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Amos y mazmorras II – Lena Valenti

Al principio, nos dijeron que el amor solo debía nacer entre el binomio hombre-mujer. Hoy, el amor es cosa de hombre-mujer, mujer-mujer y hombre-hombre. Al principio, nos dijeron que el sexo único y verdadero es el suave y amable. EL BDSM demuestra que también hay otro tipo de sexo. Ni bueno ni malo. Diferente. Días atrás solo era Cleo Connelly, teniente policía de Nueva Orleans. Vivía feliz en la calle Tchoupitoulas y solo tenía a un macho en su vida; su camaleón, Ringo. Nunca antes había probado el BDSM, y el único azote que había sentido en sus nalgas era el de la mano de su padre cuando hacía alguna trastada de pequeña. Pero seis días atrás, recibió la mala noticia de que su hermana, Leslie Connelly, había desaparecido en una misión, y el FBI llamó a su puerta para reclamar su ayuda, ya que necesitaban a alguien del mismo perfil que Leslie para introducirlo en el complicado y delicado caso que en el que su hermana participaba. Confiaban en que L siguiera con vida; por eso deseaban rescatarla. Y necesitaban su ayuda. Ahora, en la actualidad, era Cleo Connelly: agente infiltrada del FBI en un torneo de dominación y sumisión llamado Dragones y Mazmorras DS, en el que interpretaría el rol de sumisa y ayudaría a revelar la identidad de los diseñadores de la droga popper y de los traficantes de blancas a los que perseguían desde hacía un año y que utilizaban el torneo como tapadera para sus delitos federales. Hacía unos días, su corazón estaba entero y era libre. En ese momento, intentaba reunir los trozos que Lion Romano, el agente al cargo de la misión Amos y mazmorras en la que se veía inmersa, e instructor de su doma, había partido, violando su confianza, infravalorando su capacidad como agente y, también, menospreciando su aptitud como mujer para mantener su interés. Cleo Connelly nunca se había sentido tan devastada ni decepcionada como lo estaba ahora por y con Lion. Aquello no iba a quedar así. Y si Lion pretendió sacarla del caso, fuera por el motivo que fuese, se la iba a encontrar de nuevo de pleno y, esta vez, él tendría las de perder. Viajaba en un vuelo de US Airways dirección Washington D.C. No le gustaba volar. En absoluto. De hecho, todos los trayectos los hacía en coche, por muy largos que fueran… Pero se le acababa el tiempo e iban contrarreloj para asistir al torneo en el que todo se destaparía; así que haría una excepción y pasearía por las nubes para encontrarse en Washington con su nuevo partenaire: el agente del FBI, Nick Summers, su sumiso. El FBI había utilizado la tarjeta de invitación que Cleo recibió la noche anterior de parte de la Reina de las Arañas. La Reina, o alguien que contestaba por ella, les señaló que las invitaciones personalizadas tenían un código QR cifrado y oculto en la parte trasera.


Si lo escaneaban, les llevaba directamente a la elección de una butaca en un avión que saldría desde Washington D.C. y les llevaría directamente a las Islas Vírgenes de Estados Unidos, más concretamente a la isla de Saint Thomas, y al aeropuerto Cyril E. King. Habían puesto en marcha todas las tramitaciones con el rol, y Cleo Connelly se iba a infiltrar en el segundo torneo de Dragones y Mazmorras DS alias “domines y mistresses” como la rechazada y apaleada Lady Nala, la ex sumisa de Lion King, que ahora retomaba el rol de ama. ¿Qué llevaba en la maleta? Dos corsés que sumaban más de cinco mil dólares entre los dos, junto con puñados de rabia y deseos de venganza. Madre mía, iba a ser carne de cañón para la Reina de las Arañas, estaba convencida de eso… En cuanto esa rubia Reina sádica de las nieves viera que empezaba el torneo separada de Lion, iría a por ella y la provocaría. No se lo iba a poner nada fácil. Cleo intentaba devorar las lecciones de BDSM a través de su iPad para, al menos, tener una oportunidad de salvarse y no caer eliminados a las primeras de cambio. Esperaba que Nick le echara una mano y la guiara un poco… Había practicado como sumisa de Lion, pero no sabía cómo debía comportarse como ama. Tenía la estantería virtual de su librería electrónica atestada de cubiertas con medias de rejilla, taconazos de diez centímetros, fustas, látigos… ¿Sería suficiente fingir durante un día que era una dómina de escándalo hasta que desarrollara el plan que tenía entre manos? Se lo tenía que plantear a Nick antes; y esperaba llevarse bien con él. —¿Puedo hacerle una pregunta? Cleo levantó la mirada de su instructiva lectura y miró extrañada a su vecina de vuelo: una mujer de pelo castaño claro con tirabuzones y ojos negros y enormes. Los llevaba pintados con kohl y sombra de ojos oscura, y los labios brillaban con una tonalidad terrosa. Debería tener más o menos su misma edad. Unos veintisiete o veintiocho años. —¿Sí? —No quiero parecer indiscreta… Cleo apagó el iPad y carraspeó. Tal vez la mujer se había escarmentado al ver lo que estaba leyendo. Cosas como: «A veces, el sumiso no siempre disfruta, y eso se da porque, dependiendo de los castigos que se le inflijan, pueden originarse pensamientos fatalistas como el de querer abandonar la relación de sumisión. Tranquilas. Recordad que el hombre, por memoria histórica, siempre se ha creído superior a la mujer, y para un macho, ser dominado sexualmente por una hembra, no es moco de pavo —decía una ama muy popular—. Por eso mismo, hay que valorar y, también saber premiar, su dedicación y su entrega hacia aquellas que siempre consideraron (equivocadamente, por supuesto) el sexo débil. Los azotes en el pene, la colocación de pinzas y la tortura de los genitales, nunca deberían ejecutarse para eliminar una conducta inapropiada que deseemos erradicar. Debe haber una línea que separe las prácticas que se realizan para provocar placer, de las de los castigos. Debes hacer saber a tu sumiso que el día que le castigues, lo recordará toda su vida. Le puedes castigar haciéndole dormir en el suelo, comportándote con indiferencia ante él (eso lo matará) o bien, negándole el orgasmo, todo dependiendo del error que haya cometido.

Pero, si el sumiso reincide una y otra vez en el mismo error, debes plantearte si lo que tú consideras un castigo duro, no es, justamente, un motivo de placer sublime para él y lo está disfrutando demasiado. A veces, los sumisos son un poco farsantes, y ante ello, hay que dar un escarmiento. Que no os tomen el pelo».

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