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Curiosidades y anecdotas de la historia Un – Carlos Fisas

Errará quien piense encontrar en este libro una historia de la Edad Media, no es este su propósito como queda bien explícito en su título. Se trata únicamente de algunas curiosidades y anécdotas de estos mil años de historia y vistos también únicamente desde la Europa occidental. Quédese para otro libro lo referente a la Europa oriental y a la fascinante historia del Imperio bizantino, cuyo final marca también el final de la Edad Media. Muchas cosas han quedado, no ya en el tintero, que esto ya no se usa, pero sí en la tinta de la máquina de escribir: el proceso de Juana de Arco, la azarosa vida y final trágico de don Álvaro de Luna, las peregrinaciones a Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela, los fastos y las miserias de la corte papal, aquí solamente iniciadas, la visión del mundo de los científicos y los filósofos, y tantas cosas más que formarán parte de otro libro que escribiré si Dios me da vida, y el editor su aprobación. Como todos mis libros, este es producto no de investigación sino de lecturas, y el lector encontrará al final del mismo la bibliografía en que me he basado. Debo hacer constar que dos libros en especial han facilitado mi labor; uno es Clínica egregia, de Luis Comenge, arsenal de curiosidades médicas que valdría la pena, si no reeditar, si por lo menos revisar y poner al día. Otro caudal inmenso de anécdotas es la Enciclopedia degli aneddoti de Femando Palazzi, cuyos cuatro voluminosos tomos son siempre de consulta obligada. LA EDAD MEDIA Cierto día, contemplando los magníficos frescos románicos que se encuentran en el museo de Arte de Cataluña, tropecé con un grupo de jovencitos que dirigidos por un maestro recibían de él las explicaciones que estimaba pertinentes; en un momento dado, ante el magnífico Pantocrátor de Taüll, dijo: «Los artistas medievales no sabían pintar y por eso en estas pinturas no hay perspectiva ninguna». No me pude aguantar y le pregunté si creía que un pintor como Matisse sabía pintar o no, y, ante su respuesta afirmativa, le dije que en la mayor parte de cuadros del gran artista francés la perspectiva brilla por su ausencia. Y es que el término Edad Media es sinónimo, para muchos, de ignorancia y barbarie. Se habla de la crueldad que reinaba en aquellos tiempos, de la ignorancia de sus hombres, de lo rudimentario de sus técnicas, olvidando que construían catedrales como las de León, Chartres, Colonia y tantas otras que son admiración de millones de turistas, que, en cuanto a barbaridades, nuestro siglo de campos de concentración y bombas atómicas, hornos crematorios y Gulags no es precisamente un modelo de civilización, que el bombardeo de Dresde, ciudad sin ninguna significación militar, lúe tan terrorífico que en él perdieron la vida más personas que en Hiroshima calcinadas por las bombas de fósforo o hervidas vivas en las aguas del río transformado en una corriente de agua hirviendo. La expresión Edad Media fue acuñada por los humanistas del siglo XV para significar que ellos retomaban la antorcha de la cultura grecorromana que, según creían, había estado apagada durante un milenio. De un plumazo borraban de la cultura europea Tomás de Aquino, Berceo, Abelardo, Avicena, Maimónides, Chaucer y miles de nombres más. No sabían, o ignoraban, que Platón, Virgilio, Ovidio y Homero, por ejemplo, eran conocidos, traducidos y comentados en los scriptoria de los monasterios y abadías. Refiriéndonos solo a nuestro país, ¿cómo considerar bárbaros los siglos que han producido obras tan importantes como las crónicas de Alfonso el Sabio, Jaime I o Muntaner? ¿Cómo olvidar que por primera vez habló en lengua vulgar la filosofía por boca de Ramón Llull? ¿Cómo despreciar los trabajos de la Escuela de Traductores de Toledo o los magníficos de los scriptoria de Vic y de Ripoll que permitieron a Gerberto, después papa con el nombre de Silvestre II, conocer los clásicos y las obras de la cultura oriental? La gran medievalista francesa Régine Pernoud, autora de multitud de libros de su especialización, cuenta en uno de ellos, Pour en finir avec le Moyen Age, dos anécdotas significativas de la ignorancia que sobre esta época tiene mucha gente. Un día se le preguntó: «¿Podría decirme la fecha exacta del tratado que puso oficialmente fin a la Edad Media?». Con una pregunta subsidiaria: «¿En qué ciudad se reunieron los plenipotenciarios que prepararon este tratado?». Otro día fue un director de programas de televisión que le preguntó: «¿Tiene usted diapositivas que representen la Edad Media?», y ante la sorpresa de la investigadora añadió: «Sí, que den una idea de la Edad Media en general: matanzas, asesinatos, escenas de violencia, hambres, epidemias…». Claro está que como Régine Pernoud es una persona bien educada no echó con cajas destempladas de su despacho al ignorante individuo. La ignorancia y el desprecio que los intelectuales de los siglos XVI, XVII y XVIII tenían y sentían sobre la Edad Media era tal que se propuso en serio en París derribar la fachada de la catedral de Notre-Dame para sustituirla por otra de tipo clásico como la columnata del Louvre. Suerte que los románticos descubrieron otra vez las bellezas de la Edad Media y, aunque cayeron en su idealización, salvaron para Europa las joyas artísticas de aquella época. Gracias a ellos se inició un estudio más profundo del Medioevo. No obstante, como ha podido comprobarse por las dos anécdotas anteriormente narradas, la leyenda negra de la Edad Media perdura hasta nuestros días. ¿En qué consistía el pensamiento renacentista? Exagerando la nota, por supuesto, lo que querían los renacentistas era copiar las obras de arte de los griegos y de los romanos e imitar en lo posible la literatura y el pensamiento de los autores de aquellas dos civilizaciones. Claro está que si a los hombres del Renacimiento les hubiesen hablado del arte etrusco, cretense o egipcio hubiesen levantado los brazos al cielo negándoles toda validez.


Se ha de tener en cuenta que la arqueología como ciencia no empezó a nacer hasta finales del siglo XVIII.

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