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Cuando Éramos Honrados Mercenarios – Arturo Pérez-Reverte

Los artículos reunidos en este libro se han publicado durante un tiempo que ha pasado de la euforia económica al derrumbe. El siglo XXI se abrió con el entusiasmo de la expansión financiera, el crecimiento de la Bolsa, la fiebre inversora, las rentabilidades rápidas, los créditos fáciles y muchas recalificaciones urbanísticas. Tanta frivolidad derivaría pronto en una de las crisis más profundas de la historia reciente. En este tiempo, Arturo PérezReverte ha seguido publicando artículos semanales, como ha hecho puntualmente desde hace casi veinte años. En ellos está el latido de las incertidumbres que han dominado la primera década del siglo. Algunos han resultado premonitorios. ¿Qué es lo que hace que hoy, después de dieciséis años escribiendo semana tras semana, sigan impactando de tal manera estos artículos?


 

Los artículos reunidos en este libro se han publicado durante un tiempo que ha pasado de la euforia económica al derrumbe. El siglo XXI se abrió con el entusiasmo de la expansión financiera, el crecimiento de la Bolsa, la fiebre inversora, las rentabilidades rápidas, los créditos fáciles y muchas recalificaciones urbanísticas. Tanta frivolidad derivaría pronto en una de las crisis más profundas de la historia reciente. En este tiempo, Arturo Pérez-Reverte ha seguido publicando artículos semanales, como ha hecho puntualmente desde hace casi veinte años. En ellos está el latido de las incertidumbres que han dominado la primera década del siglo. Algunos han resultado premonitorios. El 25 de diciembre de 2005 escribió «Herodes y sus muchachos». Entonces se vivía la expansión urbanística desaforada, la inversión inmobiliaria especulativa y el negocio rápido del ladrillo. En forma de fábula de un pueblo que construye un belén con más casas cada año, comenta: «Para llenar tanta nueva casa, cuento las figuritas del belén y no cuadra la proporción: cuarenta y siete, sin sumar ovejas y gallinas, para unas doscientas cincuenta viviendas, calculo a ojo; y menos figuritas que van a quedar tras la matanza de los inocentes, que está al caer. Así que ya me contarán quién va a ocupar tanto ladrillo». Dos años después estallaría la burbuja inmobiliaria y la crisis haría lamentar a algunos tanta especulación descontrolada. El año 2008 circuló por la Red uno de sus artículos, «Los amos del mundo», que era reproducido en los blogs, citado en páginas web, comentado en foros, distribuido de correo en correo. En él escribió Pérez-Reverte: «Usted no sabe qué cara tienen, pero son ellos quienes lo van a mandar al paro. […] Dicen en inglés cosas como long-term capital management, y hablan de fondos de alto riesgo, de acuerdos multilaterales de inversión y de neoliberalismo económico salvaje, como quien comenta el partido del domingo. […] No crean riqueza, sino que especulan. Lanzan al mundo combinaciones fastuosas de economía financiera que nada tiene que ver con la economía productiva. Alzan castillos de naipes y los garantizan con espejismos y con humo, y los poderosos de la tierra pierden el culo por darles coba y subirse al carro. […] Y aunque ese espejismo especulador nada tiene que ver con la economía real, con la vida de cada día de la gente en la calle, todo es euforia, y palmaditas en la espalda, y hasta entidades bancarias oficiales comprometen sus reservas en divisas. Y esto, señores, es Jauja.


Y de pronto resulta que no. […] Y entonces todo el tinglado se va a tomar por el saco. […] Entonces resulta que mientras el beneficio era privado, los errores son colectivos y las pérdidas hay que socializarlas, acudiendo con medidas de emergencia y con fondos de salvación para evitar efectos dominó y chichas de la Bernarda. Y esa solidaridad, imprescindible para salvar la estabilidad mundial, la pagan con su pellejo, con sus ahorros, y a veces con sus puestos de trabajo, Mariano Pérez Sánchez, de profesión empleado de comercio, y los millones de infelices Marianos que a lo largo y ancho del mundo se levantan cada día a las seis de la mañana para ganarse la vida. Eso es lo que viene, me temo». Y eso es lo que vino. El artículo lo publicó ¡en 1998!, cuando todo era euforia especulativa y nadie comentaba, ni en voz baja, quién iba a pagar tanto riesgo y tanto desmadre. Diez años después, en plena crisis, las cosas sucedieron exactamente como se advertía en ese escrito. Hace ya 845 semanas que se publican estos artículos, «domingo a domingo, sin faltar ni uno solo», ha recordado él mismo. Comenzó allá por 1993, cuando trabajaba como reportero. Entonces Pérez-Reverte tenía cuarenta y dos años; hoy ha cumplido cincuenta y ocho. En los dieciséis años transcurridos hay muchas experiencias. Y también algunas pérdidas. De eso trata este libro: de lo vivido; de las polémicas surgidas en ese tiempo; de las oportunidades malgastadas; y de los responsables de esos desaguisados. Antes de finalizar el año 2007 escribió una carta abierta a presidentes del Gobierno, ministros, consejeros de Educación, e incluía a «todos cuantos habéis tenido en vuestras manos infames la enseñanza pública en los últimos veinte o treinta años […] quienes, por incompetencia y desvergüenza, sois culpables de que España figure entre los países más incultos de Europa». «Permitidme tutearos, imbéciles» se titula ese artículo, que está recogido en estas páginas y que es uno de los que más se han reproducido luego en Internet. Porque estos textos tienen una difusión que trasciende los más de tres millones trescientos mil lectores de XLSemanal, donde se publican. De forma permanente se distribuyen también con los periódicos La Nación de Buenos Aires y Milenio de México. Se recogen en la prensa italiana y francesa. Se han traducido en varios países; entre otros, en Rusia y Polonia. Y es constante la reproducción de muchos de ellos en blogs, en revistas, en páginas web. ¿Qué es lo que hace que hoy, después de dieciséis años escribiendo semana tras semana, hasta 845, sigan impactando de tal manera estos artículos? ¿A qué se debe su interés en países tan dispares? ¿Por qué suscitan tantas discrepancias y adhesiones como el primer día y llenan de cartas el correo de la revista en la que se publican? Estos textos son una mirada —disidente, crítica, personal— sobre el mundo. En una sociedad acostumbrada al tópico, a la manipulación, a la atonía de lo políticamente correcto, los artículos de Arturo Pérez-Reverte se atreven a mirar la vida desde un punto de vista personal. Ése es su reto. Pero estos artículos son, además, una voz: bronca, sin pelos en la lengua, que combina los matices de la indignación, la denuncia, el humor y las emociones personales.

Eso son estos textos que el lector tiene en sus manos: una voz y una mirada. Leer estos artículos es pasearse por las calles y observar a las gentes y las ciudades de hoy. Entrar en un bar de carretera y sentarse a comer con los trabajadores que están allí reponiendo fuerzas. Con los trabajadores de verdad: «camioneros de manos endurecidas por miles de kilómetros de volante, cuadrillas de agricultores, operarios de maquinaria rural, albañiles de una obra próxima. Gente así» («Manitas de ministro»). Sentarse a ver atracar los barcos en un puerto del Mediterráneo («La venganza de Churruca»). Cruzarse con los mendigos que te asaltan por la calle para pedir una moneda («El arte de pedir»). Comer en un pequeño bar junto al puerto pesquero y observar cómo se comporta un vendedor de lotería («El vendedor de lotería») o tener que soportar la ordinariez de un niño consentido («Los calamares del niño»). Estos artículos intentan describir, interpretar, entender la realidad. Son un ejercicio de comprensión. He comentado en otras ocasiones que Arturo PérezReverte se inserta en la línea más fecunda del artículo literario español. La que tiene sus raíces en la visión lúcida y desesperada de Larra; la que se alimenta del costumbrismo romántico; la heredera de la intención testimonial de la novela realista del siglo XIX; la que continúa en el pesimismo histórico de los escritores del 98 durante las primeras décadas del siglo XX; la de aquellos que hicieron del realismo su forma de denuncia de la esclerótica sociedad de mediados del siglo pasado. La que bebe de la pluma áspera de Quevedo, del dolor de Machado, de la rabia de Valle-Inclán en los esperpentos. Estos artículos son una mirada sin celosías sobre la actualidad. Como en las obras de esos autores, encontramos en ellos una mirada penetrante y crítica de la España actual. Todas las polémicas, los debates, los conflictos de la sociedad contemporánea están tratados en estos textos. En ellos escribe sobre la enseñanza, las políticas lingüísticas, la manipulación histórica, el feminismo. El artículo «Mujeres como las de antes» desencadenó un tropel de cartas de protesta. Tantas, que unas semanas después volvió a escribir otro texto, «Ava Gardner Nunca Mais». Un año más tarde publicó «Hombres como los de antes». Los tres artículos están en este libro y el lector podrá ver en ellos las razones de la protesta. Uno de los temas fundamentales de estos textos es la denuncia de la corrupción. Al autor le exaspera la impunidad ante la indecencia evidente y así lo expresa en artículos como «El “Chaquetas” y compañía», «Aquí no se suicida nadie», «Aquí nadie sabe nada». Pérez-Reverte describe las maneras ilícitas de la política en «Nuestros nuevos amos», «Una foto analgésica», «Miembras y carne de miembrillo» y en uno de los textos que cierran el libro, titulado «Esa gentuza». En él puede ver el lector las razones de tanta indignación y de tanta cólera.

Pero las acusaciones de Arturo Pérez-Reverte no van dirigidas sólo a la clase política. «Esa gentuza —escribe— medra con la complicidad de una sociedad indiferente, acrítica, apoltronada y voluntariamente analfabeta». «A fin de cuentas, un político no es sino reflejo de la sociedad que lo alumbra y tolera» («Librería del Exilio»). La visión que se plasma en este libro no es nada complaciente con la sociedad española. Hay que leer artículos como «El gudari de Alsasua», «Ocho hombres y un cañón», «Siempre hay alguien que se chiva» o «Un facha de siete años» para entender la actitud visceral del autor ante la envidia convertida en hábito nacional, o ante el rencor, el odio, la cobardía y la complicidad social de mirar hacia otra parte ante lo intolerable. Basta recordar «Los calamares del niño», «El síndrome Lord Jim» o «Amo a deharno de protocolo» para comprender el hastío que le produce al autor la falta de educación, la vulgaridad o la grosería. Pérez-Reverte es heredero de la visión desolada de Larra sobre la realidad española, del descontento reformista de los ilustrados, del dolor de los románticos, de la exigencia amarga de revisionismo de los noventayochistas. Por eso estos textos tienen bastante de compromiso ético. Demandan honestidad, coherencia, lealtad, franqueza, trabajo bien hecho. ¿Cuáles son los iconos del mundo actual?, se pregunta a veces. ¿Dónde están sus mitos? ¿Una top model preparándose unas rayas de coca? («La farlopa de Kate Moss»). ¿El actor de la última serie de televisión? («Gilisoluciones para una crisis»). Pérez-Reverte percibe alrededor un mundo mediocre, sin estética, sin cultura, sin héroes a los que imitar o que alienten la esperanza. El lector podrá apreciar cómo estos artículos profundizan en la senda iniciada ya en el libro anterior. Éste es el cuarto libro de artículos de Arturo Pérez-Reverte. Patente de corso, Con ánimo de ofender y No me cogeréis vivo son los anteriores. En los primeros escribía desde una actitud crítica, por la que asomaba a veces la esperanza en la capacidad de cambiar la realidad que tienen las palabras. Pero los artículos de este libro están escritos desde la certeza de que no hay remedio. Encontramos aquí a un Pérez-Reverte más escéptico, más decepcionado. Se percibe el tono de cólera irónica de quien sabe que un artículo no cambia nada. La impotencia ante lo irremediable lleva al sarcasmo y a la contundencia que expresa bien la frase del título: «Cuando éramos honrados mercenarios». En «Fantasmas de los Balcanes» escribe sobre Bosnia, Serbia, Croacia y demás; y se refiere a los recuerdos siniestros de aquella guerra de los Balcanes: «controles bajo la lluvia, cruel brutalidad, fosas comunes, gente degollada en campos de maíz, gentuza con Kalashnikov, psicópatas impunes». Ante tanta vileza y tanta barbarie, muestra su falta de fe en el hombre: «a fin de cuentas, quienes metían las manos en la sangre, hasta los codos, éramos nosotros mismos, sin freno. Era la simple y sucia condición humana». Hay un fondo de rebeldía desesperada en estos artículos.

En ellos se puede apreciar un cambio con respecto a los anteriores, tenue pero significativo. Los primeros artículos, desde Patente de corso, expresaban con enfado la exigencia de que las cosas fueran de otro modo. Pero progresivamente el tono se ha ido oscureciendo en estos textos. ¿Cuándo se produce el salto de la crítica y la denuncia a la cólera? «Justo cuando comprendes —escribe él mismo— que nada de cuanto se diga o se haga podrá cambiar nuestra bellaca e imbécil naturaleza, y a lo más que se puede aspirar es a que al malvado o al idiota —a ti mismo, llegado el caso— les sangre la nariz». Estos artículos parten del convencimiento de que el mundo es un lugar peligroso y hostil («Inocentes, pero menos», «Un combate perdido»). No hay ambigüedad ni ocultamiento en ninguno de los textos de este libro. Tampoco en este punto, como se puede ver en los artículos titulados «En legítima venganza», «Vístete de novia, y no corras», «Lobos, corderos y semáforos», «Cómo buscarse la ruina», «Piénselo dos (o tres) veces» y «Violencia proporcionada y otras murgas». En ellos la apuesta contra la maldad es contundente. La lectura de esos artículos, y de otros como «Bandoleros de cuatro patas», «Frailes de armas tomar» o «El hombre que atacó solo», nos dan algunas claves de ese pensamiento que defiende la libertad, el individualismo y la valentía de enfrentarse sin titubeos a un mundo adverso. Hay que leer la ironía de «Picoletos sin Fronteras» o el reproche de «Por qué van a ganar los malos» para confirmar la defensa que expone el autor de los derechos y de la fuerza de la ley, sin fisuras ni medias tintas. Cuando esos presupuestos se quiebran, el autor describe un mundo que se tambalea desestabilizado por sus propias contradicciones; y estos artículos son la crónica de ese deterioro. ¿En qué se puede creer aún en estos tiempos?, se pregunta. Pérez-Reverte encuentra muy pocas palabras. Apunta el valor, la honradez, la lealtad. Valora el gesto concienzudo de quienes trabajan con orgullo hasta acabar una obra bien hecha («Océanos sobre la mesa»). Ensalza a la gente que se juega la vida por palabras en las que cree: amor, honor, dignidad. También a quienes cumplen la palabra dada («Los presos de la Cárcel Real»). Aprecia el comportamiento de un intérprete compasivo y de un juez que sentencia con humanidad («El juez que durmió tranquilo»). O el gesto lleno de ternura con el que una mujer ayuda a una persona anciana. Es una inmigrante sudamericana. Y escribe: «Procede, sin duda, de un país de esos donde la miseria y el dolor son tan naturales como la vida y la muerte. Donde el sufrimiento —eso pienso viéndola alejarse— no es algo que los seres humanos consideran extraordinario y lejano, sino que forma parte diaria de la existencia, y como tal se asume y afronta: lugares alejados de la mano de Dios, donde un anciano indefenso es todavía alguien a respetar, pues su imagen cansada contiene, a fin de cuentas, el retrato futuro de uno mismo. Lugares donde la vejez, el dolor, la muerte, no se disimulan, como aquí, maquillados tras los eufemismos y los biombos. Sitios, en suma, donde la vida bulle como siempre lo hizo, la solidaridad entre desgraciados sigue siendo mecanismo de supervivencia, y la gente, curtida en el infortunio, lúcida a la fuerza, se mira a los ojos lo mismo para matarse —la vida es dura y no hay ángeles, sino carne mortal— que para amarse o ayudarse entre sí» («La mujer del chándal gris»). Esa mujer, que «todavía no ha olvidado el sentido de la palabra caridad», representa la existencia aún de algún impulso solidario en la inhóspita sociedad actual.

Pérez-Reverte ya sólo apuesta en este libro por valores que considera seguros: aquellos que son inalterables, como el oro entre tantos metales corroídos. La lluvia, la humedad y la intemperie acaban oxidando muchas creencias. ¿Qué consuelos quedan en un mundo descrito como un paisaje de nieblas y de frío? El autor cita algunos en estas páginas. La memoria. La Historia. La cultura. La lealtad a los propios principios y a las personas que uno aprecia. La compasión hacia los que padecen las consecuencias de tanta estupidez. Y una tríada como madero de salvación en el naufragio: los libros, los amigos y la Historia. Los libros amueblan el mundo y dotan de vida al paisaje. Hay que leer «La hostería del Chorrillo» para percibir cómo el autor hace confluir en la ciudad de Nápoles la memoria de lecturas, sucesos del pasado y personajes históricos, entre sus calles estrechas adornadas con hornacinas antiguas, en las lápidas de sus iglesias, en las esquinas de sus plazas y en sus viejas hospederías. La Historia es una manera de reconocerse, porque el pasado nos dice lo que fuimos y nos enseña lo que somos. Está hecha de gestas heroicas, de gentes que compartieron las mismas costas y que murieron por defender su dignidad: aquello en lo que creían y amaban («Mediterráneo»). La Historia —escribe en «Dos banderas en Tudela»— es el recuerdo de «los que dejaron huellas que orientan nuestra memoria, nuestra lucidez y nuestra vida». Y los amigos. Esos que están siempre en los momentos importantes de la vida. Esos cuya ausencia produce un vacío irreemplazable («Era pacífico y peligroso»). Los amigos: vidas que se enredan con las de uno y ayudan a reconciliarse con los seres humanos. Estos textos que el lector tiene en sus manos son una mirada y una voz, decía al principio. Una forma de mirar y una manera de decir. En esto radica su carácter literario. En el estilo. Los artículos de Arturo Pérez-Reverte no son sólo opinión; son también literatura. La voz literaria se manifiesta mediante el empleo de distintos registros de lenguaje, la ironía, los recursos de humor, la complicidad formal con el lector. El autor emplea los mecanismos fonéticos, los procedimientos gramaticales y el vocabulario de varias jergas, el lenguaje coloquial, los registros juvenil y carcelario, el vocabulario técnico del mar y de la navegación, las expresiones del hampa.

Usa la palabra gruesa en el momento oportuno y el sarcasmo más aplastante. Con frecuencia los artículos están escritos desde una postura irónica, llevando a un extremo hiperbólico la situación narrada, para poner de manifiesto lo absurdo de algunos planteamientos: decisiones judiciales insostenibles («Esas madres perversas y crueles»), imágenes del Ejército o de la Policía como asociaciones piadosas («Picoletos sin Fronteras», «Apatrullando el Índico»), la exigencia de un comportamiento comedido ante delincuentes sin escrúpulos («Violencia proporcionada y otras murgas», «Cómo buscarse la ruina»), ocurrencias frívolas («Universitarios de género y génera»). «Para troncharse, oigan —escribe—. Si no fuera tan triste. Y tan grave». A través de estos recursos surge el chispazo del humor. «El psicólogo de la Mutua», uno de los artículos más divertidos de este libro, lo explica así: «Lo bueno —divertido, al menos— de vivir, como vivimos, en pleno disparate, es que el esperpento resulta inagotable». También, a veces, por las grietas de la humanidad de estos textos, se cuela la ternura. No faltan aquí algunas confesiones íntimas que hablan del aprendizaje de la vida. En «El caballo de cartón», por ejemplo, evoca un recuerdo personal: la pérdida del regalo de Reyes, destrozado por la lluvia y la mala fortuna, al día siguiente de recibirlo, cuando tenía cinco años: «Después, con los años —finaliza el artículo—, he tenido unas cosas y he perdido otras. También, sin importar cuánto gane ahora o cuánto pierda, sé que perderé más, de golpe o poco a poco, hasta que un día acabe perdiéndolo todo. No me hago ilusiones: ya sé que son las reglas. Tengo canas en la barba y fantasmas en la memoria, he visto arder ciudades y bibliotecas, desvanecerse innumerables caballos de cartón propios y ajenos; y en cada ocasión me consoló el recuerdo de aquel despojo mojado. Quizá, después de todo, el niño tuvo mucha suerte esa mañana del 7 de enero de 1956, cuando aprendió, demasiado pronto, que vivimos bajo la lluvia y que los caballos de cartón no son eternos». En otro artículo, «La librera del Sena», recuerda cuando era un joven imberbe con mochila al hombro y en sus viajes a París observaba fascinado entre los buquinistas a una muchacha hermosa, de cabello rojizo, a orillas del Sena. Esa librera estaba siempre allí, en cada viaje. «Pasó el tiempo —escribe—. Entre viaje y viaje la vi crecer, y yo también lo hice. Leí, anduve, adquirí aplomo, conocí otras orillas del Sena». Pasados treinta años, recuerda el día en que volvió a contemplar como otras veces a esa mujer reflejada en el cristal de un anticuario, de nuevo junto al Sena. Era una tarde gris. Pero ahora comenta: «imposible reconocer en ella a la muchacha de cabello rojizo». Y refiriéndose a sí mismo, añade: «Tampoco reconocí al hombre que la miraba desde el cristal». De eso trata este libro, decía al principio de estas páginas: de experiencias vividas y también de alguna pérdida. De los desgarros del tiempo y de la inocencia que se va quedando por el camino.

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