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Chloe (Divas 1) – Emma Madden

─¡Fuera de mi casa! Lanzó el teléfono móvil, rebotó en el hombro de Daniel y luego se estampó contra el suelo provocándole un principio de infarto. ─Chloe… ─Ni Chloe ni leches ¡fuera de mi casa! ─se agachó para recoger el aparatito y comprobó con alivio que seguía con vida─. Vete de una vez si no quieres que llame a la policía. ─Pero… No alcanzó a decir nada más porque ella se volvió, agarró un jarrón y se lo tiró con flores y todo. Daniel Cunningham saltó y su agilidad lo salvó de recibir el golpe de lleno. Dio un paso atrás y sintió las rosas mojadas empapándole los dedos de los pies, miró a Chloe con el ceño fruncido, se giró y abandonó la habitación en calzoncillos y descalzo. ─Maldito hijo de puta ─siguió mascullando mientras lo veía saliendo muerto de miedo hacia el pasillo─ ¡Y no vuelvas a ponerte delante de mis ojos o te capo! ¡Estás avisado! ─¿Va todo bien? Un segundo después Laura, su asistente personal, asomaba la cabeza al dormitorio para, como siempre, ver si necesitaba algo. Chloe la miró y negó con la cabeza. ─No, todo va rematadamente mal, Laura, así que prepara un comunicado de prensa. Daniel y yo nos divorciamos, ya es oficial, no pienso pasarle ni una más. ─Vaya… yo… ─¿No has visto Instagram? ¿Twitter? The Sun saca en portada mañana a mi maridito besuqueándose con una buscona que conoció en Las Vegas. Menuda humillación. Voy a destrozarlo en los tribunales… llama a Rachel y dile que me busque un buen abogado de divorcios. ─¿Estás segura de…? ─Completamente segura ¿Te crees que soy idiota? Laura negó con la cabeza, desapareció y Chloe se desplomó en la cama sin derramar una sola lágrima, pero con el corazón destrozado. La confianza, la lealtad, la fidelidad, la amistad, el compromiso… todas esas cosas que le importaban y que ahora, de repente, se desvanecían delante de sus ojos sin que pudiera controlarlo. Era tremendo, un golpe bajo que no podía perdonar, no podía, porque ya había perdonado antes y no había servido para nada. Cuatro años de matrimonio tirados a la basura y, lo peor de todo, tirados a la basura de forma pública porque tanto Daniel como ella eran famosos, unas malditas estrellas de Hollywood a las que seguían los pasos millones de personas a través de los medios de comunicación y las redes sociales. O sea, que el escarnio sería internacional y la vergüenza universal. Giró en la cama y agarró el teléfono móvil. Tenía cientos de mensajes, por todas partes: WhatsApp, Twitter, Instagram, Facebook… todo el mundo empezaba a enterarse de las fotos de Daniel con su nuevo ligue y querían consolarla, o eso decían, aunque el noventa y nueve por ciento de esa gente ni siquiera la conocía. Leyó alguno más personal, contestó uno de su madre y otro de su hermana y apagó el móvil. No quería, ni podía, lidiar con eso. ─Chloe… ─¿Qué? ─se incorporó y miró a Laura con el ceño fruncido. ─Daniel dice que se lleva el Lamborghini porque te lo regaló él. ─¿En serio? ─parpadeó con ganas de echarse a reír y Laura se encogió de hombros.


─Dice que lo pagó con su dinero y que ahora necesita las llaves. ─Dale las malditas llaves. No me interesa el puñetero coche, que encima es una horterada. ─Si tú lo dices, ok. ─Gracias y cierra la puerta, por favor. Necesito dormir, no quiero que me moleste nadie hasta mañana. ─Claro. 1 Si no quieres acabar sufriendo no te cases, le había dicho su madre dos horas antes de su boda con Daniel, y al parecer había acertado de pleno. Por aquel entonces tenía veinticuatro años, una carrera de más de diez en el cine y la televisión, era independiente y madura, y Daniel Cunningham representaba la quintaesencia del hombre perfecto, a saber: guapo, listo, divertido, talentoso, rico, romántico, detallista y británico. Lo de ser británico parecía una frivolidad, pero no lo era para ella, que había nacido en un pueblito de Nebraska y que desde siempre había adorado el acento, las costumbres y la cultura británica. Se había enamorado de todos los libros y las películas de Jane Austen, de Cary Grant, Colin Firth, Orlando Bloom o Daniel Craig, y conocer a Daniel había sido como encontrar todo eso junto y en un envase de lujo, porque Daniel era perfecto. Incluso se habían casado en un castillo inglés, rodeados del boato y la ceremonia británica, y había subido al altar vestida como una estúpida novia medieval. Cada vez que lo pensaba le daba una vergüenza atroz, pero ya no podía dar marcha atrás. Se había equivocado en todo y ahora estaba pagando las consecuencias. ─Señora Cunningham… ─Miller, me llamo Miller, nunca fui la señora Cunningham, mucho menos ahora. ─Por supuesto… ─el juez la miró por encima de las gafas y ella entornó los ojos─. Solo hemos venido a ratificar el acuerdo de divorcio, necesito que me de un sí o un no y acabamos con este trámite de inmediato. ─Sí a todo. ─Claro, como te has quedado con todo, incluso con mi perro ─susurró Daniel desde su sitio y ella lo fulminó con la mirada. ─Odiabas al perro, Daniel. ─Odiaba cómo eras tú con el chucho, Chloe. ─Vete a la mierda. ─Haya paz ─el juez levantó la mano y sus respectivos abogados se pusieron de pie. ─Todo está firmado, señoría, y nuestros clientes ratifican el convenio. ─Estupendo, pues ya está.

Pueden marcharse. El juez firmó lo que le correspondía, feliz de librarse pronto de unas estrellas de Hollywood que habían traído al juzgado una ristra de reporteros, y los invitó a dejar su sala con gesto serio. Chloe se levantó y se estiró la chaqueta mirando a Sue, la nueva novia de Daniel, que no había tenido el sentido común ni la clase de no aparecer en la ratificación del divorcio. La miró moviendo la cabeza y ella, que debía estar aún en el instituto, le sonrió masticando un chicle. Un esperpento. Respiró hondo para no gritar y se encaminó hacia la salida, pero antes Daniel se acercó, la agarró del codo y le susurro pegado al oído. ─Que estemos divorciados no significa que no podamos follar de vez en cuando, Chloe. Seguro que ya me echas de menos. ─Aunque fueras el último hombre que pisa la tierra. ─¿Cuánto llevas sin echar un buen polvo?… te conozco y te lo veo en la cara. Si quieres te paso a ver dentro de un rato y… ─¿Señora Miller? ─una voz profunda y serena le llegó por la espalda y ella le prestó atención sintiendo cómo le rozaba el brazo─. El coche la espera por aquí, hemos conseguido una salida segura. ─Eh… ─lo miró de arriba abajo sin reconocerlo, pero Laura, que estaba a un metro de distancia, la animó a seguirlo y eso hizo para abandonar los juzgados por una puerta lateral donde no había ningún reportero─. Muchas gracias. ─De nada, señora. ─¿Usted es? ─observó cómo se ponía al volante del 4X4 y enfilaba hacia Tribeca sin abrir la boca. ─Es Kenan Yaman, Chloe ─intervino Laura con una sonrisa─. Tu nuevo jefe de seguridad. ─¿Tengo jefe de seguridad? ─Lo impuso la compañía de seguros y la productora, hace semanas que hablamos de eso. ─Es cierto, es que… en fin, encantada, señor Yaman. ─Encantado. La miró por el espejo retrovisor con unos ojazos oscuros muy inteligentes y ella asintió con una sonrisa. Se trataba de un hombre imponente, de unos treinta y tantos, con barba, rasgos perfectos, al que el traje y la corbata le sentaban a las mil maravillas. Desvió los ojos hacia sus enormes y cuidadas manos y pensó en la productora. Había firmado con la productora más importante del mundo para rodar dos películas de una franquicia multimillonaria, sería su paso definitivo al cine de acción y estaba encantada, pero, claro, su contrato restringía bastante sus trabajos fuera del proyecto principal y, sobre todo, había impuesto un sistema de seguridad que no solía utilizar, pero que había aceptado porque lo necesitaba.

Llevaba unos meses muy duros, especialmente tras el divorcio de Daniel, que había multiplicado los acosadores que la perseguían por Internet. No solo estaba la prensa rosa que no la dejaba dar un paso en paz, también estaban los fans normales, y los menos normales, que habían encendido todas las alarmas de su agente y de la productora que le estaba pagando una fortuna por su trabajo. Así pues, se habían contratado unos seguros millonarios y se había fichado a un equipo de seguridad de élite que se ocuparía de vigilar su residencia de Tribeca, sus desplazamientos, sus viajes, sus rodajes y toda su vida por un tiempo, al menos hasta que acabara la primera película y comprobaran que el acoso había cedido. Por eso tenía un jefe de seguridad y por eso ese hombre tan elegante iba conduciendo su coche camino de casa. ─¿Vas a ir al desfile de Givenchy del miércoles? ─oyó la voz de su asistente y la miró de soslayo. ─Creo que no, necesito estar una tarde en casa, estoy agotada y mi madre llega a mediodía ¿no? ─Sí, pero ella me pidió expresamente que le consiguiera unos pases para verlo. ─Vaya por Dios… entonces no me queda otra. ─Lo confirmo. Perfecto.

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