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Cuervo Judio – Katy Molina

La novela Cuervo Judío está dedicada a una persona muy especial para mí; Jorge de Oro Martín. Un lector que se fijó en esta novela cuando todavía era un borrador y que apoyó incondicionalmente desde el minuto uno. Gracias por estar, gracias por ser como eres y gracias por tu generosidad con mi proyecto. Tuve la oportunidad de conocerlo en un evento en Madrid y solo puedo decir de él que es una persona amable, simpática e implicada con el escritor. El mayor logro de una novela es un lector, porque sin ellos; las historias, no cobrarían vida. Has sido una pieza fundamental para mi Cuervo, porque sin tu entusiasmo, y el de muchos lectores, no hubiese llegado al final del camino. Yo, Katy Molina, te doy las gracias una y mil veces. Los sueños se alcanzan por personas como tú. Un minuto de silencio Antes de empezar a leer Cuervo Judío guarda un minuto de silencio por todas aquellas almas que perecieron injustamente en los campos de concentración. Ellos merecen no ser olvidados. Con sus historias y testimonios le damos la voz que una vez les arrebataron e intentaron borrarlos convirtiéndolos en humo. ¿Estáis preparados para el viaje? Aquí empieza la extraordinaria historia de un judío que estuvo preso en Auschwitz – Birkenau. Prólogo En mitad de la inmensa llanura se levantaba imponente una cortina de humo espeso. En ella se reflejaban las caras de horror y los gritos agónicos de millones de judíos que se despedían de la vida sin más remedio. Auschwitz – Birkenau albergaba en su interior oscuridad y muerte, la antesala de las peores pesadillas de los prisioneros. Los nazis la bautizaron como la solución final. En otras palabras: el exterminio de los judíos. Nunca antes un ser humano había cometido semejante crueldad y brutalidad. Los despojaron del raciocinio, de la libertad, de sus vidas, y los llevaron al matadero igual que al ganado. Trozos de carne que olían a muerte; las almas de las víctimas estaban podridas. Jamás pensaron que serían parte del infierno de Dante. Pero escuchad y atended: Cuervo Judío no es una simple novela sobre el holocausto nazi; sus páginas guardan un secreto sobrenatural que cambió la historia de la gran masacre tal y como vosotros la conocéis. Solo os diré que la muerte crea muerte y que de las cenizas surgió un cuervo tan negro como el corazón de Hitler. Esta es la historia de Gabriel, un judío que fue preso en Auschwitz. Un hombre que se convirtió en una leyenda forjada en el fuego del infierno más terrible de toda la historia de la humanidad.


Primera Parte Entrevista En la actualidad, Berlín. Christopher Heber cogió la grabadora, el lápiz y un bloc de notas; había quedado para realizar una entrevista a uno de los supervivientes judíos de Auschwitz – Birkenau. Todavía faltaba media hora para la hora concertada en la cafetería Distrikt Cofee. Suponía que, al ser un hombre mayor, iría acompañado de un familiar y no quería hacerlo esperar. Salió de casa con el maletín. Estaba eufórico; siempre había soñado con entrevistar a una persona que hubiese vivido el holocausto nazi; tenía el presentimiento de que esa conversación le daría el prestigio que necesitaba dentro de la redacción del Bild, periódico en el que trabajaba. El día se presentaba nubloso y gris; algunas gotas de lluvia empezaban a mojar el suelo. Christopher se cubrió la cabeza con el maletín para llegar al coche destartalado que había heredado de su padre. No ganaba lo suficiente como para invertir en un modelo nuevo. Arrancó y se puso en marcha; estaba ansioso por conocer a Gabriel. No le había comentado su apellido, pero no importaba. Los testimonios de judíos del horror nazi escaseaban, ya que ninguno quería revivir el sufrimiento pasado. Aparcó justo enfrente del Distrikt Cofee; quedaban tres minutos para la cita. Salió corriendo del vehículo y cruzó la calle sin mirar; un coche estuvo a punto de atropellarlo. Se disculpó con el conductor y entró en la cafetería con torpeza. Al fondo vio una mesa libre y discreta para una entrevista de esas características. Colocó la gabardina en el respaldo de la silla y abrió el maletín. Dejó la grabadora encima de la mesa y también el bloc y el lápiz. Miró el reloj con nerviosismo, había pasado un minuto desde la hora prevista y ahí no aparecía nadie. Pidió un expreso mientras esperaba a Gabriel; a la vez, controlaba la puerta de entrada. Miró de nuevo el reloj, marcaba las 18.05 h; llegaba cinco minutos tarde. Le daría un margen de cortesía de veinte minutos; si en ese tiempo no aparecía se iría muy decepcionado. Le dio un sorbo al café y abrió la libreta para empezar a garabatear. De pronto alguien retiró la silla del otro lado de la mesa y se sentó.

El periodista alzó la mirada y vio a un hombre joven, de unos veintidós años, extendiéndole la mano. ―Buenas tardes, señor Heber. Siento el retraso, tenía un asunto pendiente muy importante que no podía esperar. ―Hola… ―exclamó desconcertado; esperaba a un hombre mayor―. ¿Es usted el nieto de Gabriel? ¿Su abuelo se ha puesto enfermo? El joven sonrió de lado y negó con la cabeza. Christopher lo observó de arriba abajo, sin entender. Su aspecto era extraño: la piel era blanca e inmaculada, vestía con un traje y chaqueta muy elegantes. Se cubría las manos con unos guantes de cuero y llevaba unas gafas de sol con cristales negros. ―Disculpe que venga tan formal a la entrevista; vengo de un funeral ―explicó al ver que este lo miraba absorto. ― ¡Oh, cuánto lo siento! ¿Su abuelo ha fallecido? Si es así, podemos concertar la cita para otro día, hasta que pase el duelo. ―No, era una vieja amiga. No se preocupe, estoy bien. ―Entonces, ¿su abuelo está enfermo? ―Cada vez más el periodista estaba más perdido. ―No, mi abuelo murió en 1930, cuando todavía yo era un niño. Apenas tuve relación con él, era un hombre muy reservado. ―¿Me toma el pelo? ¿Quién es usted? ―Me llamo Gabriel Brawerman, estuve en Auschwitz – Birkenau, en 1943. Trabajé como sonderkommando bajo el mandato de Rudolf Hoess y necesito que mi testimonio, mi historia, quede registrada para la posteridad. Después de tantos años, estoy preparado para hablar de ello. ― ¡Eso es imposible! ¿Me toma por idiota? Si eso fuera cierto, usted tendría… ―Ochenta y nueve años, exactamente. Aquí tiene mi documento de identidad de aquel año. ―Gabriel sacó del bolsillo de la chaqueta una identificación antigua que hoy en día ya no se utilizaba. Efectivamente, la fotografía correspondía al actual hombre que se sentaba delante de él, pero aquello tenía una explicación lógica: se parecía a su abuelo. ―Ha sido un error venir, no debería jugar con algo tan serio como la masacre judía y reírse de ese modo de millones de víctimas. Gabriel lo agarró de la muñeca para impedirle que se fuera. Christopher notó una fuerza inusual y un halo de peligro; se volvió a sentar y le prestó atención.

Su padre siempre le había dicho que a los locos había que seguirles la corriente. Y justo haría eso para salir de allí con vida; no se fiaba ni un pelo. ―Entiendo que no me crea, señor Heber. Pero le estoy diciendo la verdad y por ello le mostraré algo que hará más creíble el testimonio. El joven estiró el brazo encima de la mesa y le mostró el número tatuado que llevaba en el reverso de la muñeca. Aquello no convenció totalmente al periodista. En la actualidad estaba de moda tatuarse cualquier locura, incluso faltando a la ética. ―Espere, eso es solo el principio. Este se quitó un guante y mostró sus dedos negros. Aquello llamó la atención de Christopher, pero no le sorprendió porque pensó que se podría tratar de una enfermedad de la piel. ―¿A dónde quiere ir a parar? ―preguntó el periodista un tanto molesto. ―A la verdad de mi existencia, señor Heber. Gabriel sacó las llaves de un coche; en ellas había una pequeña navaja suiza. Christopher tragó saliva y abrió la boca para pedir ayuda, pero la cerró de golpe al ver lo que hizo. El joven hizo una incisión en la palma de su mano, la sangre brotó de repente y al cabo de unos segundos la herida desapareció ante los ojos incrédulos del periodista. El chico misterioso sacó un pañuelo y se limpió la sangre de la mano para que comprobase que la herida había dejado de existir. ―No puedo creerlo, esto es una locura y eso ha sido un truco de magia muy bueno. Tengo que irme, no perderé más el tiempo. ―Es usted un hueso duro de roer, señor Heber. No me queda más remedio que utilizar mi mejor truco; este nunca falla. Christopher se lo quedó mirando sin comprender. De pronto, dentro de su cabeza escuchó la voz de Gabriel alta y clara. En ese momento pensó que se podía tratar de un truco de ventriloquia, pero cambió de parecer cuando su mente se vio inundada de imágenes relacionadas con Birkenau; eran tan reales y vívidas que dudó por un segundo haber estado allí. Recuperó la respiración y lo miró pasmado. ―¿Qué es usted, señor Brawerman? ―Por fin me hace la pregunta adecuada, señor Heber.

Hace mucho tiempo fui un joven judío apresado por el régimen nazi y obligado a permanecer cautivo en Birkenau. Pero algo inesperado cambió el curso de mi propia historia, alterando mi existencia. En 1943, me convertí en un cuervo.

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