como si ella fuera una trapecista de circo con un historial horroroso. Bueno, en realidad, también había ido a casa de su madre varias veces después de la universidad, pero siempre habían sido estancias cortas. Y… Sí, vivía la vida al día, al contrario que sus primos, que eran atractivos y estaban muy motivados, y ganaban mucho dinero. Las reuniones familiares eran un poco dolorosas, pero ella podía lidiar con eso. Con lo que no podía lidiar era con su nueva duda. Demonios, su madre siempre había sido un espíritu libre, pero ahora parecía que incluso ella estaba preocupada. Como tuvo que entrecerrar los ojos debido al sol brillante de la mañana, Merry pisó sin querer una flor silvestre, alta y de color púrpura, que estaba justo en el medio del camino. A lo largo del año anterior, lo que había comenzado como una inquietud se había convertido en una irritación constante. Un grano de arena debajo de la piel.

Lentamente, las partículas de ansiedad y miedo habían empezado a acumularse a su alrededor, justo encima de su esternón. Aquel grumo le presionaba el pecho y, a aquellas alturas, ya era como una piedra que notaba cada vez que tragaba. Ella siempre había sido feliz, y siempre había pensado que, algún día, tropezaría con lo bueno de la vida. Con el puesto que convertiría el trabajo en una pasión. Con el amor que transformaría su vida de soltera en algo lleno de alegría. Sin embargo, eso no había sucedido, porque esas cosas no sucedían como por arte de magia. Así que había llegado a la conclusión de que continuar con aquella actitud solo iba a servirle para pasar más años flotando por la vida, sin sentido y sin ataduras, mecida por el viento, conforme con dejarse llevar. Aquello había terminado. En aquella ocasión, las cosas no iban a ser así. En Providence, no. Merry subió con seguridad los escalones de madera del robusto porche de la primera casita. Abrió la puerta y miró disimuladamente la entrada, por si había arañas en el camino. Aunque Providence solo fueran dieciocho edificios destartalados rodeados de maleza y montañas ásperas, ella iba a convertirlo en un destino turístico, en una fascinante parada. El pueblo tendría un museo pequeño y pintoresco. Iba a hacerlo. Aquel pueblo iba a ser su triunfo. Aquel pueblo iba a ser su Waterloo. Había pasado otra semana, y ella se estaba volviendo loca. El patronato de la Fundación Histórica de Providence estaba compuesto por cinco personas encantadoras que tenían más de sesenta años. Dos de las mujeres habían estado casadas con el fundador, Gideon Bishop. No al mismo tiempo, por supuesto. Su primera esposa había estado casada con él cuarenta años, aunque también había una esposa anterior a ella en alguna parte. La tercera esposa solo había pasado cinco años con él, pero estaban casados cuando él murió, y parecía que, por ese motivo, ella tenía un lugar de honor en el patronato. Al menos, en su opinión. Los otros tres eran hombres que afirmaban haber sido el mejor amigo de Gideon en algún momento.

Las reuniones podrían ser como encantadoras reuniones familiares que se producían cada dos semanas, pero eran como una obra de Teatro Pasivo Agresivo. No eran capaces de ponerse de acuerdo en nada, ni siquiera de recordar el mismo suceso de la misma manera. –Por favor –les rogó Merry por tercera vez aquel día–. Necesito hacer algo. Algo. La exmujer Jeanine asintió. –Bueno, puede hacerse cargo de los archivos. –Sí, bueno, es que terminé de organizarlos hace una semana. –Ah –dijo Harry–. ¿Sabe quiénes podrían ayudarnos? Los de la Fundación Histórica de Jackson. Seguro que tienen todo tipo de fotografías e historias que… –Sí –dijo Merry, aunque se sintió culpable por interrumpir a su interlocutor–. Por supuesto que sí. Me lo indicaron la semana pasada y estuve allí durante horas, pero parece que Gideon ya había hecho todo ese trabajo, y no encontré nada nuevo. –¿Y en la biblioteca? –preguntó la tercera esposa, Kristen. –Sí, eso, también –respondió Merry, intentando sonreír–. Estoy consultando todos los libros de historia de la zona que he podido encontrar, pero… Levi Cannon dio una palmada en la mesa, y ella se sobresaltó. –¡Ya sé! ¡La Fundación Histórica de Teton County! Merry se animó. Aquel lugar no lo había visitado todavía. Sin embargo, la emoción se apagó rápidamente. –Iré a consultar sus fondos, pero… ustedes me trajeron aquí para fundar un museo que atrajera a la gente a Providence. Eso era lo que quería Gideon, ¿no? Y eso es lo que quiero yo también. Puedo hacer copias de las fotografías y recabar más información sobre los fundadores del pueblo y sobre la riada que lo destruyó, pero eso no va a atraer a la gente. Necesito que se restauren los edificios. Que se arregle la carretera. Que se construya un aparcamiento.

Tenemos que hacer planes. Contratar trabajadores. Hacer algo. La tercera esposa, Kristen, carraspeó y miró a Harry, que, a su vez, miró a Levi. –Bueno… –dijo Levi. Se sacó un pañuelo del bolsillo y se enjugó el sudor de la nuca–. Verá, señorita Kade, hay un problemilla. –¿Un problemilla? –preguntó Merry, con una punzada de ansiedad. Fue como un escalofrío que le recorrió los brazos hasta los dedos a la vez que la invadía la sospecha de que no estaba a la altura–. ¿De qué problema se trata? ¿Es por mi currículum? Sé que solo tengo dos años de experiencia, pero les prometo que no van a encontrar a nadie con más vocación. Ya adoro Providence como si fuera de aquí. Si… –No, no –dijo Jeanine–. Usted ha sido una adquisición muy barata. No podíamos permitirnos contratar a nadie con más experiencia, con el… ¡Ay! –chilló Jeanine. Después, fulminó a Kristen con la mirada–. ¿Me has dado una patada? –¡Eres una maleducada! Pero a ella no le importó. Ya sabía que era un chollo. O una imitación barata de alguien que sabía lo que estaba haciendo. Sin embargo, era demasiado feliz por estar allí como para que eso le importara. –¡Fue idea de Levi! –exclamó Jeanine. –¿El qué? –preguntó Merry, mientras los demás trataban de acallar a la mujer. Sin embargo, Levi suspiró, volvió a secarse el sudor de la nuca y guardó el pañuelo en su bolsillo. –Hay una pequeña demanda. –¿Una pequeña demanda? –Bueno…. Aparte del terreno en el que se alza Providence, Gideon le dejó el resto de las tierras a su nieto.

El chico no quiere el pueblo, pero está luchando contra la fundación, así que el dinero está un poco…paralizado, por el momento. –¿Cuánto tiempo? –preguntó ella, entrecerrando los ojos. Todos ellos se movieron con incomodidad en sus asientos y se miraron de nuevo. –No estamos seguros –dijo Jeanine. –Pero…¡No lo entiendo! ¡Me trajeron aquí para trabajar! –Bueno, sí –respondió Jeanine, con una sonrisa comprensiva–. Por supuesto, pero… La decisión de contratarla fue un movimiento estratégico. Kristen soltó un resoplido. –¡Fuiste tú quien lo decidió! Jeanine la fulminó con la mirada. –El juez desbloqueó una pequeña cantidad de la fundación para pagar los gastos administrativos. Todos decidimos que lo mejor que podíamos hacer era seguir con los planes de Gideon o, por lo menos, aparentar que continuábamos. Eso nos da una posición de poder. La posesión tiene efectos jurídicos, y todo eso. –Aparentar –murmuró Merry, que se sentía tan conmocionada, que no podía decir nada más. Lo único que querían era utilizarla para aparentar algo. Aquella no era su gran oportunidad de tener éxito, sino solo, un movimiento en una batalla legal. Marvin se inclinó hacia delante y carraspeó. –Usted no tiene que preocuparse por nada de esto. Tiene su sueldo. Deje que estos idiotas sigan perdiendo el tiempo, y haga lo que pueda. –¿Con qué? –le espetó ella–. ¿Con los matojos que ruedan por ahí? –¡Eres idiota, Marvin Black! –chilló Kristen–. Tú eres el que le llenó a Gideon la cabeza de tonterías. ¡Todas tus grandes ideas del patrimonio histórico! –¡Bah! Si no eres capaz de mantenerte con todo lo que te dejó, es que eres una manirrota. Gideon quería dejar un legado. –Legado –dijo Kristen, con desprecio–.

Más bien, una quijotada. –Y, si piensas eso, ¿por qué estás aquí? Merry los observó mientras se hacían reproches el uno al otro, pero, en realidad, no estaba escuchando. Le daba vueltas la cabeza. –¿Qué se supone que tengo que hacer yo? –preguntó, a nadie en concreto. Respondió Levi. –Vamos a tratar de desbloquear más fondos para usted el mes que viene. Mientras, debería ir a visitar la sociedad histórica del condado, a ver qué encuentra –le dijo. Le dio una palmadita en la mano para despedirla, y Merry se dejó despedir. Se puso de pie y salió al porche delantero de la casa en la que había vivido Gideon Bishop toda su vida. Había muerto allí, en los amorosos brazos de Kristen, según ella misma, y había dejado una herencia que a nadie le importaba demasiado. Gideon solo había tenido un hijo en su primer matrimonio, que se había separado de él hacía décadas. Y tenía dos nietos con los que no había hablado durante muchos años. Gideon había terminado acumulando mucho más dinero del que podía necesitar una persona, y lo había dedicado todo a aquel estúpido pueblo fantasma. Como ella misma. Pero ella se había equivocado. Había creído que la fundación la había contratado porque creían en ella. Su llamada la había dejado sorprendida, anonadada. Y muy feliz. Sin embargo, en aquel momento, se había dado cuenta de que la pasión que había mostrado por el trabajo había eclipsado las incoherencias que se reflejaban en su currículum. La carta que les había escrito los había dejado conmovidos, y la habían elegido para devolverle la vida a Providence. O… la habían elegido porque era la opción más barata para pasar por una fundación legítima ante un juez. No creían en ella ni lo más mínimo. No era más que un cero a la izquierda. Y aquello sería otro fracaso en su vida. Bajó los escalones y corrió hacia su coche, porque quería escapar de allí antes de empezar a llorar.

Las lágrimas se le cayeron antes de cerrar la puerta. A ellos no les importaba nada que ella tuviera éxito allí. Su intención nunca había sido que hiciera nada de nada. –Esos viejos… asquerosos –murmuró. Ni siquiera pudo llamarles algo más fuerte, lo que realmente se merecían. No era lo suficientemente dura. Ella solo era una pelusa de diente de león que iba flotando por el aire. Con enfado, metió la marcha atrás y apretó el acelerador. Aquel era un buen sitio para dar rienda suelta a sus emociones con una carrera salvaje. Después de todo, estaba en mitad de ninguna parte, en una pista de tierra. No había nada, salvo artemisas y… Se oyó un golpe fuerte que interrumpió sus pensamientos y le encogió el estómago. Frenó en seco, avanzó un poco hacia delante y salió del coche. Miró la hierba seca del borde del jardín. Había derribado el buzón. Era un buzón de madera con el apellido Bishop escrito en letras negras en la parte superior. Y, en aquel momento, yacía en el suelo como si fuera la víctima de un asesinato. Oh, Dios… Miró hacia la casa. No podía dejarlo así. Parecería que lo había hecho a propósito porque la habían insultado. Y no podía volver y confesarlo, porque se había marchado airadamente, y ellos solo la habían contratado porque su sueldo era barato. –¡Oh, Dios! Empezó a llorar de ira y de pánico, y porque, por muy humillada que se sintiera, no podía perder aquel trabajo. No podía. Miró el buzón. Era como si hubiese asesinado un icono muy valioso. El poste no estaba roto, así que tal vez pudiera volver a meterlo en la tierra.

Lo recogió con esfuerzo y lo deslizó para meterlo de nuevo en el agujero. Encajó perfectamente. –Gracias a Dios –murmuró. Después de empujarlo un poco hacia abajo, lo soltó, y el buzón se ladeó hacia la izquierda. Lo tomó con ambos brazos y trató de ponerlo derecho con todas sus fuerzas. En aquella ocasión, al apartarse, vio que solo quedaba un poco torcido. Después, miró hacia la casa por última vez, entró corriendo a su coche y se marchó. Sin embargo, mientras recorría la carretera de gravilla, observando la nube de polvo que dejaba a su paso, apretó la mandíbula y endureció el corazón. No importaba por qué la hubieran contratado. No importaba quién pensaran que era. Había ido allí para encontrar un lugar en el mundo, y eso era lo que iba a hacer. Shane Harcourt estaba tan cansado que no sabía si iba a poder subir los escalones de la Granja de Sementales. Llevaba dos semanas haciendo trabajos de carpintería en un rancho de Lander y una semana levantando vallados en la altiplanicie de Big Piney y, al entrar en el portal, se tambaleó. Le dio las gracias a Dios, porque, por fin, Cole se había recuperado por completo y había dejado libre aquel apartamento del piso bajo. Aquel día, él no habría sido capaz de subir hasta el segundo. Metió la llave en la cerradura. Una cerveza. Una ducha caliente. La cama. Iba a dormir dos días seguidos. Todo un placer. Giró la llave. –¡Shane! Shane pestañeó al oír a su vecina Grace saludándolo con tanto entusiasmo. Frunció el ceño y se giró, sin soltar el pomo de la puerta. –Hola –dijo una mujer, que no era Grace.

Vio a una chica morena y alta, que llevaba una camiseta de Óscar el Gruñón y, automáticamente, se tocó el ala del sombrero. –Buenos días –dijo. –Ya es por la tarde –respondió la chica. –¿Ah, sí? –preguntó él. Ella estaba sonriendo. Tenía el pelo oscuro y la cara redondeada, y una sonrisa franca–. ¿Nos conocemos? –¿Me lo preguntas en serio? Vaya, me siento un poco ofendida. Shane trató de recordar los pocos encuentros sexuales que había tenido últimamente. Eran muy pocos, realmente, y estaba seguro de que no se había acostado con aquella chica. –¿Disculpa? –Shane, soy Merry. ¿Merry? Se la quedó mirando fijamente. –Merry Kade. La amiga de Grace. –Ah…Sí, claro. Merry. Hola. A ella se le apagó un poco la sonrisa, así que Shane se esforzó más. –Me alegro de verte. ¿Estás de visita? –No, me he venido a vivir aquí. Por el momento estoy en casa de Grace. –Ah, me alegro –dijo él. Estuvieron a punto de cerrársele los ojos a causa del agotamiento. –Yo también me alegro de que hayas vuelto. Eres carpintero y vaquero, ¿no? –No, soy solo carpintero. Vaquero, no.

–Claro que sí –dijo ella, señalándolo con un movimiento de la mano–. Mira qué botas. Y el sombrero. –Ser vaquero es un trabajo. No tiene nada que ver con las botas, ni con el sombrero. –De acuerdo. Entonces, eres carpintero, ¿no? –dijo ella. Cuando él asintió, Merry volvió a sonreír, y la sonrisa le iluminó la cara–. ¡Eres justamente lo que necesito! Shane estaba demasiado cansado como para responder, así que asintió. –¿Necesitas ayuda con alguna estantería, o algo así? Merry se echó a reír. –Claro, algo así. Él sonrió forzadamente. –De acuerdo, ya hablaremos. Mira, llevo varias semanas trabajando jornadas de doce horas, y ahora no puedo encargarme de montarte la estantería. Estoy a punto de caerme y no veo bien. Solo puedo pensar en comer algo, darme una ducha y dormir diez horas. Bueno, quitando lo de la ducha. Eso puede esperar. –Eh… Bueno, no te preocupes. No hay problema. La estantería puede esperar. Duerme. Y come. Y dúchate.

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  1. excelente libro.muy buena narrativa!!

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