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Como luz en invierno – Marie Rusanen

Cerró la puerta con fuerza y el sonido retumbó en el despertar de las aves y de la tímida luz del sol que se colaba entre la maraña de nubes grises. Sus pasos estremecían su corazón, ese corazón que latía cada segundo por él. Se detuvo, titubeó. No la animaba mucho ir a trabajar un domingo a la oficina, pero menos la atraía quedarse en casa rumiando las dudas y la aflicción que la actitud de su novio le producía. El corazón llegó hasta su garganta, y el amargo sabor de la bilis la instó a continuar hacia la parada, donde cogería el tranvía que la llevaría al centro de Helsinki. Quiso olvidar las dudas. Quiso no sentir temor. Quiso olvidar que ahora él lo era todo. Se bajó del transporte, y el dobladillo de su falda le impidió avanzar con soltura, como una premonición. El olor a turba retozaba en el aire. El aliento del estío rozaba sus cabellos, se introducía por su cuello y descendía por su pecho. Se estremeció. El recuerdo de unos besos que mimaban con ternura y adoración cada centímetro de su cuerpo descendió como espirales de aire por su columna vertebral y envió espasmos a su vientre, haciéndola sentir viva y enamorada de una forma que no sabía que existía. Estaba enamorada. Enamorada de verdad. Lo veía en las noches, cuando descansaba en la almohada junto a él; lo veía cuando abría los ojos por la mañana, y mientras se vestía para salir. Lo sentía en todas partes. Sentía sus manos recorrer con pasión su cuerpo. Sentía su respiración acelerarse con brío cerca de su oído. El dulce anhelo con que él le hacía el amor la sorprendía. Cerró los ojos, trastabilló. El arrebato de su rostro y el brillo en su mirada, como corindones azules, demostrándole cuánta satisfacción le producía amarla, aún la sorprendían. Pero todo era demasiado. Aquel amor era demasiado bello para ser verdad. Ese torbellino amoroso que había experimentado se disolvía, desdibujaba y se perdía entre una dolorosa niebla de dudas.


Buscó con desesperación cualquier certeza distinta al desamor que justificara el comportamiento distante de él, pero el corazón herido de la mujer que había sido repetía que el adiós se acercaba. Los hombres tenían muchas maneras de decir adiós. Suponía que él se había cansado de ella; una vez pasada la novedad, no era un trofeo que ganar. Al cazador lo enardecía la caza, no la presa. La mano le tembló; la bajó y trató de mantener los volantes de la falda en su sitio. El dolor que sentía era un lastre que le impedía caminar erguida. Llegó ante la enorme puerta que, como un gigante atento, custodiaba el edificio donde trabajaba. Pulsó el código y esta, al reconocerla, la dejó pasar. Se adentró en el corredor. El ensordecedor silencio sonaba a presagio. ¿Por qué pensaba tantas tonterías? Sus pisadas la acercaban al taller, pero un tenue susurro de voces la alertó. Se detuvo. Sintió miedo. El imperceptible gemido y el roce de una prenda la hicieron proseguir. Con sigilo, se dirigió hacia la sala de juntas. Su corazón empujaba con violencia contra su pecho. Quiso volverse y salir corriendo de aquel lugar, pero una fuerza extraña la instaba a descubrir lo que estaba pasando. Se aproximó a la puerta que vio entreabierta. Tuvo una premonición. Quería huir. Quería continuar. Quería encontrarse por fin con la verdad. Llegó ante la hebra de luz vertical que arrojaba la abertura, y entonces lo vio. La claridad que inundaba la oficina desveló todas las pruebas: el hombre, que estaba sentado, sostenía sobre sus piernas a una mujer con un inolvidable pelo rubio. Esta lo abrazaba y lo besaba con apremio.

¿La abrazaba él? Sí, lo hacía. Sus manos constreñían con fuerza los brazos de ella. Susurros al viento. Besos llenos de ternura. Un corazón que se quebraba. Nada más, pero eso fue todo para demoler las esperanzas de la joven que observaba. Sus piernas se negaron a funcionar. Desesperada, trató de moverlas antes de que ellos la vieran. Los dedos de él asieron el rostro de la mujer con delicadeza, ajeno a todo lo que lo rodeaba. Fue entonces, sin saber cómo, cuando sus pasos la llevaron hasta la salida, a la encapotada mañana. El viento apagó la última llama de su alma y su corazón no dejó de agitarse de dolor. Necesitaba llorar. Necesitaba coserle un par de alas a esa pena y dejarla remontar el firmamento. CAPÍTULO 1 Helsinki, enero de 2016 Mika levantó la vista y parpadeó sorprendido: la cosa más bonita que había visto jamás se hallaba frente a él. Sin dar crédito, sus ojos caminaron con parsimonia por todo el cuerpo de aquella pequeña mujer. Subió hasta su rostro y se encontró con un par de preciosos iris color obsidiana. Su corazón parpadeó también, se detuvo y redobló una carrera sin control. No era el hombre que solía ser, y jamás volvería a serlo, sin embargo, fue consciente de que lo que latía entre sus piernas aún no estaba muerto. Aquel lunes había prometido ser un día como todos los demás, con una pequeña diferencia en su agenda: realizar una entrevista como un favor especial a Ulla, su exprometida y amiga. Algo rápido y simple, y quizá hasta aburrido. Molesto, había interrumpido la revisión de un importante informe en el ordenador para revisar el currículo de la persona a la que recibiría. El intenso dolor en la zona baja de la espalda, y en partes que no sentía de sus piernas, lo había martirizado toda la mañana. Impaciente, se había pasado una mano por sus cabellos, color terroso oscuro, en un esfuerzo por evitar en su rostro cualquier desliz que dejara entrever que aquel dolor lo perturbaba, aun cuando nadie lo observaba. A las once en punto, el suave toque en la puerta de su oficina lo había hecho alzar la vista. —Adelante.

—¡Hei 1 , Mika! Aquí está Alejandra Díaz. —Gracias, Tommi. Había mirado a su asistente personal y retornado con indiferencia los ojos hacia los apuntes que tenía sobre su regazo, sin fijarse en la persona que Tommi había dejado entrar. El imperceptible sonido de la puerta al cerrarse le dijo que su colega había partido. La reducida luz de la nieve, que entraba por la ventana, se abría paso y se desperezaba sobre los dos cómodos sillones, de un extraño diseño moderno, que descansaban con el mismo estoicismo que él, aunque no había habido nada de estoico en lo que aquella mujer le había hecho sentir cuando la miró. No creía en el amor a primera vista. Tampoco creía que alguien estaba destinado para él, lo que algunos románticos llamaban almas gemelas. No lo buscaba, ni lo esperaba, pero tuvo la inquietante sensación de que su vida, que ya había sufrido un antes y un después tras aquel terrible accidente, tendría un antes y un después a partir de ahora. La miró con fijeza en tanto la adrenalina comenzaba a trabajar en su cuerpo, como cuando bajaba en picado por la blanca pendiente de una pista de esquí. Disimuló con éxito su desconcierto y, con esa elaborada frialdad de la que echaba mano de forma recurrente, la saludó. —Good morning, señorita Díaz. —Good morning, señor… —Mika, Mika Fischer. Nice to meet you 2 . Quiso ponerse de pie, acercarse y saludarla con cortesía, pero no podía, así que, con movimientos medidos y pausados, le ofreció la mano para que ella se aproximara. —Nice to meet you. —Fue hasta él, le tendió su pequeña mano y… ¿Qué era eso? Dos hermosos hoyuelos iluminaron su sonrisa. Se estremeció. Soltó la mano con rapidez. Ella dio un paso atrás y miró vacilante alrededor. —Puedes colgar tu abrigo en la percha que está a tu espalda. —Muchas gracias. Dio un respingo ante el curioso acento. Con movimientos muy femeninos, la mujer colocó la chaqueta en la peculiar figura que actuaba como perchero y se colgó de nuevo el bolso grande que llevaba consigo sobre el hombro. Vio que observaba el entorno con curiosidad. Imaginó lo que pasaba por su cabeza.

Su oficina constituía una colección de diseños exclusivos de arte moderno. Objetos, muebles… La mayoría habían sido creados por su equipo de diseñadores, y alguno que otro, gracias al talento de sus compatriotas. Algunos modelos no habían gustado, otros habían sido catalogados como poco útiles para la venta, y otros, demasiado caros, pero él los había escogido poco a poco y rescatado para aquel santuario privado donde pasaba la mayor parte del día y del año, especialmente desde…, bueno, desde el accidente. —Siéntate y ponte cómoda. —Señaló el sillón delante de él. Sus largas y bien torneadas piernas, enfundadas en unas medias de lana muy fina, quedaron enfrente de él. Juntó sus rodillas, descolgó el bolso, lo colocó en el espacio que dejaba el sillón y posó las manos en su regazo, como una niña regañada a la espera del castigo del profesor. Una dulzona mezcla de flores se coló por la nariz de Mika. Maldita sea. Se aseguró de encontrar sus ojos; quería constatar una vez más el color. Sí, como la salvaje belleza de una noche en la selva africana. El encanto de lo inesperado, que había experimentado en sus correrías por África cuando era joven, titiló. Aprehendió su mirada, uno, dos, tres segundos, con la confianza de que la suya no exudaba ningún tipo de emoción. Ella, con gestos delicados, acomodó dos hebras de sus cabellos negros en la curva de la oreja. Sus dedos temblaron. Estaba nerviosa, pero eso no lo ablandó. No quería tranquilizarla, y no sabía por qué. Sin embargo, para romper el hielo e iniciar la entrevista, le preguntó con voz impasible: —¿Todavía nieva ahí fuera? —Sí, sí, bastante. Me costó ver por dónde caminaba. —¿Encuentras difícil el invierno finlandés? —Bueno, sí, pero me gusta. —¿Es tu primer invierno en Finlandia? —Sí, señor. —Mika, por favor. —Sí, señor, digo…, Mika. Esperó a que ella añadiera algo más, pero como no lo hizo, continuó. —Háblame de ti.

—Bueno, soy colombiana. Me gradué en un colegio bilingüe en Cali, la ciudad donde crecí y residí toda mi vida. Siempre me gustaron el arte y el diseño, y decidí estudiar artes plásticas. Después de graduarme empecé a trabajar en una empresa de decoración llamada Muebles y Adornos, que en inglés significa algo así como furniture and ornaments. Guardó silencio, como solo los finlandeses suelen hacer, y escuchó con atención, analizando con deleite las expresiones en el rostro de la señorita Díaz, aunque si alguien lo hubiera podido observar, no lo habría adivinado. —Comencé como vendedora. Lo fui durante un año. Después pasé a ser la asistente del administrador, cargo en el que estuve siete años, y, cuando mi jefe se retiró, me nombró administradora, cargo en el que permanecí hasta que renuncié para venir a estudiar a la Universidad de Aalto. —¿Por qué quieres trabajar aquí? —Porque me interesa el propósito de la compañía; quiero decir, me fascina el diseño de interiores en madera y me gusta el énfasis que pone esta empresa en crear productos que compaginen con la protección del medio ambiente. —¿Qué sabes de nuestra firma? —Que es una sociedad, que fabrica muebles, que se especializa en diseños exclusivos en madera; que les interesa la producción de objetos domésticos, bellos, simples pero, sobre todo, funcionales. Que es una empresa que está creciendo y que goza de buena reputación a nivel nacional y en Europa. Impresionante, la chica se había documentado bien. La sangre en sus venas se agitaba cada vez más, y aquello no le gustó. —¿Qué tipo de modelos creaste para el sitio donde trabajabas? —Bueno…, en realidad, solo me dediqué a la administración de la mueblería… Fui la mano derecha de mi jefe antes de que él se retirara. Lo fundamental para mí fue encontrar y contratar pequeñas fábricas que realizaran diseños innovadores, exclusivos, para surtir el catálogo de ventas de mi… de la tienda. —Sus ojos esquivaron a los de Mika cuando terminó—. Cumplir con los encargos y mantener en un buen nivel el flujo de ventas, además del manejo del personal, ocupaba todo mi tiempo. De pronto, el irracional deseo de advertir en aquella mirada algún vestigio de que era consciente de él como hombre lo acució, y no le hizo ninguna gracia. —Y según eso, con toda esa energía concentrada en la administración del local, ¿en qué porcentaje se incrementaron las ventas desde que tú empezaste a liderarlo? Sabía que era una pregunta injusta e innecesaria, puesto que él sabía muy bien que se necesitaban entre unos ocho y diez años para percibir un incremento sustancial en las ventas, y ella solo la había liderado, ¿cuánto?, ¿dos años? Y, por si fuera poco, su respuesta no resultaba relevante para el cargo al que se presentaba. Un capricho perverso lo empujaba a desestabilizarla. Quería… No sabía qué quería, pero lo que esa mujer despertaba en él no lo podía asimilar ni controlar. —Bueno, quiero decir…, la mueblería incrementó un poco las ventas. Me-me sentí orgullosa de intentar mantener el nivel que mi exjefe dejó —contestó, sosteniendo de forma valiente el contacto con los ojos de Mika mientras un enérgico rubor avivaba el color de su piel. Descolocado, Mika lo encontró tan erótico que la atacó con sus palabras: —El porcentaje exacto. —No lo recuerdo exactamente… —manifestó casi sin voz.

—¿No lo recuerdas con exactitud, Alejandra? ¿Fuiste la administradora de ese establecimiento o no lo fuiste? —No tenía por qué mostrarse tan rudo, ¿qué era lo que le pasaba? —Sí, señor. Cerré… con pérdidas el primer año, pero el segundo mejoró sustancialmente. — Pestañeó mortificada. —¿Qué estrategias utilizaste para incrementar el porcentaje? —Mejoré la atención al público capacitando a mis empleados, digo, exempleados, y traté de encontrar más talleres que diseñaran y fabricaran sus propios modelos de madera en cantidades limitadas. Busqué diseños, es decir, traté de darle fuerza a los diseños exclusivos. Creí… — carraspeó—, verá usted, señor Fisch… Mika…, busqué establecer más contratos con pequeñas empresas con diseños innovadores… Se quedó sin voz y, por unos segundos, el agudo silencio fue perturbado por la agitada inhalación de ella y el roce del puño de la camisa de Mika sobre el papel en el que escribía. Levantó la vista y, con la fijeza de un águila cuando se dispone a atacar, le preguntó: —Alejandra, háblame de la estrategia publicitaria que utilizaste para incrementar las ventas, porque, como líder, me imagino que tuviste en cuenta la importancia de dicha estrategia, ¿no? —Sí, verá usted, hum, Mika. —Apretó con fuerza sus manos entrelazadas—. Diseñamos una campaña publicitaria, pero pensamos que… considerando los altos precios, nos llevaría un largo tiempo incrementar las ventas sustancialmente; quiero decir, hubo algunos clientes inesperados… Bueno, la estrategia que intenté, con mi equipo, estuvo enfocada en mostrar que el lujo puede ir de la mano de la comodidad. —¿Lo intentaste, Alejandra, o lo hiciste? —Lo hice, señor, digo, Mika. El púrpura que encendía su rostro se le antojó como el púrpura de las fresas silvestres que florecían entre los zarzales de los bosques de su país. —¿Crees que pudiste haberlo hecho mejor, Alejandra? —Supongo que sí. —No dejaba de mirarlo a los ojos, aunque era obvio que le costaba—. Siempre se puede encontrar la manera de hacerlo mejor. Estoy segura de que, de haber continuado, la empresa habría crecido y habría mejorado sus cifras. El reto… no me hubiera amilanado — terminó al fin, poniendo la mirada sobre sus manos, acobardada, pero él no se inmutó. —Me gusta que la gente que trabaja para mí sepa aceptar las críticas y las use para mejorar. ¿Qué has aprendido de tus errores, Alejandra? Irguió su cabeza y lo miró retadora. —Creo que a no rendirme nunca, señor, a evaluar qué fue lo que pasó y a volver a empezar con más ganas. Un escalofrío recorrió su piel y se incrustó en su corazón; para reponerse, posó con rapidez sus ojos sobre las notas y guardó silencio unos segundos. Después, más por el deseo de conocerla mejor que por el deber, le preguntó: —Hay un vacío en tu currículo desde que te graduaste hasta que empezaste a trabajar. ¿Qué hiciste durante ese tiempo? La imperceptible oscilación de sus pestañas le dijo que la pregunta la había inquietado. Se llevó una mano al cuello y asió con suavidad un colgante; lo soltó y contestó: —Estuve unos meses viajando con mi hermano por Estados Unidos y Canadá. Luego, cuando volví a mi país, enseñé diseño gráfico a un grupo de reinsertados en la sociedad. Era un programa implementado por el gobierno colombiano para las personas que abandonaban la guerrilla.

—¿Por qué no continuaste? —Me… me gustaba, pero no era un salario fijo, y eran pocas horas, señor. Con ese empleo apenas podía subsistir. —Tengo una lista de ocho candidatos para el puesto de asistente de diseño, ¿qué te hace a ti mejor que a ellos? —Considero que tengo capacidad para abordar con éxito ese puesto… —Respiró profundo y continuó con energía— porque encaro bien los nuevos desafíos, sé trabajar bajo presión y aprendo con rapidez. —¿Qué responderías si te dijera que tu desempeño como líder de tu anterior empresa ha sido ineficiente? La rabia en sus ojos lo excitó. —Que estás equivocado, Mika. —¿Cómo? —No despegó sus ojos de los de ella. Vaya, vaya, la chica tenía agallas. —Que estás equivocado, Mika. —Tienes más experiencia en administrar que en las labores que realiza un asistente de diseño, Alejandra. Necesito a alguien veterano en la creación, en el desarrollo y en la ejecución de todo el proceso de un proyecto, con pedidos a gran escala. —No, señor, Mika. —Enderezó sus hombros—. Soy buena para diseñar; puede que no haya vendido mis diseños, pero nunca dejé de diseñar. Cuando regrese a mi país, pienso montar mi propio negocio. —¿O sea que quedarte en Finlandia más tiempo de lo que durará tu máster no está en tus propósitos? —No, sí, por supuesto. Si encuentro trabajo aquí, me gustaría quedarme. —Con presteza, sacó una carpeta de su bolso y la abrió—. Mire, aquí están todos los bocetos y diseños que he acumulado durante muchos años… ¡Ay, lo siento! Con impaciencia y vergüenza hacia sí mismo porque no podía ayudarla, contempló cómo ella se agachaba a recoger los dibujos que se habían esparcido a sus pies. Aplaudió su valor cuando se acercó y se los pasó todos. —Aquí está todo el material que he diseñado… desde que me gradué. Los recibió cortés y, con una expresión neutra, los ojeó rápidamente. Al tratarse de una persona con una desarrollada memoria visual, tomó buena nota de todo lo que veía. Le gustaron. —¿Alguna de tus ideas fue lanzada a la venta de forma particular? —Sí, algunos de mis diseños en madera los vendí a través de pedidos personales. Estaba planeando montar una página web y lanzarlos, pero… —¿Pero? —No tuve tiempo, la dirección de la empresa demandaba mucho de mí.

—Bajó los ojos afligida. Sin poder evitarlo, un hálito de ternura abrazó el corazón de Mika, y no quiso torturarla más. —Háblame de lo que te gusta diseñar —le preguntó con suavidad. —Me especializo en cincelar madera. Me encanta todo lo que tenga que ver con ella: cincelar, esculpir, sentirla, olerla —Cerró los ojos y luego los abrió, pero no lo miró—, pintar sobre ella. —¿Qué pueden aportar tus diseños a los artículos que producimos en esta empresa? —Frescura; formas y tonos exóticos, propios de la naturaleza de mi país, y quizá… —se atrevió a mirarlo a los ojos— pasión. El corazón de Mika tembló, y con voz forzada, manifestó: —Muy bien… ¿Qué conclusiones extraes de nuestra entrevista, Alejandra? —Ha sido interesante, Mika. —¿Tienes alguna pregunta? —No. Quiso sonreír ante su expresión de alivio. —Eso es todo, Alejandra. Te informaremos cuando hayamos tomado una decisión. Que tengas un buen día. —La despidió de forma cortante. —Muchas gracias…, Mika. Cogió su ordenador y retomó su trabajo mientras, por el rabillo del ojo, percibía cada uno de los movimientos de ella al colocarse el abrigo. Sin poder evitarlo, le lanzó una última ojeada y le recomendó: —Abrígate bien antes de salir. Ella asintió sin mirarlo. —Goodbye, Mika. —Goodbye, Alejandra. Agachó la cabeza de nuevo, ignorándola, pero fue consciente de cada uno de sus pasos alejándose y del clic de la puerta detrás de ella. Ninguna expresión alteró su rostro, pero sí lo delató un suspiro de pesar. Era una pena. Una gran pena no poder cortejar a aquella mujer. Y no dejó de repetírselo antes, durante y mucho después de que se hubiera tomado una decisión acerca del candidato que se incorporaría a la empresa. Su vida era complicada en aquellos momentos.

No quería desequilibrar el balance que tan duramente había logrado mantener. Pero el jefe de art & viiva todavía no sabía hasta qué punto su vida se podría enredar.

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1 comentario

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  1. Brenda Verenice Guzmán pulido

    Me encantó

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