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Algo Maravilloso – Barbara Freethy

FRÍAS y mojadas caricias de neblina rozaban su rostro mientras Matt Winters caminaba por la loma hacia su edificio de apartamentos en San Francisco. Al sonido de la sirena, automáticamente se puso tenso. Había estado persiguiendo ambulancias durante tanto tiempo que no podía evitar preguntarse qué nueva historia se estaría desarrollando, qué tragedia se estaría desencadenando, qué familia estaría por recibir una desagradable llamada tarde en la noche. Mientras la sirena se acercaba, echó un vistazo a la calle detrás de él. Todo estaba tranquilo. Autos estacionados, edificios oscuros, las luces de los postes de luz rompían la oscuridad, pero nada parecía estar fuera de lugar. Aun así, Matt sentía las espinas de intranquilidad clavarse en la piel detrás de su cuello. Sentía como que alguien lo estaba observando, y sus instintos gritaban advirtiéndolo aunque su cerebro no podía entender el porqué. Echando una última mirada hacia la calle detrás, se detuvo delante de la puerta principal de su edificio de apartamentos para abrir con la llave. Frunció el ceño cuando vio que la puerta estaba entreabierta y que la cerradura parecía estar trabada. Matt no estaba demasiado preocupado por su apartamento apenas amueblado o siquiera por su propia seguridad. Había vivido en lugares mucho más peligrosos que éste. La cerradura rota aumentó su sensación de que algo estaba mal, sin embargo una rápida mirada alrededor del vestíbulo reveló que todo estaba bien. Con un suspiro de cansancio, Matt presionó el botón de llamada del ascensor y frotó una mano sobre sus cansados ojos. No había dormido más que tres horas seguidas en las últimas veintidós. Había estado a la caza de una noticia, siguiendo unas pistas de dinero que lo habían llevado directo al ayuntamiento. Mañana el resto de San Francisco leería sobre la corrupción de uno de sus supervisores en la edición matutina del Herald. Su misión estaba cumplida, Matt debería haberse sentido satisfecho. En su lugar, se sentía inquieto, una vez más se le recordaba que sin importar cuántas verdades había descubierto, sin importar cuántos misterios había resuelto, no podía resolver el que más le importaba. Matt presionó el botón del ascensor otra vez, odiándose por no poder dejar atrás el pasado. Cuán irónico era que vivía su vida en la búsqueda de la verdad, sin embargo no parecía poder aceptarla cuando lo miraba fijamente a la cara. La necesidad de cierre, el deseo de detener el hambre incesante, la insaciable sed de respuestas lo había traído de vuelta a San Francisco, el lugar donde todo había empezado y donde había terminado. Finalmente, las puertas del ascensor se abrieron. Un minuto después, bajó en el décimo piso y caminó por el pasillo hacia su apartamento. Ingresó justo a tiempo para contestar el teléfono antes de que la máquina lo hiciera.


—Winters—, dijo abruptamente. No hubo respuesta, solamente el sonido de alguien que respiraba. ¿Una broma telefónica, un informante, una amenaza? No sabía cuál. —¿Matt?— Apenas un susurro se escuchó, tan bajo que no podía decidir si era un hombre o una mujer. —¿Quién es?— No hubo respuesta. —Mira, no tengo tiempo de… El sonido de un clic, luego del tono, le dijo que la persona que llamó había colgado. Por hábito, escribió el número del identificador de llamadas. No era uno que reconociera, pero lo buscaría luego. En realidad estaba demasiado cansado para lidiar con una cosa más esta noche. Tirando sus llaves sobre la mesa del comedor, se dirigió a la cocina, preguntándose si por una posibilidad remota había en realidad algo que se pudiera comer en su refrigerador. Desafortunadamente, sólo contaba con poco menos que un par de cervezas, algo de lechuga marchita y tomates con moho. Después de abrir una de las cervezas, bebió un agradecido y largo trago, luego caminó de vuelta hacia la sala de estar. No era una habitación muy acogedora en ese momento. Había un viejo sofá de cuero negro contra una de las paredes y un sobrecargado sillón que hacía juego; una mesita de sala de roble donde tenía su selección de periódicos y revistas; un sistema de estéreo, porque no podía vivir sin música; y un saco de boxeo colgado de un gancho en el techo, porque no conocía una manera mejor de aliviar el estrés que reventar a golpes dicho saco. El boxeo lo había hecho superar tiempos difíciles, proporcionando un sentido de control sobre sí mismo y del caos en el que una vez su vida había estado. En algún momento, tendría que invertir en algunos muebles… o tal vez no. ¿Quién sabía cuánto tiempo se quedaría en San Francisco? ¿Quién sabía cuánto se quedaría en ningún lado? Su vida había sido una serie de entradas y salidas, nuevos lugares, nuevas caras. El teléfono sonó otra vez y los músculos de Matt se tensaron. Por un segundo estuvo tentado a dejarlo sonar, pero nunca había sido uno que huyera de una lucha o evitara un enfrentamiento, aunque había habido un montón de personas en su vida que le habían dicho que hiciera exactamente eso. Tomó el teléfono nuevamente y dijo, —Winters. —Felicitaciones—, David Stern replicó. Matt se relajó al escuchar el sonido de la voz de su editor. —Estoy ansioso porque el periódico matutino llegue a las calles—, David alardeó. —Tu historia conmocionará a esta ciudad. —Siempre y cuando Keilor no nos demande por difamación.

—Déjalo que lo intente. Cubriste tu trasero bastante bien. —El tuyo también—, Matt le recordó. —Por eso te pago bien. —Sí, es cierto—. Matt cruzó la sala de estar con el teléfono inalámbrico en su mano. —¿Y ahora qué? —¿Por qué no te tomas un descanso? Has estado en esta historia desde que aterrizaste en la ciudad hace seis semanas. Tómate un tiempo de descanso. Unos días en Lake Tahoe no te harían daño. Matt no quería unos días de descanso. Las vacaciones eran para la gente que quería relajarse, para pensar, para filosofar, y él no quería hacer nada de eso. Demasiado tiempo en sus manos sólo lo haría sentir más imprudente. —Estoy bien. No necesito ningún descanso—, dijo él. —Ya sabía que dirías eso. A propósito, ese investigador privado amigo tuyo pasó por el periódico hoy. ¿Me quieres contar en lo que estás trabajando? —No tiene nada que ver con el diario. —Entonces debe de tener algo que ver con el hecho de que me sorprendiste como la mierda al aceptar mi oferta de trabajo e irte de Chicago—, David dijo, obviamente tratando de pescar algo. —Puede ser. —Hemos sido amigos durante mucho tiempo, Matthew. Tendré que hacer uso de mi autoridad sobre ti e insistir en la verdad. Matt se rio. —Puedes intentarlo. —Puedo hacer mi propia investigación. —Si hicieras buenas investigaciones, escribirías tus propias historias en vez de editarlas.

—Eso sí que duele. ¿Alguna vez alguien te dijo que empuñas la honestidad como un objeto contundente sobre la cabeza? —¿Y tu punto es? La atención de Matt se desvió mientras David emprendía un largo y sinuoso recordatorio de cómo la investigación en la que Matt se había involucrado podría en última instancia afectar al periódico. Matt no se molestó en interrumpir. Simplemente fijó su mirada en las luces de San Francisco intercalándose como navegantes borrachos por encima y debajo de las colinas de la ciudad. Era una hermosa vista, pero a menudo se preguntaba qué lo poseyó al aceptar este apartamento en el décimo piso en Pacific Heights. El pulido piso de parquet, la gran ventana con vista a la bahía, la cocina ultramoderna se sentía mal. Esto no era propio de él. Él era más bien tipo de callejones y malos vecindarios, comida china para llevar y humo de cigarrillo. Pero de alguna manera David lo había convencido de que un lugar diferente le cambiaría la perspectiva. —¿Cómo está Jackie?— Matt interrumpió, sabiendo que si había una garantía de distraer a David, esa era su esposa. —Quejándose sobre ponerse gorda. Me preguntó hoy si se veía como una radiante mujer embarazada o como un pingüino gordo. —Dime que elegiste como radiante mujer embarazada. —¿Radiante pingüino no fue lo suficientemente bueno? —Espero que te guste dormir en el sofá. —Es mejor que dormir en nuestra cama en estos días. A veces me pregunto por qué siempre quise tener un hijo. —Bien, necesitarás a alguien que te corte el césped algún día. —Gracias por recordármelo. Eso tal vez me ayude a pasar por los antojos de esta noche. Jackie se pone hambrienta justo en el momento en que estoy por dormirme—. David hizo una pausa. —Sabes, debo de tener bebés en el cerebro, porque casi puedo oír a uno llorando. Matt frunció el ceño y volvió su cabeza hacia la puerta mientras el sollozo se hacía más fuerte. —No es tu imaginación. Lo puedo escuchar también—.

Otro grito hizo a Matt prestar atención. —Te llamaré más tarde—. Bajó el teléfono y caminó hacia la puerta. El único otro inquilino en este lado del edificio en forma de “L” era una mujer soltera que todavía no había conocido. Abrió la puerta, pero no había nadie allí afuera. En realidad, había alguien, bien abajo… En el piso, en un asiento infantil de coche, había un pequeño bebé con unas pocas hebras de cabello negro crespo sobre su cabeza, mejillas rojas, ojos llorosos y una boca que gritaba de furia. —¿Qué mierda? Matt miró alrededor a un pasillo vacío, preguntándose dónde diablos estaba la madre del bebé. —Bueno, sólo cállate por un segundo, ¿sí? Se agachó al lado del bebé y le acarició la cabeza, lo cual solamente pareció ponerlo… o era ponerla… más enojada. —¿Dónde está tu madre?— Matt preguntó, el sentimiento de intranquilidad volviendo a su interior. Miró hacia la puerta al otro lado del pasillo y dudó. Parecía haber una luz prendida, pero era casi medianoche. Sin embargo, ¿qué otra opción tenía? Acercándose, golpeó la puerta. Un momento después, una voz femenina dijo, —¿quién es? —Es tu vecino. —No puedo verte—, dijo ella cansada. Matt se paró y miró justo por la mirilla. —Estoy aquí. —¿Qué estabas haciendo en el piso? —Mirando a tu bebé. —¿Mi qué? —Abre la puerta, ¿puedes? —No lo creo. —Mira, tenemos un problema aquí afuera. Alguien dejó un bebé en el pasillo. Un silencio siguió, luego ella dijo, —está bien. Pero tengo mi teléfono y ya he marcado 9-1-1, así que si intentas hacer algo raro… —No lo haré. Otra pausa breve, luego la puerta se abrió sólo el ancho de una cadena de seguridad. La cara de una mujer apareció en la abertura, una visión de rulos rubios, encaje blanco, y algún tipo de velo vaporoso. Matt parpadeó rápidamente, preguntándose si había creado por obra de magia una novia para hacer juego con el bebé en su puerta.

La mujer levantó el velo de su rostro, y él vio que sus mejillas estaban ruborizadas, sus ojos color café demasiado brillantes. —¿Qué quieres? Preguntó ella, con voz jadeante. —Tu bebé está llorando—. Señaló hacia el bebé, quien lo convirtió en un mentiroso al estar sentado en silencio en su asiento infantil, considerando a ambos con una expresión confusa. La mujer miró detenidamente en torno a él. —No tengo ningún bebé. —Debes de tenerlo. Estoy segurísimo de que no es mío. —¿Quién eres tú? Ella preguntó con sospecha. ¿Por qué estás tratando de deshacerte de tu bebé?—No es mío—, él repitió. —Y vivo aquí—. Señaló hacia su puerta. —Soy tu vecino. Su mirada cansada viajó lentamente sobre su cuerpo, y Matt se dio cuenta de sus sucios jeans negros, camiseta gris manchada de sudor y chaqueta negra de cuero. Pasando una mano tímida sobre su cara, pudo sentir una barba asomándose por sus mejillas. —Acabo de terminar con un trabajo—, dijo él. —Normalmente no me veo así. —¿Cómo te ves normalmente? —Bueno, no de esta manera—, dijo exasperado. —Mira, necesito dormir un poco, y tú necesitas cuidar de este bebé. —Ese no es mi bebé. No sé lo que estás tratando de pasar, pero… —Ey, espera—. Instintivamente metió su pie en el espacio entre la puerta y la pared mientras ella trataba de irse, haciendo una mueca de dolor cuando le pegó el pie con la puerta. —Soy de verdad tu vecino. Matt Winters. Tengo identificación—.

Alcanzó su billetera y sacó su licencia de conducir, sosteniéndola para que pudiera ver. —Soy un periodista del San Francisco Herald. Y no tendría problemas en darte referencias si sólo abrieras la puerta y me ayudaras a averiguar de quién es este bebé. —La dirección dice Chicago. —Es donde viví hasta hace poco. Vamos, debes de haber visto mi nombre en el buzón de correos al lado del tuyo. El nombre del dueño es Rick Shrader. Puedo darte su número de teléfono. Ayúdame por favor. Ella lo miró dubitativamente, entonces el bebé dejó escapar un alarido de protesta. Un segundo después la mujer soltó la cadena y abrió la puerta, permitiendo a Matt el primer vistazo completo de su vecina. Descalza, con jeans azules gastados, un suéter corto amarillo fuerte y un velo blanco de encaje, ella causó bastante impresión. Sin embargo, no fue su atuendo de locos lo que lo tomó de sorpresa, sino sus ojos color café moteados de dorado y sus cabellos rubios dorados por el sol que caían en cascada a mitad de su espalda cuando, cohibida, se sacó el velo. —No es lo que crees—, ella murmuró. —No iba a preguntar. Ella le mostró una sonrisa medio avergonzada. —Bien. —Entonces, ¿fantasía de noche de bodas con tu novio? —Dijiste que no ibas a preguntar. —Lo siento. Ella pasó por su lado y se arrodilló cerca del bebé. —Oh, cosita dulce. ¿Quién eres tú? El bebé empezó a llorar más fuerte, sus pequeños dedos cerrándose en puños mientras se retorcía en su asiento. —Creo que quiere salir de ahí—, dijo Matt. La mujer desabrochó las correas y lentamente atrajo al bebé en sus brazos. Tenía una sombría expresión en sus ojos mientras miraba al bebé, luego lo miró a él.

—¿Quieres decir que dejaron a este bebé en el pasillo? —Eso es lo que parece. —No lo entiendo. Matt se encogió de hombros. Con certeza no tenía ninguna explicación. —Ella es tan preciosa—, la mujer murmuró mientras el bebé se acurrucaba sobre su pecho. Matt se aclaró la voz y se dio cuenta con fascinación de que estaba fijando la vista en los pechos de su vecina y de que, una vez más, ella lo estaba considerando con sospecha. —¿Estás seguro de que no sabes quién es ella?— preguntó la mujer. —Ni siquiera estaba seguro de si era una niña. —Pijama rosa, manta rosa, medias rosa. Me parece que sin temor podemos decir que es una niña. Tal vez una de tus novias la dejó para ti. Matt se tensó. —De ninguna manera. El bebé no es mío. Puedo garantizarlo. La mujer tocó al bebé por detrás. —Una cosa es segura. Está toda mojada. Deberías cambiarla. —O tú. Después de todo, estaba en el medio del pasillo, tal vez más cerca de tu puerta que de la mía—. Dijo mientras se lamentaba en su interior por dicho comentario. —¿No la escuchaste llorar? ¿Por qué no abriste tu puerta? —Estaba escuchando música. No escuché nada—, ella explicó. —Está bien, la cambiaré, pero tú no te irás a ningún lado—, añadió cuando vio que se estaba acercando lentamente hacia su apartamento.

Se paró con el bebé en sus brazos. —Rick Shrader me dijo que eras un buen tipo, por lo que creo que puedes pasar. Pero te aviso que he aprendido defensa personal. Así que no creas que puedes intentar nada conmigo. Matt tuvo que tragarse una sonrisa. Apenas medía un metro sesenta si no era menos. Él era casi treinta centímetros más alto que ella y no dudaba ni por un segundo que pudiera llevarla a cualquier parte que quisiera ir. Pero a juzgar por la expresión feroz de sus ojos, sería mejor estar de acuerdo, por lo que simplemente levantó su mano en sumisión. —Está bien, pero, ¿sabes?, Tae Boe aerobic no califica como defensa personal—, él arrastró las palabras. —Sólo trae el asiento infantil y el bolso contigo. Matt la siguió dentro de su apartamento, esperando ver algo similar al suyo, algo limpio y práctico, tal vez con un toque femenino. Lo que vio fue un verdadero caos, capas y capas de telas blancas, sedas y satenes adornando el sillón y el sofá para dos, carretes de hilos, pilas de encaje, una máquina de coser en una esquina y un maniquí en la otra. Había revistas de novias sobre la mesita de la sala, cajas de perlas y cuentas y muestras de cintas en el piso en un montón desechado. Era la pesadilla de un hombre soltero. Tal vez eso es lo que era. Tal vez se había quedado dormido parado. Tal vez, estaba soñando. —Tengo que despertarme—, dijo. —Sólo despierta. Ella lo miró fijamente sin estar segura. —¿Has estado bebiendo? —No. —¿En serio? Pareces tener una resaca. —No he dormido mucho en los últimos tres días. He estado demasiado ocupado sacando la mano de un funcionario municipal de robar la caja registradora. Por cierto, podrás leer sobre eso en el periódico de la mañana.

—Oh, yo no compro el periódico—, dijo ella con un movimiento brusco de su cabeza. —Pero lo lees en línea, ¿verdad? —En realidad, no. Las noticias me deprimen. ¿Puedes fijarte si hay un pañal en el bolso? —Las noticias pueden ser deprimentes, pero son importantes. ¿Cómo puedes manejar tu vida si no lees el diario, si no sabes lo que pasa en la ciudad en donde vives, en el mundo que te rodea? ¿Qué te sucede? —En este momento estoy sosteniendo un bebé oloroso. Eso es lo que pasa conmigo. ¿Ya encontraste el pañal? Matt puso el bolso en el piso y empezó a buscar, deseando que nunca hubiera vuelto a casa después de todo. Había estado buscando paz y tranquilidad, un poco de tiempo de descanso después del estrés de los últimos días, pero aquí se encontraba justo en el medio del desastre de otra persona. Aliviado de encontrar un pañal desechable en el bolso, lo sacó y se lo dio a ella. Ella despejó el extremo de un sofá y acostó al bebé, luego rápidamente la cambió. No parecía tener ningún problema con las piernas y los brazos que se sacudían o el llanto estridente que continuó hasta que ajustó el último pedazo de cinta. —Parece que has hecho esto antes—, él comentó. —Unas cuántas veces. Cuidé a niños cuando era una adolescente—. Tomó al bebé y se lo ofreció a él. —¿Quieres sostenerla ahora? —No. No—. Escondió sus manos dentro de sus bolsillos y dio un paso hacia atrás, casi tropezando con un gran carrete de encaje. —Lo siento—. Corrió con su pie el carrete. —Tengo un plazo de entrega. —¿Para qué? ¿Te vas a casar en la mañana? —Estoy arreglando un vestido de novia. Tengo una tienda de novias en Union Street. Se llama Devereaux. ¿La conoces? —No tengo el hábito de saber dónde se encuentra la tienda de novias más cercana.

Ella le ofreció la primera sonrisa genuina que había visto en toda la noche. —Apuesto que no. —¿Cómo te llamas de todas maneras?

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