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Atraccion – Chloe Santana

Estoy sentado en el metro, en un asiento demasiado pequeño para mí, y voy leyendo por el móvil las últimas noticias de la Bolsa de Nueva York. En ese momento recibo una llamada de Jason, y descuelgo el teléfono para contestar. Jason me explica que le ha sido imposible recogerme en el Aeropuerto por un contratiempo personal, y se disculpa como unas cincuenta veces en menos de medio minuto. Le aseguro que no tiene importancia, pero no le pregunto qué es lo que le ha sucedido. Es mejor así. Le pido que me recoja a la salida de la oficina de la editorial, y cuelgo sin despedirme. Le cedo mi asiento a una anciana cargada de bolsas, y la ayudo a sentarse. ─Le juro que no es necesario. No soy tan mayor como parezco─responde, pero me ofrece una sonrisa cargada de agradecimiento. ─Estoy de acuerdo en ello, señora. Pero insisto. Soy la clase de hombre al que le gusta tenerlo todo controlado, y aunque no frecuento el metro, lo cierto es que no me importa en absoluto. En un sitio como éste se ven cosas de lo más interesantes, por ejemplo, aquella morenita encantadora que está frente a la puerta. Capta mi atención de inmediato, y meto el móvil en el bolsillo para observarla con mayor interés. Lleva unos sencillos vaqueros, y el cabello suelto de amplios rizos negros cayéndole sobre la espalda. No la conozco, pero sé que es la clase de pelo que me gustaría retorcer sobre mi puño. ¿Pero qué demonios me pasa? Sólo es una simple mujer. Niego con la cabeza y me apoyo sobre la barandilla del metro, tratando de ignorarla. Pero entonces, entrecierro los ojos y estudio su perfil. Tiene la nariz alargada y los labios llenos, y es muy atractiva. Si me detuviera por separado en cada rasgo de su rostro, con toda probabilidad no diría que es bella, pero tiene una mezcla salvaje sobre esa piel trigueña que me enloquece. Es absurdo, pero tengo la sensación de haberla visto en algún sitio, a pesar de que nunca he sentido tal afectación como en este mismo momento. Ahora la recuerdo. Hace varios meses viajé a El Centro, y allí estaba ella. No me fijé en su aspecto durante más de dos segundos, pero ahora la noto distinta.


Tiene un aspecto más voluptuoso y llamativo, y no hay nada de la mujer escurridiza sobre la que no deparé en aquel momento. Irradia fuerza y carácter. No lo comprendo, pero no puedo apartar mi vista de su cuerpo. Tiene algo que me enloquece, y que al mismo tiempo me consume. Me tiene hechizado. Me gusta. Me percato de que tiene un percance con su bufanda, que ha quedado atrapada por las puertas del metro. La noto suspirar con irritación, pero se niega a pedir ayuda, y tira de la bufanda como si le fuera la vida en ello. Sin pensarlo, me acerco hacia donde está y me colocó a su espalda. No le pido permiso al acariciar su cuello con descaro y agarrar la bufanda. ─No te muevas─le ordeno. Ella se tensa, pero hace lo que le pido. Sin duda, no es la clase de persona acostumbrada a recibir órdenes, y sin saber por qué, eso me excita. Creo que ella y yo lo pasaríamos muy bien en la cama. Estiro la tela de la bufanda, y sin poder evitarlo, le acaricio la piel del cuello con los dedos durante unos segundos, hasta que le saco la bufanda por la cabeza. ─Ya está. Parece aliviada, y todos los músculos de su cuerpo se relajan. Se da la vuelta, con toda probabilidad para agradecerme el gesto, y entonces abre mucho la boca. Parece impresionada, pero me mira a los ojos sin vacilar. ─Gracias─balbucea. Tiene una voz algo grave, como si quisiera desprender autoridad, lo cual me resulta cómico. No sabe con quién está tratando. No para de observarme, y el fuego que hay en sus ojos la delata. Me dan ganas de decirle que sí, que ambos estamos pensando en los mismo. Se pasa la lengua por los labios, en un gesto que va directo a mi entrepierna.

─¿Estás bien?─le pregunto, con tal de pasar un rato más a su lado. ─Sí. La observo con curiosidad, y aunque quiero deleitarme en cada parte de su cuerpo, no aparto los ojos de los suyos. Ella me sostiene la mirada, y cierra los labios en una tensa línea de disgusto. Parece que piensa que mi curiosidad ralla en la mala educación, pero a mí no me importa. Cualquier otra mujer se pondría nerviosa al sentirse observada de esa manera tan íntima, pero ella no parece estarlo. Y si lo está, es tan orgullosa que se niega a admitirlo. Alza la barbilla, pues es más baja que yo. Intento no reírme, y esbozo una expresión comedida. ─¿Le pasa a menudo?─la cuestiono, sin poder evitar ladear una sonrisa. Me excita, me gusta y me hace bastante gracia. ─No, claro que no─replica dejando entrever un ligero enfado ante mi tono burlón. Parece ofendida. Desvió la mirada hacia el maletín que aferra sobre su pecho como si yo quisiera arrebatárselo. Creo que si fuera capaz de ponerle una mano encima, me golpearía por puro instinto. Eso me pone más duro. ─Tiene que ser importante─adivino. Lo deja de sostener con tanta ansiedad, e intenta relajarse. ─Sí, para mí sí. Le dedico una sonrisa, y me fastidio al darme cuenta de que es mi parada. Ella no parece acordarse de mí, lo cual me irrita sobremanera. Estoy acostumbrado a tener cierto efecto sobre las mujeres, pero ésta tiene demasiado carácter, y estoy seguro de que tenerla en la cama sería explosivo. Y peligroso. ─Es mi parada. Ella se aparta de la puerta para que pueda pasar, y parece un tanto decepcionada por perderme de vista.

Bien, algo es algo. Pero no va a perderme de vista, al menos por ahora. Voy a pasar varias semanas en esta ciudad, y tenerla como distracción será emocionante. Agarro la bufanda antes de que caiga al suelo cuando las puertas la liberan, y se la entrego. ─Tenga cuidado. Hasta la próxima─me despido. ─¿Hasta la próxima?─me cuestiona con nerviosismo, sin entender. Le dedico una sonrisa y me marcho sin volver a mirarla. Intuyo su mirada desconcertada sobre mi espalda, y eso me agrada. Luego recuerdo El Centro, y la promesa que le hice a mi madre. No sé por qué, pero algo me dice que esa mujer salvaje no es una de las mujeres maltratadas que viven en El Centro. Tal vez se trate de una nueva enfermera en prácticas, y por eso su cara me resulte tan familiar. Si se trata de una interna, me temo que no me quedará otro remedio que poner tierra de por medio. Pero sé que eso será difícil. Ella es distinta, y eso me gusta. *** A la mañana siguiente, estoy alojado en el Centro y la busco con la mirada por todas partes. Se suponía que mi vista a este sitio sería un mero formalismo, y que no me llevaría más de varias horas, pero siento tal curiosidad que soy incapaz de largarme de este lugar hasta que sacie mi interés por ella. No la encuentro entre las mujeres residentes, ni tampoco entre las nuevas enfermeras. Me desespero, y llamo a María, una de las enfermeras más antiguas, para que acuda a mi despacho. ─Buenos días, María. Me alegro de verla. ─Es un placer tenerlo por aquí, Señor Brown. ¿En qué puedo ayudarlo? Busco una respuesta que suene coherente y que no me deje en evidencia. Por Dios, no soy un acosador sexual, pero por la forma en la que me estoy comportando, cualquiera lo diría. ─Verá, hace varios meses, en mi última visita, crucé varias palabras con una mujer─le miento.

En realidad, la primera vez que la vi, no llamó mi atención en absoluto, y tan sólo le eché un ligero vistazo─una chica en sus veintitantos, de mediana estatura, piel morena, cabello oscuro…¿Sabe de quién podría tratarse? ─¿Es una enfermera o una interna? Cómo si yo lo supiera… ─Lo desconozco. Necesitaría hablar con ella de una cuestión muy importante, pero no la encuentro por ningún sitio. ¿Sabe de quién puede tratarse? Sí, una cuestión muy importante…acerca de ella, yo y mi cama; algunas embestidas, arañazos en la espalda y sexo duro, salvaje y sin compromiso. María se rasca la barbilla, y se queda pensativa.

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