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Bandidos – Eric Hobsbawm

Un buen día Eric J. Hobsbawm se sintió intrigado por el hecho de que las mismas historias sobre bandidos justicieros y redistribuidores de riqueza se repetían en el mundo entero. De ahí nació esta fascinante exploración por la vida y el mito de unos personajes que abarcan desde Robin Hood hasta Salvatore Giuliano, pasando por Pancho Villa, por los haiduks balcánicos, los dacoits de la India, los cangaçeiros brasileños o los guerrilleros urbanos del anarquismo español. Su libro se había convertido ya en un clásico de la historia social, pero en esta nueva edición Hobsbawm no se ha limitado a actualizarlo, sino que le ha añadido nuevos materiales, ha situado el fenómeno del bandidaje en el contexto político en que actúa y ha adecuado la obra a un tiempo como el nuestro, en que los estados son cada vez menos capaces de mantener la ley y el orden. Su libro ha ganado con ello vigencia y sigue siendo, como ha dicho el Times Literary Supplement: «historia humana en su más alto nivel».


 

Un día, a principios del decenio de 1950, llamó la atención de este autor un hecho curioso, a saber: que en toda Europa y, de hecho, como resultó cada vez más claro, en todo el mundo, circulaban exactamente las mismas historias y los mismos mitos sobre ciertos tipos de bandidos que eran portadores de justicia y redistribución social. Siguiendo la exhortación del doctor Samuel Johnson de « que la observación con amplia perspectiva examine a la humanidad desde China hasta el Perú» , los lectores del presente libro los encontrarán en ambos países y, a decir verdad, en todos los continentes habitados. Este descubrimiento fue la base de un ensayo sobre « El bandido social» , el primer capítulo de un libro de estudios de las formas arcaicas de los movimientos sociales, Rebeldes primitivos (Manchester, 1959). Diez años después, basándome en nuevos estudios, especialmente en América Latina, lo amplié y se convirtió en la primera edición del presente libro (Bandits, Londres, 1969). En efecto, fue el punto de partida del estudio contemporáneo de la historia de los bandidos, que creció rápidamente, y gran parte del cual (sin duda desde la crítica de Antón Blok en 1971) no ha aceptado la tesis del « bandolerismo social» , al menos bajo su forma original. En ediciones posteriores (para Penguin Books en 1971, y para una editorial norteamericana, Pantheon Books, en 1981, y a agotadas ambas) revisé y amplié el texto original y tuve en cuenta la gran cantidad de material nuevo y las críticas que me parecieron acertadas. Por tanto, lo que el lector tiene ahora ante sí es la cuarta edición revisada. Las principales razones para prepararla son tres, aparte del hecho de que varias editoriales siguen pensando que el libro no ha perdido interés. La primera y más obvia es que desde 1981 han aparecido varias obras importantes sobre la historia del bandolerismo, por ejemplo sobre los bandidos chinos, otomanos, turcos y balcánicos, sobre América Latina, el Mediterráneo y diversas regiones más apartadas, sin olvidar la muy esperada biografía de Pancho Villa a cargo de Friedrich Katz. Estas obras no sólo han aportado material nuevo, sino que además han ampliado mucho nuestra percepción del bandolerismo en la sociedad. Al preparar esta edición, he hecho todo lo posible para tener presentes las nuevas aportaciones. (Por otra parte, la crítica del argumento de Bandidos sigue más o menos donde estaba). En segundo lugar, debido a la rápida desintegración del poder y la administración del estado en muchas partes del mundo y la notable disminución de la capacidad de los estados, incluso los modernos y desarrollados, para mantener el nivel de « orden público» que crearon en los siglos XIX y XX, los lectores vuelven a ser testigos del tipo de circunstancias históricas que permiten la existencia del bandolerismo endémico e incluso epidémico. En vista de lo ocurrido en Chechenia en nuestros días, interpretamos la explosión de bandolerismo en el Mediterráneo a finales del siglo XVI de manera distinta de como la interpretábamos en el decenio de 1960. La tercera razón es que el propio autor, aunque se enorgullece de haber fundado toda una rama de la historia, no puede evitar tratar de dar respuesta a lo que hace diez años dijo un buen historiador en su reseña de dos libros sobre el bandolerismo: « No es muy grande la parte de la tesis de Hobsbawm que permanece incólume» [1] . Si esto fuera realmente cierto, no habría ningún motivo para una nueva edición de Bandidos. La obra estaría sencillamente desfasada y sería imposible salvarla por el simple procedimiento de corregirla y revisarla, aunque quizá valdría la pena leerla como documento de su época. A mi modo de ver, no es este el caso de Bandidos. Las principales críticas de que fue objeto la tesis original se examinan en la primera parte del epílogo de la presente edición, que modifica y amplía el de la que se publicó en 1981. No obstante, a los treinta años de la primera edición, es claro que tanto el argumento como la estructura del libro necesitan un replanteamiento considerable además de una puesta al día.


He intentado hacerlo aquí, principalmente situando el bandolerismo, incluida su versión social, de forma más sistemática en el marco político —de los señores y los estados, con sus respectivas estructuras y estrategias— en el cual actúa. Si bien este aspecto está presente en anteriores ediciones del libro, ahora he intentado de forma más clara que antes ver « la … historia política del papel del bandolerismo … (como) central» [2] . También he tenido en cuenta la crítica más convincente de que fue se objeto mi libro, a saber: la utilización de canciones y relatos sobre bandidos tanto para examinar la naturaleza del mito del bandido social como, de forma bastante tentativa, para ver « hasta qué punto los bandidos hacen honor al papel social que se les ha asignado en el drama de la vida campesina» . Ahora es obvio que no pueden utilizarse de manera razonable para el segundo propósito. En todo caso, a menudo los hombres identificables que dieron origen a estos mitos eran en la vida real muy diferentes de su imagen pública, entre ellos muchos de los que se citaban como « bandidos buenos» en las anteriores versiones del presente libro. También resulta claro ahora que no pueden utilizarse para el primer propósito sin hacer antes un análisis detallado de este género literario, las transformaciones de su público, sus tradiciones, temas, modos de producción, reproducción y distribución. En resumen, las baladas, al igual que las cintas de la historia oral, son una fuente muy poco de fiar, y, al igual que la tradición oral, se ven contaminadas por las maneras de transmitirlas de una generación a otra. No obstante, todavía pueden y deben emplearse para ciertos propósitos. Espero no haber rebasado (esta vez) los límites del sentido común al usarlas. Así pues, la presente es una edición muy ampliada y revisada, aunque no ha sido necesario reescribir en gran parte el texto de los nueve capítulos originales, y del apéndice sobre « Las mujeres y el bandolerismo» (que ahora es el Apéndice A), si bien se han hecho las modificaciones oportunas. Las principales añadiduras a la última edición británica (1971) son las siguientes: 1) una introducción titulada « Retrato de un bandido» (que originalmente constituía el grueso del prefacio de la edición norteamericana de 1981); 2) un capítulo nuevo sobre « Bandidos, estados y poder» ; 3) un Apéndice B sobre « La tradición del bandido» ; y un Epílogo (modificado y ampliado a partir de la edición de 1981) que —como hemos mencionado— se ocupa de las críticas que recibió mi obra y también examina la perduración de actividades que dan cuerpo a la clásica tradición del bandido a finales del siglo XX. La sección sobre Bibliografía se ha reescrito. Se han omitido los prefacios de las ediciones anteriores. A modo de agradecimiento, bastará con que repita lo que dije en la edición original. La may or parte del presente libro se basa en material publicado, y en información extraída, o más probablemente ofrecida de forma voluntaria y con entusiasmo, por amigos y colegas conocedores de mi interés por el asunto, y seminarios en varios países que criticaron los argumentos del libro y me indicaron nuevas fuentes. Mis deudas con el creciente cuerpo de historiografía sobre los bandidos las reconozco con placer y satisfacción especialmente porque gran parte de lo que se ha escrito desde 1969 se basa en investigaciones primarias estimuladas por la primera edición de Bandidos. Mi propio contacto directo con el tema del libro ha sido limitado. El capítulo 8 se basa en varias semanas de investigación intensiva, en 1960, de la tray ectoria de forajidos anarquistas catalanes, lo cual no hubiera sido posible sin la ayuda y las cartas de presentación que me proporcionó M. Antoine Tellez de París. El argumento básico del capítulo 3 me lo confirmó un día que pasé en compañía de don José Ávalos de Pampa Grande, de la provincia argentina del Chaco, agricultor y exsargento de la policía rural. En 1981, siguiendo una conferencia sobre bandidos y forajidos en Sicilia a principios del decenio de 1980, tuve la oportunidad de conocer a dos antiguos miembros de la banda de Salvatore Giuliano y a otros hombres que poseían conocimiento directo de sus actividades. Sin embargo, debo más a varios amigos y colegas de Colombia, Italia y México con contactos de primera mano mucho más extensos con el mundo de los forajidos armados. Debo mucho a Pino Arlacchi, y, en Colombia, a Carlos Miguel Ortiz, Eduardo Pizarro y Rocío Londoño y sus amigos, algunos de los cuales ya han muerto. Mi deuda con la labor de Gonzalo Sánchez y Donny Meertens debe ser obvia al leer el texto. E.

J. H O B S B AW M


 

RETRATO DE UN BANDIDO La mejor manera de abordar el complicado tema del « bandolerismo social» , que es el del presente libro, consiste en examinar la carrera de un bandido social. He aquí un caso. Lo compiló un estudiante anónimo de la Universidad de Addis Abeba, Etiopía, y me lo facilitó su profesor. Cuando recibí esta monografía, que se basa en informadores locales y fuentes periodísticas en inglés y tigriña, no me dieron el nombre del autor, por razones relacionadas con la insegura situación política de Etiopía y Eritrea en aquel momento. Si por casualidad el estudiante citado ve la presente edición y desea darse a conocer, me encantaría reconocer la deuda que tengo contraída con él. He aquí, pues, bastante resumida, la historia de Weldegabriel, el mayor de los hermanos Mesazgi (1902/1903-1964). Dejemos que hable por sí misma. En los tiempos en que Eritrea era una colonia italiana, el padre de Weldegabriel, un campesino del poblado de Beraquit, en el distrito de Mereta Sebene, murió en la cárcel donde se encontraba por ser uno de los representantes del poblado que se oponían el nombramiento de un nuevo gobernador del distrito que no había nacido en él. La viuda echó la culpa al impopular gobernador y pidió venganza de sangre, pero sus hijos eran demasiado pequeños, la opinión de la gente del lugar estaba dividida en lo que se refería a la culpa del gobernador y, en todo caso, los italianos habían prohibido las venganzas de este tipo. Sus cuatro hijos se hicieron hombres y se establecieron pacíficamente como agricultores. Weldegabriel se alistó en las tropas coloniales en calidad de áscari y, con dos de sus hermanos, sirvió a los italianos en Libia durante la guerra ítaloetíope de 1935-1936 y en la ocupación de Etiopía (1936-1941). Después de la victoria británica, volvieron a casa con un poco de dinero ahorrado, nociones de italiano y un buen conocimiento de las armas y las habilidades militares, y siguieron dedicándose a la agricultura. Weldegabriel fue un buen soldado y se ganó un ascenso a suboficial. El orden colonial italiano se había desmoronado y los ingleses administraban provisionalmente el territorio. En las turbulentas circunstancias de la posguerra floreció el bandolerismo y los numerosos áscaris desmovilizados constituían una reserva natural de bandidos en potencia. Los puestos de trabajo escaseaban y los eritreos continuaban sufriendo discriminación frente a los italianos. Los inmigrantes etíopes tenían aún menos oportunidades. En las tierras altas, los grupos étnicos se atacaban mutuamente y se disputaban la tierra y el ganado. Resucitaron las venganzas de sangre, toda vez que el cumplimiento de este deber sagrado ya no chocaba con el obstáculo de la administración italiana. Además, en semejantes circunstancias el bandolerismo parecía proporcionar perspectivas razonables de hacer carrera, al menos durante un tiempo. Los hermanos Mesazgi entraron en él a través de su antigua disputa de familia, aunque es posible que las privaciones de la vida civil les empujaran a ello. Dio la casualidad de que el gobernador del distrito, hijo del hombre al que se hubiera podido considerar responsable de la muerte del padre de los hermanos Mesazgi, también se hizo impopular por razones muy parecidas al nombrar para un cargo a un miembro de un clan minoritario instalado en el poblado de Beraquit pero nacido en otro lugar. Weldegabriel fue encarcelado por oponerse a él en nombre del poblado y, puesto en libertad al cabo de un año, fue objeto de más amenazas. Los hermanos decidieron matar al nuevo gobernador, lo cual era legítimo según las ley es de la venganza, y se divorciaron de sus esposas para que la policía no pudiera castigarlas, con lo que de paso recuperaron la movilidad sin la cual no pueden actuar los fuera de la ley.


Después de matarlo a tiros, se refugiaron en un bosque cercano, donde dependían de los amigos y la familia para su sustento. La mayoría de los habitantes del poblado les apoy aba como defensores de los derechos del mismo, pero en ningún caso hubieran podido ofender a sus antiguos vecinos robándoles. Como es natural, el clan minoritario y los parientes del gobernador se opusieron a ellos y ayudaron a las autoridades británicas. Los Mesazgi se abstuvieron de matarlos, pero intentaron, con bastante éxito, hacerles la vida imposible en el lugar. La mayoría de ellos se marchó y la popularidad de los hermanos aumentó porque la tierra de los que se fueron quedó a disposición de los otros habitantes del poblado. Sin embargo, a ojos del resto del distrito eran simples bandidos porque había dudas sobre la legitimidad de la venganza de sangre. Se les toleraba porque ponían cuidado en no hacer daño a la gente local que les dejaba en paz. Debido a que necesitaban más apoyo, entre otros motivos para hostigar a la familia del gobernador, los hermanos empezaron a ir de un poblado a otro e instaban a los campesinos a no trabajar en las parcelas asignadas al gobernador y repartírselas entre ellos. Valiéndose de una mezcla de persuasión y de mano dura administrada juiciosamente, convencieron a varios poblados para que denunciasen aquellos derechos semifeudales y poner fin así al derecho de los señores a disponer de tierra y mano de obra gratis en el distrito de Mereta Sebene. A partir de este momento se les consideró bandidos « especiales» o sociales en lugar de simples bandidos. Gracias a ello, gozaban de protección contra la policía que las autoridades mandaron a la región para combatirlos, a expensas de los habitantes de los poblados. Al aislarlos la policía de sus fuentes de abastecimiento, los hermanos tuvieron que dedicarse a robar en la carretera principal de la región. Otros bandidos se unieron a ellos. Pero como robar a compatriotas eritreos podía dar origen a nuevas luchas, preferían robar a los italianos. Uno de los hermanos resultó muerto y, para vengarse, los otros dos empezaron a matar a todos los italianos que encontraban, con lo cual adquirieron fama de ser adalides de los eritreos. Aunque probablemente no mataron a más de once, la opinión local exageró sus hazañas y, como es frecuente en estos casos, les atribuyó las cualidades heroicas y, la invulnerabilidad del bandido social. En torno a ellos se formó un mito. Es más, como las carreteras se volvieron peligrosas para los conductores italianos, los eritreos fueron autorizados a conducir, cosa que antes había prohibido la administración italiana o la británica. La medida fue bien acogida porque representaba un aumento de categoría y por los puestos de trabajo que ahora estaban a su alcance. Mucha gente decía: « ¡Vivan los hijos de Mesazgi! Gracias a ellos ahora podemos conducir coches» . Los hermanos habían entrado en política. A la sazón (1948) la incertidumbre ante el porvenir de la excolonia complicaba la política en Eritrea. Los paladines de la unidad con Etiopía se oponían a los partidarios de varias fórmulas para una futura independencia de Eritrea. Destacados unionistas buscaron el apoyo de los bandidos y casi todos los cristianos lo aceptaron porque les daba un sentimiento de identidad y seguridad contra los partidarios de la independencia, entre los que predominaban los musulmanes. Sin embargo, aunque apoyaban la unión, los hermanos eran hombres sensatos y no mataban a eritreos por motivos políticos por lo que de esta manera evitaban los pleitos de sangre, y Weldegabriel tampoco incendiaba casas ni cosechas.

Etiopía proporcionaba a los bandidos no sólo armas y dinero sino también refugio al otro lado de la frontera. Con todo, aunque Weldegabriel contribuyó a aterrorizar a Eritrea para que se federase con Etiopía y luchó contra los musulmanes, puso cuidado en no involucrarse ni involucrar su distrito natal, Mereta Sebene, en luchas que no le afectaran directamente. Después de que la ONU votara finalmente a favor de la federación, los bandidos perdieron el apoyo de los unionistas y del gobierno etíope. La may oría de ellos fue amnistiada en 1951, pero Weldegabriel resistió hasta 1952 y fue uno de los catorce bandidos a los que los ingleses consideraron demasiado infames para permitirles quedarse en Eritrea. Así pues, los ingleses dispusieron que se les diera asilo en Etiopía, donde recibieron del emperador un poco de tierra en la provincia de Tigre y un estipendio mensual. Por desgracia, ahora eran ellos los forasteros y los campesinos del lugar se mostraron hostiles. El emperador les prometió tierras en un lugar más tranquilo, un estipendio mejor y educación gratis para sus hijos, pero su promesa nunca se hizo realidad. Poco a poco, todos los bandidos excepto Weldegabriel volvieron a Eritrea. Weldegabriel hubiera podido regresar a Beraquit, ya que era un miembro respetado de la comunidad después de abandonar el bandolerismo. Había vuelto a casarse con su esposa, toda vez que ella ya no corría ningún riesgo y él, por su parte, y a no tenía que llevar una vida errante. Los parientes del gobernador muerto, sus enemigos, todavía eran poderosos en Mereta Sebene, y Weldegabriel y su familia aún tenían una deuda de « sangre» con ellos. Así que prefirió pasar el resto de sus días en Tigré. Murió a la edad de sesenta y un años en un hospital de Addis Abeba. En Beraquit se celebró un funeral por él. Según informó un periódico eritreo, asistieron muchos notables eritreos y los cantos fúnebres alabaron sus logros. Los patriotas eritreos no saben a qué carta quedarse en lo que se refiere a Weldegabriel: un bandido del pueblo, pero un bandido que contribuyó a hacer que su país formase parte de Etiopía. Pero sus ideas políticas no eran las del siglo XX. Eran las antiguas ideas políticas de Robin de los bosques enfrentado al sherif de Nottingham. Puede que a los lectores occidentales, en el tercer milenio de su cronología, la carrera de hombres como los hijos de Mesazgi le parezca extraña y difícil de comprender. Espero que los capítulos que siguen a éste contribuy an a explicarla.

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