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Conociendo a Raúl – Blue Jeans

Raúl quiere una novia de verdad, que merezca ser la protagonista de su película. Porque Raúl tiene un gran sueño: ser director de cine. Se trata de un relato completamente inédito sobre el «El Club de los Incomprendidos», siendo una precuela de ¡Buenos días, princesa!.


 

—¡Cuuuuuumpleaaaaaños feeeeeeliiiiiiiiiz! Raúl se inclina sobre la tarta y sopla las diecisiete velas que la adornan. Todas se apagan casi de golpe. Sus cinco amigos lo vitorean y aplauden ante la mirada curiosa del resto de clientes de la cafetería Constanza. —Pide un deseo —le dice Eli, rodeándole por la cintura con sus manos. —¡Eso se hace antes de las velas, tonta! —replica el homenajeado. —¡Da lo mismo! ¡Pídelo ahora! —¿No dará mala suerte? —¡Venga, hombre! ¡Qué va a dar mala suerte! El chico sonríe y se lo piensa durante unos instantes. Observa primero a Bruno, luego a Ester, que está al lado de Meri, y, finalmente, sus ojos se detienen en Valeria, que se sonroja al sentir sobre ella la mirada de su amigo. Mientras, Elísabet coge el mechero y aprovecha para encender otra vez las diecisiete velas. —¡Ale, ya está! ¡Las velitas encendidas de nuevo, caprichoso! —exclama Eli eufórica cuando termina—. ¡Date prisa que he quedado! Raúl repite la acción de un par de minutos atrás. Pero antes pide un deseo con los ojos cerrados. El grupo le ovaciona una vez más y uno por uno van felicitándole. Recibe el abrazo de Bruno y los besos de sus tres amigas. —¿Qué has pedido? —le pregunta Meri, cuando llega su turno. —Si lo digo, no se cumplirá. —Tienes razón, mejor no me digas nada. La pelirroja sonríe tímidamente y se fija en su amigo. Ha cambiado mucho en estos últimos meses. Queda poco de aquel joven alto, delgado y desgarbado que le dio su primer beso en la boca, y también el segundo; los únicos besos que ha recibido en su vida. Lo recuerda como si fuera ayer: aquel chico le echó una mano cuando los matones del instituto la asaltaron en el patio. Luego se esfumó, para volver a aparecer unos meses después, porque en el curso siguiente, repitiendo, compartirían clase. Eran buenos tiempos.


Ahora, las cosas son diferentes: Raúl se ha convertido en un tipo muy popular. Está muy guapo, fuerte, y todas las chicas que lo conocen van detrás de él. Y aunque sigue siendo un incomprendido, ya no dedica tanto tiempo y esfuerzo al club que él mismo creó. Aún así, le tiene un gran aprecio y nunca dejará de ser alguien especial para ella. —Bueno, chicos. Os agradezco mucho esta fiestecilla sorpresa que me habéis preparado, pero yo también he quedado… El joven coge una chaqueta azul que tiene colgada sobre una silla y se cubre con ella. —¿Has quedado con Miriam? —pregunta Eli, que también se ha puesto el abrigo. —Sí. Vamos a ir a cenar juntos y a celebrar el cumple… —¡Ten cuidado con lo que haces! —No te preocupes. No haré nada… de nada. —Llevas ya tres semanas con ella. Algo más que besitos os daréis. —Nos estamos conociendo. —Ya, ya… ¡A mí no me engañas! ¡Por muy amigo mío que seas no dejas de ser un tío! ¡Y los tíos sois como sois y buscáis siempre lo que buscáis! Una sonrisa pícara, acompañada de un golpecito con el codo en su brazo. El resto los observa en silencio. Se nota cierta distancia entre el grupo y estos dos, como si les interesaran temas diferentes. Unos han crecido más de prisa que otros. Aunque los seis continúan siendo buenos amigos, las cosas son distintas. Eli es la otra incomprendida que más ha cambiado. El verano ha obrado milagros en ella. Su aspecto físico es completamente opuesto al de hace unos meses. El problema de acné ha desaparecido por completo. Ya no hay ni un grano en su rostro. Y a eso se suman ciertas transformaciones en su cuerpo que no deja impasible a ningún tío que pase por su lado. Es el bombón del instituto y, a sus quince años, atrae tanto a los pequeños de primero de la ESO como a los mayores de bachillerato.

Pero con Raúl sólo hay amistad. Una bonita y sencilla amistad. —¿Nos vemos mañana? —pregunta Raúl, que choca la mano con Bruno para despedirse y abre la puerta de Constanza. El resto asiente. Y el chico que ese día cumple diecisiete años sonríe amablemente, da una vez más las gracias por la fiesta sorpresa y se marcha de la cafetería. Ya es noche cerrada y hace bastante frío. Raúl mete las manos en los bolsillos de la chaqueta y camina tranquilo por la calle. Llega un poco tarde, pero Miriam no va a enfadarse por ese pequeño retraso. Es una buena chica, aunque… no cree que sea la mujer de su vida. Tres semanas le han servido para darse cuenta de que esa relación no dará para mucho más. Pero besa bien, le gusta cómo camina y sus ojos son encantadores. Azules claritos, profundos. Es un bonito físico, una cara bonita. Sin embargo, no le llena, desconoce el motivo, pero es así. Quizá es que no se conocen demasiado. Sí, tal vez ése sea el problema: que han pasado más tiempo dándose besos que hablando sobre ellos mismos. 2 Con la chica con la que sale —¿Mi color preferido? —No sé. ¿El rojo? —¡No! ¡El azul! —No lo sabía. —¿Qué animal tenía cuando era pequeño? —Un oso panda. —¿Un oso panda? ¡Qué dices! —Ay, era broma, hombre. No sé… ¿un gato? —¡No! Una ardilla. Se llamaba Chip. —Chip… —Sí, como la de Chip y Chop, las ardillas de Disney —y canturrea el opening de la serie que veía cuando era niño. —Nunca he visto esos dibujos. Raúl se desespera.

Piensa un instante y formula la siguiente pregunta. —¿Mi película favorita? —Ni idea. —¡La vida es bella! —No la he visto. —¿Que no la has visto? —No. ¿Es un pecado? —¡Es un delito! —Pues nada… Tendré que pagar mi culpa. Miriam sonríe y vuelve a acercar sus labios a los de él hasta que éstos se unen. El beso pretendía ser largo pero Raúl se aparta al instante y se apoy a contra el respaldo de la cama. La chica resopla resignada y se sienta con las piernas cruzadas. Su plan para aquella noche, en la que sus padres no estarían en casa y su novio celebraba los diecisiete, no era precisamente ése. ¿Por qué Raúl se ha empeñado en hacerle tantas preguntas? —¿Cómo se llaman mis hermanas? Ésta es fácil. —¿Tienes hermanas? —¡Claro! ¡Gemelas! —¡Qué guay! ¡Yo también quiero tener hermanas gemelas! Debe de ser muy divertido. —Si fueran como las mías, te lo pensarías. —¿Y las distingues? —¿Estás de broma? —No. La expresión seria de Miriam confirma que no había ningún tipo de broma en su pregunta. —Sí que las distingo. Soy su hermano, las veo cada día. No es difícil. —Yo no sé si sería capaz. —Por supuesto que serías capaz —responde el joven, peinándose con las manos—. Aunque sean como dos gotas de agua, cada una tiene su propia personalidad. Las sabrías distinguir. —Pues ya lo averiguaremos, ¿no? Seguro que son un cielo, como su hermano. —No sé yo… —Seguro que sí —contesta melosa. Sonriendo, clavando sus ojos azules en los de él. Va a intentarlo otra vez.

La chica se aproxima de nuevo a Raúl, deslizándose por el colchón. Su mano aprieta suavemente su rodilla y rápidamente trepa hasta su pecho por debajo de la camiseta. Al tiempo que lo acaricia, vuelve a acercar su rostro al suyo. Y lo besa. El joven siente su lengua juguetear dentro de su boca. Intensamente, con voracidad. Miriam se echa sobre él, atrapando sus manos y arrinconándolo contra la parte superior de la cama. —Se llaman… Bárbara y Daniela —consigue decir, tras zafarse con habilidad. —¿Quién? —Mis hermanas gemelas. Son… Bárbara y Daniela. Miriam no se lo puede creer. Nunca le había costado tanto enrollarse con un tío. Están solos, en su cama, vestida y dispuesta para la ocasión… ¿Qué más necesita? —Raúl, ¿qué pasa? —pregunta, colocando la almohada en su regazo—. ¿No tienes ganas? ¿No te gusto? ¿No me ves apetecible? El joven la mira de arriba abajo. ¿Que si no la ve apetecible? ¡Estaría ciego si así fuera! Hace unos meses jamás hubiera imaginado que pudiera estar en la misma cama con una chica como ella. Pero ¿qué le ocurre? ¿Por qué sigue sin llenarle? ¿Qué más necesita para terminarse de dejarse llevar? —No es eso, Miriam. —¿Y qué es? —No lo sé. —No te creo —señala ella, enfadándose—. Sí que lo sabes pero no me lo quieres decir. Raúl suspira y se deja caer sobre la cama. Coloca las manos tras la nuca y observa el techo celeste de la habitación de Miriam. ¿Qué es lo que sabe que no le quiere decir? —¿No te parece que vamos demasiado de prisa? —pregunta el chico, de repente. —¿De prisa? —Sí. —No te entiendo. ¿Qué quieres decir? —Ni siquiera sabías que tenía hermanas, ni que mi color preferido es el azul o que mi sueño es ser director de cine y y a… ya… quieres… —¿Sexo? —Sí.

La afirmación de Raúl llega en un susurro casi inaudible pero lo suficiente para que Miriam la oiga. La joven se pasa los dedos por la frente y luego se frota la mejilla, nerviosa. —Creía que a todos los chicos les iba el sexo. —Puede ser… —Eres virgen, ¿verdad? Raúl se sorprende. No imaginaba que aquella joven de penetrantes ojos claros fuese tan directa. Sin embargo, su mirada ahora no le incomoda. —Sí, lo soy. —No pasa nada —indica, con una sonrisa. —¿Tú? —No. Yo no. Lo imaginaba. No era el primero, ni el segundo, ni el tercer novio que tenía. A sus diecisiete años, Miriam ya había salido con unos cuantos chicos del instituto y otros que ni siquiera eran del mismo centro. Alguno debió ser el primero. —No es un problema. —¿Seguro que no? —pregunta ella, estirando la mano y acariciándole el pelo —. Puedes contármelo. —Seguro. Ambos sonríen al mismo tiempo. La chica se inclina sobre él y le besa en los labios. En esta ocasión con ternura; despacio, sin prisa. Arruga la nariz y vuelve a revolverle el cabello. —Así que Bárbara y Daniela… —Sí. Tienen diez años. —¿Y cómo os lleváis? —Depende del día.

Son buenas niñas aunque se están haciendo mayores muy de prisa. Quieren saber más de lo que deben. —Eso nos pasa a todos, ¿no? Una mueca de indecisión es su respuesta. No lo sabe. Y sonríe, mirándola a sus ojos azules. Y a sus labios carnosos. Contempla, detenidamente, la preciosidad de jovencita que tiene delante. Aquella noche, entre pregunta y pregunta, se da cuenta que Miriam no es la chica de su vida. 3 Con su familia Entra en su casa tratando de no hacer ruido. Son más de las dos de la mañana y sus hermanas y su madre estarán durmiendo. Raúl se dirige sigiloso hacia su habitación cuando una voz procedente del salón requiere su presencia. Resopla y obedece. —¿Qué haces levantada a estas horas, mamá? —pregunta, mientras observa resignado a la mujer sentada en el sofá. La televisión está encendida pero con el volumen al mínimo. Berta tiene aspecto de cansada, apenas logra mantener los ojos abiertos. Sostiene un libro en las manos, que deja a un lado cuando su hijo se acerca. —¿Dónde estabas? Es muy tarde. Su voz llega parsimoniosa, a trompicones. Como si le costara un trabajo enorme pronunciar cada una de las sílabas. —No lo es. Sólo son las dos. —Pero… —Pero qué, mamá. —Tus hermanas y yo hemos estado esperándote para… celebrar tu cumpleaños. Los ojos de Berta enrojecen y las arrugas instaladas en su rostro acrecientan su dureza. De golpe, ha envejecido diez años.

—Lo siento. Había quedado y… —Te había preparado lasaña para cenar y tus hermanas se han pasado toda la tarde haciendo una tarta. —¿Y por qué no me lo habéis dicho? —Era una sorpresa —responde con tristeza—. Te hemos llamado al móvil y no lo has cogido. Es cierto. Tenía tres llamadas perdidas del número de teléfono de su madre. Estaba en casa de Miriam cuando le llamó y no quiso cogerlo. Como ha estado haciendo en los últimos meses. —Bueno, no pasa nada. Mañana lo celebro con vosotras. Tampoco es algo tan importante. —¿Que no es tan importante? Es tu cumpleaños, hijo. Cuando eras pequeño contabas los días que faltaban para cumplir años desde tres meses antes. —Ya no soy pequeño, mamá. He crecido. —Pero es un día… especial. —¡Es un día más! ¡No tiene nada de especial! Raúl alza demasiado la voz. La insistencia de su madre le ha puesto de mal humor. Se quita la chaqueta de cualquier forma y se tapa las piernas con ella cuando se sienta en el sillón. Mira hacia la pantalla de televisión en silencio. El programa que ve es uno de esos en los que la gente llama para resolver acertijos que son totalmente obvios. En esta ocasión se trata del juego del ahorcado. Los espectadores deben acertar una palabra de seis letras que empieza por J y termina en A. La pista: animal con el cuello más largo. —Jirafa —dice Berta en voz baja.

—Claro que es jirafa —comenta Raúl, moviendo la cabeza—. Estos programas están hechos para que la gente ingenua llame y se gaste el dinero. —De pequeño te gustaban mucho los ahorcados. Tenías mucha imaginación. Lo recuerda perfectamente. Y también recuerda con quién jugaba. Él le compraba esos gigantescos cuadernos de pasatiempos y le iba retando para que los completara en un determinado periodo de tiempo. Era divertido. Pero él ya no está. Hace dos años y medio que su padre se fue en aquel desgraciado accidente. —Las cosas han cambiado mucho. —Sigues siendo un chico muy imaginativo. Raúl no está tan seguro de eso. Ha intentado varias veces escribir el guión de un corto pero siempre se queda a medias. Se bloquea con demasiada facilidad. Tal vez no sea capaz nunca, o no tenga el suficiente talento para hacerlo. A lo mejor eso de ser director de cine le viene grande, a pesar de que sus amigos están convencidos de que algún día lo logrará. —Me voy a la cama —dice, poniéndose de nuevo de pie. Su madre lo observa con una sonrisa apenada. No se levanta del sofá, es Raúl el que se acerca a ella. Recibe dos besos de su hijo y se dan las buenas noches. Mira sin pestañear cómo sale del salón con esa manera de andar que le es tan familiar. Y es que su niño, que ya no es tan niño, camina del mismo modo que lo hacía su marido. Se le forma un nudo en la garganta tan real que tiene dificultades para tragar una pastilla antidepresiva más. Es verdad que las cosas han cambiado.

El joven avanza por el pasillo hasta su cuarto. Pero antes se detiene delante de la puerta de la habitación de sus hermanas. No está completamente cerrada. La empuja con cuidado y se asoma; parece que están completamente dormidas. Siente que las pequeñas se hayan pasado toda la tarde haciendo su pastel de cumpleaños y no haber pasado ni un minuto con ellas. Le invade un gran sentimiento de culpabilidad. Deberían de haberle avisado. Daniela es la que está más próxima a la puerta. De puntillas camina hacia su cama. Así, entre sueños, da la impresión de no haber roto nunca un plato. ¡Con lo que es cuando está despierta! Se agacha y le obsequia con un frágil beso en la mejilla. Sin embargo, como si tuviera activado un detector de hermanos, Daniela percibe la presencia de Raúl, abre los ojos muchísimo y le propina un golpe. —¡Ay ! Pero ¿qué haces? —No me gustan los besos —protesta la niña, incorporándose. —Pero si soy y o, ¡tu hermano! —¿Y qué? Odio que me den besos. —¿Desde cuándo? —Desde siempre. ¿Desde siempre? ¡Si sólo tiene diez años! Su concepto de « desde siempre» es diferente al suy o, aunque esa renacuaja cada día sabe más. Están haciéndose may ores muy de prisa. —Está muy claro que no nos conoces. Amí tampoco me gustan los besos. La voz procede de la otra cama: Bárbara también se ha despertado. Enciende la luz del flexo, se sienta en el colchón sobre sus piernas y contempla fijamente a su hermano. Parece enfadada. —Vale, y a me ha quedado claro el tema de los besos —señala el joven, gesticulante—. Ya cambiaréis de opinión cuando os guste un chico. Las niñas se miran entre sí y enrojecen.

Aunque les guste algún chico jamás consentirán que las besen. Lo han hablado en multitud de ocasiones entre las dos. ¿Recibir la saliva de un extraño? ¡Qué asco! ¡Ni en los labios, ni en la cara, ni en ninguna parte! —¿Dónde has estado esta noche? —pregunta muy seria Daniela, cambiando de tema. —Con una chica. —¿Quién es? —No la conocéis. —¿Vais en serio? —interviene Bárbara interesadísima—. ¿O es como la otra? Los ojos de Raúl se abren como platos. Le sorprende esa soltura con la que su hermana habla de sus relaciones. Con « la otra» se refiere a Cristina, su primera novia oficial. Una chica rubia, muy guapa, un año menor, y que va a la clase de al lado en el instituto. Se interesó por él y le pidió salir. Estuvieron unas cuantas semanas que si sí que si no, hasta que le dio una oportunidad. Apenas duraron un mes. Fue él quien decidió romper al no encontrarse cómodo. Algo parecido a lo que le estaba ocurriendo con Miriam. —Eso es algo que no os interese. —¡Claro que nos interesa! —Pues no debería. —Eres nuestro hermano, tenemos derecho a saber sobre nuestra cuñada. —¿Cuñada? Ya no sabe si va más rápido Miriam o las gemelas. ¡Cuñada! ¡Estas niñas son increíbles! El chico sonríe y mueve la cabeza al mismo tiempo. —Tus novias son nuestras cuñadas, ¿no? —insiste Daniela. —Sí. Pero esta chica aún no… ¡pero por qué estamos hablando de mí y de mis novias! ¡A dormir! Raúl se aleja de la cama de su hermana y se dirige hacia la puerta. —Nos debes una. Aunque hayas estado con tu novia, deberías haber venido a cenar a casa.

—Sí. Mamá estaba muy triste —añade Bárbara, tumbándose de nuevo en la cama—. Y nosotras hemos perdido toda la tarde haciéndote una tarta. El joven se detiene en el umbral de la puerta y se gira. Suspira. Vuelve a sentirse culpable. Otra vez esa punzada tan desagradable en el estómago que se repite tan a menudo desde hace dos años y medio. —Mañana nos comeremos la tarta que habéis preparado —comenta, y respira hondo—. Y celebraremos mis diecisiete. —Puedes traer a tu novia. Así la conocemos. —Mejor nosotros cuatro solos —replica, con una sonrisa. —Eso es que no vais en serio. Raúl no sabe si reír o llorar con la ocurrencia de Daniela. Opta por lo primero y suelta una carcajada. Las dos niñas, en cambio, no comprenden por qué, ni de qué se ríe su hermano. —Buenas noches, hasta mañana —se despide el chico. Y cuando la luz del flexo se apaga, entorna la puerta de la habitación de las gemelas y se marcha a su dormitorio. Entra en el cuarto y cierra tras de sí. Va al baño y se cambia de ropa: un pantalón corto y una camiseta de tirantes, nunca usa pijama. Se mira en el espejo y bosteza. Está cansado. Mientras se cepilla los dientes hace un resumen en su cabeza de todo lo que ha vivido hoy. El día en el que cumplió los diecisiete. El año que viene y a será mayor de edad y se pregunta cómo estarán las cosas por entonces.

Sin embargo, según le dicta la experiencia, es imposible deducirlo. Y es que en la vida, y particularmente en la vida de Raúl, todo puede cambiar en cuestión de segundos. 4 Con Valeria La tarta estaba muy buena. Quizá tenía exceso de chocolate, pero para ser el primer pastel que hacían las gemelas, la nota que le da es muy alta. Ellas se mostraron satisfechas con la opinión de su hermano, aunque en sus rostros no se distinguiera. Bárbara y Daniela no muestran así como así sus emociones. Miriam lo ha llamado después de comer. Le ha dicho que la noche anterior lo pasó muy bien y que sus padres volverían a salir esa noche. ¿Quería volver a quedar en su casa? La respuesta, negativa. Excusa: celebrar el cumpleaños con su familia. Ella lo comprende aunque, en realidad, sabe que el motivo era otro. A Raúl le costó dormirse a pesar del cansancio. Y una de las conclusiones a las que llegó entre vuelva y vuelta en la cama es que aquella chica nunca le transmitiría lo suficiente como para establecer con ella una relación más o menos seria y duradera. Es una pena, porque Miriam es preciosa y tiene personalidad, pero no le llena. Algo falla. No sabe qué es y no va a quedarse más tiempo para descubrirlo. La próxima vez que la vea romperá con ella. El sonido del WhatsApp de su BlackBerry le sobresalta. La alcanza y lee el mensaje que le han escrito. Es Valeria. Recuerdas que tenemos que hacer el trabajo de la entrevista para mañana, ¿verdad? ¡No! ¡No se acordaba! Menos mal que Val se lo ha recordado. Esa chica siempre está en todo. Sonríe y responde: Claro que lo recuerdo. Estaba esperando que me escribieras. En media hora estoy en Constanza.

Una pequeña mentira. Ni siquiera sabe por qué le ha dicho eso, pero tampoco tiene importancia. Aunque no le apetece nada hacer el trabajo, que su compañera sea Valeria facilita las cosas. Ella es especial. Le gusta desde el día en que la vio por primera vez. Su naturalidad, su timidez. Esa forma de ser tan particular, sonrojándose cada vez que pasa vergüenza. Pero le gusta como amiga. Jamás podría tener algo más con ella. Muy bien. Allí nos veremos. Un beso, Raúl. Ya tiene plan para esa tarde. Así no se comerá demasiado la cabeza con lo de Miriam. Val y el trabajo de la entrevista lo mantendrán ocupado. En clase están haciendo un periódico para la asignatura de Lengua, y lo deben realizar en grupo: el suy o lo forman los seis incomprendidos. A él y a Valeria les ha correspondido la entrevista de las páginas centrales, que deben entregar al día siguiente para que el profesor la corrija. Ella hará de periodista y Raúl de director de cine que acaba de dirigir su primera película. Quieren mezclar la realidad con la ficción. Entra en el salón, donde su madre y sus hermanas están viendo una película. Se despide de ellas y sale de casa cubierto por la capucha de una sudadera azul oscuro. Cae una ligera llovizna que no le incomoda demasiado, nunca le han gustado los paraguas. Cuando llega a la cafetería Constanza, Valeria lo recibe con dos besos. Huele a perfume y se ha peinado con una coleta alta. Está muy guapa así.

Ella se sonroja muchísimo cuando se lo dice. —El día que te eches novio y te piropee, no lo soportarás y terminarás estallando. —Déjame tranquila —protesta, todavía más colorada—. ¿Hacemos eso? —Tú mandas. No hay mucha gente en la cafetería. Los dos se sientan en una mesa del fondo, uno frente al otro. Raúl la mira a los ojos directamente e insiste en que esa tarde la ve más guapa que nunca. —Oye, los piropos resérvalos para tu novia. —Creo que no es buena idea… voy a cortar con ella. —¿Qué? ¿De verdad? —Sí. Cuando la vea se lo diré. —¿Por qué? ¿No te gusta? —pregunta Val, muy sorprendida—. Es guapísima. Ya quisiera y o ser la mitad que ella. —Es muy guapa. Y es simpática. Pero no sé… no termino de verla como novia. No siento esas mariposillas dentro cuando estoy con ella. —Ah. Lo siento. —Gracias, pero no pasa nada —dice el joven, con tranquilidad—. ¿Empezamos? La sonrisa de Raúl da pie a otra sonrisa de Valeria, que asiente y coloca su smartphone sobre la mesa. Lo usará como grabadora. Deciden cómo van a orientar las preguntas, la duración de la entrevista, el enfoque personal que necesitan. Y… Rec.

—¿Cuándo surgió tu pasión por el cine? El chico se frota la barbilla y responde. —Fue hace mucho tiempo, cuando era un crío. Un día estaba viendo la televisión y pusieron la película, La vida es bella. No la entendí del todo y mis padres no me quisieron explicar qué había sucedido al final. Sin embargo, en cuanto acabó, pusieron las imágenes de Roberto Benigni saltando de una butaca a otra cuando le dieron el Oscar. Ahí descubrí que yo quería pasármelo tan bien como aquel señor que parecía inmensamente feliz. Luego, aquella película, se convirtió en mi favorita. Valeria ya sabía la historia. Era real. Raúl la ha contado varias veces. Y siempre que ponen la película en la televisión lo deja todo para verla. —¿Qué se siente al cumplir un sueño? Otra vez se frota el mentón y sonríe. Duda un instante qué responder e imagina cómo se sentiría si algún día lograra que un guión suyo llegara a la gran pantalla. —Es una sensación indescriptible, única. Significa que todo el trabajo, las ilusiones y la dedicación que has invertido durante tanto tiempo han servido para algo. Me siento tan feliz que es muy difícil transmitirlo con palabras. Sus ojos se iluminan cuando habla. Valeria se da cuenta y también ella se emociona al escucharlo. Un instante de silencio total precede a la siguiente cuestión. —De no haberte dedicado al mundo del cine, ¿qué otro trabajo te hubiera gustado hacer?

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