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Atrevete a enamorarte – Estelle Maskame

Nunca he entendido por qué el lunes es el que se lleva toda la fama de ser el peor día de la semana. Estoy totalmente en desacuerdo. Son los domingos. Tienen algo que los hace demasiado silenciosos y tranquilos, y que odio cada vez más. Quizá es porque la mitad del pueblo va a la iglesia por la mañana mientras la otra mitad intenta cocinar un estofado, antes de darse por vencida y acabar pidiendo comida a domicilio. Por lo menos, eso es lo que suele ocurrir en mi familia. O quizá es porque la mitad de la gente con la que vamos a la escuela está dándose prisa para terminar todos los deberes que ha dejado para el último minuto mientras la otra mitad se pasa el día entero en el Dairy Queen porque no hay otro lugar adonde ir. Nosotros formamos parte de esta última mitad. —¿Quieres otro? No me había percatado hasta ahora de que estaba en la luna. Despego la mirada de la mesa, le parpadeo un par de veces a Holden mientras me incorporo un poco en el asiento. Ni siquiera me había dado cuenta de que se había levantado. —¿Qué? Holden baja la mirada hacia mí y la desplaza a lo que queda de mi café helado. Solo quedan cuatro gotas. —Que si quieres otro —repite. —Ah, no, gracias. Al tiempo que se da la vuelta y se dirige al mostrador para volver a pedir algo, en lo que debe de ser la quinta vez esta noche, me froto la cara con la mano, y me acuerdo de que llevo un par de capas gruesas de rímel cuando ya es demasiado tarde. Maldigo en voz baja, cojo el móvil de la mesa y enciendo la cámara. Tengo los ojos manchados y rodeados de una sombra negra. Con una servilleta hago todo lo que puedo para limpiar el desastre que acabo de provocar, pero parece que solo logro empeorarlo. Will suelta una carcajada, y yo lo fulmino con la mirada desde el asiento de enfrente del reservado donde estamos sentados. Está mordisqueando la pajita de su batido de chocolate, pero se agacha rápidamente cuando arrugo la servilleta para hacer una bola y se la lanzo. —Parece que tengas resaca —dice cuando vuelve a enderezarse, apartándose el pelo de los ojos. No me acuerdo de cuándo fue la última vez que se lo cortó, pero sin duda necesita volver a hacerlo. —Solo estoy cansada. —Suspiro y dirijo mi atención a toda la basura que hemos acumulado en nuestra mesa.


Lo juro, todo lo que hacemos los domingos es comer, porque no hay nada más que hacer en este pueblo. Cuento por lo menos una docena de vasos vacíos, de los cuales tres son míos, y la mayoría de los envoltorios de comida son de Holden. Las tarrinas de helado son de Will. —¿Has visto quién está aquí? —pregunta este bajando la voz. Agacha la cabeza y se inclina ligeramente hacia mí por encima de la mesa mientras de manera muy sutil señala con la mirada a lo lejos, por encima de mi hombro —. Creo que es la primera vez que la veo saliendo por ahí. Lentamente me desplazo por el asiento y echo una mirada rápida por detrás de mí. La localizo enseguida: Danielle Hunter. Más allá del reservado, en dirección hacia la puerta, Danielle está sentada con una taza entre las manos, y su pelo negro le cae por encima de los ojos. La acompañan tres chicas más; todas enfrascadas en una conversación. Pero Danielle aguarda con la mirada fija en la mesa como si lo que está pasando a su alrededor no fuera con ella. Al observarla desde la otra punta del restaurante se me hace un nudo en la garganta. Ha sido una sorpresa verla aquí. Apenas sale de casa. Últimamente nadie ve a Danielle Hunter en otro lugar que no sea el instituto. —Bueno —murmuro al volverme de nuevo para mirar a Will—. Esto sí que es una novedad. Le lanzo una nueva mirada a Danielle y me siento extrañamente desconcertada de verla. No he hablado con ella desde hace mucho, así que ruego para que no me vea, aunque no puedo evitar pensar en lo sola que parece. Solo soy capaz de apartar la atención de ella cuando Holden regresa a la mesa con otra hamburguesa, la tercera de la noche, y se desliza por el asiento del reservado hacia mí. El equipo de fútbol perdió el partido contra el Pine Creek ayer, así que está de mal humor, decepcionado por cómo jugaron, por lo que Will y yo hemos decidido no mencionar el tema. —La última, lo prometo —dice Holden antes de darle un buen mordisco. Yo le dirijo una mirada de asco. —Por supuesto —replica Will con sarcasmo. Creo que a veces le gusta chinchar a Holden, pero siempre de manera inofensiva, y a mí me parece divertido observarlo.

Se reclina contra la ventana, cierra los ojos e inclina la cabeza lo más lejos posible de nosotros. Cojo el móvil para ver qué hora es mientras Will echa una cabezadita y Holden devora esa asquerosa hamburguesa. Acaban de dar las nueve y media de la noche y dentro de poco el encargado del restaurante empezará a recorrer los reservados para echarnos a todos y así poder cerrar. Le doy un golpecito a Holden. —Déjame salir un momento. —Todavía con la hamburguesa agarrada con fuerza entre sus manos, Holden aparta las piernas a regañadientes lo justo para dejarme pasar. Suspirando, le toco el muslo con suavidad—. Y deja de darte esas palizas —le digo, rompiendo así el pacto que tengo con él. La temporada de fútbol no ha hecho más que empezar, y no puedo soportar los meses en que se convierte en un gruñón cada vez que su equipo pierde un partido. Se pone insoportable todas y cada una de las temporadas, pero parece que este año la cosa va a más. Apenas nos ha dirigido dos palabras en toda la noche—. Jugáis contra el Broomfield el viernes, ¿no? Vais a ganar ese partido, seguro —lo tranquilizo mientras me escurro por encima de él. Holden se encoge de hombros. Me dirige una sonrisa a regañadientes. —Supongo. Ya veremos —dice. —Y yo supongo que vamos a seguir hablando con monosílabos —le replico, poniendo los ojos en blanco. Will me lanza una mirada y abre un ojo, pero no se mueve ni un centímetro. —Aunque el Broomfield no es tan bueno, ¿verdad? Así que puede que esta vez cojas algún pase. —Se ríe con malicia a la vez que vuelve a cerrar el ojo. Holden aprovecha la oportunidad para lanzarle el envoltorio de la hamburguesa hecho una bola, que le da justo en la frente. —A ver si pillas esta, capullo —masculla. Idiotas. Los dejo a los dos haciendo el tonto y me dirijo al baño. Cuanto más se acercan las diez de la noche, más vacío está el Dairy Queen, aunque todavía quedan algunos estudiantes del instituto.

En cuanto la encargada nos eche, se acabó: no hay ningún otro sitio adonde ir, excepto a casa. Le dirijo una rápida sonrisa a Jess Lopez y un «ey» al pasar por su mesa, pero está con unas chicas a quienes no conozco mucho, así que no me detengo para charlar con ella. Continúo hacia el baño y me encierro en uno de los tres pequeños cubículos. Mientras estoy allí, le envío a papá un mensaje rápido para que sepa que llegaré a casa en menos de una hora, resignada al hecho de que el domingo ya casi ha terminado. Vuelvo a meterme el móvil en el bolsillo de mis vaqueros mientras descorro el pestillo y abro la puerta del todo. El corazón se me detiene por un instante cuando levanto la mirada y veo que hay alguien ahí de pie, inmóvil, delante de los lavamanos. No he oído que entrara nadie. Al instante me doy cuenta de que es Danielle Hunter y me quedo paralizada. Está de espaldas a mí, pero sus ojos se encuentran con los míos a través del reflejo del espejo. No le he dirigido más que unas pocas palabras desde el año pasado. Casi nunca la veo, y cuando lo hago, no sé cómo actuar o qué decir. Así que no le digo nada. ¿Qué se supone que le tienes que decir a alguien que está pasando el luto por la muerte de sus padres? No lo sé. Nadie lo sabe. Pero ahora mismo no puedo mirar al suelo y seguir andando como si nada. De repente soy consciente de lo pequeño que es esto, y de que ella me está mirando con sus ojos azules. El contraste con su nuevo pelo negro azabache es tan intenso que hasta resulta extraño. Su cara es inexpresiva, no muestra ninguna emoción. Trago saliva y me pongo a su lado en el lavamanos. Abro el grifo y me quedo mirando fijamente el agua que cae en cascada sobre mi piel. ¿Le digo algo? Sé que debería hacerlo, pero no sé qué, ni cómo. Siento que me arden las mejillas de la tensión que se apodera de mí mientras decido si ahora es el momento adecuado para decirle algo de una vez por todas o no. Siempre he querido volver a hablar con ella, pero no he sido capaz. Levanto la vista hacia el espejo, solo para saber si ella todavía me está mirando. Voy a hacerlo.

Voy a hablar con ella, y voy a hacerlo ahora mismo, antes de que me dé tiempo a pensarlo dos veces. Con todo el valor que soy capaz de acumular, me obligo a mirar a Danielle directamente. La sonrisa que esbozo con los labios se supone que es normal y sincera, pero es forzada, y ella lo sabe. —Hola, Dani —digo. Pronunciar su nombre me pone la piel de gallina —. Me alegro mucho de verte por aquí. Danielle me mira entrecerrando los ojos, y yo dejo que mi sonrisa se vaya desvaneciendo porque sé que puede ver la realidad más allá de mi expresión. La estoy mirando de la misma manera en que la mira la mayoría de la gente: con pena. Hay una pizca de sorpresa en sus ojos azules por el hecho de que le haya hablado, aunque no dice nada. Sigue inexpresiva cuando vuelve a mirar su reflejo en el espejo y se apoya con las manos en el borde del lavabo. Su silencio es peor que cualquier otra reacción posible, porque ahora me siento insegura sobre cómo manejar la situación. He hecho lo que debía: le he dicho que me alegraba de verla por aquí. Es lo que se supone que debía decirle, pero no parece que me lo agradezca. Su expresión es tan pasiva, tan vacía, que resulta imposible interpretarla. Ha sido un año muy duro para los Hunter, y todo el pueblo de Windsor lo sabe. He sido testigo del cambio drástico que ha sufrido Danielle, de cómo se ha roto, de lo grande que ha sido el impacto que la muerte de sus padres le ha producido. Recuerdo cuando llevaba el pelo tres veces más largo y las ondas rubias le caían por la espalda, cuando sus mejillas estaban siempre encendidas, cuando era conocida por tener la risa más cantarina de su clase. No es la misma chica que era hace un año, pero ¿quién puede culparla por ello? Nadie ha olvidado la tragedia de los Hunter, y nadie sabe cómo sobrellevar esta pérdida. Sobre todo yo. Lo cierto es que no solo he estado evitando a Danielle durante este año. También a su hermano. Jaden, el otro miembro de los gemelos Hunter, quien todavía me sonríe siempre que me ve. Jaden, a quien no tengo la suficiente valentía para pararlo y decirle algo. Jaden, con quien ya no sé cómo comportarme. Jaden, de quien me horroriza que haya cambiado tanto como lo ha hecho su hermana.

No me atrevo a acercarme a ninguno de los dos. No soy capaz de vivir con el miedo constante de decir algo inapropiado. No puedo hacer frente a los efectos que una pérdida tan devastadora debe de haber causado en ellos. No es que no quiera. Dios, claro que quiero. Es solo que… no puedo. Con el agua goteando por mis manos, cierro el grifo y me las seco rápidamente en los vaqueros. Intento volver a mirar a Danielle, pero no encuentro sus ojos. Se parecen mucho a los de su hermano. Sigue callada, y se ha pasado el tiempo para que contestara, así que sé que tengo que decir algo más. Me pongo nerviosa solo de nombrarlo, pero me trago el miedo y susurro en voz baja: —¿Cómo está Jaden? No sé cómo le va porque nunca se lo he preguntado, aunque sé que debería haberlo hecho. Me asusta que la respuesta no sea otra que «bien» o «va tirando». Por eso espero conteniendo el aliento, juntando las cejas para mostrar compasión. De inmediato, Danielle inclina la cabeza y el flequillo le cae sobre los ojos. —¿Por qué lo preguntas? —responde en voz baja, y yo me quedo de piedra ante su tono a la defensiva—. Tampoco te importa. Me la quedo mirando, aturdida por sus palabras. Hace un año, Danielle y yo éramos amigas. Solía decirme en broma que si algún día Jaden y yo nos casábamos seríamos casi hermanas, y que ella siempre había querido tener una hermana. Lo que nunca llegué a decirle es que yo sentía lo mismo. —Dani… —Porque si de verdad te importara —me interrumpe hablando despacio, volviéndose hacia mí—, me lo habrías preguntado hace un año, cuando… — Su frase se apaga pero ya sé lo que iba a decir. Iba a decir que si de verdad me importara les hubiera preguntado cómo estaban hace un año, cuando sus padres murieron.

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