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Botones y dolor 3 – Penelope Sky

PEARL ―Hola, guapo… ¿Me has echado de menos? ―Ladeé la cabeza y fruncí los labios. Mi voz sonó aguda y afectuosa, y el toque de desprecio le aportaba un bonito tono. A Jacob se le abrió la boca de golpe al verme en el umbral. Sin camisa y con el pelo desordenado, tenía aspecto de haber estado machacando el colchón con alguna pobre chica que no tenía ni idea de que su novio era el mayor montón de mierda del planeta. ―Pearl… Oh, Dios mío. Estás bien. ―En cuanto se le empezó a pasar el asombro, fingió preocupación―. Qué contento estoy de que estés bien. Estaba preocupadísimo… Le solté un rodillazo, directo a los huevos. ―Ni te molestes. Se llevó las manos a la entrepierna y se encorvó hacia delante, gimiendo casi sin aliento. Se agarró al dintel para no perder el equilibrio y respiró hondo, intentando procesar el dolor. ―Uy, lo siento. ¿Te ha dolido? Él cerró los ojos y se agarró con más fuerza al marco de la puerta. Los nudillos se le estaban empezando a poner blancos. ―Pues deberías probar a que te la metan por el culo. ―Lo aparté de un empujón y entré en el apartamento que antes era mi hogar. Lo único que llevaba encima era el bolso que le había robado a aquella mujer y algunos euros. Pero eso era todo. Abrí la nevera y saqué una caja con sobras de pizza. Dado que me estaba muriendo de hambre, me comí una porción sin calentarla. Una mujer apareció desde el pasillo llevando puesta una de las camisetas de Jacob, y nada más. ―¿Quién coño eres tú? Agité la mano brevemente a modo de saludo y me terminé el trozo de pizza. ―Soy Pearl. La exnovia de Jacob.


―Nunca me ha hablado de nadie llamado Pearl. ―Probablemente porque me vendió en el mercado de trata de mujeres para pagar sus deudas de juego. Se le abrieron mucho los ojos, pero no demostró ninguna otra reacción. Le echó una mirada a Jacob, que seguía encogido junto a la puerta, y después me volvió a mirar. Evidentemente, no sabía si creerme o no. No podía culparla. La historia resultaba tan ridícula que hasta a mí me costaba creer que hubiera sucedido realmente. Jacob por fin se recuperó de la patada en los huevos y se enderezó. Tenía las mejillas totalmente rojas y no pudo evitar hacer una mueca al dar un paso. Le había acertado de pleno con la rodilla, y dudaba que consiguiera empalmarse en una semana, por lo menos. Yo me terminé la pizza y dejé la caja sobre la encimera. Era lo más delicioso que había comido nunca. Pero claro, acababa de bajarme de un vuelo de doce horas durante el que no había comido nada más que cacahuetes. ―Joder, estaba buenísima. La novia cruzó los brazos delante del pecho y se quedó mirando fijamente a Jacob. No se sentía cómoda hablando conmigo delante, así que se limitaba a fulminarlo con la mirada. Como si con eso fuera a lograr librarse antes de mí. Finalmente, Jacob habló. ―Danielle, ¿te importaría dejarnos un momento a solas? ―¿Para qué? ―pregunté―. ¿No crees que ella debería saber que eres un cabrón con hielo en las venas? ―Me apoyé contra la encimera y le dediqué una mirada de desprecio. Ahora que lo tenía delante, lo único que deseaba era darle una paliza de muerte. Aquel hombre ya no me importaba absolutamente nada, ni sentía una pizca de compasión por él. Lo único que sentía era odio. Un odio intenso y rabioso. Jacob no abrió la boca.

Sabía que nada de lo que dijese lograría hacerle quedar bien. Lo mejor era no decir absolutamente nada. ―¿Eso es verdad? ―preguntó Danielle. Ahora Jacob se veía atacado por ambos frentes. ―Nena, ¿podrías darnos un momento, por favor? ―No, nada de un momento ―dije yo―. Sal cagando hostias de aquí. Estoy a punto de castrar a tu novio, y no creo que te guste presenciarlo. ―Se acabó ―dijo ella, dándose la vuelta para volver al dormitorio―. Voy a llamar a la policía. ―Eh, eh, espera. ―Jacob se giró hacia ella de inmediato, moviéndose a más velocidad de la que el dolor le permitía. Contorsionaba la cara con cada movimiento, resintiéndose por las fuertes punzadas en la ingle―. No llames a la policía. Yo sonreí, victoriosa. Aquello prácticamente equivalía a una confesión. ―¿Entonces de qué coño va esto, Jacob? ―le gritó―. ¿En serio es tu ex? ―Sí ―respondió él en voz baja. ―¿Es verdad que se la vendiste a unos tratantes de mujeres? ―siguió presionando ella. Yo sonreí de oreja a oreja y observé sus apuros. Si mentía y decía que no, me apresuraría a ponerle en su sitio. Si decía que sí, perdería a aquella rubia calentorra con la que se estaba acostando. ―Jacob, la chica te ha hecho una pregunta. Él se volvió hacia mí, con una expresión fría como el hielo. ―Guau. Hay que ser muy caradura para mirarme como si yo fuese la mala de esta película.

―A lo mejor cuando ella se fuese, intentaría matarme él mismo. Aquel sería el final perfecto. Acabaría con su vida atravesándole el corazón con un cuchillo y me largaría de allí. ¿Podía juzgarse a una persona desaparecida en un tribunal? A mí me parecía que no. La voz de Jacob sonó algo más firme esta vez. ―Danielle, ¿podemos hablar mañana? ―Oh, Dios mío. ―dijo la rubia, tapándose la boca con la mano―. Sí que lo hiciste… ―Salió corriendo hacia el dormitorio y cogió su ropa y el bolso. Sin cambiarse siquiera, salió del apartamento como una flecha, sin nada más encima que la camiseta de Jacob. No lo miró ni una vez mientras se iba. ―¡Ostras! ―dije yo―. Parece que te has quedado sin novia. Él se volvió hacia mí con ojos furiosos. Yo sonreí, porque me encantaba que pusiera aquella cara. ―¿Y ahora qué vas a hacer, Jacob? Él se agarró al borde de la encimera. Los hombros se le tensaron de rabia y la sed de sangre asomó a su mirada. Me odiaba por haber vuelto a su vida, y por haber estropeado su relación con la rubia de las tetas grandes. ―Por mí no te cortes. ―Yo había aprendido mucho durante aquel último año de mi vida. Me había vuelto implacable, y muy resistente. Aunque Jacob era más grande y más fuerte que yo, eso no iba a impedir que le diera una paliza. Y no era lo único que le iba a hacer. Jacob pareció darse cuenta de que aquella era una pelea que no podría ganar. Sus manos soltaron el mostrador y relajó los hombros. ―¿Qué es lo que quieres? No iba a disculparse, ni tampoco a poner excusas por lo que había hecho.

Era tan frío como yo había pensado. Aquello facilitaba la conversación, porque no tendría que escuchar gilipolleces. ―Quiero cien mil dólares antes de mañana a mediodía. Al principio su expresión no cambió. Después entrecerró los ojos. ―¿Cómo? Yo lo repetí más despacio, siendo todo lo repelente posible. ―Cien. Mil. Dólares. ¿Necesitas que te lo apunte? ―¿Pero de qué mierda vas? ¿Te piensas que tengo esa cantidad de dinero por casa? ―Me da igual que la tengas o no. Es lo que me debes. ―¿Deberte? ―Ahora ya había dejado de fingir, y se mostró exactamente como era en realidad. Era un demonio del inframundo carente de toda emoción. Yo había visto muchos grados diferentes de maldad, y el suyo era el peor, con diferencia. Los villanos que no se consideraban villanos a sí mismos eran los más peligrosos de todos. ―Te pagaron cien mil dólares por convertirme en una esclava. Yo fui la que tuvo que hacerlo, así que ese dinero es mío. Entrégamelo antes de mañana a mediodía, o iré a la policía a contarles lo que me hiciste, y no pienso omitir detalle. ―Pearl… ―No vuelvas a pronunciar mi nombre jamás. ―No me gustaba escucharlo, especialmente de sus labios. Era un nombre que llevaba una eternidad sin oír. El único nombre al que ahora estaba acostumbrada era uno que nunca volvería a escuchar―. Tienes doce horas para conseguirlo. ―Mira, no tengo esa cantidad de dinero. ―Eso no es problema mío, Jacob.

Él dejó caer los brazos. ―Utilicé ese dinero para pagar mis deudas. Ya lo sabes. ―Te lo repito, me da igual. Ese dinero es mío. O me lo das, o te pasas el resto de tu vida en la cárcel. Tú eliges. A mí ambas cosas me parecen bien. Apretó fuertemente la mandíbula y cerró las manos hasta convertirlas en puños. Tenía ganas de pegarme un puñetazo en la cara, pero aquello no arreglaría el desaguisado que había montado. ―Y esta noche me voy a quedar aquí. Deja las llaves antes de irte. ―¿También quieres quedarte mi apartamento? ―preguntó con incredulidad. ―Pues sí. Creo que es lo menos que puedes hacer, después de convertirme en una esclava sexual. ¿Quieres que te cuente qué tal es? Él apartó la mirada, avergonzado por fin. ―Voy a tener que pedir el dinero, ¿vale? ―Me importa una mierda lo que tengas que hacer. Hazlo y punto. ―Cogí su cartera y las llaves de la encimera y le saqué dos billetes de veinte―. Puedes descontar esto del total, y también la pizza, si eres tan capullo como para eso. Él retrocedió, con los hombros tensos. ―¿Cómo te has escapado? ―Como si te importara. Pilla tus cosas y largo. Se metió en el dormitorio y llenó una bolsa con ropa. Volvió a salir, agarró la cartera y se la metió en el fondo del bolsillo.

―Necesito la llave de repuesto. ―Ya tienes una. ―Y necesito la otra también. ―Chasqueé los dedos para que se diera prisa. No pensaba dormir allí si él podía entrar en cualquier momento sin que yo lo supiese. Él me fulminó con la mirada antes de abrir un cajón y sacar la llave. La tiró sobre el mostrador, donde aterrizó con un fuerte tintineo. ―Ahora ya puedes irte. Si el dinero no está aquí antes de mañana al mediodía, me voy derecha a la policía. Se colgó la bolsa del hombro y salió. Cuando abrió la puerta de la calle, decidí darle la puntilla. ―Pero intenta no vender a tu novia a ningún tratante. Mira lo mal que te ha salido la última vez… DELANTE DE JACOB había hecho acopio de toda mi fuerza y no había mostrado ni una pizca de temor. No le había dicho cuánto me había dolido su traición. No le había confesado todas las cosas espantosas que había tenido que soportar mientras me tuvieron cautiva. Mantuve altas las defensas en todo momento, hasta obtener lo que necesitaba. Pero al irse Jacob, me derrumbé. Al volver a la ciudad, no tenía ningún sitio a donde ir. Mi amiga Stacy ya no vivía en su antiguo apartamento, y McKenzie se había vuelto a California. No me sabía sus números de móvil de memoria, y no tenía ni idea de lo que le había sucedido a mi antiguo teléfono. Mi única opción era Jacob. Me había quedado con su apartamento porque no tenía dónde dormir. Podría haber ido a la policía y haber entregado a Jacob. Probablemente me hubieran pagado un motel y a lo mejor me habrían dado algo de dinero para comer. Pero con aquello no llegaría muy lejos.

Con esos cien mil dólares, podría volver a empezar. Podría alquilar un apartamento y tomarme mi tiempo para encontrar otro trabajo. No me sentí patética al exigir aquel dinero. Porque en mi opinión, aquel dinero era mío. Yo era la que había pagado aquella deuda. Me habían vendido a un loco y había tenido que esforzarme trabajando por cada centavo de la fortuna que había cobrado aquella gente. Lo justo era que yo obtuviese mi parte, después de haberle cedido mi cuerpo al diablo. Me daba igual lo que Jacob tuviese que hacer para conseguir aquel dinero. Era mío. A pesar del hecho de haber vuelto a Estados Unidos, me sentía sola. En aquella finca toscana me sentía segura. Era como estar en casa. Me iba a dormir todas las noches sabiendo que mi sitio estaba en aquel lugar. Crow me hacía sentir como una persona, y no como un objeto. Me había demostrado más generosidad de la que nadie nunca antes había tenido conmigo. En su situación, podría haber hecho lo que le diera la gana conmigo sin sufrir ninguna repercusión, pero no lo había hecho. Siempre me había dado la capacidad de opinar y la de elegir. Pero ahora, aquello había desaparecido.

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