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Cielo en llamas – Robert Jordan

Rand aguarda en Rhuidean a que se unan todos los clanes de los Aiel, pero la actitud del jefe de los Shaido puede obligar a Rand a cambiar de planes. En la corte de Caemlyn, Morgase tiene que enfrentarse a una traición inesperada, mientras la Torre Blanca se convierte en un nido de intrigas. Elaida, ascendida a Sede Amyrlin, pretende capturar al Dragón Renacido para mantenerlo a salvo hasta el momento del Tarmon Gaidon, aunque algunos creen que no es eso lo que pretende. El Dragón Renacido conduce a los Aiel hacia Cairhien, donde el jefe Shaido Couladin ha puesto cerco a la ciudad. Entretanto, Nynaeve y Elayne van a encontrarse con las hermanas Azules en Salidar, donde se han reunido las disidentes. Egwene, que continúa su formación con Moraine para llegar a ser una Aes Sedai, mantiene estrechamente vigilado a Rand. Y, de forma inexorable, los sellos que cierran la prisión del Oscuro se van abriendo.


 

E PRÓLOGO CAEN LAS PRIMERAS CHISPAS laida do Avriny a’Roihan toqueteó con gesto ausente el largo chal de siete colores que le ceñía los hombros, la estola de la Sede Amyrlin, y tomó asiento ante el amplio escritorio. Muchos la habrían considerado hermosa a primera vista, pero al observarla con mayor detenimiento resultaba evidente que la severidad de su intemporal semblante de Aes Sedai no era una expresión pasajera. Además, en sus oscuros ojos había ese día un brillo colérico. Apenas prestó atención a las mujeres que estaban delante de ella, sentadas en taburetes. Sus vestidos eran de todos los colores, desde el blanco hasta el rojo oscuro, confeccionados en seda o en lana, dependiendo de lo que dictara el gusto de cada cual; sin embargo, todas ellas salvo una lucían el chal oficial, con la Llama Blanca de Tar Valon bordada en el centro de la espalda y con flecos de los colores correspondientes a sus respectivos Ajahs, como si ésta fuera una reunión de la Antecámara de la Torre. Discutían sobre informes y rumores de los acontecimientos acaecidos en el mundo, procurando separar el grano de la paja, intentando decidir el curso de acción de la Torre, pero rara vez miraban a la mujer sentada detrás del escritorio, la mujer a la que habían jurado obedecer. Elaida no tenía puesta en ellas toda su atención; ignoraban lo que era realmente importante. O, más bien, lo sabían pero temían referirse a ello. —Aparentemente algo está ocurriendo en Shienar. —La que hablaba, la única hermana Marrón presente, era una mujer esbelta que a menudo parecía estar perdida en un sueño. También había sólo una representante Verde y otra Amarilla, y a ninguno de los tres Ajahs les complacía tal cosa. No había Azules. Los grandes y azules ojos de Danelle parecieron mirar pensativamente hacia adentro; en su mejilla había una mancha de tinta en la que seguramente no había reparado, y su vestido de lana, de un oscuro color gris, aparecía arrugado—. Hay rumores de escaramuzas, no con trollocs ni con Aiel, si bien los ataques en el puerto de Niamh parecen haber aumentado. Entre shienarianos. Algo inusitado en las Tierras Fronterizas, que no suelen guerrear entre sí. —Si lo que se proponen es tener una guerra civil, han escogido el momento más indicado —intervino con tono frío Alviarin. Alta y esbelta, vestida completamente de blanco, era la única que no llevaba chal.


La estola de Guardiana que le rodeaba los hombros era asimismo blanca para indicar que había ascendido a ese cargo procedente del Ajah Blanco, no del Rojo, el anterior de Elaida; esto rompía la tradición de que la Guardiana de las Crónicas perteneciera al mismo Ajah que la Sede Amyrlin. El talante de las Blancas era siempre frío—. Es como si los trollocs hubieran desaparecido. En toda la Llaga reina una tranquilidad tal que podrían guardarla dos granjeros y una novicia. —Tal vez sería mejor que no hubiera tanta tranquilidad —dijo Teslyn con su fuerte acento illiano mientras movía entre los huesudos dedos los papeles que tenía en el regazo, bien que no los miró. Era una de las cuatro Rojas presentes en la reunión, un número superior a cualquier otro Ajah, y no le andaba a la zaga a Elaida en cuanto a severidad: tampoco estaba considerada una mujer guapa—. Esta mañana recibí un mensaje de que el mariscal de Saldaea ha puesto en marcha un ejército, pero no hacia la Llaga, sino en la dirección contraria, al sudeste. Nunca habría hecho algo así si la situación en la Llaga no pareciera estar adormecida. —Se está filtrando la noticia de la huida de Mazrim Taim. —Alviarin hizo esta observación como si estuviera hablando del precio de las alfombras en lugar de un desastre en potencia. Se había realizado un gran esfuerzo para capturarlo y también para ocultar su fuga. A la Torre no le convenía que el mundo supiera que eran incapaces de retener a un falso Dragón después de haberlo apresado—. Y, al parecer, esa reina Tenobia o Davram Bashere o ambos piensan que no estamos capacitadas para encargarnos de él otra vez. Se había hecho un profundo silencio ante la mención de Taim. Era un hombre capaz de encauzar —iba de camino a la Torre para ser amansado, cortando definitivamente su contacto con el Poder Único, cuando había conseguido escapar—, pero no era esto lo que había hecho enmudecer las lenguas. La existencia de un hombre con capacidad para encauzar el Poder Único antes solía ser el may or anatema; dar caza a tales varones era la razón principal de la existencia de las hermanas Rojas, quienes recibían la ayuda necesaria de los demás Ajahs. Pero ahora la mayoría de las mujeres reunidas en la sala rebulló en las banquetas, eludiendo los ojos de las otras, porque hablar de Taim las acercaba demasiado a otro asunto del que no querían hablar en voz alta. Hasta Elaida sintió la bilis revolviéndose en su estómago. Por lo visto, Alviarin no experimentaba esa renuencia. Las comisuras de sus labios se agitaron momentáneamente en lo que podría ser tanto una sonrisa como una mueca. —Redoblaré nuestros esfuerzos por prender de nuevo a Taim. Y sugiero que una hermana se desplace hasta allí para aconsejar a Tenobia, alguna habituada a dominar la tozuda resistencia que esa joven presentará. Varias aprovecharon la ocasión para romper el incómodo silencio. —Sí, necesita a una Aes Sedai que la aconseje —abundó Joline mientras se ajustaba el chal de flecos verdes en torno a los esbeltos hombros y sonreía, aunque parecía un gesto algo forzado—. Una capaz de entendérselas con Bashere.

Tiene una excesiva influencia sobre Tenobia. Ha de conseguirse que su ejército dé media vuelta y regrese a la Llaga, donde puede ser útil si ésta despierta. —Bajo el chal, el escote mostraba generosamente su busto, y el vestido de seda verde se ajustaba en exceso a su cuerpo. Además, sonreía demasiado para el gusto de Elaida. Especialmente a los hombres. Las Verdes lo hacían siempre. —Lo que menos nos interesa ahora es tener otro ejército en marcha —se apresuró a intervenir Shemerin, la hermana Amarilla. Era una mujer algo regordeta que, de algún modo, nunca había logrado realmente alcanzar la calma apariencia de las Aes Sedai; a menudo había alrededor de sus ojos una tensión de ansiedad que últimamente aparecía con mayor frecuencia. —Y también debería ir alguien a Shienar —añadió Javindhra, otra Roja. A despecho de sus aterciopeladas mejillas, sus angulosos rasgos le otorgaban una singular dureza. Su voz era severa—. No me gusta este tipo de problemas en las Tierras Fronterizas. Lo peor que podría ocurrirnos ahora es que Shienar se debilite hasta el punto de que cualquier ejército trolloc pueda abrirse paso por allí. —Sí, tal vez —asintió Alviarin, pensativa—. Pero contamos con agentes en Shienar del Ajah Rojo, estoy segura, y quizá de otros Ajahs… —Las cuatro hermanas Rojas asintieron levemente con la cabeza, de mala gana; nadie más lo hizo—, que pueden advertirnos si estos pequeños choques se convierten en algo más preocupante. Era un secreto a voces que todos los Ajahs excepto el Blanco —dedicado como estaba a la lógica y a la filosofía— contaban con observadoras repartidas por las naciones en may or o menor escala, aunque se rumoreaba que la red de las Amarillas era casi insignificante, y a que no había nada que pudieran aprender sobre enfermedad o la Curación de quienes eran incapaces de encauzar. Algunas hermanas tenían sus espías particulares, quizá con más secreto incluso que los de los propios Ajahs. Las Azules contaban con la red más extensa, tanto del Ajah como personales. —En cuanto a Tenobia y Davram Bashere —continuó Alviarin—, ¿estamos de acuerdo en que han de ocuparse de ellos algunas hermanas? —Apenas si esperó a que las cabezas de las mujeres asintieran—. Bien, queda aprobado. Memara lo hará a la perfección, ya que no consentirá tonterías a Tenobia, pero nunca hará obvio su dominio. Pasemos a otro asunto. ¿Alguien ha recibido noticias recientes respecto a Arad Doman o Tarabon? Si no hacemos algo allí enseguida, podríamos encontrarnos con que Pedron Niall y los Capas Blancas tienen bajo su dominio la zona, desde Bandar Eban hasta la Costa de las Sombras. Evanellein, ¿sabes algo? Arad Doman y Tarabon se desangraban en sendas guerras civiles y grandes calamidades. El caos reinaba en ambas naciones.

A Elaida la sorprendió que sacaran este tema a colación. —Sólo rumores —contestó la hermana Gris. Su vestido de seda, a juego con los flecos del chal, era de buen corte y con un generoso escote. A menudo Elaida pensaba que esta mujer debería haber sido una Verde por lo mucho que se preocupaba de su apariencia y atuendos—. Casi todo el mundo en esas pobres tierras es refugiado, incluidos los que podrían enviarnos noticias. Por lo visto la Panarch Amathera ha desaparecido, y parece ser que hay una Aes Sedai involucrada en ello… La mano de Elaida se crispó sobre la estola. Su expresión no se alteró en lo más mínimo, pero sus ojos ardían. El asunto de Saldaea estaba acordado, pero al menos Memara era una Roja; eso era una sorpresa. Sin embargo, lo habían acordado, simplemente, y sin pedirle siquiera opinión. La inquietante posibilidad de que una Aes Sedai estuviera involucrada en la desaparición de la Panarch —si es que no se trataba de otro de los muchos bulos que brotaban en la costa occidental— no se le iba de la cabeza a Elaida. Había Aes Sedai dispersas desde el Océano Aricio hasta la Columna Vertebral del Mundo, y al menos las Azules podían hacer cualquier cosa. No habían transcurrido ni dos meses desde que todas estas mujeres se habían arrodillado para jurarle lealtad como la personificación de la Torre Blanca, y ahora se tomaba una decisión sin mirar siquiera en su dirección. El estudio de la Amyrlin se encontraba en uno de los pisos altos, pero sin embargo era el corazón de la marfileña torre en sí, y ésta era a su vez el centro de la isla fluvial donde se asentaba la gran ciudad de Tar Valon, abrazada por el río Erinin. Y Tar Valon era, o debería ser, el corazón del mundo. La estancia denotaba el poder ejercido por la extensa sucesión de mujeres que la habían ocupado: el suelo de piedra roja traída de las Montañas de la Niebla; la chimenea, de mármol dorado de Kandor; las paredes cubiertas por paneles de pálida madera extrañamente veteada, en la que se había realizado un maravilloso trabajo de talla, con aves y bestias desconocidas, hacía más de un milenio. Piedra reluciente como madreperla enmarcaba los altos ventanales en arco que se abrían a una balconada asomada a los jardines privados de la Amyrlin; no existía otra piedra igual a ésta, que había sido rescatada de una ciudad sin nombre, hundida en el Mar de las Tormentas durante el Desmembramiento del Mundo. Una estancia de poder, un reflejo de las Amyrlin que habían hecho danzar tronos a su son durante casi tres mil años. Y estas mujeres sentadas ante ella ni siquiera le habían pedido su opinión. Tal menosprecio ocurría demasiado a menudo. Lo peor —quizá lo más amargo de todo— era que usurpaban su poder sin darse cuenta siquiera. Sabían que había sido su ay uda la que le había puesto la estola sobre los hombros, y ella era muy consciente de lo que había estado ocurriendo, pero el atrevimiento de estas mujeres estaba llegando demasiado lejos. Muy pronto sería el momento de hacer algo al respecto, aunque todavía no. También ella había puesto su sello en el estudio: un escritorio primorosamente tallado con triples anillos unidos, y un imponente sillón con una incrustación de marfil en el respaldo que representaba la Llama de Tar Valon por encima de su oscuro cabello, semejando una gran lágrima nívea. Sobre el escritorio había tres cajas lacadas de Altara, colocadas a una distancia equidistante entre sí; una de ellas contenía la más exquisita colección de miniaturas talladas. Junto a una pared, en un jarrón blanco sobre un sencillo pedestal, unas rosas rojas impregnaban con su fragancia el cuarto.

Desde su ascensión no había llovido, pero gracias al Poder siempre había a mano hermosas flores, por las que Elaida sentía debilidad. Eran tan fáciles de moldear y dirigir para que crearan belleza… Dos cuadros colgaban en un lugar donde podía contemplarlos con sólo levantar la cabeza, sin moverse de su asiento. Las demás evitaban mirarlos; entre todas las Aes Sedai que acudían al estudio de Elaida, sólo Alviarin se permitía echarles alguna ojeada fugaz. —¿Se tiene alguna noticia de Elayne? —preguntó con cortedad Andaya, una mujer delgada, con aspecto de pájaro y expresión tímida a despecho de sus rasgos de Aes Sedai. Dadas sus características, la segunda Gris no tenía apariencia de ser buena mediadora, pero, de hecho, era una de las mejores. En su voz todavía quedaban vestigios de acento tarabonés—. ¿O de Galad? Si Morgase descubre que hemos perdido a su hijastro podría empezar a hacer preguntas sobre el paradero de su hija, ¿no? Y, si se entera de que hemos perdido a la heredera del trono, probablemente nuestras relaciones con Andor se volverán tan tirantes como con Amadicia. Unas cuantas mujeres sacudieron la cabeza; no había noticias de ninguno de ellos. —Tenemos a una hermana Roja en palacio —comentó Javindhra—. Ha sido ascendida recientemente, de modo que puede pasar por una mujer que no es Aes Sedai. —Se refería a que la mujer aún no había adquirido la apariencia intemporal que otorgaba el uso prolongado del Poder. Cualquiera que hubiera intentado calcular la edad de las mujeres que se encontraban en el estudio se habría equivocado hasta en veinte años, y en algunos casos incluso el doble—. Está bien entrenada, sin embargo, y es bastante fuerte y muy observadora. Morgase está absorta en presentar su candidatura al trono de Cairhien. —Varias mujeres rebulleron en sus asientos, como dándose cuenta de que su compañera pisaba un terreno peligroso, y Javindhra añadió apresuradamente—: Y su nuevo amante, lord Gaebril, parece tenerla ocupada el resto del tiempo. —Su boca, ya fina de por sí, se estrechó aun más—. Ese hombre le tiene sorbido el seso. —Pero la mantiene concentrada en Cairhien —intervino Alviarin—. La situación allí es casi tan mala como en Tarabon y Arad Doman, con todas las casas contendiendo por el Trono del Sol y la hambruna enseñoreándose de todo el reino. Morgase restablecería el orden, pero le costaría mucho tiempo asegurarse en el poder. Hasta que haya conseguido tal cosa, le restará poca energía para ocuparse de otros asuntos, incluida la heredera del trono. He encargado a una escribiente la tarea de enviar cartas de vez en cuando; es una mujer que imita bien la caligrafía de Elay ne. Eso mantendrá tranquila a Morgase hasta que estemos en condiciones de volver a ejercer sobre ella un control adecuado. —Al menos seguimos teniendo a su hijo bajo nuestro mando. —Joline sonrió.

—Difícilmente puede decirse tal cosa de Gawyn —adujo secamente Teslyn —. Esos Cachorros suy os sostienen escaramuzas con los Capas Blancas a ambos lados del río. Actúa tanto por decisión propia como por nuestra dirección. —Lo meteremos en cintura —dijo Alviarin. La constante actitud impávida de la Blanca estaba empezando a resultarle odiosa a Elaida. —Y, hablando de los Capas Blancas —intervino Danelle—, parece ser que Pedron Niall está dirigiendo negociaciones secretas con intención de convencer a Altara y Murandy para que cedan territorio a Illian y así evitar que el Consejo de los Nueve invada uno o ambos países. Habiéndose retirado del peligroso precipicio, las mujeres siguieron charlando del mismo asunto, calculando si las negociaciones del capitán general conducirían a proporcionar una influencia excesiva a los Hijos de la Luz. Quizá sería conveniente hacerlas fracasar para que la Torre cobrara protagonismo y ocupara el lugar de Pedron Niall. La boca de Elaida se crispó. A lo largo de su historia, la Torre había sido cautelosa a la fuerza a menudo —demasiados la temían y demasiados desconfiaban de ella—, pero jamás había temido a nada ni a nadie. Ahora sí. Alzó la vista hacia los cuadros. Uno de ellos era un tríptico de madera en el que se representaba a Bonwhin, la última Roja ascendida a Sede Amyrlin, hacía un milenio, y la razón por la que ninguna otra Roja había vuelto a llevar la estola… hasta Elaida. En el primer panel aparecía Bonwhin, erguida y orgullosa, dirigiendo a las Aes Sedai en sus manipulaciones sobre Artur Hawkwing; en el segundo, Bonwhin, desafiante, en las blancas murallas de Tar Valon, asediada por las fuerzas de Hawkwing; y, en el tercero, Bonwhin, de rodillas y humillada ante la Antecámara de la Torre mientras era despojada de estola y bastón por haber estado a punto de destruir la Torre. Muchas se preguntaban por qué Elaida había hecho que sacaran el tríptico de los almacenes, donde había permanecido cubierto por el polvo; aunque ninguna lo había comentado abiertamente, los rumores habían llegado hasta ella. No comprendían que ese continuo recordatorio del precio del fracaso era necesario. El segundo cuadro, pintado sobre lienzo, era moderno, una copia de un boceto del lejano oeste realizado por un artista callejero. Éste causaba aun más inquietud a las Aes Sedai que lo veían. Dos hombres combatían entre nubes, aparentemente en el cielo, blandiendo rayos como armas. El rostro de uno de ellos era de fuego. El otro era alto y joven, con el cabello rojizo. Este último era quien despertaba el miedo, quien hacía que Elaida apretara los dientes. La mujer ignoraba si se debía a la cólera o simplemente para que no le castañetearan. Pero el miedo se podía, y se debía, controlar. El control lo era todo.

—Entonces, hemos terminado —dijo Alviarin mientras se levantaba suavemente del taburete. Las otras la imitaron y empezaron a arreglarse las faldas y a ajustar los chales, disponiéndose a salir—. Dentro de tres días, espero que… —¿Os he dado permiso para marcharos, hijas? —Éstas fueron las primeras palabras que Elaida pronunciaba desde que al principio de la reunión les había dicho que se sentaran. La miraron con sorpresa. ¡Sorpresa! Algunas se dirigieron de vuelta a los taburetes, pero sin prisa. Y sin una sola palabra de disculpa. Había dejado que esta situación se alargara demasiado tiempo—. Puesto que estáis de pie, os quedaréis así hasta que hay a terminado. —Hubo un instante de desconcierto entre las que estaban a punto de tomar asiento, y Elaida continuó mientras volvían a ponerse erguidas, indecisas—: No he oído mencionar nada respecto a la búsqueda de esa mujer y sus compañeras. No era preciso decir el nombre de « esa mujer» , la predecesora de Elaida. Todas sabían a quién se refería, y a ella le costaba más cada día pensar incluso el nombre de la anterior Sede Amy rlin. Todos sus problemas actuales —¡todos!— podían achacarse a « esa mujer» . —Es difícil —contestó Alviarin con sosiego—, puesto que hemos respaldado los rumores de que fue ejecutada. —La Blanca tenía hielo en las venas. Elaida la miró a los ojos fijamente hasta que la Aes Sedai añadió un tardío « madre» , aunque fue plácido, incluso despreocupado. Elaida volvió los ojos hacia las demás. —Joline, te hiciste cargo de esa búsqueda y de la investigación de su huida. — Su voz sonaba acerada—. En ambos casos lo único que he oído hablar es de dificultades. Quizás una penitencia diaria te ay udaría a actuar con más diligencia, hija. Pon por escrito la que consideras apropiada y preséntamela. Si la considero… menor de lo conveniente, la triplicaré. Para satisfacción de Elaida, la constante sonrisa de Joline se desvaneció. Abrió la boca y luego volvió a cerrarla bajo la penetrante mirada de la Amyrlin. Finalmente, hizo una profunda reverencia.

—Como ordenéis, madre. —Su voz sonaba tensa y su actitud humilde era forzada, pero serviría. De momento. —¿Y qué hay del intento de hacer regresar a quienes huyeron? —El tono de Elaida no había perdido dureza. Más bien, todo lo contrario. La vuelta de las Aes Sedai que habían escapado cuando « esa mujer» fue depuesta significaba el regreso de las Azules a la Torre. No estaba segura de que pudiera confiar jamás en ninguna Azul. Claro que, en realidad, no estaba segura de que pudiera confiar en nadie que hubiera huido en lugar de aclamar su ascensión. Empero, la Torre debía volver a formar una unidad. Esta tarea le había sido encomendada a Javindhra. —También en esto hay dificultades —contestó ésta. Sus rasgos seguían siendo tan severos como siempre, pero se humedeció los labios rápidamente al advertir la expresión tormentosa que pasó fugaz por el semblante de Elaida—. Madre. La Amy rlin sacudió la cabeza. —No quiero oír nada sobre dificultades, hija. Mañana me presentarás una lista de todo lo que has hecho al respecto, incluidas las medidas tomadas para asegurarte de que el mundo no sepa que hay disensiones en la Torre. —Esto era de importancia capital; había una nueva Amyrlin, pero era imperioso que el mundo viera a la Torre tan unida y fuerte como siempre—. Si no tienes tiempo suficiente para el trabajo que te he dado, quizá convendría que renunciaras a tu puesto como Asentada de las Rojas en la Antecámara. He de considerar tal opción. —No será preciso, madre —se apresuró a decir la severa mujer—. Mañana tendréis el informe que queréis. Estoy segura de que muchas empezarán a regresar muy pronto. Elaida no estaba tan convencida de ello por mucho que deseara que fuera así —la Torre tenía que ser fuerte, ¡sin remedio!—, pero su postura había quedado muy clara. La inquietud se reflejaba en todos los ojos ahora, excepto en los de Alviarin. Si Elaida no mostraba reparo alguno en echarse sobre una hermana de su anterior Ajah y mostraba aun más dureza con una Verde que la había apoy ado desde el primer día, quizás habían cometido un error al tratarla como una efigie ceremonial.

Puede que ellas la hubieran colocado en la Sede Amyrlin, pero ahora Elaida era la Amy rlin. Unos cuantos ejemplos más en los próximos días dejarían este punto muy claro. Si era preciso, obligaría a hacer penitencia a todas las presentes hasta que pidieran clemencia.

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