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Cállame con un Beso – Blue Jeans

El tiempo pasa en la vida de Paula. Nuevas experiencias, nuevos amigos, nuevas dificultades… la distancia es mal rival para el amor. Tendrá que tomar decisiones importantes, pero ninguna de ellas será fácil. Y menos después de todo lo que pasa en Londres… Álex está empeñado en convertirse en un gran escritor, aunque tiene otras cosas en su mente que le preocupan. Diana y Mario, por su parte, se verán envueltos en situaciones al límite donde deberán elegir cuál es la mejor opción. Las Sugus se han distanciado, pero… ¿algún día podrían volver a unirse? En aquellos días de diciembre, parece muy complicado…


 

Quiero comenzar dando las gracias a la vida por como me está tratando. Y enviar un halo de esperanza a los que no lo estáis pasando bien en estos tiempos difíciles que corren. Sé lo que es estar mal, no encontrar mi sitio y sentir que nada funciona a mi alrededor. Caer y no levantarme al instante, sino ir subiendo poquito a poco, pero esperando una nueva caída. Sin embargo, en el 2008, todo cambió de repente. Por eso, nunca perdáis la esperanza. Las cosas llegan si se desean mucho y se trabaja para conseguirlas. Jamás hay que darse por vencido. Si yo he logrado llegar a la meta, cualquier persona del universo puede hacerlo. De verdad, no desesperéis. Como en Canciones para Paula y ¿Sabes que te quiero?, mi mayor agradecimiento es para mis padres. Estoy convencido de que todo lo que sucede es porque tiene que suceder y también de que lo más importante de mi vida sois vosotros. Gracias por todo una vez más. También entra en este apartado mi hermana María, una persona que ha cambiado tanto con los años que a veces me cuesta reconocerla. Se merece lo mejor y que su vida esté llena de éxito. Quiero darles las gracias, por su apoyo incondicional, a toda mi familia, en especial a todos mis tíos, que tanto se están alegrando de mi aventura. También a mis primos. Y sobre todo, a mis cuatro abuelos fallecidos. Desde donde estén seguro que no dejan de sonreír al ver lo que está pasando con su nieto. Hay una persona que también apareció en el 2008 y que, sin ella, hubiera sido imposible que mi sueño se hiciera realidad.


Una chica a la que quiero. Que me aconseja, que me debate, que me analiza lo que escribo, hasta me echa broncas. Ella es la clave de todo lo que pasa por mi cabeza. La que me soporta, me mima y me entiende. Ester es mi Paula, y su sonrisa, mi inspiración. Cuando en octubre del 2009 Everest me propuso publicar la historia que tantos seguidores tenía en Internet, no me lo podía creer. Sin embargo, con gran profesionalidad y cariño, todo fue avanzando hasta convertirse en algo inimaginable para ellos y para mí. Creo que han sacado una matrícula de honor en cuanto a la difusión y tratamiento de Canciones para Paula. Para mí ha sido un verdadero honor compartir estos dos años con esta gran editorial. Gracias a don José Antonio, a Raquel López, a Ana María, a Fernando, a Vicky, a todo el grupo Everest y, en especial, a Alicia y a Nuria, que tanto me habéis aguantado y con quienes tanto he compartido. Os llevaré siempre dentro, esté donde esté. Me gustaría hacer una mención especial a los diseñadores de las cubiertas de los libros. Sois unos auténticos artistas y, sin duda, habéis acertado de pleno en cada una de ellas. Y también quería dar las gracias a todos los comerciales que se han portado fenomenal conmigo en cada una de las ciudades en las que he estado firmando libros. Gracias a los delegados Jaime Bango, Alberto López, Miguel Jiménez, Manolo Castro, José Ángel Gutiérrez y Martí Romaní. Y por supuesto, a Julia, Luis Enrique, Aurora, Iñaqui, Andrés, José Manuel, Dolores, Luis, Juan, Charly, Juan Antonio, José Antonio, Fernando, Aitor, Toni, Robert y Javier. Y no podía olvidarme de todas las embajadoras de Canciones para Paula. Ellas han aportado su granito de arena en cada una de las presentaciones de los libros que hemos hecho por toda España. Millones de gracias por todo a María, Lidy y Maite, Marina, Anita (y Almu y Gonzalo), Marta, Alicia (y su madre), Laura LL, Lucía, Dalky, Chantal, Andrea (y Marta), Paloma, Carla, Aby y Sara. Mi más grato agradecimiento, porque soy muy consciente de lo que hacéis, a los blogs y a todos los blogueros que tan bien nos han tratado. Las novelas pueden gustar o no gustar, pero las opiniones siempre hay que hacerlas desde el respeto. Y eso nunca ha faltado con mis novelas. Quería hacer una mención especial a Juvenil Romántica y a sus dos administradoras, Rocío y Eva. Gracias a ambas por ser como sois, como críticas, escritoras y, especialmente, como personas y amigas. Gracias a Paula Dalli y a su familia, eres una crack y una chica extraordinaria.

Y a Alba Rico (@aries13music) y sus padres. Aposté por ti y y a verás como llegarás lejísimos con tu talento y tu manera de hacer las cosas. También, muchas gracias a Robin. Ella siempre será la voz de Canciones para Paula. En estos meses me he vuelto a reencontrar con gente de mi adolescencia y juventud universitaria. Me acuerdo mucho de vosotros. De la gente de Carmona, de todos los de « Aquellos maravillosos años en los Salesianos» , de mis profesores en el colegio, de mis amigos del Maese Rodrigo y, por supuesto, de toda mi familia de la residencia Leonardo Da Vinci. No os imagináis la de veces que hablo de vosotros, aunque estemos separados y viviendo cada uno en una punta del mundo. Gracias a Jose y a Jaime Roldán, por prestarme ese tesoro que os pedí. Jaime, eres un genio y tus consejos siempre son importantísimos para mí. Otra vez, gracias a Lorenzo y a todo el Palestra Atenea por permitirme compartir con vosotros un año más de ilusiones y diversión. Mil gracias a todos los chicos y chicas que trabajan en el Starbucks de Princesa y en el de Callao en Madrid. Especialmente, a Laura, María José, Luna, Adriana, Cristina, Irache, Maicol, Joaquín y Rubén. No podían faltar en los agradecimientos « Las Clásicas» de Canciones para Paula. Sois las mejores (también Jorge, Álex, Noel, Martín, Pedro Jesús…). Ni de la gente de mi Twitter (@franciscodpaula) con quien tanto tiempo paso hablando de libros, series… (gracias a Mónica por crear el pic bage de CPP). Ni todos mis amigos de Facebook (Francisco de Paula Fernández) y del grupo Canciones para Paula o de mis ciento cincuenta cuentas de Tuenti. Vosotros, los seguidores, sois la parte más importante de este invento. Porque compráis, leéis, animáis, me ayudáis cuando lo necesito y no dejáis de apoyarme en toda esta aventura. Seguiremos en contacto siempre que queráis por las redes sociales. Gracias a todas las personas que se acercaron y soportaron las colas y las esperas en las firmas de Madrid, Barcelona, Sevilla, Málaga, Bilbao, Zaragoza, Pamplona, Granada, Vitoria, (especialmente a Icíar, Elda y María por la idea del globo) Almería, Salamanca, Córdoba, Vigo, Gijón, Oviedo, Valencia, Alicante, Valladolid, Cáceres y Logroño. Prometemos visitar todas las ciudades que podamos en las firmas de Cállame con un beso. Sin duda, el contacto con vosotros es lo más bonito de esta experiencia. Y muy agradecido también a aquellas librerías, centros comerciales, bibliotecas (gracias especialmente a la de Salteras), institutos (Torredonjimeno fue especial y también San Sebastián de los Rey es) y fundaciones (como la Sánchez Ruipérez) que me invitaron y tan bien nos acogieron. Y a los medios de comunicación, que siempre me han tratado fenomenal.

Muchas gracias a Fati y Ester de Fotocopias Salamanca. Ellas empezaron haciéndome las copias de los cuadernillos de Canciones para Paula y continúan tratándome fenomenal, tres años y medio más tarde. Seguro que me dejo a gente, pero el libro tiene que empezar. ¿Se nota que estoy feliz y agradecido, verdad? Muchas gracias a todas las personas que compréis y leáis esta última parte de la trilogía de Paula. Espero que os guste. Capítulo 1 Una tarde de diciembre, en un lugar de Londres El humo trepa hasta el techo de la habitación. Forma una nube grisácea que ella contempla ensimismada. Y eso que allí no se puede fumar. Paula coge el cigarrillo por el filtro y lo termina de apagar. Tose una, dos veces. Desde que lo dejó, odia el tabaco. Sin embargo, su compañera está completamente enganchada. Y más en época de exámenes. Aun así, Valentina no es mala chica. Abre la ventana para que el cuarto se ventile, pero enseguida la vuelve a cerrar: hace frío. Demasiado. En aquel país, el invierno se hace notar con creces, a pesar de que todavía están en el final del otoño. Qué pocas veces ha visto el sol desde que llegó en septiembre. Quizá es lo que más echa de menos. Exceptuándolo a él, claro. Porque no tiene punto de comparación lo que Paula echa de menos el sol con lo que extraña a Álex. Mira el reloj. ¿Estará ya conectado? Puede ser, casi son las cinco. Corre hasta el otro lado de la habitación donde está su portátil encima de la mesa. Lo saca de su funda y se lanza con él sobre la cama.

Lo enciende y espera a que se cargue. ¡Qué lentitud! Da golpecitos con los dedos en el colchón con impaciencia. ¡Ya está! El Windows Vista por fin arranca. Rápidamente, abre el MSN con la esperanza de ver su nick entre los conectados. Un cosquilleo le recorre todo el cuerpo. Y sonríe: Álex está allí. Sin embargo, su sonrisa va acompañada con un intenso calor en los ojos. Le pican. Se esfuerza por retener las lágrimas; no quiere que la vea llorar. Prácticamente coinciden en su primer mensaje. Escriben y se saludan al mismo tiempo. —¡Hola, cariño! —¡Hola, pequeña! Llega una invitación por parte de él para iniciar una videollamada. Ella se peina un poco con las manos, se coloca los auriculares y acepta. La cam de Paula se enciende primero. Se ve a sí misma y sonríe todo lo que puede. No están mal las mechitas rubias que se ha puesto en su pelo castaño. En el último año, no daba con el color adecuado. En cambio, este marrón clarito con reflejos dorados le gusta. Ahora solo falta que su cabello crezca algo más. Por los hombros está bien, pero lo quiere un poco más largo. —¿Me ves? —pregunta la chica, sentándose sobre sus piernas y mirando fijamente a la cámara. —Sí. ¡Estás preciosa! Su voz llega a la vez que su imagen. Siente un escalofrío. Álex está guapísimo.

Se ha dejado una barbita de dos días que le hace más interesante aún. Da la impresión de que sus ojos brillan cuando habla y su sonrisa sigue siendo la más maravillosa que ha visto en su vida. « El chico de la sonrisa perfecta» . —No estoy preciosa. Ni me he peinado. —¿No? Pues parece que vengas de la peluquería. —¡Qué va! Si me he pasado el día estudiando. Álex arquea una ceja. Frunce el ceño y pregunta: —¿Seguro que solo has estudiado? —Seguro —responde Paula con decisión. Pero, al instante, resopla y sonríe tristemente—. Vale, me has pillado. No he estudiado nada. ¡Es que no consigo concentrarme! —¿Lo has intentado? —Claro. Muchas veces. Hoy no he ido ni a clase para quedarme en la habitación estudiando. El escritor hace una mueca con los labios y piensa. —La semana que viene es cuando tienes los exámenes, ¿verdad? —Sí. Pero no consigo concentrarme. —¿Es por el inglés? —No. Más o menos lo comprendo todo. —¿Por los profesores? —No. —¿Tiene algo que ver con Valen? —¡Qué va! —Entonces, ¿no sabes por qué es? Paula duda un instante, mira hacia otro lado y desvela el motivo de su desconcentración. —Es por ti, tonto —señala la chica, temblorosa, tapándose la boca con la mano—. Te echo de menos. Ahora sí que no puede reprimir las lágrimas.

Pero no va a dejar que él la vea llorar. Deja a un lado el portátil para salirse del plano, y se cubre la cara con las manos, desconsolada. —¿Paula? ¿Estás bien? —pregunta Álex, que contempla a través de la cam una de las paredes de la habitación de su novia. La pequeña cámara está enfocando una foto enmarcada de los dos. Se la hicieron justo antes de que ella viajara a Londres, la ciudad en la que Paula pasaría el próximo curso. Salen besándose. Queriéndose. Fue el último día que pasaron juntos en las postrimerías del verano. Ya en ese momento, ambos sabían lo difícil que resultarían los meses siguientes. —Estoy bien —susurra. —No lo estás. —Sí, sí que lo estoy. ¿Ves? La cam enfoca de nuevo el rostro de la chica, que vuelve a sonreír. Sus ojos están rojos e hinchados. Y el rímel se ha corrido por sus mejillas. Se da cuenta y se limpia con el puño del jersey. Respira y esboza la mejor de sus sonrisas. —Claro que lo veo. Veo que te encuentras mal. —No es verdad. Estoy perfectamente. Ha sido solo un momento de bajón. No te preocupes. —¿Solo ha sido un bajón? —Sí. Solo eso.

Miente. Son ya más de tres meses sin estar con él. Sin un solo beso. Ni una caricia. Sin respirar a su lado ni sentirlo cerca. Sospechaba lo complicadas que eran las relaciones a distancia, pero no imaginaba que fuera tan duro. Sin embargo, aquello no era todo. Había más, mucho más, detrás de la tristeza de Paula. Hace un año y un mes, una tarde de noviembre en un lugar de la ciudad ¡No se ha presentado! ¿Ha sido cruel? Un poco, tal vez. Bueno, para qué engañarse: ha sido muy cruel. Pero es que al verlo… no le ha gustado nada. ¿Cómo un chico de diecinueve años puede tener esas entradas? ¡Eso no lo mencionó en el chat! ¡Dichosas citas a ciegas! ¡Nunca más quedará con alguien que haya conocido por Internet! Si es que… ya le vale. No aprenderá nunca. Paula se abrocha el botón de arriba de su abrigo y camina deprisa por la calle intentando alejarse lo antes posible de aquel lugar. Pobre chico. Quizá debería volver a la cafetería en la que habían quedado. No, no puede hacerlo. Sería perder el tiempo. ¡Y está cansada de eso! ¿Con cuántos tíos ha estado últimamente? Repasa mentalmente. Uno, dos, tres, cuatro…, cinco. Sí, ¡cinco! ¡Qué desastre! ¿Desde cuándo es ella así? Desde que Alan regresó a Francia y desde que cortó cualquier contacto con Ángel. Aquella conversación que mantuvieron por teléfono a finales de junio fue lo último que supo del periodista. Prácticamente, ni se acuerda de él. Es más: tiene la impresión de que su relación ocurrió hace siglos. Solo han transcurrido ocho meses.

No es tanto. ¿O sí? Pasa por delante de un escaparate y se mira a sí misma. Ha engordado un poco, ¿no? Sí, está claro que pesa cuatro o cinco kilitos más desde que terminó el verano. Pero sigue estando muy bien. O eso es lo que todos los tíos le dicen. Además, de rubia liga más. Aunque ya se ha cansado de ese color de pelo: pronto volverá a cambiárselo. ¿Morena, morena…? Uff. No deja de pensar en el chico de las entradas. Se estará preguntando dónde se ha metido. Le da lástima. Será como sea, pero continúa teniendo corazón. Un poco, al menos. Con tanta tensión le han entrado ganas de fumar. Nerviosa, saca un paquete de tabaco del bolso. Coge un cigarro y lo enciende. Una calada; otra. Expulsa el humo con vehemencia y se vuelve a mirar en el escaparate. Es una librería. ¿Cuánto hace que no lee un libro? No lo recuerda. ¿Desde marzo…? Hay bastante revuelo en aquel sitio. No deja de entrar gente. Siente curiosidad. Una madre con su hija son las siguientes en pasar a la tienda. La jovencita lleva un libro bajo el brazo.

Detrás entra una treintañera y luego una pareja de novios. Después, otra adolescente. Todos con el mismo ejemplar, del que no sabe el título. Qué extraño. ¿Estará dentro el autor de ese libro? —Hola, perdona —le dice a la adolescente, antes de que esta entre en la librería—. ¿Qué es lo que pasa aquí? La jovencita la mira un poco desconcertada: ¡no se puede creer que no lo sepa! Se echa el pelo hacia un lado y contesta. —Una firma de libros. —¿Sí? ¿De quién? —De Alejandro Oy ola. ¿Alejandro Oy ola? Ese es… —¡Álex! —exclama Paula, totalmente fuera de sí—. ¡Qué tío! ¡Lo ha conseguido! La chica la observa confusa. No entiende a qué se refiere. Se encoge de hombros y entra en la tienda. Es increíble: ¡Álex ha publicado Tras la pared! Está nerviosa. Los recuerdos empiezan a amontonársele. Le viene a la cabeza aquel juego de los cuadernillos, en el que ella misma colaboró. Los dos estuvieron un día escondiendo los primeros capítulos del libro por toda la ciudad en sitios divertidos, curiosos. Llamando a la puerta del destino. Nunca había conocido a nadie con tanta imaginación y con una idea tan romántica. Le gustó mucho. Demasiado, quizá. Y ahora sus caminos vuelven a cruzarse. Pero es que… ¡menuda sorpresa! No sabe qué hacer. ¿Entra y lo saluda? Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que hablaron. Quizá ni sepa quién es. Su vida seguro que habrá cambiado por completo.

¡Tiene un libro publicado! ¡Y hasta le han organizado una firma! ¿Qué hace? Una nueva pareja entra en la librería. Paula por fin se decide, apaga el cigarro y camina detrás de ellos hacia el interior del establecimiento. Respira hondo y traga saliva. ¡Qué emoción! ¡Quién le iba a decir a ella que su cita a ciegas finalizaría de esa manera…! ¡Va a volver a ver a Álex! Capítulo 2 Una tarde de diciembre, en un lugar de la ciudad Apaga la cam y cierra el MSN. Suspira. Siempre que termina de hablar con Paula, suspira. No puede evitarlo. Se siente triste, pero más por ella que por él mismo. Álex sabe que su chica es la que peor lo lleva. Curiosamente, no pensaba así cuando comenzó la aventura de su novia en Inglaterra. Creía que no lo soportaría. Y sin embargo, poco a poco se ha ido adaptando a las circunstancias. Tiene momentos de melancolía y por supuesto que la echa de menos. Pero ha elegido ser la parte fuerte y no está dispuesto a derrumbarse. Además, casi no tiene tiempo para hacerlo. —Hola, Alejandro. Es una voz dulce y suave. El escritor alza la vista y descubre a una joven morena de ojos marrones. Pero es un marrón muy clarito, parecido al de los ojos de Paula. Los lleva pintados de negro. Álex sonríe y se pone de pie. —Hola, Pandora. ¿Cómo estás? —Muy bien, gracias. —Me alegro mucho. La chica se sonroja y agacha un poco la cabeza.

Luego lleva las manos hacia su coleta y aprieta la gomilla que la sostiene. Él no lo sabe, pero le tiembla todo el cuerpo cada vez que le habla. Álex vuelve a sentarse y abre un archivo de su ordenador. Pandora lo observa por encima de sus hombros. —¿Qué tal va? —le pregunta la chica, casi murmurando. —¿La novela? Bien. Ya falta menos. —¿Sabes ya cuántos capítulos tendrá? —No. Todavía no lo tengo del todo claro. —Tengo muchas ganas de leerla…, date prisa. Y de nuevo baja la cabeza avergonzada. ¿Ha cometido una osadía? No lo sabe, pero se muere por leer Dime una palabra, la segunda parte de Tras la pared. Lleva mucho tiempo esperando saber qué sucederá con Nadia, Julián y el resto de personajes de la novela. ¿Por qué Alejandro dejaría un final tan abierto? El escritor no se toma mal la impaciencia de la chica y vuelve a sonreír. Ella no haría nada con maldad. La conoce bien; ya son varios meses viéndola todas las semanas en la cafetería. —Procuraré escribir un poco más deprisa —responde, haciendo una mueca divertida. —Perdona, yo no quería… No, no. Tú ve a tu ritmo. No… quería molestarte. Pandora tartamudea. Se ha puesto más nerviosa. Le hierven las mejillas y siente cómo le sudan las manos. ¡Qué mal! —Tranquila, no pasa nada —comenta el chico, girándose hacia ella—. Sí, tienes razón.

O me doy prisa, o no la tendré lista a tiempo. —Bueno. Sabes que tus seguidores esperaremos lo que haga falta. —No creo que la editorial piense lo mismo. Y ríe. Y Pandora con él, pero mucho más cautelosa. Le encanta verlo así de sonriente. En realidad, le encanta verlo de cualquier manera. Con estar junto a él, le vale. Nunca habría imaginado que podría conocer a un escritor de verdad y que él se mostrara tan atento con ella, una simple seguidora. Pero Alejandro es así. ¡Incluso le tiene agregado en Facebook y se siguen en Twitter! Desde hace unas semanas, Pandora acude regularmente a aquel bibliocafé para verlo. Y fue un flechazo. Al principio no sabía quién era. Cogía una novela de alguna de las estanterías y se sentaba a su lado, solo por atracción. Lo veía siempre tan entregado a su ordenador… Escribía sin parar; constante, tenaz, gesticulante. Entre un mar de libros de todo tipo, aspirando el aroma a café recién hecho. Un ambiente lleno de magia. Le encantaba él y le encantaba encontrárselo allí. Pero el asunto no quedó ahí. Le llegó un rumor que investigó y más tarde confirmó. Resultó que aquel guapísimo chico del que se había enamorado era el autor de su libro preferido. ¿Cosa del destino? Debía serlo. Aunque estaba convencida de algo que la mataba por dentro: nunca podría tener una relación con él. Era demasiado perfecto.

Y para colmo… Alejandro tenía novia. —Seguro que tu editorial está encantada contigo —señala la chica mientras se vuelve a tocar el pelo. —Eso espero. Los dos se miran una última vez y sonríen. Pandora no quiere molestarle más. Echa un vistazo a su alrededor y se sienta ante la mesa libre más próxima al escritor. El camarero se acerca hasta ella y le pregunta si quiere beber lo mismo de siempre. Responde que sí y saca un libro de su mochila: 97 formas de decir te quiero. Hoy tiene que devolverlo porque termina el plazo de préstamo. —¿Te está gustando? —pregunta Álex, que ya ha leído ese libro. Pandora afirma con la cabeza y sonríe sonrojándose. ¡Ese chico es tan increíble! El camarero llega con un café-bombón y se lo coloca delante. Álex vuelve a centrarse en su ordenador. Le cae bien aquella chica. No solo por su simpatía, sino por su amor a los libros. Personas como ella es justo lo que quería encontrar cuando decidió abrir el Manhattan. Hace un año y un mes, una tarde de noviembre en un lugar de la ciudad Se asoma por la puerta de la habitación en la que lo han escondido los de la librería. ¡Hay mucha gente que quiere conocerle! O eso es lo que parece. Pero todo a su tiempo y en orden. Todas las sillas, unas sesenta, están ocupadas, e incluso se ve una fila de personas detrás, de pie, al fondo de la tienda. Álex se pone un poco nervioso: nunca había tenido que hablar delante de tanto público. ¡Y vienen a verlo a él! Le toca asumir toda la responsabilidad. —¿Estás preparado? —le pregunta una mujer alta y delgada, vestida de morado. —Eso creo —responde titubeante. No las tiene todas consigo, pero ya no hay marcha atrás.

Le viene a la cabeza una frase que ha oído muchas veces: « Ten cuidado con lo que quieres porque puedes conseguirlo» . Él lo ha logrado. No solo ha publicado Tras la pared, sino que además está gustando y se está vendiendo muy bien. Ahora toca promocionarlo. —No te preocupes: no hay prensa. Solo seguidores que están deseando escucharte hablar del libro y que se lo firmes. Va a ir genial, y a lo verás. Álex mira a la mujer y sonríe. Abril siempre es tan tranquila… Ha sido una suerte que la editorial la hay a mandado a ella. —No estoy acostumbrado a… —Pronto te acostumbrarás —le interrumpe—. Esto es solo el principio. Vamos, las fans te esperan. El escritor toma aire, respira hondo y abre la puerta. Salta algún que otro flash cuando aparece en escena. Álex camina con toda la firmeza posible hasta la mesa que la librería le ha preparado: dos micros, dos ejemplares de su libro a cada lado y dos sillas. Se sienta en la de la derecha; Abril, en la de la izquierda. El chico mira hacia el frente. Sí que hay mucha gente. Se fija en el rostro de una adolescente que tiene los ojos muy abiertos y aprieta los labios. Está en primera fila. Parece muy nerviosa, y sujeta con fuerza su libro contra el pecho. Luego su mirada se dirige a una pareja de universitarias. Una le está comentando algo a la otra. Ambas sonríen: comentan lo bueno que está el escritor, aunque él no lo oye. —Hola, buenas tardes…, noches ya.

Para mí es un gusto enorme y un privilegio estar con Alejandro Oyola en la presentación de su libro Tras la pared… Apenas escucha lo que Abril está diciendo. Le cuesta mucho concentrarse. ¿No es un sueño? ¡Está hablando de su libro! Sí, es un sueño, pero un sueño real. Un sueño cumplido. Álex deja de mirar a la gente y, tras sonreírle a Abril, que continúa hablando de él y de Tras la pared, coge uno de los ejemplares de la mesa. Va firmado con su nombre: Alejandro Oy ola Azurmendi. La portada es preciosa, azul marino. El chico pasa un dedo por los tres corazones blancos que están impresos en relieve. Luego continúa por una especie de muro de ladrillos que parece pintado a mano. Le encanta. Es la cubierta perfecta. —Y ahora, Alejandro, Álex, os hablará un poquito de esta aventura que está viviendo y de la que está disfrutando tanto. Gracias a todos por venir. Aplausos para Abril. Ella no se inmuta. Apaga el micro y se echa hacia detrás en la silla. Mira a Álex y le da ánimos con un gesto. El escritor intenta serenarse. Es su turno. Tiene que dirigirse a todas esas personas que han venido exclusivamente para estar con él. Da un pequeño toque en el micro y aproxima su boca hasta él. —Hola a todos. ¿Me oís bien? —Más flashes que saltan. En esta ocasión, en may or número—. ¿Sí? Genial.

En primer lugar, muchas gracias por venir. Como ha dicho Abril, estamos encantados de estar aquí con vosotros para presentar mi primera novela publicada, Tras la pared… Álex poco a poco va cogiendo confianza. Empieza hablando de cómo nació la idea de escribir el libro y la acogida que tuvo en Internet. Luego agradece todo el apoy o que ha recibido en esos meses de los seguidores y de la editorial. Termina explicando que, durante los próximos minutos, contestará a cualquier pregunta que quieran hacerle y después firmará los libros. De nuevo aplausos, esta vez más sonoros que antes. —La primera pregunta te la quiero hacer yo —le dice Abril, que ha vuelto a encender su micro. —Muy bien. Pregunta —contesta Álex, sonriente. Está mucho más tranquilo. —¿No es fácil, eh? —Sonríe pícara—. En Tras la pared, un chico de veinticinco años se enamora de una chica mucho más joven que él. Una adolescente. ¿Crees que la edad importa en el amor? El escritor se pasa una mano por el pelo, piensa un instante y responde. —No. En absoluto —comenta rotundo—. En el amor no importan ni la edad ni la raza ni el tipo de creencias. Solo importan el corazón y los sentimientos. Cuando dos personas se quieren lo único que cuenta es lo de dentro. El resto es completamente secundario. Abril hace un gesto con los labios, satisfecha por la respuesta. Ella tiene treinta y dos años. Álex, veintitrés. ¿Sería posible algo entre ambos? —Bien. Siguiente pregunta… ¿Quién se anima? Nadie dice nada.

Álex y la mujer contemplan a los presentes. Ninguno se atreve. Hasta que una de las chicas de la fila del fondo, de las que están de pie, levanta la mano. —¿Sí…? —A ver… Yo lo que quería saber es si… tienes novia —pregunta la joven, alzando la voz para que se la oiga bien. Directa al grano. La sala ríe, pero a nadie le extraña que le hayan preguntado por eso. Aquel joven escritor es francamente guapo, con unos ojos preciosos y una sonrisa maravillosa. Sin embargo, Álex se queda mudo. Su semblante ha cambiado por completo. Y de la tranquilidad ha pasado en un segundo a la tensión. Esa voz le es familiar. No la ha olvidado. Y, aunque está bastante cambiada desde la última vez que se vieron, reconoce a la chica que un día le rompió el corazón en mil pedazos.

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