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Arena Negra (Arena Roja 2) – Gema Bonnin

Iba a ser la imagen de un perfume llamado Éxtasis y la sensualidad era un elemento muy importante. O eso me habían dicho. Tenía que llevar un vestido muy ajustado y con un escote de pico que llegaba casi hasta el ombligo. Yo me sentía incómoda, pero poco podía hacer. Posaría como mejor sabía y volvería al hotel de París en el que estábamos alojados. —Separa un poco los labios y baja los párpados —me indicó el fotógrafo. Hice lo que me pedía y permanecí inmóvil mientras él sacaba fotos desde diferentes ángulos. Aquellas cosas me aburrían soberanamente. Admito que al principio tenían su encanto: posar, que me maquillasen, llevar un vestido bonito, ver el resultado de las fotos ligeramente retocadas… Ahora era tedioso. Incluso me molestaban los resultados finales, pues en ellos aparecía una Faith con la que no me identificaba. Pero ya qué importaba. Lo único que deseaba era llegar al hotel y darme un baño caliente. Había llegado a acostumbrarme a la rutina, a envolverme en ella como si fuera un abrigo que me protegiera del frío. Combates, sesiones de fotos, ruedas de prensa, revisiones médicas, asistir a los enfrentamientos que disputaban mis compañeros… Esa era mi vida. Más allá de las fronteras de Hydrus, de lo que yo conocía, se extendía un mundo frío, salvaje e imprevisible. Como esclava tenía algo que escaseaba en el tercer mundo: estabilidad, y eso me martirizaba. Estabilidad relativa, claro, pero el caso es que la mayor parte del tiempo me sentía tranquila. La idea de haber encontrado cierto bienestar en mi vida como gladiadora resultaba escalofriante a la par que horrible. No había perdido mis ansias de libertad, pero a veces tenía la sensación de que estas se atenuaban. La tarde anterior había asistido a un combate múltiple en el que había participado Ismael, mi amigo y el miembro más reciente de mi equipo. Esos enfrentamientos eran muy interesantes: la arena recibía alrededor de una docena de gladiadores para que lucharan entre ellos. A veces se hacía por grupos, pero este no fue el caso. La descalificación llegaba con la primera sangre y quien permaneciera intacto ganaba. A Ismael le hirieron cuando sólo quedaban tres personas luchando. Había cometido un error de prioridad, pero en los combates múltiples eso era muy común.


No obstante, Keron se había enfurecido. Últimamente se enfadaba mucho con casi todos, aunque yo solía omitir sus arrebatos. Estaba cambiando de posición cuando distinguí una figura entrando en el estudio. Era una silueta que conocía muy bien y confirmé mis sospechas en cuanto la luz descubrió sus rasgos. Teseo. Hacía varios meses que no lo veía y su presencia allí me desconcertó. —Faith —me dijo el fotógrafo con impaciencia—, céntrate. Yo asentí y volví a posar, pero me resultó extremadamente difícil hacerlo con Teseo como espectador. En cuanto finalizó la sesión, me reuní con él, tratando de reprimir la sonrisa que luchaba por abrirse paso en mi rostro. Reír… Qué estupidez. —Teseo —le saludé. —Hola, Faith. —No esperaba verte… ¿Ha pasado algo? Él aspiró por la nariz. —Tenemos más información sobre las Gladius de Bronce. —Oh. Los premios de las Gladius de Bronce se otorgaban anualmente y suponían un importante reconocimiento para cualquier gladiador. Hacía unas semanas, Keron me dijo que la Academia deseaba nominarme, pero las categorías en las que competiría cada gladiador no se conocerían hasta poco antes de que tuviera lugar la gala. Sin duda, Teseo estaba allí para comunicarme a qué premio optaría. —Vayamos a hablar a un sitio más tranquilo, ¿te parece? Asentí y le guié con rapidez hacia mi camerino, donde había un tocador, un cuarto de baño, una cama para descansar y unos percheros eléctricos llenos de ropa. El suelo estaba enmoquetado y las paredes eran de un blanco resplandeciente. Cuando estuvimos solos, lo miré expectante. Él también me contemplaba. Una vez más, fui consciente de lo provocativo que era el vestido de satén que me habían puesto. Quise quitarme los tacones, pero no me atreví a moverme. Él se quedó quieto unos segundos, todavía mirándome de soslayo.

Luego tomó aire y habló: —Han decidido otorgarte la Gladius de Bronce Honorífica. Abrí mucho los ojos y luego parpadeé. Al principio mis tímpanos se mostraron reticentes a creer lo que habían oído; sin embargo, la expresión de Teseo no dejaba lugar a dudas. —¿La honorífica? ¿En serio? Él asintió. —En serio. Aquello lo cambiaba todo. La Gladius de Bronce Honorífica era un premio que se concedía como reconocimiento especial. No había nominaciones, no competías contra otros gladiadores. Sencillamente, la recibías. —¿Y por qué motivo? Teseo se encogió de hombros. —Tal vez porque eres la chica del momento. Es un tema de marketing: atraes a la audiencia y la organización de los premios lo sabe. —Oh, vaya, por un momento se me había ocurrido que me premiarían por mis habilidades en la arena… —repliqué con sarcasmo. —Lo que hiciste en Fighthell llamó mucho la atención. Fighthell, el estadio que había acogido ese combate en el que había atacado a mi oponente sin esperar a que estuviera listo, adelantándome al pistoletazo de salida. Muy honorable por mi parte. —Genial —murmuré sin convencimiento alguno. —La ceremonia de entrega se celebrará en Qatar el veintiséis de julio; por tanto, la ganarás con diecisiete años, lo que te convertirá en la mujer más joven reconocida con ese premio. Por lo general, esos galardones se entregaban en agosto, pero ese año se adelantaban para no entorpecer el Torneo Crush, que se iniciaba a mitad de verano. Entrecerré los ojos. —En fin, supongo que es una buena noticia. Como gladiadora, mi orgullo no hacía más que inflarse. Es decir, detestaba esa vida, tener que luchar contra otro ser humano como vulgares animales enfrentados por un trozo de carne. Era denigrante y me arrebataba retazos de mi dignidad. Pero, por otro lado, esa era la única vida que ahora me era familiar, y en ese entorno de depravación, muerte y sangre, todos ansiábamos encontrar un poco de afecto por parte del público.

A mí lo que realmente me interesaba era ampliar y mejorar mi palmarés, recibir elogios de las organizaciones. Si bien no me hacía feliz, me servía de consuelo porque me recordaba que estaba viva y que tenía posibilidades de seguir estándolo. Pero Teseo… Él no estaba contento. Lo veía en el rictus de su cara. —¿Qué pasa? —Sabes lo que significa —murmuró con un tono algo reprobatorio. Sí, lo sabía. El Torneo Crush estaba a la vuelta de la esquina y los gladiadores premiados con una Gladius tenían más papeletas que nadie para ser convocados a aquel brutal y espectacular campeonato. —¿Y qué? Si tengo que combatir en el Crush, combatiré y punto. Teseo chascó la lengua y negó con la cabeza. —Parece que no lo entiendes. Al ser una gladiadora premiada, y además una que ha batido un récord de juventud, la federación espera mucho de ti, igual que la afición. Vas a tener que esforzarte más que nunca y es posible que ni siquiera así baste. —Puedo hacerlo. —Eso no lo sabes. —Claro que lo sé. ¿O es que crees que ha sido una casualidad que venciera en las decenas de combates en los que he participado? —No, no es eso, es sólo que… —me miró a los ojos y creí percibir un leve matiz de angustia— me da miedo. Me preocupa lo que pueda pasarte. Desvió la vista y el sutil movimiento de su nuez me indicó que estaba tragando saliva. Por una milésima de segundo casi había olvidado lo que había entre nosotros. Los dos besos compartidos. Sí, sólo dos. En las ocasiones puntuales en que lo había visto tras mi accidente, nunca tuvimos la oportunidad de estar a solas y, si la tuvimos, fueron momentos muy breves. Efímeros. Recordé a Tram, uno de mis compañeros de Capua y el primero que conocí allí. Obtuvo la libertad hacía cerca de tres semanas porque se quedó manco en un combate en el que finalmente venció, pero a costa de su mano.

Con aquella minusvalía, Hydrus decidió que ya no merecía la pena seguir explotándole como gladiador y, dado que había servido bien durante los escasos años que había luchado, le recompensaron con su libertad. ¿Era ese el extremo al que debíamos llegar para ser libres? —¿Y qué puedo hacer para evitar todo esto, Teseo? —repliqué —. ¿Acaso mi destino está en mis manos? Hace años que no tengo capacidad de decisión sobre lo que me pasa. Tú lo sabes mejor que nadie. Teseo apretó la mandíbula y cerró los ojos unos segundos. No soportaba mirarme a la cara mientras hablábamos de aquel tema y eso no hacía que me sintiera mejor. —No sabes cómo me duele, Faith. Y, en efecto, me di cuenta de que no lo sabía. Su voz y sus ojos apagados no traicionaban sus palabras. Sí que notaba dolor en él, pero no alcanzaba a vislumbrar cuánto. No tenía nada que decirle. Probablemente a él le irritara mucho la situación, quizás hasta la odiara. Pero no más que yo. No más que yo. Ni todo el dolor del mundo lograría devolverme lo que me habían quitado. Aunque trataba de tomármelo con estoicismo, seguía encadenada a algo que me convertía en una persona sin ética, algo que no quería hacer. Aquella siempre fue la espina de nuestra relación. Él estaba con mis enemigos, era compañero de las personas que me estaban arrebatando mi juventud. Sabía que no era como los demás y que no tenía poder para cambiar las cosas, pero eso no significaba que pudiera olvidar para quién trabajaba. De cualquier modo, nada le excusaba. Noté un regusto amargo en la boca; el sabor de los malos pensamientos. Como si el recuerdo de sus besos se hubiera convertido en ceniza en mis labios. Y, no obstante, le quería. Se trataba de una emoción irracional e indeseada. No sabía en qué momento exacto, pero había sucedido sin mi consentimiento.

Me había enamorado… O eso pensaba. ¿Qué era el amor, después de todo? ¿Podía yo albergar un sentimiento tan noble cuando todo en mi interior era pena, añoranza y odio? —No dices nada —observó él, pues había permanecido un rato en silencio. —No tengo mucho que decir —murmuré. Teseo se limitó a asentir y me dedicó un último vistazo. —Voy a dejar que te cambies con calma. Te espero fuera. Y se fue. Faltaba poco menos de una semana para ir a Doha, a la entrega del premio, pero yo aún tenía un combate que disputar. Por lo general, los nominados a las Gladius de Bronce no luchaban antes de la entrega para no arriesgar su integridad física. Aun así, ese combate llevaba meses programado y debía librarse. Mi oponente sería un chico apodado «Carphorus». Según lo que había leído, Carpophorus fue el bestiario más famoso de la Antigua Roma y su mote era una abreviatura. Resulta que, en su primer combate, el summa rudis había decidido introducir un tercer contrincante: un tigre. La inclusión de animales en los combates actuales de lucha clásica eran algo poco frecuente, pero no extinto. Ahora ya no estaba tan de moda como en los años cuarenta, cincuenta y sesenta, cuando el público exigía esa clase de… complementos, por así decirlo.

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