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Cuidado. No mires atras – Jennifer L. Armentrout

No reconocí el nombre del letrero. Nada en aquella carretera rural resultaba familiar ni acogedor. Frente a la casa medio en ruinas, las malas hierbas infestaban el jardín entre árboles grandes, majestuosos. Las ventanas estaban cerradas con tablones. No había puerta, solo un hueco. Con un escalofrío, deseé estar lejos de… donde estuviera. Caminaba con más dificultad de lo normal. Tropecé en el pavimento frío, y una piedra afilada me arrancó un gesto de dolor cuando se clavó en la planta de mi pie. ¿Mi pie descalzo? Cuando me paré a mirar vi, entre el polvo, restos de pintaúñas rosa descascarillado y… sangre. Mis pantalones estaban tan embarrados que los bajos se habían quedado tiesos; lógico, teniendo en cuenta que iba descalza, pero ¿y la sangre? No entendía que hubiera manchas de sangre en las rodillas de los vaqueros. Mi vista se nubló, como si me hubieran puesto una gasa gris delante de los ojos. Mientras miraba el asfalto gastado debajo de mis pies, las piedrecitas dieron paso a otras piedras más grandes y redondeadas. Por las grietas se filtraba algo oscuro, aceitoso. Di un respingo y parpadeé. La imagen desapareció. Levanté unas manos temblorosas, llenas de barro y arañazos. Tenía las uñas rotas y ensangrentadas. En el pulgar había un anillo plateado con una costra de suciedad. Las mangas desgarradas del jersey dejaban a la vista moratones y cortes en una piel muy clara. Mis piernas empezaron a flojear. Caminaba dando tumbos. Intenté acordarme de lo que había pasado, pero tenía la cabeza vacía. Un hueco negro donde no existía nada. Pasó un coche que frenó hasta detenerse a pocos metros. En las trincheras de mi subconsciente reconocí, en los intermitentes de color rojo y azul, una fuente de seguridad.


Por el lado negro y gris del coche patrulla se sucedían unas letras elegantes que formaban las palabras DEPARTAMENTO DEL SHERIFF DEL CONDADO DE ADAMS. ¿Condado de Adams? Tuve una fugaz sensación de familiaridad. Se abrió la puerta del conductor y bajó un policía, que dijo algo por el transmisor que llevaba en el hombro. Me miró. —Señorita… —Empezó a rodear el coche con cautela. Parecía muy joven para ser policía. Por alguna razón, no me resultó normal que un chico recién salido del instituto fuera armado. ¿Y yo? ¿Iba al instituto? No lo sabía—. Hemos recibido una llamada sobre usted —dijo amablemente—. ¿Se encuentra bien? Intenté contestar, pero apenas conseguí emitir un sonido ronco. Después carraspeé, e hice una mueca al sentir un escozor en la garganta. —No… no sé. —Bueno. —El policía se acercó enseñando las manos, como si yo fuera un cervatillo a punto de salir corriendo—. Soy el agente Rhode y he venido a ayudarla. ¿Sabe qué hace aquí? —No. Se me hizo un nudo en el estómago. Ni siquiera sabía dónde era «aquí». Su sonrisa se volvió más forzada. —¿Cómo se llama? ¿Que cómo me llamaba? Todo el mundo sabe cómo se llama. Sin embargo, me quedé mirando al policía sin ser capaz de responder. Mientras tanto, el nudo crecía. —No… no lo sé. El agente parpadeó. La sonrisa había desaparecido.

—¿No recuerda nada? Lo intenté de nuevo, concentrándome en el vacío que notaba entre las orejas. Lo sentía así, como un vacío. E intuía que no era nada bueno. Mis ojos empezaron a empañarse. —Tranquila, señorita. Cuidaremos de usted. —Tendió la mano y la cerró suavemente alrededor de mi brazo—. Todo se arreglará. El agente Rhode me acompañó a la parte trasera del vehículo. Yo no quería estar al otro lado del cristal. Sabía que era algo negativo. Al otro lado del cristal de los coches patrulla solo se sentaban los malos. Quise protestar, pero él no me dio tiempo; me ayudó a sentarme y me abrigó los hombros con una manta áspera. Antes de encerrarme en la parte mala del coche, se puso de rodillas y sonrió para tranquilizarme. —Todo irá bien. Yo sabía que no era verdad; lo decía solo para consolarme, pero no sirvió de nada. ¿Cómo podía ir todo bien si yo ni siquiera conocía mi propio nombre?

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