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Cauldron – Jack McDevitt

La llamada se produjo, como acostumbran esta clase de cosas, en mitad de la noche. —¿Jason? —Era la voz de Lucy la que se escuchaba al otro lado de la línea. Tensa. Nerviosa. Pero procurando aparentar profesionalidad. Carente de emoción. Lo primero que pensó Jason Hutchins fue que la madre de Lucy había sufrido otra crisis. Al parecer, la mujer era propensa a los colapsos nerviosos y la familia siempre llamaba a Lucy. Teresa, a quien también había despertado la llamada, alzó un brazo en señal de protesta y seguidamente se tapó la cabeza con una almohada. —Sí, ¿Lucy? ¿Qué problema hay? —¡Hemos dado en el clavo! Aquello lo puso en guardia. Ya había ocurrido con anterioridad. Periódicamente recibían una señal que hacía saltar todas las alarmas. Normalmente se esfumaba en pocos minutos y nunca volvían a oírla. Algunas veces, se trataba de una transmisión humana que había salido rebotada. En los dos siglos y medio que llevaban de búsqueda, nunca habían podido legitimar ningún descubrimiento, ninguna transmisión artificial que se pudiera confirmar. Ni una vez. Y mientras se levantaba pesadamente de la cama, mientras le rezongaba a Teresa que no, que no había ningún problema, que en una hora o así estaría de vuelta, supuso que esta vez no sería distinto. En ocasiones como esa era cuando admitía que, en esencia, el SETI no era más que un ejercicio de fe, que había que creer mucho en ello para sentarse cada día delante de las pantallas y fingir que realmente podía pasar algo; era en momentos así cuando se preguntaba por qué no habría escogido una carrera que le proporcionara al menos la oportunidad de sufrir alguna que otra crisis de ansiedad. Generaciones enteras de auténticos fieles habían manejado telescopios de radio, algunos en órbita, algunos en la cara oculta de la luna, unos pocos en las cimas de las montañas, esperando la transmisión que nunca llegaba. Bromeaban al respecto. Esperando a Godot. Sé que cuando suceda, estaré almorzando. —Lo hago por el dinero —le decía a la gente cuando le preguntaban. • • • Muchas cosas habían cambiado desde los primeros días del proyecto. La tecnología, por supuesto, había mejorado de forma exponencial.


Ahora disponían de naves espaciales. Tenían la posibilidad de salir y observar directamente los mundos que orbitaban alrededor de Alpha Centauri y de Ophiuchi 36, y de otras estrellas relativamente cercanas. Ahora sabemos que había vida en otros lugares, incluso que en algunos de ellos prosperó la vida inteligente. Pero solo se conocía la existencia de un mundo tecnológico, y se trataba de un lugar salvaje cuyos estados-nación mantenían una guerra constante y estaban demasiado ocupados agotando sus recursos naturales y asesinando a una escala masiva como para avanzar más allá de un nivel más propio de principios del siglo XX. De modo que sí, había otros lugares. O, por lo menos, había uno. Y sabíamos que había habido otros. Pero estaban en ruinas, perdidos en el tiempo, y la evidencia indicaba que, una vez que entrabas en la fase industrial, iniciabas la cuenta atrás y sobrevivías solo durante unos pocos siglos más. Pero tal vez no. Tal vez en algún sitio, allí afuera, existiera la clase de lugar del que se podía leer en las novelas. Un lugar que hubiera estabilizado su medio ambiente, que hubiera controlado sus propios y peores instintos, y que hubiera logrado crear una verdadera civilización. Salió de casa esbozando una sonrisa de resignación. Era una noche despejada, sin luna. El cielo estaba más brillante, menos contaminado que cuando el era joven. Al menos, esa batalla la estaban empezando a ganar. Y aunque esporádicamente seguían existiendo conflictos armados entre los señores de la guerra locales, la época de las grandes guerras y el terrorismo dominante estaba superada. Con la navegación espacial, el futuro era prometedor. Se preguntaba qué viviría para ver su hija Prissy, que aún sería joven en los albores del nuevo siglo. Quizá algún día le sacudiría la mandíbula a un extraterrestre auténtico. O visitaría algún agujero negro. En este momento cualquier cosa parecía posible. Se subió al vehículo. —¿Adónde, Jason? —le preguntó. • • • Cuando él entró, Lucy estaba tan exaltada que apenas podía contenerse. —Sigue llegando, Jason —dijo.

—¿Qué toca escuchar esta noche? —Llevaba fuera unos cuantos días, en un congreso, y había perdido el hilo del calendario. —Sigma 2711 —dijo ella. Era una vieja clase G situada más allá de NCG6440, casi a mitad de camino del núcleo de la galaxia. Catorce mil años luz. Si resultaba ser legítima, no era alguien con quien poder entablar una conversación.

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