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Chomsky esencial – Noam Chomsky

En este libro se recogen las ideas fundamentales de Noam Chomsky, quizá el mayor pensador y activista político de nuestro tiempo, sobre el pasado, el presente y el futuro del poder político. A lo largo de estos textos, Chomsky replantea de raíz los acontecimientos más cruciales de las últimas tres décadas, desde las intervenciones exteriores de los Estados Unidos en Europa, Asia, América Latina y Oriente medio hasta la persistencia de la pobreza, el fanatismo religioso, el desmantelamiento del estado del bienestar, la lucha de los medios de comunicación de masas contra el activismo político o el control ideológico en la enseñanza de las ciencias y las humanidades. Como es habitual en él, en vez de teorizar, Chomsky nos enseña, a través del análisis y la discusión de estos casos concretos, a pensar por nosotros mismos y nos muestra caminos posibles hacia el cambio social. Esta «Obra Esencial de Chomsky» es el libro ideal para quienes se acercan por primera vez a su obra de reflexión política, así como también para quienes le siguen desde hace muchos años.


 

En el presente libro se recoge la obra de uno de los activistas políticos y pensadores más destacados de nuestra época. Las discusiones cubren un amplio abanico de temas —desde la actuación de los modernos medios de comunicación a la globalización, el sistema educativo, las crisis medioambientales, el complejo militar-industrial, las estrategias activistas y otros— y presentan una perspectiva revolucionaria para evaluar el mundo y para comprender el poder. Lo que distingue al pensamiento político de Noam Chomsky no es una nueva concepción o una única idea dominante. De hecho, la actitud política de Chomsky está arraigada en nociones conocidas desde hace siglos. Más bien, la gran contribución de Chomsky es su dominio de una enorme masa de información fáctica, y su rara habilidad para desenmascarar, caso tras caso, las operaciones y engaños de poderosas instituciones del mundo actual. Su método consiste en enseñar por medio de ejemplos —no en abstracto— para ayudar a la gente a aprender a pensar críticamente por sí misma. El primer capítulo presenta dos temas que subyacen en casi todos los aspectos del libro: el progreso del activismo en la transformación del mundo y la intervención de los medios de comunicación para silenciar ese activismo y modelar nuestro modo de pensar. El libro sigue un orden más o menos cronológico y empieza con cuatro debates celebrados en 1989 y 1990 —el inicio de la época de la posguerra fría—. Estos primeros capítulos sientan las bases del análisis posterior de Chomsky. En los capítulos restantes se analizan actuaciones más recientes de la política exterior estadounidense, la economía internacional, el medio ambiente social y político nacional, así como las estrategias y problemas del activismo. El libro y las notas que lo acompañan devuelven el análisis de Chomsky a la actualidad. Internet nos ha permitido incluir una amplia documentación en las notas, que pueden encontrarse en la página Web del libro. Esta cantidad de notas en línea va mucho más lejos de las simples citas originales: incluyen comentarios sobre el texto, fragmentos de documentos gubernamentales, importantes citas de artículos periodísticos y académicos así como otras informaciones de importancia. Nuestra meta era difundir gran parte de las pruebas que avalan todas las afirmaciones fácticas de Chomsky. Estas notas permiten también profundizar en las cuestiones a los lectores interesados en un determinado tema. La colección completa de las notas —que son más extensas que el propio texto— puede descargarse fácilmente en la página Web del libro, que se encuentra en la dirección www.understandingpower.com (también puede accederse a ellas en la dirección www.thenewpress.com). Si se desea obtener un ejemplar encuadernado de las notas puede obtenerse la información correspondiente en dicha página Web o escribiéndonos a la atención de la editorial.


El libro se compiló del siguiente modo: transcribimos las cintas de numerosas sesiones de preguntas y respuestas, las editamos para su mejor lectura y luego las reorganizamos y combinamos para eliminar las repeticiones y presentar el análisis en una sucesión coherente de temas e ideas. Nuestro objetivo era compilar una visión global del pensamiento político de Chomsky que uniese el rigor y la documentación de sus obras académicas a la facilidad de acceso del formato de entrevista. Siempre hemos respetado el lenguaje y las respuestas del propio Chomsky —quien revisó el texto— si bien hubo que realizar modificaciones superficiales por razones estructurales y de estilo. La mayor parte del material procede de debates de tipo seminario con grupos de activistas, o de turnos de preguntas después de conferencias, celebrados entre 1989 y 1999. Algunas de las respuestas de los capítulos 6, 7, 8 y 9 están tomadas de conversaciones entre Chomsky y Michael Albert. Los interlocutores se identifican como «Hombre» o «Mujer» porque con frecuencia este recurso revela cuándo la misma persona prosigue una línea de diálogo planteando preguntas o si interviene otra persona. Hemos comprobado y verificado personalmente las fuentes citadas en las notas, con excepción de algunas referencias en otras lenguas. La mayoría de las fuentes son aquellas en que se basó Chomsky al realizar sus comentarios en el texto, pero otras no. Fue de inestimable valor la colaboración de Emily Mitchell para recuperar gran parte de este material en los últimos meses de nuestro trabajo. Remitimos al lector a la nota 67 del capítulo 1 para la consideración de uno de los equívocos comunes relativos a las notas: que la cita frecuente de artículos de los principales medios de comunicación choca con el «modelo de propaganda» de dichos medios, que Chomsky explica en el capítulo 1. Queremos manifestar nuestro agradecimiento a nuestros padres —Emily y George Mitchell y Ron y Jonne Schoeffel—, cuyo apoyo hizo posible el libro. PETER R. MITCHELL JOHN SCHOEFFEL NOTA SOBRE LOS ACONTECIMIENTOS DEL 11 DE SEPTIEMBRE DE 2001 Cuando el presente libro estaba a punto de imprimirse, dos aviones secuestrados se lanzaron contra el World Trade Center y otro contra el Pentágono, matando a varios miles de personas y desencadenando posiblemente enormes repercusiones en la sociedad norteamericana y en el mundo. Aunque los medios de comunicación estadounidenses realizaron una inmensa cobertura de los ataques y de sus secuelas, en una abrumadora mayoría de casos los medios no ofrecieron una presentación crítica y exacta del contexto en que ocurrieron los hechos. Cuando el presidente Bush y los funcionarios estadounidenses anunciaron que «Norteamérica ha sido el blanco de los ataques por ser el bastión más radiante de la libertad y las oportunidades en todo el mundo», los principales medios de comunicación de Estados Unidos se hicieron eco de este estribillo. En un artículo central del New York Times se decía que los autores habían obrado por «odio a los valores más queridos en Occidente, tales como la libertad, la tolerancia, la prosperidad, el pluralismo religioso y el sufragio universal».1 De la cobertura de los medios de comunicación estadounidenses estuvo clamorosamente ausente una presentación completa y realista de la política exterior estadounidense y de sus efectos en todo el mundo. Costaba encontrar algo más que una mención de pasada a la inmensa masacre de civiles iraquíes durante la guerra del Golfo, la devastación de la población iraquí por las sanciones instigadas por Estados Unidos a lo largo de la pasada década, el papel crucial de Estados Unidos en el apoyo a la ocupación por parte de Israel de los territorios palestinos desde hace treinta y cinco años, su apoyo a las dictaduras brutales de todo Oriente Medio, que reprimen a la población local, etc., etc. También estuvo ausente toda sugerencia a que la política exterior estadounidense debía cambiar de manera fundamental. El presente libro se escribió antes de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, pero en él se encontrarán respuestas a muchas de las preguntas más importantes que plantean dichos ataques. ¿Por qué los medios de comunicación ofrecen una perspectiva tan limitada y acrítica, un análisis tan inexacto? ¿Cuál es la base de la política exterior estadounidense y por qué despierta tanto odio Estados Unidos? ¿Qué pueden hacer los ciudadanos de a pie para cambiar esta situación? Como señaló Chomsky poco después de los ataques: «La población de los países desarrollados se enfrenta ahora a una alternativa: podemos expresar un justificado horror o podemos intentar comprender qué puede haber llevado a estos crímenes. Si nos negamos a hacer esto último, estaremos contribuyendo a que muy probablemente haya mentiras mucho peores en el futuro». Desde nuestra aterrada perspectiva actual, las discusiones recogidas en este libro parecen más urgentes que nunca. Esperamos que proporcione un punto de partida para la comprensión y que contribuya a los debates —y a los cambios— que deben producirse.

1. SEMINARIO DE FIN DE SEMANA: SESIÓN INAUGURAL Basado principalmente en las discusiones celebradas en Rowe, Massachusetts, de los días 15 y 16 de abril de 1989. Los logros de la disidencia interior MUJER: Noam, creo que la razón por la que hemos venido aquí a pasar el fin de semana hablando con usted es el interés por conocer sus ideas acerca de la situación del mundo, y sobre qué podemos hacer para cambiarlo. ¿Cree usted que el activismo ha producido muchos cambios en Estados Unidos en las últimas décadas? Por supuesto, y de hecho grandes cambios. No creo que haya cambiado la estructura de las instituciones, pero pueden apreciarse verdaderos cambios en la cultura y también en muchos otros ámbitos. Por ejemplo, compare las administraciones presidenciales de las décadas de 1960 y 1980, la administración Kennedy y la administración Reagan. En cierto sentido, y contra lo que todos afirman, tenían mucho en común. Ambos presidentes llegaron al cargo previas denuncias fraudulentas de sus predecesores como débiles e indecisos y de haber dejado a los rusos tomar la delantera —en el caso de Kennedy «desequilibrio de misiles» fraudulento y en el caso de Reagan una «ventana de vulnerabilidad» fraudulenta—. Ambas administraciones se caracterizaron por una gran escalada en la carrera de armamentos, lo que significa más violencia internacional y mayores subvenciones de los contribuyentes a la industria nacional avanzada por medio del gasto militar. Ambos presidentes eran jingoístas, ambos intentaron imbuir miedo en la población general por medio de una gran histeria militarista y de jingoísmo. Ambos desplegaron una política exterior muy agresiva por todo el mundo —Kennedy aumentó sustancialmente el nivel de violencia en Latinoamérica; la oleada represiva que culmina en los años ochenta bajo la administración Reagan fue sustancialmente un resultado de sus iniciativas.1 Por supuesto, la administración Kennedy era diferente por cuanto, al menos retóricamente, y en cierta medida en la práctica, se interesó por los programas de reforma social internos, mientras que la administración Reagan se comprometió en lo contrario, en eliminar lo que quedaba del sistema de bienestar social. Pero esto probablemente refleja la diferencia en los asuntos internacionales entre ambos períodos más que otra cosa. A comienzos de los sesenta, Estados Unidos era el poder mundial hegemónico y tenía muchas oportunidades para combinar la violencia internacional y el compromiso en el gasto militar con la reforma social interior. En los años ochenta ya no existía la misma posibilidad: Estados Unidos no era ya tan poderoso ni rico en relación a sus rivales industriales, o lo era sólo en términos relativos, no absolutos. Y entre las élites —no era sólo Reagan—, existía un consenso generalizado sobre la necesidad de derribar el Estado del bienestar para mantener la rentabilidad y competitividad del capital norteamericano. Pero salvada esta diferencia, ambas administraciones eran muy similares. Por otra parte, no podían hacer las mismas cosas. Así, por ejemplo, Kennedy pudo invadir Cuba y lanzar la operación terrorista internacional contra este país —que duró muchos años, probablemente continúa aún—.2 Pudo invadir Vietnam del Sur, y después de todo lo hizo: Kennedy envió a la fuerza aérea norteamericana a bombardear y lanzar napalm sobre Vietnam del Sur y asolar el país, y envió tropas para aplastar el movimiento campesino de independencia local.3 Y Vietnam es una zona de interés menor para Norteamérica, está en la otra punta del mundo. La administración Reagan intentó hacer cosas parecidas mucho más cerca de nuestro país, en Centroamérica, y no pudo. Tan pronto como empezaron a avanzar hacia la intervención directa en Centroamérica, durante los primeros meses de la administración de 1981, tuvieron que replegarse y pasar a las operaciones clandestinas —ventas de armamento secretas, financiación encubierta por medio de Estados clientes, formación de fuerzas terroristas como los contras en Nicaragua, etc., etc.4 Esto supone una diferencia muy importante, una drástica diferencia.

Y creo que esta diferencia es uno de los logros del activismo y la disidencia de los últimos veinticinco años. De hecho, la administración Reagan se vio forzada a crear una gran oficina de propaganda, la Oficina de Diplomacia Pública, que no fue la primera en la historia de Norteamérica, sino la segunda (la primera fue durante la administración Wilson en 1917). Pero esta última era mucho mayor, mucho más amplia, fue un gran esfuerzo de adoctrinamiento del público.5 La administración Kennedy nunca tuvo que hacer algo así porque confiaba en que la población daría su apoyo a cualquier forma de violencia y agresión que decidiese desplegar. Éste es un gran cambio, y tuvo sus efectos. En los años ochenta no hubo B-52 en Centroamérica. Ya fue bastante malo, se masacró a miles de personas, pero si hubiésemos enviado B-52 y a la 82 Aerotransportada, habría sido mucho peor. Y esto es un reflejo del serio aumento de la disidencia nacional en el activismo en Estados Unidos durante los últimos veinticinco años. La administración Reagan se vio forzada a seguir una táctica clandestina en vez de practicar una agresión directa como la que pudo utilizar Kennedy en Vietnam, principalmente para pacificar a la población del país. Tan pronto como Reagan sugirió que podía intentar recurrir a la intervención militar directa en Centroamérica, se registró una convulsión en el país, que se expresó a través del envío masivo de cartas, así como manifestaciones y mediante la implicación de grupos religiosos; la gente empezó a salir de los armarios en todas partes. Y la administración tuvo que retroceder inmediatamente. Asimismo, en 1985 el presupuesto militar de Reagan tuvo que nivelarse. Se había disparado, siguiendo en gran medida las previsiones de la administración Carter, pero a continuación se niveló hasta llegar al mismo montante que habría tenido de continuar Carter.6 Bien, ¿por qué sucedió esto? En parte sucedió debido a los problemas fiscales resultantes de cuatro años de catastrófico gasto deficitario de la administración Reagan, pero en parte también porque hubo una considerable disidencia interna. Y en la actualidad esa disidencia es de hecho irreprimible. El hecho de que no posea ni un centro, ni una fuente, ni una estructura organizativa, tiene sus ventajas y sus inconvenientes. El inconveniente principal es que las personas tienen la sensación de estar solas, porque no ven las cosas que suceden calle abajo. Y es posible mantener la ilusión de que el activismo no está vivo, porque no está dramáticamente presente, con grandes manifestaciones o cosas por el estilo; a veces las hay, pero no la mayoría de las veces. Y la intercomunicación es escasa, con lo cual pueden organizarse muchas cosas en paralelo, pero que no se suman ni tienen un propósito común. Todos éstos son inconvenientes. Por otra parte, la principal ventaja es que son muy difíciles de aplastar, porque no hay por dónde cortar: si se elimina una cosa, sale otra en su lugar. Así pues, viendo las cosas en retrospectiva, no creo que sea cierto que la gente se haya vuelto más pasiva, más tranquila, o esté más adoctrinada, etc. De hecho, sucede todo lo contrario. Pero no se trata de un más o menos, en realidad es algo simplemente diferente. Y esto puede advertirse de muchas maneras.

Quiero decir, que la oposición pública a las políticas de la administración Reagan siguió aumentando —aunque siempre fue muy elevada, aumentó en los años ochenta—.7 O bien pensemos en los medios de comunicación, donde ha habido ligeros cambios, ahora hay más apertura. Los disidentes tienen más facilidades para acceder a los medios de comunicación hoy que hace veinte años. No es «fácil», como pasar de 0,2 por 100 a un 0,1 por 100, sino diferente. Y de hecho, ahora hay gente incluso dentro de las instituciones que procede de la cultura y experiencias de los sesenta y se ha abierto paso en los medios de comunicación, las universidades, las editoriales y, en cierta medida, también en el sistema político. Y también esto ha tenido su efecto. O pensemos en algo como la política de derechos humanos de la administración Carter. En realidad, no era de la administración Carter, sino del Congreso —hubo programas de derechos humanos del Congreso a los que la administración Carter tuvo que adaptarse, siquiera en cierta medida—. Y también se mantuvieron a lo largo de los ochenta: también la administración Reagan tuvo que adaptarse algo a ellos. Y han tenido su efecto. Se utilizan de manera muy cínica e hipócrita, ya lo sabemos —y sin embargo, han salvado la vida a mucha gente—. Bien, ¿de dónde proceden esos programas? Si miramos hacia atrás, vemos que proceden de los niños de los años sesenta que se convirtieron en asistentes del Congreso y presionaron para que se aprobasen leyes —utilizando la presión popular de lugares distintos como ayuda—. Sus propuestas se abrieron paso a través de un par de oficinas del Congreso, y finalmente se incorporaron a la legislación del Congreso.8 Las nuevas organizaciones de derechos humanos surgieron simultáneamente, como Human Rights Watch. Y de todo ello nació al menos un compromiso retórico de poner las cuestiones de derechos humanos en el primer plano de los intereses en política exterior. Y ello no dejó de tener su efecto. Sin duda —se dirá— es cínico. Pero tuvo su efecto. La red estadounidense de Estados terroristas mercenarios MUJER: Es curioso que diga esto porque yo no comparto esa impresión. La única cuestión relacionada con los derechos humanos por la que pareció interesarse la administración Reagan fue la de los judíos soviéticos; lo que quiero decir es que reanudó la financiación del terrorismo en Guatemala. Pero vean cómo lo hizo: tuvo que entrar a hurtadillas y por la espalda. De hecho, hubo más financiación de Guatemala bajo la administración Carter que bajo la de Reagan, aun cuando no se conoce bien. Veamos, por legislación del Congreso la administración Carter se vio obligada a detener el envío de ayuda militar a Guatemala, cosa que oficialmente hizo —aunque si se examinan los registros del Pentágono, la financiación continuó hasta 1980 o 1981 más o menos a su nivel normal, mediante diversos trucos: ya sabes, «las cosas ya estaban en marcha» y ese tipo de historias—. La prensa nunca habló de ello, pero si se examinan los registros se aprecia que la financiación prosiguió hasta esa fecha.9 La administración Reagan tuvo que interrumpirla sin más, y lo que hizo entonces fue recurrir a Estados mercenarios.

Veamos. Uno de los fenómenos interesantes de los años ochenta es que en gran medida Estados Unidos tuvo que llevar a cabo sus intervenciones en el extranjero por medio de Estados mercenarios. Existe toda una red de Estados mercenarios de Estados Unidos. Israel es el principal, pero también cuenta con Taiwan, Sudáfrica, Corea del Sur, los Estados integrados en la Liga Anticomunista Mundial y diversos grupos militares del hemisferio occidental, Arabia Saudí que los financia, y Panamá —Noriega estaba en el centro del asunto—. Vislumbramos algo de ello en cosas como el procesamiento de Oliver North y las vistas Irán-Contra [Oliver North fue procesado en 1989 por su papel en «Irán-Contra», el plan ilegal del gobierno estadounidense para financiar a las milicias Contra nicaragüenses en su guerra contra el gobierno izquierdista de Nicaragua mediante la venta secreta de armas a Irán] —se trata de redes terroristas internacionales de Estados mercenarios—. Es un fenómeno nuevo de la historia universal, algo que va mucho más lejos de lo que nadie hubiese soñado. Otros países contratan a terroristas, nosotros contratamos a Estados terroristas, somos un país grande y poderoso. De hecho, y para mi sorpresa, en el procesamiento de North ocurrió algo significativo, algo que no pensaba que pudiese suceder. Se incluyó en el registro algo interesante, el famoso documento de 42 páginas al que hicieron referencia; no sé si alguno de vosotros reparó en esto.10 Veamos, el gobierno no permite la publicación de documentos secretos, pero permitió que apareciese un resumen, que el juez presentó al jurado diciendo: «Pueden considerarlo un hecho, no vamos a seguir cuestionándolo porque está autorizado por el gobierno». Esto no significa que no sea desinformación, dicho sea de paso; significa que es lo que el gobierno quería dar por verdadero y que lo sea o no es otra cuestión. Pero este documento de 42 páginas es bastante interesante. Presenta una «imponente» red terrorista internacional dirigida por Estados Unidos. Cita los países que estaban involucrados y la forma en que los involucramos. Todo ello está centrado en un punto, en este caso, la guerra en Nicaragua. Pero había muchas otras operaciones en marcha, y si se hubiese ampliado la perspectiva, por ejemplo a Angola, Afganistán y otros países, hubiésemos contado con más piezas. Uno de los actores principales es Israel, que ayudó a Estados Unidos a penetrar en el África negra, y prestó apoyo al genocidio en Guatemala; cuando Estados Unidos no podía involucrarse directamente en las dictaduras militares del Cono Sur en Sudamérica, Israel lo hizo por nosotros.11 Es muy valioso contar con un Estado mercenario como éste, muy avanzado desde el punto de vista militar y tecnológicamente competente. Pero la pregunta es: ¿qué necesidad había de desplegar esta inmensa red terrorista internacional con la participación de Estados mercenarios? Ello se debió a que el gobierno estadounidense ya no podía intervenir directamente cuando quería, por lo que tuvo que hacerlo de forma muy poco eficaz. Es mucho más eficiente hacer lo que hizo Kennedy, y lo que hizo Johnson —simplemente, enviar a los marines—. En esto es una máquina de matar eficaz, no va a ser arriesgado ni hay que poner un freno a las acciones, no hay que hacerlo bajo cuerda. Así pues, tiene razón: la administración Reagan apoyó a Guatemala, pero lo hizo de manera indirecta. Tuvo que llevar allí asesores israelíes, agentes de contrainsurgencia taiwaneses, etc.

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  1. MUCHISISISISIMAS GRACIAS!!!

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